Autora: Remula Black.

Advertencias: Muerte de Personajes – Sangre – asesinatos – y demás.

Disclaimer: Los personajes de Axis Powers/World Series Hetalia no me pertenecen, por derecho son propiedad de Hidekaz Himaruya.

Dedicatoria: Realmente no tengo un alguien específico a quien dedicarle esto. Así que este fic va para todos los que me leen, que me dejan Reviews, que me agregan a favoritos. A todos los que disfrutan de mis fics. Gracias por todo.

Notas: Este fic está completamente basado en el primer libro de la trilogía "Hunger Games", llamado en español "Los Juegos del Hambre". No está basado en la película.

Inspiración: El libro de los Juegos del Hambre y la canción "Safe and Sound" de Taylor Swift usada en la película del mismo nombre que el libro.

Parejas:err… es un tanto… ¿complicado? Prefiero dejarlo en suspenso, aunque una es obvia.

.

.

.

"Recuerdo las lágrimas cayendo por tu rostro cuando dije que "Nunca te dejaría ir"; cuando todas esas sombras casi destruyen tu luz. Recuerdo que dijiste "No me dejes aquí solo". Pero todo eso está muerto, se ha ido, y es pasado ésta noche..."

.

.

.

*Hunger Games*

.

~o~

.

PRIMERA PARTE

"Los Tributos"

.

~o~

.

Me levanto sobresaltado moviendo instintivamente mi cabeza hacia al lado mío, un suspiro sale de mis labios. Allí está. Mi hermano pequeño. Me obligo a volver a acostarme y tranquilizar los rápidos latidos de mi corazón. Solo fue un sueño, una pesadilla. Tendría que estar acostumbrado, pero en realidad no lo estoy.

Han pasado ocho años desde que padre a muerto, y a día de hoy, aún lo imagino dentro de esa enorme mina mientras los escombros caen encima suyo. Él intenta escapar, no obstante, es imposible. Luego todo se oscurece y un grito se escucha a lo lejos.

Arthur.

Mi nombre.


Horas más tarde vuelvo a abrir los ojos y me obligo a despertar. El sol aún no ha salido pero si no me apuro no llegaré al encuentro con Francis. Y tenemos un largo día por delante.

En especial yo. No pienso en mi padre, ni en caras llenas de escombros, sino en lo que tengo que traer para llenar el estómago a mi familia. Somos tres: Mi madre Alice, mi hermano Peter, y yo. Los tres vivimos en esta pequeña casa casi a las afueras de la parte rica del Distrito 12, limitando con el bosque.

Nuestra parte del Distrito 12, a la que solemos llamar la Veta, está siempre llena a estas horas de mineros del carbón que se dirigen al turno de la mañana. Hombres y mujeres de hombros caídos y nudillos hinchados, muchos de los cuales ya ni siquiera intentan limpiarse el polvo de carbón de las uñas rotas y las arrugas de sus rostros hundidos. Sin embargo, hoy las calles están inusualmente vacías. La mayoría debe de estar descansando todo lo posible antes de la cosecha. Si es que pueden, claro.

Abrigado como estoy camino unos cuantos metros hasta llegar al campo desastrado al que llaman la Pradera. Lo que separa a la Pradera de los bosques, y de hecho, de todo el Distrito 12, es una alta alambrada metálica con bucles de alambre de espino. Teóricamente, se supone que está electrificada las veinticuatro horas del día, para evitar que los depredadores como lobos, perros salvajes y otras cosas entren aquí. En realidad, con suerte, solo dos o tres horas tiene electricidad por la noche, así que no suele ser peligroso tocarla. Aún así, me acerco atento para comprobarlo, pero no escucho el zumbido característico que indica que la valla está cargada, solo el silencio. Voy hacia unos arbustos, me tumbo boca abajo y me arrastro por debajo de la tira de sesenta centímetros, suelta hace años.

En cuento estoy a salvo y entre los árboles, tomo un arco y carcaj de flechas que tenía escondidos en un tronco hueco. La alambrada ha hecho su trabajo pero dentro de los bosques los animales corren libremente de aquí para allá, además, existen otros peligros: serpientes venenosas, animales rabiosos. Sin embargo, también hay comida, si sabes cómo encontrarla. Mi padre lo sabía y me enseñó varias cosas antes de volar en pedazos en la explosión de las minas. Tenía diez años en ese entonces y sigo despertándome rogándole que corra por su vida.

Entrar en los bosques, ciertamente, es ilegal, y cazar furtivamente tiene el peor de los castigos. Sería más fácil con armas. Pero hay muy pocos valientes que se arriesgarían incluso si las tuvieran. Mi arco es una rareza, mi padre la diseñó por sí mismo, junto con otros similares que repartió alrededor del bosque. Podría haber ganado mucho dinero por ellos, no obstante, eso hubiera significado ser descubierto por los funcionarios del Gobierno, y lo hubieran ejecutado en público por incitar una rebelión. Casi todos los Agentes de la Paz ignoran lo poco que cazamos, ya que, necesitan tanto de la carne fresca como el resto. Honestamente, incluso son de nuestros mejores clientes al momento de venderla.

Al llegar el otoño es cuando unas pocas almas valientes se internan en los bosques para buscar comida, normalmente manzanas, aunque siempre estando atentos y estando lo bastante cerca para volver corriendo a la seguridad del Distrito 12 si hace falta.

El Distrito 12, donde puedes morir de hambre sin poner en peligro tu seguridad— murmuro, sabiendo que no puedo permitirme ese lujo. Miro a mi alrededor rápidamente porque sé que, incluso aquí, me preocupa que alguien me escuche.

Cuando era más pequeño mi madre solía asustarse con frecuencia por las cosas que decía sobre el Distrito y la gente que gobierna nuestro país, Panem, desde esa lejana ciudad llamada Capitolio. Al final, entendí que aquello solo iba a causarnos problemas, así que debí morderme la lengua y ponerme una máscara de indiferencia a todo. Trabajo en silencio, hago comentarios educados y superficiales, estudio para las clases y me limito a las conversaciones comerciales con el Quemador, el mercado negro donde gano todo mi dinero. Soy como un modelo perfecto de caballero, aunque por dentro sea en realidad la esencia misma de la rebeldía.

Llegando a un claro me espera la única persona con la que puedo ser yo mismo: Francis Bonnefoy. Noto como se me relajan los músculos y como mi cara esboza una sonrisa socarrona al momento de detener mis pasos justo enfrente suyo.

Hola Cejas.

Frunzo mi ceño disgustado por el apodo asiendo más notable lo que a él le gusta tanto señalar de mi apariencia: tengo unas cejas un tanto más grandes de lo normal. A mí me gustan, pero él, la primera vez que nos conocimos, creyó que tenía dos ardillas en la frente y me gritó: "¡Cuidado! ¡Tienes ardillas en tus cejas!" y de ahí quedó el sobrenombre. No es que me agrade mucho, pero supongo que va conmigo. Le doy un empujón de igual forma por simple costumbre y me pongo a su lado.

Cállate rana, y mejor dime que has conseguido hasta ahora.

Y lo levanta.

Y yo no puedo evitar reírme.

Francis sostiene bien alto una hogaza de pan clavada a una flecha. Pan de verdad, de la panadería, y no las barras planas y densas que hacemos con nuestras raciones de cereales. Lo agarro, le saco la flecha y lo llevo a mi nariz para aspirar la suave fragancia.

Todavía está caliente.

Eso es evidente, se sigue sintiendo tibio en mis manos. Solo que eso no me importa mucho en estos momentos, sino otra cosa.

¿Qué te ha costado?

Solo una ardilla. Al parecer, el anciano estaba un poco sentimental hoy, hasta me deseó buena suerte.

Bueno, es entendible, todos nos sentimos un poco más unidos hoy ¿no? — es mi respuesta mientras trato de no poner los ojos en blanco por su comentario. —Por cierto, Peter nos ha dejado queso.

Lo saco y él lo agarra y lo eleva a lo alto justo como hizo con el pan.

Gracias Peter— exclama, alegrándose por el regalo— nos daremos un verdadero festín. —de repente, se pone a imitar el acento del Capitolio y los ademanes de Feliks Lukasiewicz, el hombre extravagante y optimista hasta la demencia que viene una vez al año para leer los nombres de la cosecha— ¡Casi se me olvida! ¡Feliz Juegos del Hambre! Y que la suerte… — empieza, lanzándome una mora. La tomo con la boca y la muerdo dejando que la dulce acidez estalle en mi boca.

¡… esté siempre, siempre de su parte! — concluyo, siguiéndole el juego.

Ésta es la única opción que nos queda: bromear sobre el tema, porque la alternativa sería morirse del miedo. Además, el acento del Capitolio es tan deformado que casi todo suena gracioso cuando lo usas.

Observo a Francis cortar el pan y me fijo en sus rasgos. Bien podría hacerse pasar por mi hermano: cabello rubio ondulado, llegándole hasta los hombros, piel blanca y aceitunada. Lo único que no tenemos en común son los ojos, él azules, yo verdes. Casi todos por aquí tienen los mismos rasgos.

Por eso quizá sea que mi madre y mi hermano parecen tan fuera de lugar. Con sus cabellos dorados y sus ojos resplandeciendo de un celeste abrumador. No es como el nuestro, es más… sofisticado, supongo. Mi madre era hija de comerciantes, por lo tanto ella solía vivir en la parte rica del Distrito. Tenían una botica. Mi padre la conoció porque, gracias a que iba de caza, a veces recogía plantas medicinales y las llevaba para que las convirtieran en remedios. Ella tuvo que haberse enamorado de verdad para dejar su hogar y venir a meterse aquí, a la Veta. O por lo menos eso es lo que intento recordar cada vez que la veo en la casa, sentada, vacía e inaccesible, mientras sus hijos se convierten en huesos y piel. Intento perdonarla por mi padre, pero, para ser sincero, no soy de los que perdonan.

Francis unta el queso en la rodaja de pan y yo, mientras, recojo bayas de los arbustos. Nos ponemos a desayunar tranquilamente en un rincón en que nadie puede vernos, pero nosotros en cambio podemos ver todo el valle desde aquí. El día tiene un aspecto glorioso, de cielo azul y brisa fresca; la comida es perfecta también, y sabe delicioso. Todo sería realmente perfecto si realmente fuera un día para celebrar, si tan solo fuera un día común de caza con Francis, en el que pudiéramos vagar por ahí para cazar la cena de la noche. Sin embargo, no es así, tenemos que estar a las dos en punto para el sorteo de los nombres.

¿Sabes qué? podríamos hacerlo— pronuncia de pronto.

¿Qué cosa?

Dejar el Distrito, huir y vivir en el bosque. Tú y yo podríamos hacerlo. —Me quedo sin palabras unos instantes. No sé cómo responder, la idea es demasiado absurda. —Si no tuviésemos tantos niños— añadió rápidamente.

No son nuestros niños, pero es prácticamente lo mismo. Los dos hermanos pequeños de Francis, y Peter. Nuestras madres también entrarían en el mismo lote. ¿Cómo iban a poder sobrevivir sin nosotros? ¿Quién los alimentaría? Somos nosotros quienes los mantenemos vivos.

No quiero tener hijos— es lo que suelto finalmente.

Yo sí, si no viviera aquí.

Pero vives aquí— le recuerdo, irritado.

Olvídalo.

La conversación se acaba ahí y nos quedamos en un silencio incómodo. ¿Cómo puede llegar a pensar en huir? ¿Cómo iba a dejar a Peter, la única persona en el mundo a la que realmente estoy seguro de querer? Y Francis vive por su familia. No podemos irnos así que ¿para qué molestarse en hablar de ello?, mejor dejar las cosas como están.

¿Qué quieres hacer? —pregunto una vez hemos terminado la comida. Podemos cazar, pescar o recolectar.

Vamos a pescar en el lago, quizá encontremos algo bueno para la cena.

La cena, es cierto. Después de la cosecha, todos tienen que celebrarlo, y muchos realmente lo hacen, aliviados de ver que sus hijos se han salvado un año más. No obstante, de entre ellos, dos familias no lo harán, cerrarán sus ventanas y puertas, e intentarán buscar una forma de sobrevivir a las dolorosas semanas que les esperan.

Nos va bien y a última hora de la mañana tenemos una docena de peces, una bolsa de verduras, y lo mejor, un montón de fresas. Del fresal que descubrí hace un par de años. Pasamos por el Quemador dónde conseguimos fácilmente cambiar seis peces por pan y otros dos por un poco de sal. Otros mercaderes nos canjean las verduras por legumbres. Antes de regresar tomamos el camino hacia la casa del alcalde, le encantan las fresas, y es de los pocos que puede pagar por ellas. Golpeamos la puerta y al abrirse nos atiende su hija, Emma, una compañera de clase. Ella me cae bien, es reservada, no solemos hablar pero es bastante buena. Hoy lleva un vestido bastante caro de color blanco, y su rubio cabello recogido con un lazo rosa. Ropa de la cosecha.

Bonito vestido— comenta Francis dándole un beso a su mano y ofreciéndole una de sus tantas sonrisas coquetas.

Gracias, después de todo, tengo que estar bonita por si acabo en el Capitolio ¿no? — ahora ambos quedamos perplejos, ¿Lo dice en serio o está bromeando?

Tú no irás al Capitolio— le contesta mi amigo fijándose en el adorno que lleva en el vestido: es de oro puro, muy hermoso; serviría para dar de comer a una familia entera por varios meses— ¿Cuántas inscripciones puedes tener? ¿Cinco? Yo ya tenía seis con solo doce años.

No es culpa suya— intervengo antes de que pueda llegar a transformarse en una pelea.

No, no es culpa de nadie. Las cosas son como son— suelta Francis con una expresión inusualmente seria y su sonrisa completamente borrada. Le pagamos a Emma las fresas y procuramos salir pronto de allí. No me gusta que Francis ahora esté enojado con ella, pero tiene razón: el sistema de la cosecha es injusto, y los pobres se llevan la peor parte. Te conviertes en elegible para la cosecha al cumplir doce años; ese año, tu nombre entra una vez en el sorteo. A los trece, dos veces. Y así hasta que cumplas dieciocho, el último año para ser elegido. Este sistema incluye a todos los ciudadanos de los doce Distritos de Panem.

Sin embargo, hay gato encerrado. Digamos que eres pobre y te estás muriendo de hambre, como nos pasa a nosotros. Puedes añadir tu nombre, si lo deseas, más veces, a cambio de teselas. Cada tesela vale por un pequeño suministro anual de cereales y aceite para una persona. También puedes hacer ese intercambio por cada integrante de tu familia, que es el motivo por el cual cuando cumplí los doce, mi nombre entró cuatro veces en el sorteo. Una por ser lo mínimo, y las otras tres por mi madre, Peter y yo. Y lo he hecho todos los años próximos desde ese día. Las inscripciones son acumulativas, por lo que este año, con dieciséis, mi nombre entrará veinte veces. Francis tiene dieciocho, y lleva siete años alimentando a su familia, su nombre entrará cuarenta y dos veces este año.

No es difícil entender el porqué está enfadado con Emma, pues ella nunca ha corrido el peligro de necesitar una tesela. Sus probabilidades de salir elegida son muy reducidas en comparación con cualquiera de la Veta. No imposible pero si poco probable. Y aunque las reglas las estableció el Capitolio, es difícil no sentir resentimiento por aquellos que no tienen que pedirlas.

Francis es consciente que su rabia no debería ir contra ella. A veces, en el bosque, lo escucho despotricar sobre las teselas y que son solo otro instrumento para fomentar la miseria en el Distrito, una forma de sembrar odio entre los trabajadores hambrientos y los que no tienen problemas con eso. Mientras caminamos lo observo a la cara, todavía ardiendo bajo su expresión glacial. Su ira me parece inútil, ¿De qué sirve quejarse contra el Capitolio? No cambia nada, no hace que las cosas sean más justas ni nos llena el estómago. Al salir del bosque nos dividimos la comida y el dinero entre los dos.

Nos vemos a las dos en la plaza, rana— le digo en forma de despedida.

Ponte algo bonito— me responde, aún sin humor.

En casa encuentro a mi madre y Peter ya preparados para salir. Ambos llevan un vestido y un traje elegantes, respectivamente. Yo me dirijo dispuesto a darme un buen baño de agua caliente. Al salir me sorprendo de ver a mi madre sacando un encantador conjunto de camisa y pantalón blanco y negro para mí.

¿Estás segura? —cuestiono, intentado evitar rechazar su ayuda. Antes estaba enojado con ella por olvidarse de cuidarnos. Sin embargo, si sacó un atuendo de su pasado, se trata de algo especial.

Sí, y también quiero arreglarte yo misma.

Le dejo hacerlo y en un rato está listo y me coloca frente al espejo.

Estás bien— dice Peter y yo lo abrazo porque sé que en un par de horas será terrible para él. Es su primera cosecha, y aunque esté seguro ya que su nombre solo ha entrado una vez en la urna no le he dejado pedir tesela. Está preocupado por mí, y por que pase lo inimaginable.

Puedo proteger a Peter de todas las formas posibles, pero la cosecha es cuento aparte. Es imposible hacer nada contra ella.

Dejamos que pase el tiempo y almorzamos tratando de no angustiarnos de más. A las una en punto nos movemos hacia la plaza. La asistencia es obligatoria, por supuesto, a menos que estés al borde de la muerte, y los Agentes de la Paz se encargan de ello al vigilar casa por casa.

La gente entra en silencio y se acomoda. La cosecha también es la ocasión perfecta para que el Capitolio cuente la población, dividiéndonos por edades, los mayores al frente y los menores por detrás. Los familiares alrededor detrás de las cuerdas que delimitan el lugar. Hay otros por ahí, los que no tienen a nadie, que se la pasan apostando quienes serán los dos elegidos, de qué parte serán, la edad que tendrán, y demás.

Me encuentro de pie, entre un grupo de chicos de mi edad, nos intercambiamos escuetos saludos y esperamos. En frente se encuentra un escenario provisional construido por el Edificio de la Justicia. Allí hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas dónde están los nombres de todos los chicos y chicas de entre doce y dieciocho años. Sentados en dos de las tres sillas está el alcalde (el padre de Emma), y Feliks, el acompañante del Distrito 12, recién llegado del Capitolio, con su cabello rubio, y un vestido rosa bastante chillón. No sé porqué horrorizarme más: que lleve un vestido o que sea un fuerte rosa completamente femenino. Francis estaría ya queriéndose pegarse un tiro por tal horror a la moda.

Justo cuando da las doce, el alcalde sube al podio y comienza su discurso. El mismo de todos los años. Habla de la creación de Panem, el país levantado de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera las catástrofes ocurridas que dieron lugar a este lugar. Entonces llega a los Días Oscuros, la rebelión de los Distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce y destruyeron al decimotercero. El tratado de la Traición nos dio nuevas leyes para garantizar que nada de eso vuelva a ocurrir, y como recordatorio, crearon los Juegos del Hambre.

Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a dos chicos, sean un chico y una chica o dos del mismo sexo, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas: el que queda vivo, gana.

Tomar a los chicos de nuestros Distritos y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observamos, así nos recuerda el Capitolio que estamos completamente a su merced, y que las posibilidades de una rebelión son pocas. Dan igual las palabras que usen, el mensaje no deja duda "Miren como nos llevamos a sus hijos y los sacrificamos sin que puedan hacer nada al respecto. Si levantan un solo dedo, los destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13".

Y para que resulte aún más humillante y tortuoso: nos exigen que tratemos los Juegos del Hambre como una festividad, un acontecimiento deportivo. Al último atributo vivo se le recompensa con una vida fácil, y su Distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceite al distrito ganador durante todo un año, incluso algunos manjares, como azúcar, mientras el resto busca la forma de no morir de hambre.

Al terminar el discurso saca otro papel y lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores competiciones. En setenta y cuatro años hemos tenido dos, y solo uno sigue con vida: Gilbert Beilschmidt, un albino de ojos rojos que está borracho, y mucho. Feliks trata de salir del apretado abrazo que le está dando y corre hasta el podio tan alegre y vivaracho como siempre y saluda con su habitual:

¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de su parte!

Empieza a hablar sobre el honor que supone estar allí, aunque todos saben lo mucho que desea estar en otro Distrito, con ganadores de verdad, en vez de borrachos que te acosan delante de todo el país.

Localizo a Francis entre la multitud y me dirige una sonrisa divertida, por lo menos alguien se divierte con el espectáculo, o quizá simplemente se esté burlando del atuendo rosado. Pienso en Francis y sus cuarenta y dos papeletas, y en que quizá la suerte no esté de su parte, y pienso en mí y supongo que él también, porque se pone serio y aparta la vista.

"No te preocupes, hay miles de papeletas" quiero decirle, pero sé que no es tan fácil.

Ha llegado la hora del sorteo. Feliks se acerca a una de las urnas, mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento, y yo comienzo a sentir nauseas, y a desear desesperadamente que no sea yo. Que no sea yo, que no sea yo…

Feliks vuelve al podio y lee el nombre bien alto. En efecto, no soy yo.

Es Peter Kirkland.

.

.

.

Notas de Lu de su parte y de parte de Luni:

Bien, me tomó años pasar esto a limpio teniendo la cabeza metida en libros de historiografía, fotocopias de antropología, y como olvidar los horrorosos textos de pedagogía, aún no puedo sacarme de la cabeza la confusión que me provocaron las teorías de la educación… demasiados parciales y exámenes orales, a Mari –la autora, para quienes no lo saben- le fue mejor que a mí, ella aprobó todo, yo tengo que mejorar en Lengua y Comunicación… bueno, cada quien tiene su debilidad.

Ahora se preguntarán, ¿Por qué decidí pasar y subir este nuevo fic en vez de traerlas un capítulo de los fics que ella ya tiene? La respuesta es sencilla: ¡Porque ella no deja de joderme con esa maldita trilogía de los "Juegos del Hambre"!, lo juro, vuelve a mencionar algo y soy capaz de tirarle sus queridos tenedor y cuchillo por la boca hasta atragantarse… mmm… aunque con los reflejos que tiene, seguro logra traspasarme el estómago con su hacha antes de lograr tocar su piel. ¡Mierda! ¿Ven lo que pienso por su culpa? ¡Hasta ya tengo ideas asesinas! Ella ya ha escrito como cuatro capítulos de esto, y cada uno está más bueno, siéndole bastante o muy fiel, mejor dicho, al libro, sacó varias partes del mismo, y quiere que se mantenga ese patrón, cambiaria leves cosas, tanto en personalidad como en trama. Una de esas son los tributos: en realidad son un tributo varón y un tributo mujer, pero ella no quería cambiarle de sexo a Arthur, quería que se mantuviera como siempre, así que le cambió y obtuvieron eso.

Quizá algunos hayan visto la película y sepan de que va todo esto, sin embargo permítanme aclararles que esto ella lo hizo en base al primer libro de la trilogía, no la película. De hecho, ninguna de las dos ha visto por ahora la película, no la conseguimos en buena calidad, así que estamos esperando. Mientras el libro es su eterna guía.

Espero que les guste y que sigan leyendo, trataré de traerles el capítulo dos pronto, o un nuevo capítulo de otro fic, apenas me deshaga de los exámenes y tenga un tiempito libre. Tengan paciencia de santos, porque los exámenes requieren cabeza. Mari la tiene, yo veré como quitarle un poco de su cerebro para aumentar la mía.

Nos vemos y esperamos todo tipo de críticas constructivas o cualquier cosa que se les ocurra. Ella especialmente pide que digan lo que piensan, porque le gusta leer lo que ponen mientras estamos en clase –en especial en antropología teórico, nuestro profesor se va tanto de las ramas que te da tiempo de ir al supermercado, comprar algo, esperar en la fila, volver y esperar otros par de minutos hasta que vuelva al mismo hilo de ideas – es hasta gracioso verlo.

Bien, cuídense, duerman bien y den gracias a que este mundo no existe en la vida real (?)

Y como bien dice ella: Bye, Bye!