Malinalli Juego limpio


Los personajes de Candy Candy son propiedad de Mizuki e Igarasshi, TOEI Animation, Tokio 1976, usados en este fic sin fines de lucro.

Prólogo

La única realidad era que cada vez era más difícil despertar en soledad. Su agitada respiración se lo gritaba una y mil veces. ¿Era eso una obsesión? ¿Su vida podía enredarse más de lo que estaba?

Últimamente no lograba concentrarse en su trabajo, su recuerdo lo perseguía. A veces, el guapo muchacho, con la finalidad de tener más tiempo para pensar, prefería caminar hasta su trabajo desde su departamento; ¿pero se estaba volviendo loco? Constantemente sentía que ella lo seguía, era tal su seguridad que se giraba totalmente para descubrirla, pero nada, siempre tenía que volver a su caminata decepcionado por no encontrar entre los transeúntes nada más que los paparazzi de siempre.

-¡Qué aburrida es mi vida! – se dijo –. No entiendo cómo se toman el tiempo para seguirme.

Y es que su vida estaba hecha: Teatro, compromiso y pérdida.

En realidad no estaba seguro de haberla perdido. En las noches la veía esperando por él en el ventana, por las mañanas lo despedía con un beso, le hacía el amor cada vez que él lo deseaba y se enredaba con ella en sus discusiones llenas de flirteo.

Lo único que no encajaba era esa soledad que se había convertido en su constante compañera.

¿Entonces? ¿Era su vida un sueño? – Terry no encontró la respuesta – ¿O era una pesadilla? – probablemente esa era la palabra adecuada para describir su realidad. Ahí… ahí donde todos creían que solo abundaba la felicidad había un enorme vacío que se había formado porque ellos eligieron un Juego Limpio.

Capítulo 1

Es fácil

Terry estaba seguro de que ya no había muchas razones para seguir luchando en contra de lo que sentía. Durante los últimos tres años se había dedicado a mentirse – esa era su nueva conclusión – tratando de olvidarse de cierta jovencita pecosa y rubia que se había convertido en la única amiga que hasta el momento había tenido. De hecho, tal situación lo había en ocasiones desequilibrado al grado que se preguntaba si ella realmente había existido, si en verdad la había conocido, si sus ojos de esmeralda alguna vez habían iluminado sus días y si su risa había alegrado sus oídos.

Las cartas intercambiadas, la armónica y un anillo de compromiso que jamás llegó a adornar el dedo de la chica de sus sueños eran pruebas fehacientes de que ella no era un espejismo. Era tan real como el amor que aún sentía por ella. Tan solo tenían dieciséis años cuando se separaron, pero ahora, a sus casi veinte años, el mismo amor había perdurado más allá del tiempo y la distancia.

Si ella era parte de él, si ella se había metido en su interior como su alma gemela, si la buscaba incansablemente en sus no pocas noches de insomnio, si había sobrevivido en la espera de una señal, aunque fuera mínima; aún más: Si todo su cuerpo le reclamaba su presencia, si su piel se erizaba ante su recuerdo, si era incapaz de controlar sus hormonas cuando la silueta femenina aparecía en sus recuerdos, si sus labios se negaban a pronunciar su nombre por temor a profanarlo, ¿cómo es que había creído que podía desecharla?, ¿cómo había sido capaz de creer semejante estupidez?. El muchacho suspiró profundo tendido en el pasto del patio trasero de su nueva residencia.

Esa tarde era su primer día libre después de arduo trabajo para llegar a la cima de su carrera como actor. Al regresar de su lúgubre escape, Terry se había propuesto ser fiel a la promesa que le había hecho a Candy y trataba con todas sus fuerzas de cumplir con su palabra de matrimonio empeñada a una chica por la que no sentía nada más allá de agradecimiento. Quizás estaba fuera de época, pero así había sido educado y él quería honrar lo que sentía que era lo correcto. Su plan era abrirle su corazón al la ex actriz, forzarlo, tratar de enamorarse de ella, pero era un hecho: El corazón no es un esclavo al que puedes darle órdenes; aún con todo su esfuerzo y con las cualidades que su prometida pudiese tener, Terry no podía obligarse a amarla.

Afortunadamente había tenido un respiro porque su compañía había estado de gira por el país y recién habían llegado para ofrecer al público neoyorquino una última presentación durante la noche anterior.

Ya no era el actor debutante que corría por los periódicos para revisar las críticas, estaba seguro de que serían favorables para él, así que podrían esperar un poco. Por ahora quería disfrutar del recuerdo que hacía que se reencontrara con sí mismo.

Enfundado en unos jeans y un suéter blanco, a Terry no le importó que las hojas del otoño pudieran quedar atrapadas en los hilos de su atuendo, así que entrelazó sus manos detrás de su cuello y cerró sus ojos permitiendo que el delicado sol matutino bañara su faz. La calidez de los rayos pronto dio color a sus mejillas. Su perfecto perfil delineado suavemente por la mezcla de las sombras de los árboles y los rayos solares dieron al chico una visión de un dios descansando en sus dominios. Por primera vez una sonrisa se dibujó cuando se transportó a sus tiempos colegiales. Solo tenía que cruzar una pierna sobre su rodilla doblada para terminar de relajarse; instintivamente, el chico extrajo su vieja armónica, abrió los ojos pero el sol lo obligó a entrecerrarlos; de cualquier forma, con solo tocarla era suficiente; habían pasado un par de años desde la última vez que se atrevió a arrancarle una melodía, así que solo se conformaba con acariciarla.

Ahora lo tenía casi todo: Era el actor mejor pagado de Broadway, la figura triunfadora de su madre ya no lo opacaba, había dejado de ser referido como el hijo de Eleonor porque finalmente los tabloides se referían a la actriz como "La madre de Terrence Grandchester"; recién había adquirido una maravillosa propiedad en New

Jersey, y estaba a punto de empezar a amueblarla. La relación con su padre era mejor cada día y su abuelo lo había convencido de que aceptara ser el heredero del título del ducado.

El joven no pudo evitar sonreír al recordar su último viaje relámpago a Londres, y es que la expresión en la cara de la duquesa al verlo aparecer había sido digna de un cómic barato.

-Jamás imaginó que mi padre realmente me amara, pero no la culpo, el primer sorprendido fui yo – su voz varonil se escuchó como una acaricia –. Si tan solo Candy me hubiera amado la mitad de lo que yo la amé – hizo una abrupta pausa –. ¡Basta de pensar en ella! Ya es demasiado tiempo mal invertido.

La imagen de Candice White era una completa confusión en el guapísimo aristócrata. En ocasiones defendería su recuerdo aún contra sí mismo, la idolatraría, la desearía, le haría el amor en sus sueños incluso, y en otras ocasiones, la odiaría y la rechazaría totalmente. Aunque en el fondo, no sabía cómo es que había logrado sobrevivir tanto tiempo sin saber nada de ella; esos arranques de desprecio eran tan solo una parodia de su compungido corazón y eso lo sabía perfectamente: Candy era su complemento, su otra mitad; lo único que podía conducirlo a un éxtasis tal que podía olvidarse de sí mismo ¿hasta cuándo seguiría mintiéndose? ¿no acababa de concluir que ya no lucharía más contra ese sentimiento? Terry suspiró exasperado, los haces de luz que encontraban camino entre las copas de los árboles habían abandonado su rostro y Terry podía verlos entre las partículas suspendidas en el aire.

-Quizás si yo también pudiera abrirme paso hasta ella… - se dijo – ¡maldita sea Terry, te vas a volver loco!

El joven pensó que quizás sería bueno dejar su recuerdo, pero no quería, el solo recordar esas pecas incontables y esa nariz levantándose altanera lograba que su estómago sintiera un delicado cosquilleo.

-Es fácil Terry – se dijo – tan solo tienes que pensar en otra cosa.

-¡No! Lo que es fácil es recordarla.

-Bueno, pero si te distraes, seguramente ella desaparecería por el momento.

-Sí claro, ¿cuántas veces has empezado a leer un nuevo libro y no has terminado siquiera un párrafo?

-Si no lo intentas seguirás aquí tirado en el pasto pensando en alguien que quizás ya no recuerde ni tu nombre.

-¡No lo creo! ¡Eso no es posible! Yo sé que ella me quiso, ella me amó.

-Si te amó o no, eso no es importante, de cualquier forma es pasado.

-Quise decir… me ama.

-Ya no te mientas Terry, ¡vamos levántante!

-No quiero. Me gusta pensar en ella, me gusta sentirla, me gusta olerla…

-¡JaJaJa! ¡Estamos locos! ¿Sentirla, olerla? ¿De casualidad no sueñas también que puedes volar? – se mofó de sí mismo –. Olvídate de lo que sentías cuando estabas con ella, olvida todo lo que sucedió, deja de pensarla a cada minuto. Es fácil.

-No. No es fácil. No puedes olvidarla. No puedes olvidar lo que les sucedió. No puedes seguir por la tangente.

Las voces en su cabeza lo desquiciaban aparentemente. Terry sabía que tenía que controlarse si no quería sumirse en la locura. Además ya lo había decidido: Estaba enamorado de Candice White Andrew, ella era lo único que le daba significado a su vida; no importaban los tres años que habían pasado sin verla, sin olerla, sin tenerla, sin reír a su lado, sin saber de ella; lo único que importaba era, que por estúpido y loco que sonara, ella seguía allí, a su lado; él podía sentirla, él podía saber, así como estaba seguro de que la noche precede al día, así sabía que ella estaba con él ¿podía ella sentir sus absurdas confusiones?

Estaba seguro de que tenía que hacer algo que lo mantuviera ocupado aunque su recuerdo se levantara constantemente en su memoria, él tenía que distraerse si no quería terminar en un hospital psiquiátrico hablando con un tarzán imaginario de coletas y pecas.

Por eso estaba ahí. Aún no había contratado servidumbre y la única pieza habitable era su recámara, aunque había acondicionado vagamente la cocina para poder cocinar de vez en cuando. Tenía el interés de darle vida a su hogar, tenía que ser algo especial, debía ser un hogar que le brindara un poco de calor, un lugar en donde él pudiera perderse en sus memorias y en sus sueños.

El muchacho miró la armónica que había estado sujetando en su mano. Se levantó lentamente, luego dirigió su vista hacia el enorme jardín cuyo fondo no lograba vislumbrar. No deseaba estar en el pasado más allá de lo que fuera sano. Quizás debería hacer traer algunas orquídeas negras de Belice, o algunos tulipanes de Holanda, algo que trajera a su "guarida" como la llamaba, una personalidad propia y única.

Gustaba de las orquídeas negras porque eran como él: Misteriosas, elegantes, fuertes y gustaba de los tulipanes porque eran como ella… multifacéticos, vibrantes, con vida y destellantes.

El chico arqueó su ceja y empezó a caminar; quería llegar hasta el final para medir y tener una idea de la cantidad de flores que debía comprar para la zona del jardín. Sabía que la propiedad había sido de un hombre de raíces latinas que había hecho sembrar maderas preciosas del bosque tropical, y alguno que otro árbol de mango; eso lo entusiasmaba, no tenía que seguir trepando pinos, podía aprender a escalar árboles de copas extensas árboles que no eran propios de los ecosistemas que conocía, que necesitaban un cuidado especial; de pronto se compenetró con esos árboles que estaban fuera de lugar pero que con cuidados, habían logrado permanecer.

-Si la señorita tarzán pudiera algún día subirse a alguno de estos cedros – dijo mirando hacia arriba a una de las pocas coníferas del lugar – estoy seguro de que respiraría profundo para aspirar su aroma – el joven continuó su camino para descubrir algunas ceibas, caobas y finalmente, el maravilloso y enorme tronco de un árbol de mango situado justo al centro del jardín como señoreando el lugar. No estaba seguro de que el árbol pudiera dar fruto en tal clima, pero si había logrado crecer, probablemente también podría darle un fruto.

Sus ojos brillaron con la idea de treparlo, este árbol era mucho más bondadoso que un pino, el muchacho brincó de rama en rama hasta la parte más alta de la copa del árbol desde ahí descubrió algo que no había visto la primera vez que visitó el lugar.

-Una trepadora – exclamó – ¡Lianas!

Hasta ese punto el antiguo dueño había amado sus orígenes. Había hecho traer algunas trepadoras también.

Para este momento Terry Grandchester ya no sabía si reír o llorar. Irremediablemente su mente hizo un nuevo viaje para ver volar a Candice de árbol en árbol.

-¡Ahora no necesitaría sogas! – rió por lo bajo –. Quisiera que ella pudiera ver esto. Pero no solo quisiera que ella lo viera, quisiera poder compartirlo con ella.

Hubo un pequeño nudo en su garganta que lo obligó a tragar saliva y nuevamente extrajo la armónica, reposó sobre un tronco y por primera vez después de años, se entregó al placer de tocar una melodía. La melancolía inundó el lugar, las hojas se mecieron por el viento acompasadas por la música, el sol no podía penetrar el espeso follaje del bosque prácticamente artificial, y él más que nunca tenía frío. Un frío comparable solo al frío del sepulcro, un frío que calaba hasta sus huesos, un frío solo producto de su absurda soledad.

-¿Por qué mentirme? – pensó – si ella estuviera aquí, el frío neoyorquino pasaría de largo.

Se detuvo a meditar por un momento. Necesitaba el valor para decirle a Susana sus planes. Un escalofrío lo recorrió al tal grado que lo sacudió por el pensamiento de su prometida.

-Susana – como si el instrumento lo quemara, Terry lo separó de sus labios –. No. Ahora no quiero pensar en ella – se resistió –, tengo frío, necesito el calor de Candy, es fácil si cierro los ojos.


De mi escritorio: ¡¡Hola chicas!! Bueno, aquí estoy con una nueva historia. Es para celebrar el cumple de Terry, no es un minific, así que no lo terminaré para su cumpleaños, y tendré que irme un poco lenta porque estoy en medio de dos proyectos personales que requieren toda mi atención.

Estaba indecisa con el título porque ya lo había llamado de otra manera, pero este me gustó más para el tipo de historia que viene. Espero que lo disfruten. Está dedicado a todas mis amigas terrytanas que no andan nada mal y le entregaron su corazoncito al maravilloso duque. Creo que no les molestará compartirlo entre todas.

Chicas muchas gracias por todo su apoyo, espero que les guste esta idea loca y quiero desearles un feliz año también.

Malinalli, Enero 2010.

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