Holi, personitas.

Hoy les traigo una nueva historia que llevaba ya un rato ahí en mi carpeta esperando ser mostrada al mundo (como otras tantas que siguen ahí, evidentemente), pero en fin, dije ¿por qué no?

Así que aquí comienza una nueva dificultad que atravesar para que pueda surgir el romance.

Espero que estén interesados en llegar hasta el final de la historia y no quieran lincharme a mitad de ella porque debo aclarar que todo esto es simple ficción y que no se ofusquen, por favor, por cualquier cosa ocurrida durante el fic.

Ahora sí, ya dicho lo que tenía que decirse, siguen los créditos, los cuales saben de antemano que irán dirigidos a CN ya que son ellos los dueños de los personajes, yo sólo los uso para entretenerlos con mi imaginación.

Trataré de no tardar tanto en las actualizaciones, y esta vez, de verdad voy a dar mi mejor esfuerzo para que todo sea como antes cuando actualizaba cada fin de semana. Ya que si eso no es posible, pues cada dos semanas parece un tiempo razonable también.

Cuídense mucho, nos leemos pronto, les mando un gran abrazo a todos aquellos que me comenzaron a seguir y no dejaron de hacerlo.


Una gota de agua le cayó en el rostro y luego otra hasta que comenzó a llover con fuerza. Se despertó desorientada y confusa, por un momento se quedó simplemente observando la lluvia caer sobre todo su cuerpo dejándola empapada.

Estaba tirada en el suelo, no se molestó en levantarse enseguida porque primero quería poner sus pensamientos en orden. No lograba centrar su memoria en algún recuerdo en particular y por más que intentó no tenía idea de porqué se encontraba en ese sitio. Un dolor punzante en su cabeza le advirtió que cualquier movimiento debía ser lento para no terminar mareada.

Se sentó en el suelo tocándose la nuca donde pudo notar que una herida había sangrado, pero debido a la lluvia era lógico que ya estuviera limpia. Echó una mirada alrededor. Estaba rodeada de edificios, un pequeño puente entre las calles y unos contenedores de basura; no era el panorama perfecto para despertar sin un sólo recuerdo.

No había nadie fuera, quizá se debiera a que parecía ser bastante tarde.

La lluvia comenzaba a amainar cuando decidió levantarse. Lo primero que hizo fue buscar entre su ropa algún indicio sobre lo que fuese, pero no encontró nada, ni teléfono, ni billetera, ni papeles. Estaba sola en un lugar que no conocía y tampoco tenía ni la más mínima idea de cuál era su nombre.

Eso la asustó, no podía ser que no conociera su nombre.

— ¿Qué me ha pasado? —fue lo primero que cruzó por su mente.

Todo se veía difuso.

Comenzó a buscar sus cosas en los alrededores por si las dudas, pero no encontró nada tampoco, de modo que decidió buscar un lugar donde pasar la noche, tal vez no en un hotel dado que no tenía ni un peso, pero por lo menos un lugar que estuviera seco en donde poder dormir, aunque no tenía sueño; no sabía cuánto tiempo duró inconsciente, pero sin duda se trató de un largo rato.

Ya no llovía, pero su ropa seguía mojada de modo que venía abrazándose a sí misma, podía escuchar castañear sus dientes e incluso notaba como su cuerpo se ponía cada vez más frío. Debía conseguir calor, y rápido.

Caminó en línea recta, se sentía muy perdida, esta situación solo lograba que estuviera en un constante estado de pánico.

Se topó con algunas personas, pero no se atrevió a hablar con ellos, no sabría qué decir.

Pensó en la posibilidad de ir a un hospital, sin embargo, sería difícil encontrarlo y mucho más aún caminar hasta allá y, de todos modos, seguro querrían cobrarle, ella no tenía manera de pagar eso.

¿Dónde se puede refugiar una persona que no tiene nada? ¿Por qué había terminado ahí? ¿Qué ciudad era esa? ¿Tendría casa? ¿Familia? ¿Estarían buscándola?

Todas esas dudas y más se arremolinaban en su mente, quizás hubiera sido mejor quedarse donde estaba y dejar de pensar tanto, no tenía manera de averiguar esas cosas, no tenía sentido malgastar tiempo.

No encontró ningún lugar donde quedarse de manera que entró a un pequeño espacio entre dos edificios y se quedó acostada ahí, quería dormir, la caminata la había terminado agotando y no quería seguir haciéndose tantas preguntas para las que no encontraba respuesta.

Sabía que dormir con la ropa mojada solo le traería problemas, aunque no podía hacer nada, no iba a dormir desnuda en la calle porque hasta alguien sin memoria sabe que eso es contra la ley sin contar el peligro, y no tenía con que cambiarse.

Después de un rato de estar tiritando se quedó dormida acurrucada contra la pared, en una posición que le provocó dolor en todo el cuerpo al despertar, los rayos del sol le dieron en la cara molestando a sus ojos.

Se levantó para seguir su camino, a pesar de que no tenía un lugar al cual ir, es solo que, sentía que sí se detenía, su ansiedad sería peor.

Las personas escaseaban en esa zona, por más que caminaba apenas vio a una señora, un señor y dos niños, era extraño.

Le dolía la cabeza, el cuerpo y veía como el mundo se movía demasiado rápido, supo enseguida que algo andaba mal, sus piernas estaban temblorosas y por poco se cae en un par de ocasiones.

Pasó de no haber gente a ver a una multitud frente a ella, pasaban casi corriendo sin prestarle atención. Se tomó la cabeza para tratar de evitar la turbación sin éxito alguno.

Entre toda esa marea de personas que pasaban a gran velocidad hubo alguien que se acercó despacio hasta ella, pero fue imposible seguir en pie, todo se estaba nublando y de un momento a otro no supo más de sí.

Despertó varias veces, se sentía blandito el lugar en el que estaba acostada, pero no tenía conciencia para razonar ninguna otra cosa.

Cuando al fin abrió los ojos se encontró en una habitación blanca, los muebles eran solo un espejo y un pequeño guardarropa, sin contar la cama en la que estaba.

En el espejo se podía ver claramente y se dio cuenta de que hasta su apariencia le parecía desconocida, como si esa que estaba ahí no fuera ella.

Su cabello negro, lacio y largo, sus ojos color gris oscuro, su piel canela…

— ¿Quién eres? —le preguntó al espejo en un susurro.

Se dio cuenta de que sobre su cabeza colgaba una enorme cruz de madera con diseño estilizado. Estaba observándola cuando alguien entró a la habitación atrayendo su atención.

Un hombre de cabello cano con una barba del mismo color le sonreía amablemente, llevaba puesto una sotana por lo que fue fácil distinguir que se trataba de un sacerdote.

— ¿Cómo te sientes?

—Bien.

Ya que no tenía mucho que contar prefirió solo responder sus preguntas.

—Estabas hirviendo en fiebre cuando te encontré y parecías estar delirando.

— ¿Qué dije?

—Nada importante, solo decías que no te dejáramos ir a nadar.

—Oh.

Creyó que podría haber dicho algo relacionado con su pasado, pero eso no tenía sentido, y si lo tenía, no le decía nada.

— ¿Dónde estoy? —preguntó incorporándose.

—En la iglesia Espíritu Santo.

— ¿En qué país y ciudad? —corrigió ella.

El cura la miró sorprendido, no entendía su pregunta, ¿cómo podía alguien no saber en qué lugar estaba?

—Monterrey, en México —respondió de todos modos.

Se acercó un poco más a donde estaba, pero cuando vio como entró en tensión, prefirió alejarse. Él la había llevado ahí porque se veía enferma, aunque ahora estaba todavía más preocupado que al principio.

—Mi nombre es Simón Petrikov.

— ¿Padre Petrikov?

—Precisamente —sonrió.

Seguramente esperaba que se presentara también, sin embargo, eso era algo imposible de hacer cuando no sabes ni tu nombre, de modo que se quedó callada.

— ¿Cuál es tu nombre, hija?

—Yo…

Frunció el ceño algo intrigado.

— ¿No me lo quieres decir?

—No es eso —negó ella.

— ¿Entonces?

—Es que… No lo sé. No recuerdo mi nombre… No recuerdo una sola cosa —dijo tristemente tapando su rostro con sus manos.

Simón se compadeció de ella, seguro debía estar lidiando con muchas emociones en estos momentos.

Se acercó de nuevo y le dio palmaditas en la espalda para consolarla; al principio parecía muy incómoda, luego se fue relajando con el contacto.

—Tranquila, seguro que pronto podrás recordar todo —le dijo — ¿Tienes algún lugar donde quedarte?

Ella levantó el rostro para mirarlo y negó.

Hubiera creído que estaba llorando cuando se agachó hace unos momentos, no era así, su rostro estaba limpio, solo se veía un poco frustrada. Parecía ser una persona fuerte.

—Entonces no se hable más, te puedes quedar aquí.

—No quiero molestar.

—No es ninguna molestia, las puertas del señor deben estar siempre abiertas para aquel que lo necesite.

El cura parecía una persona muy alegre, le contagiaba su entusiasmo tan solo con ver su gran sonrisa.

— ¿Tienes equipaje o algo?

Ella negó.

—Habrá que ir a comprarte algo, no puedes usar la misma ropa todos los días.

—Yo… No tengo dinero.

—No importa, yo te daré algo de dinero y tú compraras la ropa que más te guste.

—Por favor, no. ¿Cómo sabe que no estoy mintiendo? ¿Por qué hará tanto por una desconocida?

El padre Petrikov se quedó callado un momento razonando las palabras de la joven, luego volvió la alegría a su rostro.

—Haz el bien sin mirar a quien. Solo estoy cumpliendo con lo que Dios dicta, y eso es ayudar al prójimo.

—Es demasiada ayuda…

—Solo la necesaria. Además, no pareces una mala persona.

—Ni siquiera sé si lo soy —dijo en un susurro.

— ¿Sientes la necesidad de hacer algo malo?

—Creo que no.

—Entonces no lo eres.

Las conclusiones del cura eran fáciles y la hacían sentirse un poco mejor con ella misma, tal vez no supiera su nombre, ni su edad, ni nada en realidad, pero al menos si se quedaba ahí sentiría que no podía ser una mala persona.

—Primero descansa, ya habrá tiempo para todo —revisó su reloj —. Regresaré más tarde para ver cómo sigues.

—Gracias.

La verdad es que ya no estaba cansada, se sentía mucho mejor, pero no se atrevió a contradecirlo. No le encantaba la idea de quedarse sola, aunque tal vez fuera bueno dormir otro rato.

Cerró la puerta al salir, fue hasta entonces cuando se puso a pensar que la habitación era muy pequeña, tal vez demasiado, y estando ahí se sentía como cautiva… Empezó a transpirar e hiperventilar sin razón aparente, ¿ahora que le estaba pasando? Se sentía desesperada.

Salió de la cama a toda velocidad y abrió la puerta dando un gran respiro.

Se quedó de rodillas en el marco de la puerta tratando de calmar su respiración; no sabía qué era lo que había pasado, pero estaba casi segura de que tenía que ver con el hecho de que el padre Petrikov hubiera cerrado la puerta, aunque no tuviera ni seguro.

Ahí fue donde la encontró el cura cuando volvió y se asustó al encontrarla en el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó hincándose a su lado.

—Sí —le sonrió.

— ¿Por qué estás en el suelo?

—No me gustan… Las habitaciones cerradas. Acabo de darme cuenta de eso.

— ¿Tienes claustrofobia?

Se levantó y le tendió la mano para ayudarla a hacer lo mismo.

—Eso parece.

—Entonces mantendremos la puerta abierta.

Una chica venía llegando por el pasillo, la notó desde que dio la vuelta por su largo cabello rubio y sus ojos azules, era alguien llamativa, hasta en su manera de caminar, como si quisiera avisar a todos que viene entrando, aunque no parecía hacerlo a propósito, sino que tenía tanta seguridad en sí misma que lo denotaba en su caminar.

—Hola, padre Simón —saludó al llegar.

—Fionna, llegas justo a tiempo.

Era raro que alguien, además del cura, entrara hasta esa parte de la iglesia, al menos era eso lo que pensaba.

— ¿Para qué me necesita?

—Esta chica necesita ir a comprar ropa, pero no conoce la ciudad y yo no sabría aconsejarla en eso, necesita ir con una mujer.

Fionna volteo a verla y ella solo se encogió de hombros.

—Por supuesto, yo la acompaño.

—Muchas gracias, Fionna, iré a traer el dinero. Esperen aquí.

Se marchó dejándolas solas, era un poco incómodo.

— ¿De dónde vienes? —preguntó la rubia.

—Preferiría, no hablar de mí.

—Oh, lo lamento… Soy Fionna Mertens —dijo tendiéndole la mano.

—Mucho gusto —sonrió nerviosa pensando que preguntaría por el suyo.

No quería contarle a todos su historia, de alguna manera la compasión del cura era suficiente, no necesitaba a todos mirándola con lastima. Para su sorpresa, Fionna ignoró por completo que no había mencionado su nombre y continuó hablando de ella.

—Suelo ayudar al padre en todo lo que necesita, a veces vengo y hago la limpieza y él me paga un poco por ello, a pesar de que ya le he dicho que no tiene por qué hacerlo —rio.

— ¿Lo conoces desde hace mucho?

—¡Demasiado! Yo fui monaguillo en esta iglesia cuando tenía solo doce años.

— ¿Cuántos tienes ahora?

—Veintiuno.

En eso apareció el padre Petrikov y le entregó el dinero a Fionna.

—No vuelvan hasta que no hayan gastado el último centavo —les dijo.

Así que ellas dos salieron de la iglesia para ir de compras, y la chica no paró de hablar de ella durante todo el camino, aunque a veces simplemente le contaba cosas de la ciudad, o de las noticias recientes, incluso hablaba de chismes y cosas así.

—Entonces mi madre dejó a mi padre, no soportó que le pusiera un dedo encima a mi hermano, y yo creo que hizo lo correcto.

—¿Así que tienes un medio hermano?

—Sí, es el menor, Finn, pero qué se le va a hacer, mamá tampoco debió tener un hijo de otro, y no me malentiendas, adoro a mi hermano, es solo que no hacía falta ponerle el cuerno a alguien tan bueno como mi padre, ¿entiendes? Creo que ambos actuaron mal, pero tampoco hay un manual para padres, y aunque lo hicieron mal, los entiendo, al menos lo están intentando ¿sabes?

Fionna realmente hablaba mucho, y envidiaba un poco el hecho de que supiera tanto de su propia vida, sin embargo, que se lo estuviera cotando todo sin detenerse ni un segundo la hacía prestar más atención a ella que a sus propios pensamientos y le agradecía eso. Era una excelente persona.

—Ahora mi madre nos cuida y mi padre me busca de vez en cuando, pero a mi hermano no lo puede ni ver. No me parece justo porque después de todo lo crio en sus primeros diez años de vida, para Finn mi papá es su papá, o lo era hasta que empezó a rechazarlo, entonces él comenzó a deprimirse —explicaba ella gesticulando también con las manos —. No me gusta verlo triste, pero ahora siempre lo está ¿sabes?

—Lo lamento.

—Descuida, al menos yo puedo hacerlo feliz. Ese niño es mi adoración.

— ¿Cuántos años tiene?

—Diecisiete. Está en la edad de las hormonas, eso hace sus sentimientos todavía más inestables.

—Ya veo.

Iban entrando a la tienda, era muy grande y Fionna la guio directo al área de ropa.

— ¿Y bien? ¿Qué tipo de ropa te gusta?

Ella se quedó pensando un segundo, pero ni siquiera recordaba qué solía usar así que se encogió de hombros.

—No lo sé, ésta —señaló lo que llevaba puesto —, supongo.

Fionna se llevó una mano a la barbilla mirándola con atención. Llevaba un pantalón entubado medio roto, aunque era de esos que no permitían que se vieran tus piernas porque llevan tela debajo de los hoyitos, una camisa de tirantes color negro dejando lugar para ver sus prominentes senos y una de manga larga azul con negro puesta encima.

Parecía Millennial.

Incluso sus tenis, unos Adidas color negro con rayas blancas.

—Parece que te gusta mucho el negro.

—Tal vez.

—Bien, creo que lo tengo. Vamos.

La tomó de la mano y la jaló hacía unas camisas, iba recogiendo la ropa sin preguntarle, aunque de vez en cuando volteaba con ella para comparar solo de vista, una camisa con otra y saber cuál le quedaría mejor. Hizo lo mismo con los pantalones e incluso con la ropa interior.

—Ve a probarte esto —dijo pasándole un atuendo completo.

Ni siquiera rechisto, tal vez alguien más pudiera descifrarla mejor que ella misma.

Se cambio en el probador; Fionna le había dado una playera de tirantes blanca que dejaba ver parte de sus costillas también y un pantalón color negro, debía admitir que le gustaba.

Salió para verse en el espejo, y que de paso la rubia diera la crítica final sobre cómo se veía. A ella también le gustó y la hizo probarse otras mil cosas más.

Llegó un punto en el que no quiso seguir comprando más porque ya llevaban cinco pantalones, ocho camisas, un suéter e incluso unos tenis. Era demasiado dinero, no podía aprovecharse tanto del pobre cura.

Regresaron a la iglesia ya tarde, pero al menos se había divertido, olvidándose por momentos de que no sabía nada de sí misma y tan solo disfrutando del recorrido.

—Gracias, por todo, Fionna.

—No tienes que agradecerme —le restó importancia.

—Yo... Siento no decirte mi nombre, es solo que… —desvió la mirada.

En un principio no planeó contarle, sin embargo, tal vez debería saberlo porque le había contado tantas cosas de su familia que le parecía que decirle era lo correcto.

Fionna no había dicho nada, respetaba su miedo y sus decisiones, eso la animó hablar.

—No sé cuál es mi nombre. Lo cierto es que no recuerdo nada de mí.

La abrazó. Fue tan repentino que no pudo evitar soltar una de las bolsas.

—No te preocupes por eso, puedes crearte otra vez.

—Eso espero.

Se separó de ella y sacó un collar que llevaba metido dentro de la blusa por lo cual apenas venía notando que se trataba de una hermosa cruz de plata con acabados de oro blanco.

Se la abrocho al cuello, sorprendiendo todavía más a la chica.

—¿Qué haces? Es tuya.

—Ya no, ahora te pertenece. Sé que Dios te ayudará a encontrar tu vida de nuevo.

—Muchas gracias, Fionna, acabas de conocerme y...

— ¡Hey! Eso no es importante, eres alguien que cae bien al instante —le sonrió —. Te veo mañana.

Se despidieron en la puerta y Fionna se marchó.

De repente se sintió la persona más afortunada, si bien no recordaba nada de su pasado, se había encontrado con dos personas maravillosas.

El padre Petrikov la esperaba en la puerta de su habitación, había colgado una cortina oscura de manera que no tuviera que cerrar la puerta para tener privacidad.

— ¿Te gustan los arreglos?

—Gracias —le dijo y le dio un abrazo igual al que había recibido unos minutos antes.

—No es nada. Ve a dormir, anda, mañana iremos al doctor para saber si lo tuyo tiene remedio.

Ella asintió y entró a la habitación mientras el cura se iba.

Acomodó todo en el pequeño guardarropa y se acostó, trató de dormir, pero al apagar la luz, la oscuridad era aterradora, sabía que no encontraría un monstruo si abría los ojos a mitad de la noche, pero por alguna razón, era igual que cuando cerró Simón la puerta esa mañana; estuvo en vela hasta que su cuerpo no lo soportó más.