Descargo: La novela "La pregunta de sus ojos" es de Eduardo Sacheri, los personajes de Harry Potter de JK Rowling, y aunque la trama relatada no me pertenecen-a pesar de modificarla casi a un cien por ciento-, desde ya, la adaptación es de mi deseo de convertirla en un Bellamione y trasladar cada escena al mundo mágico "Me voy a volver loca". Por la tanto, esta historia no se puede vender, reproducir, copiar o cualquier otro enganche para sacar rédito económico o de del que fuese.

Advertencia: Clasificación alta porque se trata de un caso policial. Mujer/Mujer.

Si no te agrada la temática, te perturba, te hace ruido la pareja escogida o te disgusta que se base en una novela, por favor busca algo que se apegue a tus ansias de lectura.

Dicho esto, a leer.

El secreto de sus ojos

Despedida

Bellatrix Black Rosier se detiene en seco y decide que no va. No va y punto. Al cuerno con todos. Aunque haya prometido lo contrario y aunque vengan preparando la despedida desde hace tres semanas y aunque hayan reservado la mesa para veintidós personas en el Caldero Chorreante y aunque Dawlish y Thicknesse hayan confirmado que se vienen desde el fin del mundo para celebrar la jubilación de la dinosauria.

Su gesto es tan abrupto que el hombre que viene caminando detrás de ella, por Charing Cross, casi se la lleva por delante y a duras penas logra esquivarla sorteando los adoquines desiguales de la calle principal. Bellatrix odia esas calles. Siempre ruidosas y abarrotadas de gente, parloteando. Siempre elegidas para las reuniones. Pero sabe que no va a extrañarlas a partir del lunes. Ni las calles ni tantas otras cosas de ese sitio que nunca ha sentido como suyo a pesar de los años.

No puede fallarles. Tiene que ir. Aunque sea porque Thicknesse que se viene expresamente desde Escocia, con todos sus achaques a cuestas. Y Dawlish otro tanto. Pero Bellatrix no quiere ir. Está segura de muy pocas cosas, pero esa es una de sus escasas certezas.

Se mira en la vidriera de una librería. Sesenta años. Mediana estatura. Canas visibles. El rostro ya no es como el de antes. El contorno de los ojos un poco arrugado y las líneas de expresión bastantes marcadas "Mierda", se ve obligada a concluir. Escruta el reflejo de sus propios ojos en el vidrio. Una novia que tuvo de joven solía burlarse de su manía de mirarse en las vidrieras. Ni a ella ni a ninguna de las otras mujeres que han pasado por su vida, Bellatrix ha llegado a confesarle la verdad: Su habito de mirarse en los espejos no tiene nada que ver ni con quererse ni con gustarse. Siempre ha sido ni más ni menos que otro intento de aprender a saber quién carajo es ella misma.

Pensar en eso la ha puesto más triste todavía. Camina de nuevo, como si el movimiento pudiese librarla de las esquirlas de esa nueva tristeza adicional, añadida. Se vigila de tanto en tanto en las vidrieras mientras avanza sin prisa por esa calle asfixiante. Ya divisa el cartel del Caldero Chorreante, cruzando la calle, treinta metros más, a mano izquierda. La hora es adecuada, deben estar casi todos. Ella misma ha despachado a los de su departamento a la una y veinte para no andar a las corridas. No están de turno hasta el mes que viene, y ya tienen acomodado el carro con las causas del turno anterior. Bellatrix está satisfecha. Son buenos compañeros. Trabajan bien. Aprenden rápido. El pensamiento siguiente es "voy a extrañarlos", y como Bellatrix no quiere dejarse arrastrar por la nostalgia vuelve a detenerse. Esta vez no hay nadie detrás para atropellarla: Los que vienen en su dirección tienen tiempo de sortear a esa mujer de mediana estatura, de largo vestido negro, botas y saco acorde que ahora se mira en el vidrio de una tienda de ropa de Quidditch.

Gira en redondo. No va. Definitivamente no va. Tal vez si se apresura puede alcanzarla solo a ella antes de que llegue a la despedida, porque se ha demorado terminando un ingreso a Azkabán de último minuto. No es la primera vez que se le ocurre la idea, pero si es la primera que consigue acopiar la módica valentía que necesita para intentar llevarla a cabo. O tal vez es simplemente lo otro, lo de quedarse a su propia despedida, es un infierno en el que no está dispuesta a arder. ¿Sentarse a la cabecera de la mesa? ¿Dawlish y Thicknesse a sus lados, formando el trío de momias venerables? ¿La clásica pregunta del miserable de Roth, esa de "me siguen como en las viejas épocas", para emborracharse hasta la médula, creyendo así que pide una autorización explícita de una acción inevitable? ¿Rubena preguntándole a medio mundo quien está dispuesto a compartir una porción de tarta de calabaza, para no salirse demasiado de la dieta que acaba de empezar el lunes pasado? ¿Lutt agarrándose meticulosamente una de esas borracheras melancólicas que lo llevan a abrazarse, entre mocos, con amigos, conocidos y no conocidos? Estas imágenes de pesadillas la hacen acelerar el paso.

Dobla en la primera calle a su derecha e ingresa a la confitería de la señora Socovath. Le pide, o mejor dicho, le implora poder usar la red Flu de la tienda. Un rápido destello y nuevamente se encuentra en la tan conocida acera de ingreso al ministerio. No lo duda. Baja rápidamente. Todavía no se han retirado los del registro de entrada. Se trepa al primer ascensor que tiene a tiro. No necesita anunciar su presencia. Solo murmurar: Segundo piso.

Avanza, a paso firme, haciendo ruido con las botas sobre las relucientes baldosas negras del pasillo hasta acercarse a la alta y angosta puerta de su despacho. Se detiene mentalmente en el posesivo "su". Sí, que tanto. Es suyo, y mucho más suyo que del secretario Weiss, o que de cualquiera que haya pasado por allí. Mientras abre la puerta el enorme manojo de llaves tintinea en el silencio del pasillo vacío. Cierra con cierta fuerza, para que la jefa de departamento se percate que alguien ha entrado en el despacho. Momento: ¿Por qué eso de la "jefa"? Porque lo es, claro, pero ¿por qué no Hermione? Porque no, justamente por eso. Ya bastante tiene con ir a pedir lo que está por pedir, como para sumarle el descalabro de saber que se lo tiene que pedir a Hermione y no simplemente a la Jefa del departamento.

Da golpecitos suaves y escucha decir "adelante". Cuando traspone la puerta, ella se sorprende y le pregunta que está haciendo todavía por aquí, qué como no está ya en el Caldero Chorreante. En realidad, le pregunta "¿qué estás haciendo por aquí?" y "¿cómo no estás ya en el Caldero Chorreante?", que no es lo mismo. Pero Bellatrix quiere evitar enmarañarse en la cuestión del tuteo o, más correctamente hablando, del voceo, porque esta también puede ser una fuente de turbación que hunda en el fracaso su propósito manifiesto de requerirle lo que sobre la calle Charing Cross ha decidido ir a solicitar. Y resulta descorazonador que delante de esa mujer surja semejante cantidad de turbaciones, pero Bellatrix se disciplina al extremo para concluir que sí o sí, definitiva, total y absolutamente, tiene que terminar de maquinarse como lo está haciendo, dejarse de estupideces y pedir de una vez por todas lo que ha ido a pedir. "La maquina". Suelta así sin preámbulos. Bruta, infeliz, animal. Nada de sutilezas preparatorias. Nada de sabes qué pasa, Hermione, que estuve pensando, que tal vez, que en una de esas, que podría ser, que qué te parece, o cualquiera de esas formas coloquiales que sobre abundan en el idioma y que sirven precisamente para evitar eso que Bellatrix ve en el rostro de Hermione, o de la Jefa, o de la jefa de departamento de operaciones mágicas especiales, esa perplejidad, ese quedarse sin responder por la sorpresa misma del arranque.

Bellatrix entiende qué, para variar, a metido la pata. De modo que vuelve al principio, y trata de responder lo que Hermione le ha preguntado sobre el almuerzo de despedida en el que se supone qué, a esa hora, están homenajeándola. Le habla de su temor a ponerse nostálgica, a terminar hablando de las mismas cosas de siempre con los mismos viejos de siempre, a hundirse en una melancolía patética, y, como todo eso se lo dice mirándola a los ojos, llega un momento en el que empieza a sentir que el estomago se le va cayendo hacia los intestinos, que un sudor frío le riega la piel y el corazón se le convierte en un redoblante. Como es una emoción tan profunda, tan vieja y tan inútil, Bellatrix sale disparada al otro extremo de la habitación para despegarse como sea de esos ojos castaños. Al final no tiene más alternativa que volver a su sitio, pero tiene el cuidado de quedarse de pie para no verla tan directamente por encima del escritorio y del expediente que ella tiene delante. Hermione sigue sus movimientos, sus miradas y las inflexiones de su voz con la tensión atentísima de siempre. Bellatrix se queda callada porque sabe que si sigue por ese camino terminará diciéndole cosas irreparables y justo a tiempo vuelve aquello de la máquina de escribir.

Le dice qué, aunque no tiene ni idea de que va hacer de ahora en adelante, tiene ganas de probar el viejo proyecto de escribir un libro. En cuanto lo dice, se siente una idiota. Vieja, dos veces separada, jubilada, con veleidades de escritora. Bathilda Bagshot de la quinta edad. La Rita Skeeter antes de formar parte del mundo de los ovíparos. Y encima esa chispa de súbito interés en los ojos de Hermione, mejor dicho la jefa, o preferentemente la jefa de departamento. Pero ya está perdida, de modo que agrega alguna referencia a sus ganas de probar, a esto de que es un proyecto antiguo, ahora que tendrá más tiempo, tal vez, por qué no. Y ahí entra en escena la maquina. Bellatrix se siente más cómoda porque por esa senda pisa un terreno más firme. "Imagínate, Hermione, no me voy a poner a mis años a aprender idiomas extranjeros, sabes. Y esa máquina la tengo incorporada en la punta de los dedos como si fueran una cuarta falange" {¿Cuarta falange?, pero ¿de dónde ha sacado semejante bobada?} "Ya sé que parece un tanque de guerra Muggle, con ese acero de cinco milímetros y ese color verde oliva y ese ruido de artillería en cada golpe de las teclas, pero estoy segura que sin ella no llegaré muy lejos. Y naturalmente se trataría de un préstamo, por supuesto, un par de meses, tres a lo sumo, porque tampoco estoy en condiciones de escribir un libro grueso, imagínate" {Está de nuevo, como siempre, burlándose de sí misma}. "Y por otra parte los chicos y chicas nuevas usan todos la ultima pluma del mercado, la extensible y la que termina las frases antes de que las digas en voz alta. La que tú también usas. Y en el estante de arriba de todo hay otras tres maquinas abandonadas, y en el peor de los casos me avisan y yo la traigo", dice Bellatrix, pero no puede seguir porque ella alza una mano y le dice "quédate tranquila, Bellatrix, llévala sin problemas, es lo menos que puedo hacer por ti", y Bellatrix traga saliva porque hay formas y formas de hablar y decir, no solo por las palabras, con ese "ti" al final que suena muy pero muy personal, sino que además hay tonos y tonos, y ese tono es el de ciertas ocasiones, ocasiones que Bellatrix tiene grabadas una por una con tajos de fiebre en el monótono horizonte de su soledad, por más que haya dedicado casi tantas noches a tratar de olvidarlas como las que ha invertido en recordarlas, y por eso finalmente se pone de pie, le da las gracias, le tiende la mano, acepta la mejilla fragante que ella le ofrece, cierra los ojos mientras roza su piel con los labios como hace siempre que tiene ocasión de darle un beso para concentrarse mejor en ese contacto inocente y culpable y sale casi corriendo hacia el despacho contiguo, levanta la maquina con dos ademanes rápidos y escapa sin mirar atrás por la estrecha puerta alta.

De nuevo recorre el pasillo, que ahora está más desierto que hace veinte minutos, baja en el ascensor, avanza por el pasillo hasta la salida, no sin antes saludar con un asentimiento a los custodios. Al llegar al resguardo que la separa del mundo Muggle, desaparece rápidamente. En un pestañar está de pie en el andén. "Por un segundo se imagina a Hermione, mejor dicho la jefa, explicándoles a los demás que la homenajeada se ha largado. No será tan grave. Están todos reunidos y con hambre".

Como es de esperarse, a esa hora la estación está repleta de magos. Se sube al tren con prisa. En los últimos vagones, los más cercanos al acceso, todos los asientos están ocupados, pero a partir del cuarto sobran los lugares. Se pregunta, como siempre, si los que se quedan de pie en los vagones de atrás lo hacen porque se bajan pronto, porque quieren estirar las piernas o porque son estúpidos. Igual agradece que lo hagan. Bellatrix quiere sentarse del lado de la ventanilla, del lado izquierdo para que no le moleste el sol de la tarde, y pensar en qué demonios va a hacer con su vida de ahí en adelante.


De verdad, y no miento, es lo más difícil que he hecho. No se compara con iniciar una historia salida de mi propia imaginación. Relatar un homicidio, un caso policial, trasladar leyes, protocolos, jefes, empleados, un sinfín de acciones al mundo mágico, más precisamente al ministerio de magia, me ha dejado la cabeza dando vueltas jaja. Tengo varios capítulos adelantados en la compu, pero antes de subirlos quiero ver la aceptación que recibe, si vale la pena seguirla y romperme las neuronas, o simplemente dejarla y hacer puchero.

Como siempre aclaro antes de comenzar algo. Los comentarios me gusta contestarlos. Lo haré al final del próximo capítulo, por orden y con una pequeña devolución.

Y para los que me siguen…ya saben que estoy bastante loca. Otra vez a la carga con un nuevo proyecto. No dejo de ahogarme en mi propio tanque de tierra jaja.

Como siempre, comente, expresen que les ha parecido este comienzo y abrazos.