Cuidado con lo que deseas

Dolores Umbidge quiere algo especial para su cumpleaños. Por desgracia para ella, a veces los deseos se cumplen.


Dolores Umbridge fue al Callejón Diagón con la idea de permitirse un capricho, al fin y al cabo, no todos los días estaba una de cumpleaños.

Podría comprarse un juego de fina porcelana para tomar el té, o una túnica nueva, o uno de esos platos decorados con gatitos para aumentar su colección…

En realidad no tenía muy claro lo que quería, así que se dedicó a deambular un rato por la calle buscando algo que le llamase la atención. En un momento dado entró en la tienda de Madam Malkin pero se le habían agotado las túnicas de color rosa y no vio ninguna otra que le gustase. Al final, y solo por no salir de la tienda sin comprarse nada, adquirió un lazo para el pelo que se colocó antes de salir de nuevo a la calle.

Podría considerarse que ya se había hecho un auto-regalo, pero lo cierto es que seguía profundamente insatisfecha. Aquello no era lo que buscaba. Quería otra cosa. Algo más… especial.

Cada vez más irritada siguió recorriendo la calle hasta llegar a la parte superior, rodeó Gringotts y se dirigió a la parte en la que el Callejón Diagón se unía con el Knockturn. Allí se colocaban a veces los vendedores ambulantes. Por supuesto "ambulantes" era un eufemismo que en realidad quería decir "ilegales". En seguida localizó a uno. Un mago de mediana edad que parecía gritar a los cuatro vientos que lo que ofrecía era mercancía robada, porque a pesar de estar en verano iba vestido con un abrigo hecho jirones que de vez en cuando abría para mostrar la mercancía a los viandantes. Apestaba a tabaco y alcohol, y Dolores se moría de ganas de demostrarle a aquella escoria lo superior que una bruja de sangre pura y mano derecha del Ministro de Magia era a él en todos los sentidos.

Pensaba darle un escarmiento pero cambió de opinión al ver los objetos con los que trapicheaba. Parecían de muy buena calidad y a primera vista se encaprichó de un anillo de oro, grande y pesado. Una sonrisa golosa se extendió por su ancha cara, por fin había encontrado el regalo que estaba buscando y en un alarde de generosidad dejó que el andrajoso se marchara con una advertencia y sin el anillo. Podía darse por satisfecho. De no llevar nada que le gustase lo más probable es que ese desecho mágico hubiese terminado en Azkaban.

Deslizó el anillo en uno de sus regordetes dedos y observó cómo le quedaba. Seguía regodeándose en lo magnífico que era ocupar un alto cargo en el Ministerio cuando apareció un viejo conocido.

— ¿Dolores? —preguntó el recién llegado alzando una ceja. Ella tuvo que levantar mucho la vista para mirar a la cara a su interlocutor— ¿Cómo tú por aquí?

— ¿Acaso no puede tomarse la Subsecretaría del Ministro de Magia un merecido descanso? Especialmente hoy, que es mi cumpleaños…

—Oh —fue la lacónica respuesta del hombre.

— ¿Y qué es lo que haces tú por aquí, Runcorn?

—Vengo a investigar una nueva denuncia contra Borgin y Burkes. Tiempo perdido, en mi opinión. Puede que venda algunos objetos… —se detuvo unos instantes en busca de la palabra exacta— peculiares… pero de ahí a considerarlos tenebrosos o de magia oscura hay un trecho —Dolores asintió para mostrar su acuerdo— ¿Te gustaría acompañarme? Por los viejos tiempos.

Antes de ser nombrada Subsecretaría de Cornelius Fudge, Dolores había desempeñado el cargo de Jefa de la Oficina Contra el Uso Indebido de la Magia durante doce años, la mayor parte de los cuales Albert Runcorn había estado a su servicio, por lo que se conocían bastante bien.

Era un hombre seco, incluso podría decirse que rudo, y Dolores no lo consideraba precisamente un "amigo", pero debía reconocer que como subordinado era obediente y eficaz, y que ambos compartían una visión muy parecida de lo que era el "uso indebido de la magia", lo que había logrado que al menos en el terreno laboral sintieran una especie de afinidad. En el pasado habían llevado a cabo miles de inspecciones como aquellas y ambos siempre se habían sentido cómodos trabajando juntos, así que Dolores accedió a acompañarle.

Echaron a andar en la misma dirección. Hacían una extraña pareja. Él alto y fornido, vestido de oscuro y con el rostro cubierto por una densa barba negra. A su lado ella, bajita y rechoncha, cubierta de rosa de la cabeza a los pies.

—He oído que tal vez estrenes cargo muy pronto— dejó caer Runcorn mientras se internaba en el Callejón Knockturn.

—No hagas caso de todos los rumores que escuchas en el Ministerio —replicó Dolores con una falsa modestia.

No estaba muy segura de querer hablar de aquello. Dumbledore se la había jugado en el juicio contra Potter y estaba tan ansiosa por tomarse la revancha que prácticamente había tenido que huir del Ministerio porque no soportaba la tensión.

—Pero faltan pocos días para que comience el curso y el viejo aun no tiene a nadie que quiera ser su profesor ¿verdad?

—Cierto —admitió Dolores—. El plazo expira hoy.

—Y el Ministro no querrá dejar pasar la oportunidad de introducir en Hogwarts a alguien afín.

—Oficialmente Dumbledore todavía no ha admitido su derrota, pero solo es cuestión de tiempo.

Suspendieron la conversación al llegar a Borgin y Burkes y Runcorn emprendió una inspección completamente rutinaria.

—Encuentro que todos los objetos que hay aquí son completamente normales —afirmó pasados unos minutos, mirando a su alrededor sin observar nada en particular.

—Comparto tu opinión— concordó Dolores que hasta entonces se había mantenido en un discreto segundo plano—. Es absurdo pensar que aquí se venden objetos tenebrosos. Mira esa pluma, por ejemplo, es completamente normal ¿Puedo? —preguntó a Borgin mientras dejaba en el aire una mano cautelosa, lo que indicaba que en realidad no estaba tan segura como pretendía aparentar de que la pluma estuviera totalmente libre de alguna clase de peligrosa maldición.

—Desde luego —contestó el viejo—. Esa pluma no le causará ningún daño… siempre y cuando no la use para escribir.

Umbridge le dirigió una mirada interrogativa y Borgin les explicó el funcionamiento de aquella pluma que no necesitaba de tinta alguna, pues escribía con sangre que tomaba directamente de la mano de quien la empuñaba.

—Un objeto curioso, sin duda, pero en modo alguno tenebroso —sugirió el viejo terminando su explicación.

—Te sería muy útil en ese puesto del hablábamos— afirmó Runcorn.

Se sintió tentada de comprarla ya mismo, al fin y al cabo no había gastado prácticamente nada en su regalo. Pero Dumbledore aun disponía de algunas horas para encontrar a un profesor, y aunque no lo hiciera, Cornelius todavía no le había ofrecido el puesto.

Mejor sería no anticiparse.

— ¿Podría guardármela durante unos días? —preguntó a Borgin. El viejo asintió con una inclinación de cabeza.

Nada más llegar al Ministerio un memorándum cruzó volando el atrio y aterrizó directamente en su mano. Dolores desenrolló el pergamino y sintió que se hinchaba de felicidad. Potter era un crío mentiroso e insolente, y ahora lo tenía en sus manos. Quizá la artimaña de los dementores no hubiera salido como ella esperaba, pero ni Albus Dumbledore podía negar a un profesor la oportunidad de castigar a su alumno. Era tanta su satisfacción que parecía un enorme sapo a punto de explotar. Levantó la vista y digirió a Runcorn una sonrisa aviesa.

—Dumbledore se ha rendido. Soy la nueva profesora de Defensa contra las Artes Oscuras— anunció.

Durante un segundo en el rostro de Runcorn relampagueó el blanco de sus dientes en medio de la oscura barba.

—Feliz cumpleaños, Dolores —dijo antes de perderse camino de la zona de ascensores.


N.A.: No hay mucha información canon sobre Albert Runcorn (el empleado cuya identidad suplantó Harry durante su incursión al Ministerio en RM), aparte de su descripción física y que colaboraba directamente con Dolores Umbridge en su persecución a los sangre sucia. De hecho ni siquiera encontré su nombre en el listado de personajes de la página, y sin embargo me pareció el contrapunto adecuado para acompañar a Dolores en este relato.

Tras hacerse con el control del Ministerio, Voldemort colocó allí a su gente; pero no todos venían de fuera, la mayor parte de ellos (como la propia Dolores) eran antiguos empleados que fueron premiados por su afinidad con el nuevo régimen. Nada en los libros indica que Runcorn hubiese trabajado antes de eso con Dolores, pero tampoco me parece descabellado pensar que ella hubiera elegido como colaborador a un antiguo subordinado a quien conocía y del que sabía bien que tenía una visión de las cosas en consonancia con la suya.

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