Como lo prometido es deuda traigo a ustedes esta segunda parte de Viva la Vida titulado : Viva el Amor.

Es la continuación de aquella historia que gustó a muchos y enganchó a otros. Me llegaron peticiones de una secuela y espero que les guste. Habrá dramas, personajes nuevos y un montón de sorpresas más. Espero que disfruten esto que hago con mucho cariño para ustedes. Gracias por apoyar el proyecto Viva la Vida y les dejo con Viva el Amor. !Disfrutenlo!


Se sintió como si despertara del mismo sueño repetitivo. Como si noche tras noche soñara una y otra vez la misma cosa, más al verse a sí mismo reflejado en el espejo de a lado notaba siempre había algo diferente. Su cabello un poco más largo o alguna marca curiosa, ojeras inexplicables o los ojos rojos e hinchados. No importa cuántas veces olvidara lo que había pasado el día anterior o cuantas cosas nuevas hubiera en su cuerpo, todas las mañanas a su lado estaba él. Giró el rostro y observó al pelirrojo de quien, aunque no supiera su nombre, parecía estar siempre pendiente, siempre cuidándolo, siempre evitando que cometiera una estupidez.

Y es que nadie entendía en su totalidad los sentimientos de Kuroko Tetsuya. La frustración de olvidar fragmentos de su vida que sabía eran relevantes, tratar de recordar y reaccionar con un sudor en la frente y unas punzadas en el puente de la nariz. Sabía que ese chico era especial y sabía que esa casa pertenecía a ambos pero cada día que pasaba, cada momento en que él buscaba recordar su nombre o el cómo se conocieron para Kuroko era una tortura, un martirio mental, una laguna en la que se ahogaba.

Fue hace cuatro años en que eso empezó a pasar, secuelas incurables de una cirugía que le salvó la vida pero que le hizo vivir el infierno de no poder retener recuerdos o que estos fueran borrosos, inciertos y desacomodados como piezas de rompecabezas en su mente. Kagami lo sabía, sentía que aquello le estaba matando pero no debía desistir porque aun cuando no le recordase, aun cuando no supiera quien era, podía ver en los ojos de Kuroko ese amor que le tenía, ese mismo que les unía.

Caminó tocando el frio piso con sus pies y abrió las cortinas de la habitación viendo un nuevo amanecer. Mientras el calendario marcaba un día muy alejado al que recordaba estar y el paisaje fuera de su pieza había variado desde la última vez, mientras notaba que sus vecinos ahora eran desconocidos y que las flores del costado de su casa eran más hermosas, empezó a ser inundado por ese miedo de ver desconocido un mundo que lo sabía todo de él. Retrocedió unos pasos tembloroso, su respiración agitada, su cabeza doliente y volviendo a tener la sensación del frio en sus pies pero la calidez de un abrazo que le detuvo.

Su espalda chocó con el pecho de ese chico, sus brazos, un poco más morenos que su propia piel, le rodearon por la cintura deteniendo su andar. Escuchó la respiración del pelirrojo, sintió ese aroma que movía tanto en él y ese rose de su cuerpo que le ponía la piel de gallina.

—Kuroko ¿Estás bien? —preguntó al peliceleste quien ladeó un poco la cabeza, alzó la vista y se encontró al adormilado hombre detrás. Notó los detalles de sus facciones duras y esa pequeña barba que amenazaba con crecer más si no hacía algo pronto. Se clavó en esos orbes como el fuego mismo y en esas curiosas cejas partidas que tenía.

No podía, solo no podía recordarle pero sabía que su lugar estaba ahí.

—No es nada…—respondió el peliceleste tallándose un ojo del cual una lagrima amenazaba con salir. Aun en su inexpresividad cuando Kuroko se sentía frustrado Kagami podía leerlo, saberlo fácilmente puesto que esa clase de reacciones, desde que había sido víctima de las secuelas de la cirugía, habían sido más frecuentes.

Estuvo apenas un minuto en aquella posición y el celeste rompió el contacto separándose un poco. Suspiró frotándose un par de veces los brazos e intentando lucir lo más natural que pudo miró a Kagami de lado, rehuyó a su mirada y emitió suavemente.

—Hace algo de frio, voy …a preparar café —y sin esperar respuesta salió a paso pausado de la habitación cerrando la puerta detrás de él dejando con una sensación de desasosiego al pelirrojo.

Las cosas no eran fáciles, la vida en si no lo es pero hay personas que se la viven sube y baja existencial.

Valía la pena seguir luchando, seguir junto a él pues Kagami Taiga, mirando esa vieja fotografía de ellos dos juntos, entendía que no podía concebir la vida en otro lugar que no fuera a lado de Kuroko Tetsuya. Sonrió tallando sus cabellos y decidió seguirle, un nuevo día, una nueva forma de enamorar a su olvidadizo novio.


—Kazuto….ven —se escuchaban unos adorables pasos correr de un lado a otro mientras un pelinegro mostraba frustración al no poder atrapar a tan escurridiza criatura.

—Tch… ese mocoso sabe cómo huir de nosotros —a su lado un peliblanco se tallaba la sien y se puso totalmente alerta por si llegaba a escucharle— ¡Ya te vi!

Haizaki corrió por el pasillo hasta salir directo a la sala pero un lazo estirado en el suelo le hizo caer contra el alfombrado. Cayó totalmente en la trampa del pequeño Takao Kazuto. El niño mostró la lengua a su intento de captor mientras veía la proximidad de un enfadado Nijimura. Sacó su pistola de agua y disparó al objetivo retrocediendo.

—Mocoso…. ¡Ven acá! —el niño dio un salto y cuando giró para huir se topó con Midorima

—¡Papá!...—empalideció un poco al ser descubierto en sus travesuras, esas mismas que Papá Midorima odiaba que hiciera. Este le miró opresivo y el pobre pequeño solo pudo hacerse aún más chico ante el aura destructiva que emanaba el peliverde.

—¿Shin-chan? ¿Pasó algo? —detrás de él apareció uno de sus salvadores, Takao. El pequeño pelinegro pasó de largo de Midorima y fue hacia su otro padre para que lo cargase. —¡Hey! ¡Kazuto! ¿Cómo te la pasaste?

—Muy bien, papi —dijo el niño mientras permitía que el pelinegro le cargara y lo abrazó dándole un amistoso beso en la mejilla —estuve jugando con mis padrinos.

—¿Jugando? Ese niño nos torturaba —se quejó Haizaki aun en el suelo mientras Nijimura suspiraba.

—¿Te has portado mal nuevamente? ¿Qué te ha dicho papá? —dijo Takao mirándole mientras fingía enojo y el pequeño Kazuto rechistó bajando la mirada.

—Vayamos a casa. Lamento las molestias —dijo Midorima haciendo una pequeña reverencia a Nijimura y Haizaki.

—No es ninguna molestia, estoy de vacaciones y está bien que pasemos tiempo con nuestro ahijado—cuando Haizaki iba a quejarse el pelinegro le tapó la boca rápidamente — espero que pronto nos visite nuevamente.

—Nos vemos padrinos —dijo el pequeño demonio despidiéndose de ellos muy animado y tras retirarse la casa se quedó en un silencio sepulcral. Nijimura se tiró al sillón agotado, a su lado Haizaki. Solo permanecieron un momento viendo a la nada, a un punto muerto y las manos del pelinegro entrelazaron las del albino.

—Esto se queda muy tranquilo sin él ¿No crees? —Haizaki no respondió a ello, era cierto. Kazuto les visitaba continuamente y aun cuando era un caos estar tras de él, gritarle, corretearlo esperando que no se lastimase cuando el niño partía siempre se sentía una especie de vacío. Aun sin su consentimiento el azabache jaló el cuerpo de su pareja hacia él y lo rodeó con un brazo, Haizaki no se resistió, solo se quedó ahí dejándose del otro.

Ya habían pasado cuatro años desde que Nijimura disolvió su matrimonio, desde que había decidido confesar sus sentimientos a Haizaki y habían construido una vida juntos fuera de la fortuna del tirano padre del pelinegro. En el camino habían pasado por tantas cosas desde haber tenido bajo su cuidado a un hijo ajeno, perder a una persona especial, el divorcio y desacuerdo de todos ante su relación. Ahora todo parecía con un tanto de calma, ahora las cosas estaban menos tensas pero aun había cabos por atar.

Haizaki lo sabía, desde que vio a Nijimura cargar por primera vez a Kazuto aquel día que se lo entregaron lo supo: Él tenía deseos de ser padre. Alguna vez lo había logrado, recordarlo era terrible pues ahora su pequeño Shun descansaba en aquella lapida. Desde entonces no comentaron el tema pero lo veía en sus ojos y era algo que él no le podía ofrecer.

—¿Quieres uno? —preguntó sin mirarle. Nijimura alzó una ceja.

—¿Un qué? —cuestionó.

—Un hijo…—no hubo respuesta, solo una pregunta que se disolvió en el aire mientras las cortinas de la habitación ondeaban. Las palabras se perdieron, solo quedó al final un Haizaki con un nudo en la garganta, uno que le dolía experimentar, que le hacía sentir patético y furioso consigo mismo por querer siquiera cumplir el deseo de alguien más…iracundo por no poder hacerlo.

En el vehículo camino a casa las cosas iban tranquilas. La vida de la familia Midorima iba muy bien, sorpresivamente bien. Takao y el peliverde pese a diferir en muchas cosas sobrellevaban las cosas, habían superado obstáculos y ahora habían asentado un hogar junto al pequeño Kazuto quien lucía taciturno repentinamente. Takao miró con preocupación al pequeño y se giró en el asiento mientras Midorima seguía conduciendo.

—Kazu-chan ¿Pasó algo? —cuestionó su padre mientras el niño negaba con la cabeza. Midorima miraba al chico por el espejo, era raro que estuviese tan tranquilo pues comúnmente iba saltando y pidiendo helado o juguetes o contando sin parar las cosas que había hecho con sus padrinos.— Kazu-chan…

—Papi….—el niño no dejaba de ver la ventana y emitió suavemente— ¿Cuándo voy a conocer a mamá?

El silencio reinó en el vehículo por un momento, sabían que ese día llegaría pero no tan pronto. Takao contuvo un momento el aire apretando los labios y sonrió de la mejor forma que pudo mientras Midorima buscaba la manera más clara para decirle a su hijo lo ocurrido. No había ensayado un libreto, ni siquiera habían estipulado que decir cuando preguntase por ella.

—¿Por qué quieres saber de ella, hijo? —preguntó Midorima. Kazuto solo alzó los hombros con un pequeño puchero.

—Es que todos tienen una y yo no… ¿Por qué tengo dos papas? —los miró a ambos. Takao volvió a sonreír y susurró.

—Eres un niño muy especial Kazu-chan por eso fuiste bendecido con dos papis. —dijo buscando animar a su hijo—también tienes una mami pero a ella no la podemos ver.

—¿Eh? ¿Por qué? ¿Cómo es ella? —preguntó animado al saber la gran noticia. Hablar de su hermana era difícil para Takao aun en esos momentos, ella había fallecido tiempo atrás cuando Kazuto nació.

—Es preciosa… es un ángel y siempre está cuidándote … —el niño se sintió emocionado y esperanzado al saber que su mamá era un asombroso ángel que le cuidaba y protegía. Era un niño afortunado, su mamá era grandiosa y ahora tenía dos padres.

—¡Fantástico! —Midorima se sintió aliviado ante los mohines y risas de Kazuto. Era totalmente de la sangre de Takao y no podía sentirse más bendecido por esa familia que tenía. Solo esperó que el día que tuvieran que decirle a su hijo la cruda realidad de lo que es la muerte y el dolor de perder no llegase pronto.


—Con cuidado…—dijo el castaño guiando el andar de un pelinegro por la sala. El chico empezó a reír suavemente, después de cuatro años Sakurai seguía cuidándole de esa manera a pesar de haber ya memorizado todo el apartamento de arriba abajo. —…lo siento es solo que...

—Descuida Ryou. Gracias por cuidarme…—dijo tocando al fin la barra de la cocina y moviendo una silla para tomar asiento. El castaño suspiró más en calma y cuando giró sobre sus pies para retornar a preparar la comida la voz del chico le detuvo —Espera…ven un momento…

El castaño parpadeó confuso y caminó hacia Himuro quien extendía su mano para alcanzarle. Sakurai la tomó y el pelinegro le jaló un poco hacia donde él estaba. Conocía perfectamente al castaño a pesar de no haberle visto lo suficiente recordaba como era su rostro, sus ojos, su boca, su nariz. Recordaba la forma de sus cejas, el color de su piel y su cabello. Le tomó de la mejilla, lo aproximó y robó un beso suave que hizo que el corazón de Sakurai latiera con fuerza, con la misma intensidad que latía cuando se descubrió amándolo.

Mucho tuvo que pasar para aceptar ese sentimiento, en realidad para quienes supieran la historia no había un sentido pero para ellos lo había. Los sacrificios, las tristezas y las penas que Himuro tuvo que pasar para expiar su pecado fueron demasiadas. La lucha, el crecimiento y la aceptación fueron una batalla incansable en la que el pelinegro solo perdía víctima de sus propios sentimientos y aun obteniendo el perdón y amor de Sakurai a veces se sentía como una persona ruin y despreciable que había osado lastimar a quien amaba.

Cuando lo recordaba Himuro se llenaba de pensamientos de no merecer tanto, su porte se tornaba frio y se reprochaba haber hecho aquellos actos contra el chico. Suspiraba cansado de lastimarse a sí mismo con el recuerdo y era en ese momento cuando el castaño lo abrazaba con fuerza, hundía su rostro en el pecho de Himuro y aspiraba el aroma tan dulce y sutil que emanaba. Himuro había hecho mal como había hecho bien ¿No es de humanos errar?. En su bondad Sakurai le había perdonado todo y le había implorado una vida juntos, vida que se sentía afortunado de tener.

No podía evitar que su pareja tuviera ideas crueles sobre sí mismo pero si aminorar su carga con dulces besos y recordatorios de que, desde aquel día, no había vuelto a llorar y había encontrado la razón de su vida. Himuro sonreía nuevamente y esa sonrisa opacaba toda la tristeza, todo el mal.

—Em...—la pareja se separó lentamente ante el sonido de una presencia más en aquel lugar. Sakurai giró el rostro y miró al pelirrojo de pie en la cercanía —lamento interrumpir pero creo que algo huele a quemado.

—¿Eh?...¿EH?—el castaño miró como la comida que preparaba hasta hace un momento ahora empezaba a desprender un humo. —¡Lo…Lo siento! —dijo corriendo a la cocina para quitar de la estufa la ahora arruinada comida lloriqueando.

—Descuida, le pediré a Atsushi que traiga algo de comer —dijo sacando su móvil mientras Sakurai se seguía disculpando una y otra vez por su error.

Ellos cuatro seguían compartiendo el mismo techo. Akashi no se había podido mover de lugar ni salir mucho lo cual era una ventaja para cuidar de Himuro. Para el mundo, Akashi Seijuuro, no existía y por su bien más valía seguir así. No es que aquello fuese cómodo, de hecho le ocasionaba mucha riña interna y externamente pues, debido a su propia personalidad emprendedora, hacer un trabajo de "ama de casa" no le sentaba tan bien. Cuando expresaba esa idea su pareja solo le tomaba los hombros y le pedía tomar todo con calma. Murasakibara ahora tenía su propio negocio de pasteles en las cercanías, básicamente sobre él recaía gran parte de la economía del hogar. Akashi estaba agradecido de que el pelimorado se volviese responsable sobre él pero ¿Cuánto tiempo más podría soportar esa situación de ser mantenido y protegido por él?

Sakurai se dedicó de lleno al arte mientras Himuro había tenido problemas para conseguir un empleo debido a su condición. A pesar de sus problemas y peros las cosas habían salido considerablemente bien.

Pero el pasado es algo que no podían enterrar.


El pasado es algo que no puedes desaparecer, que sigue ahí presente como un palmo de memorias incesantes y lastimeras que existen solo para recordarte lo bueno y lo malo que ha pasado pero la humanidad es tan compleja que termina enfrascándose en las malas memorias sufriendo por cosas que no se pueden solucionar. Podría decir que lo había superado pero era imposible, no puedes simplemente superar una muerte.

La tumba estaba pulcra y brillante mientras unas hermosas flores rosas le decoraban con sutileza. El pelinegro pasaba una vez más aquella toallita para limpiar hasta el más mínimo detalle y se quedó finalmente satisfecho con su labor. Se talló la frente buscando su banquillo para sentarse y mirar más fijamente el nombre de su pequeña hija difunta.

—Ya he terminado con esto…—dijo Teppei llegando con una cubeta vacía y colocándola al revés para sentarse encima de ella totalmente exhausto. Ambos se quedaron ahí en silencio mirando como el sol matutino iluminaba con su luz aquella lapida.

—Vayamos a casa…—dijo el pelinegro poniéndose de pie pero siendo detenido por la mano de Teppei quien le sonrió dulcemente.

—Quiero quedarme un momento más…—Hanamiya le miró inexpresivo y aceptó la propuesta.

El cementerio estaba prácticamente vacío, no era un común día de visitas así que podían pasar un largo rato ahí sin ser sorprendidos, juzgados o reprendidos por las miradas de las personas. Aun así Hanamiya no gustaba de pasar tanto tiempo, la culpa de cierta forma de carcomía por no haber podido salvarla, por no haber podido hacer más por la vida de su pequeña niña. Aunque su relación con Teppei actualmente era estable, las cosas iban bien y todo después de aquella venganza parecía un "felices por siempre" la realidad es que el recuerdo seguía torturando al azabache y eso Teppei no lo pasaba por alto.

—¿Qué te parece tomar unas vacaciones? —cuestionó el castaño poniéndose de pie y abrazando al pelinegro por la cintura —no hemos tomado una en años…

Y es que desde aquel día en que salieron con su pequeña a unos Onsen no habían pasado tiempo de calidad juntos. Habían dejado de hacer muchas cosas que antes hacían con ella porque eso solo atraía recuerdos dolorosos y, aunque a Teppei le seguía doliendo, quería que Hanamiya, quien definitivamente estaba más sensibilizado con el tema detrás de esa capa de fortaleza fingida, superara un poco la perdida.

Hanamiya puso las manos en los hombros de Teppei y recargó un poco la frente al pecho del otro. Cerró los ojos, no era una persona muy afectiva pero recordaba que a su pequeña le emocionaba ver a sus padres abrazarse de vez en cuando por eso lo hacía en aquel lugar. Pensó en la propuesta, habían dado pequeños pasos para reestablecer su matrimonio durante esos años pero ese era uno de los grandes y no quería tomárselo tan a la ligera.

—Déjame pensarlo…—se limitó a decir y recibió un beso en la cabeza como respuesta.

—Claro, esperaré pero promete que no te irás —Hanamiya clavó los orbes dorados en su marido sin mucha expresión y se separó un poco de él. Hubo una pausa corta y finalmente emitió con sutileza.

—No está en mis planes irme a ningún lado…


—Aominecchi….Aominecchi…—susurró en su oído intentando que despertara. El moreno estaba recostado en la mesa del comedor con una montaña de papeles enfrente. El trabajo de policía era demandante y más ahora que le habían ascendido pero eso reducía un poco su tiempo juntos. El rubio suspiró y miró uno de los documentos en la mesa.

Dio una lectura rápida y no entendió en lo absoluto de que se trataba. Hablaba de muchos tecnicismos policiacos y suspiró dejando de lado la nota. Los papeles se movieron un poco y entonces pudo ver rápidamente algo que lo dejó pasmado, entre esos papeles había una fotografía del padre de Akashi adherido a un folder. Kise miró a Aomine quien aún dormía y con sumo cuidado tomó el mismo para posteriormente abrir y dedicarse a leer.

Si, estaba mal que leyera expedientes privados de la policía pero si tenía que ver con el padre de Akashi es por que algo estaba pasando con el enterrado caso de la Casa Roja. Hacía ya cuatro años que la investigación se había cerrado ¿Qué llevaba a la policía a abrirlo nuevamente? El documento era un resumen de los eventos ocurridos, de la trata de personas y secuestro premeditado. Venían los nombres de todos y cada uno de los jóvenes afectados entre ellos estaba su propio nombre, el de Kagami, Takao, Sakurai, Hanamiya y muchos más.

Kise empezó a recordar esos oscuros días, esos amargos recuerdos de su nada decente vida. El cómo fue salvado por Aomine, la serie de eventos que ocurrieron desde aquel día. Él fue el menos afectado de la situación, corrió con una tremenda suerte pero al girar la hoja y ver el último reporte su piel se heló. Cerró el folder y retrocedió un par de pasos mientras Aomine empezaba a dar seña de que se levantaría.

Kise temblaba ligeramente, había empalidecido y no quería que el moreno le viera de esa manera así que a paso lento salió de esa habitación a pesar de que el otro le había llamado.

—¿Kise? —preguntó adormilado el oficial.

—Estoy en el baño, Aominecchi…—dijo de la forma más natural que pudo cerrando la puerta del baño con seguro.

—Oh…ya. Me quedé dormido … ah —se quejó el moreno tronándose el cuello y estirando los brazos mientras el rubio bajaba lentamente por la puerta cubriéndose los labios, temblando un poco más, apretando los orbes mientras contenía un sollozo.

Memorias terribles, una sonrisa aún más perturbadora que cualquiera que conociera antes, esos orbes negros como la noche, delgados y juzgadores le invadieron y azotaron mentalmente. La asfixia que sus grandes manos impusieron sobre él volvía a sentirse como si aún la viviera, como si aun en ese instante sintiera cada golpe que aquella persona impuso sobre su cuerpo.

El mismo miedo, el mismo pánico había hecho que Kise omitiera esas memorias pero solo bastó su nombre para recordar lo pequeño e indefenso que era, lo débil que se sentía, el cómo alguien te puede destruir la vida y el autoestima en una sola noche. A ese hombre podía definirle la palabra crueldad…pero ese hombre tenía un nombre y ese mismo nombre había retornado a su vida.

Ese mismo hombre había retornado a la vida de todos.

La Casa Negra había abierto sus puertas como la caja de pandora. Era el principio de algo grande a lo que Kise Ryouta temía, a lo que todos debían temer.


Yo tambien tenía muchos deseos de volvernos a leer.

-Yisus