¿Qué significa para ti todo lo que estás haciendo?

No comprendía la pregunta. No al menos desde la perspectiva que se mostraba ante sus ojos. Era extraño, rozaba lo inusual verte a ti mismo, en un lugar que nunca antes habías conocido o presenciado, como si el tiempo y el espacio jugasen con tus sentidos, alimentando tu alma y mente de dudas y preguntas cuyas respuestas jamás llegarían. Esto era lo que Gilbert estaba experimentando. Su actual piso ubicado en Berlín había desaparecido, y como un sustituto, una especie de sótano de excesiva humedad y carente de calidez se había convertido en su nuevo ambiente. Pero aquel detalle no era el más escabroso. Cuando quiso reparar en su vestimenta, la sorpresa inundó las facciones de su pálido rostro. Su habitual ropa, desarreglada, común, ya no estaba. Un uniforme militar negro se ajustaba a su cuerpo, sin embargo, seguía impresionándole el hecho de que se veía a sí mismo, a otra persona que era él.

Que quizás pueda ver otra vez a mi bandera alzarse y volver a ser un país.

Esa había sido la respuesta a la pregunta que no conseguía entender. Lo había dicho con tanta firmeza, con tanta seguridad e incluso con la melancolía plagada en cada tono emitido por su garganta. Su otro yo, se dirigía hacia un receptor. Esta segunda persona le daba la espalda. Unos brazos delgados abrazaban su propio cuerpo, tendido en el suelo y clavándole la mirada desde ahí, desafiante. Su aspecto denigrante no se comparaba con la fuerza de su espíritu. Ojos verdes. Había visto muchos. Pero estos simplemente no pudo ignorarlos o catalogarlos como cualquiera. Esos ojos despertaban en él una serie de emociones desconcertantes e impulsivas.

Antes tu bandera se alzaba... que no seas un imperio como antes no significa que dejes de existir.

Yo no quería llegar a esto… ni quería que desaparecieras.

Un escalofrío recorrió su cuerpo y todo su alrededor desapareció, desvaneciéndose. Gilbert abrió los ojos de una forma desmesurada, incorporándose violentamente de la cama en la que descansaba. Su respiración ascendía y descendía por segundos, rápida y descontrolada, los latidos de su corazón le taladraban la cabeza y el sudor frío recorría parte de su espina dorsal y nuca. Era la tercera pesadilla de la semana. Aunque realmente no supiera cómo clasificarla, ya llevaba noches en la que sueños de aquel tipo se reproducían, robándole la tranquilidad. Nadie de su entorno conocía la causa de sus malas noches, puesto que Gilbert consideraba que, si se lo contaba a alguien, nadie le creería. Además, tampoco estaba por la labor de darle vueltas a algo que posiblemente serían productos de su subconsciente, y simplemente ciertas cosas debía de dejarlas estar. Suspiró, viendo que las sábanas estaban esparcidas por el suelo, al igual que su ropa y todo lo relacionado con su habitación, que estaba bastante desordenada. Chasqueó la lengua en signo de molestia, ya que no le gustaba para nadar tener que ordenar, no era ese tipo de hombre responsable y le gustaba vivir a su aire, sin ningún tipo de preocupación. De mala gana, se levantó completamente de la cama, rascándose la espalda con pereza, ya que para dormir solo se ponía unos pantalones negros cuya tela le abrigaba por las noches. Estaba dispuesto a desayunar cuando, al fijar la vista en un reloj digital algo magullado debido a todas las veces que lo había tirado al suelo, marcaba más de las nueve.

-¡Joder!- soltó, corriendo hacia el baño y pillando del suelo la primera ropa que veía.-¡Voy a llegar tarde al curro!

Gilbert Beilschmidt. De raíces alemanas, viviendo en un piso modesto y humilde en Berlín, veinte años. Criado siempre entre hombres en su familia, debido a que, según su padre con el cual ya no seguía entablando una relación que todo hijo debería tener con su progenitor, su madre había fallecido nada más él nacer. Por lo cual, la figura materna le había faltado en aquellos importantes primeros años de existencia que cualquier niño tendría o desearía tener. No había probado nunca lo que era disfrutar de una madre, y mucho menos del cariño que se podía recibir de ella, tampoco cómo ofrecérselo a las personas de su alrededor. Era descuidado, orgulloso, no tenía tacto en diversos sentidos, altanero y generalmente siempre estaba solo. Tomando la decisión de independizarse dos años atrás, había vivido con el dinero justo pero saliendo airoso todos los meses que pasaban. Terminó acostumbrándose a ese estilo de vida, sobreviviendo en incontables y diferentes trabajos en los que había ido adquiriendo experiencia a pesar de no haberse anclado en unos estudios que podían asegurarle un futuro. Pero ahora, Gilbert no se detenía a pensar en ese tipo de cosas. Él no podía permitirse eso, además, había ido en contra de todo: familia, vida de estudiante, comportamiento adecuado y madurez para alguien de su edad…

Pequeños detalles, se decía constantemente. ¿Quién los necesitaba? Mientras tanto, sus piernas intentaban correr lo más que le permitían, haciéndose paso entre la gente de la calle, empujando o chocándose con alguna que otra persona a la que apenas se paraba para pedirle disculpas, añadiendo que había cruzado un peatón sin mirar el semáforo, escuchando cómo le pitaban en protesta ya que estuvo a punto de ser atropellado, pero Gilbert pensaba que tenía más prisa que cualquiera de ellos y los ignoraba por completo. Cuando llegó a las puertas de un local de aspecto viejo con papeles repartidos en su escaparate, sonó una campana que anunciaba cada vez que alguien entraba. Casi sin respiración, Gilbert levantó el brazo en señal de que estaba ahí, pero al levantar la cabeza, vio a su jefe con una expresión no muy alentadora.

-¡Beilschmidt, esta es la séptima vez que llegas tarde a tu puesto!- gritó con voz grave y amenazante.-¡He tenido que llamar al que cubre el turno de la tarde!

-¡Maldita sea, que no estoy sordo!- para desgracia de Gilbert, él nunca había aprendido a controlarse, ni siquiera a mantenerle el respeto a sus superiores, y menos si estos solían tratarle de mala gana. No tenía demasiada paciencia, y él no estaba predispuesto a tragarse su orgullo y su dignidad. A consecuencia, perdía los trabajos con extrema facilidad y por ello se veía obligado a buscarse otro.- No volverá a pasar, esta vez se lo digo en serio ¿contento?

-¿¡Y debería creérmelo!? ¡La misma palabrería barata de siempre!- luego le señaló con desdén.-¿¡Acaso te has visto!? ¡Para variar vienes desarreglado, no tienes apenas un poco de presencia para un trabajo serio como este!

-Solo es repartir cuatro papeles de mierda en las puertas de las casas….- inquirió Gilbert, alzando una ceja, irónico.- Además ¿qué de malo tiene mi aspecto? Ya querrían muchos tener a un empleado con este físico….

-¡Largo de aquí imbécil, estás despedido!- sintió cómo era empujado fuera, estuvo a punto de perder el equilibrio, pero se sostuvo de una pierna hasta recuperar de nuevo la estabilidad. Le dirigió una mirada llena de molestia al que ya iba a considerar su antiguo jefe. A causa de los gritos, algunos se detenían a mirar qué era lo que estaba sucediendo.- ¡Continúa así y acabarás pudriéndote en la calle! ¡No vuelvas por esta zona, y no esperes el sueldo de este mes!

-¿¡Qué!?- Gilbert eso definitivamente no se lo esperaba, así que, cuando le cerraron la puerta en las narices, golpeó esta con las manos.-¡Ábreme maldito viejo amargado! ¡Tienes que pagarme este mes joder! –al no recibir respuesta y ver a través del cristal que el hombre iba a llamar por teléfono, el albino tuvo que deducir que si seguía de esa manera, acabaría llamando a la policía, y eso no le convenía en absoluto. Con rabia, le dio una patada a la puerta antes de largarse corriendo, por si acaso se le ocurría salir a por él. Al cruzar la esquina de la próxima calle, metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, frunciendo el ceño, maldiciendo en voz baja y queriendo desahogarse con cualquier cosa que pillara por ahí, para descargar su rabia y desacuerdo ante lo que acababa de pasar. No quería dejarlo así, pero no le había quedado más opción. ¿Ahora qué haría? Se pasó la mano derecha por la nuca, despeinando aún más si se podía su cabello. Estaba tratando de pensar y buscar una solución, pero si se ponía a buscar trabajo ahora, seguramente le llevaría todo el día, o incluso toda una semana. El trabajo en aquellos tiempos era complicado de conseguir. Sin embargo, mostrando una sonrisa llena de seguridad, acumuló aire para seguidamente expulsarlo, poniéndose en marcha.

-Vamos, que el mundo no se acaba aquí. ¡Ese estúpido viejo se arrepentirá de haberme despedido!- soltó una carcajada, ausente de las miradas que le estaban dirigiendo. Ya que había perdido la mañana, no tuvo más remedio que volver a su piso para recoger uno de los muchos currículum que había hecho cada vez que lo echaban de un trabajo y tenía que buscar otro. En realidad, sería un milagro que alguien aceptase aquel papel arrugado cuya letra era casi ilegible de lo espantosa que era, sin embargo para el albino era una de las caligrafías más hermosas que jamás habían existido en Berlín, incluso presumiendo de su talento no reconocido. Su pagado positivismo no descendió en lo largo del día a medida que recibía negativas una tras de otra por parte de las personas que dirigían o llevaban a cabo un local y oficio. Gilbert no solía ser negativo gracias a su peculiar personalidad, aunque cuando los rayos anaranjados del atardecer empezaron a acariciar los edificios de la capital, mostrando un cielo colorido y cálido, le hicieron darse cuenta que aquello iba a ser más difícil de lo que se había creído al inicio de la mañana. Ya no sonreía como antes, simplemente mostraba sin reparo una mueca de desconsuelo, como si fuera un niño pequeño cabreado al que no le ofrecían lo que este pedía. Hastiado, tomó asiento en uno de los bancos situados en un paseo cuyos árboles mecían sus hojas gracias a la brisa que estaba produciéndose en esos momentos. Con las piernas estiradas de cualquier manera y con los brazos cruzados, echó la cabeza hacia atrás, contemplando el cielo. Qué asco, se repetía en su mente. ¿Por qué todo había salido así? Bueno, tampoco ha ido tan mal, se dijo a sí mismo. ¿En cuántos trabajos le habían rechazado? ¿Diez, tal vez? ¿O ya había perdido la cuenta entre los que había buscado en la mañana y los de la tarde? Qué importaba. Mañana sería otro día, y antes de que acabase la semana, tendría un buen trabajo y procuraría despertarse temprano cada vez que tuviera que asistir. Nada más pensarlo, emitió un quejido, no quería levantarse a horas tan tempranas, y menos cuando por las noches, de vez en cuando, solía emborracharse, por no decir lo difícil que era despertarse al día siguiente sin una bonita y dolorosa resaca. ¿Acaso no se podía ser eficiente y disfrutar de esas cosas a la vez? Había intentado en trabajos de todo tipo. Cartero, repartidor de periódicos, del pan, de pizza (al menos en aquel no tendría que levantarse tan temprano, pero por lo visto ya tenían al personal suficiente y el dueño no podía darse el lujo de estar pagando a más personas) trabajar con las mercancías de un supermercado, dependiente de alguna tienda de deportes (que casi le iban a coger, pero por sus pintas desaliñadas, algo sucedió que no les inspiró confianza en la entrevista) incluso en una gasolinera. ¡Ni en una jodida gasolinera! Por supuesto, no había recurrido a ser barrendero de la calle o recoger la basura porque, si ni siquiera se dignaba a recoger su casa, menos iba a recoger la mierda de los demás. ¡Para eso que recogieran la suya! Dejó de pensar en todo el ajetreo que había sufrido hoy, abandonando el banco para dirigirse al piso, cenar y acostarse. Seguro que antes vería una aburrida película que dieran en esos horarios nocturnos y acabaría por dormirse en su sofá, solía pasarle muy a menudo. Pero, cuando dio unos pasos, avanzando para encontrar el metro más cercano, se detuvo al encontrar de lleno con una alta figura que se alzaba al finalizar el paseo que segundos antes acababa de dejar atrás. Era una estatua de bronce, la cual representaba a un hombre cuyo porte se glorificaba sobre un robusto caballo, con un uniforme militar de alguna época que Gilbert seguramente no conocería. Debajo de la estatua, se situaba un pedestal que se componía de tres partes que estaban ocupadas por más soldados y caballos. Por una extraña y desconocida razón, al observar aquello, un nudo se formó en la boca de su estómago, y por un momento pensó si el almuerzo le había sentado mal, pero era una circunstancia diferente. Era como si, al mirar el rostro del la estatua, encontrase una identidad familiar, una esperanza de algo que no sabía discernir con exactitud, unas fuerzas escondidas que querían resurgir, pero Gilbert lo relacionó con que estaba cansado y ya era hora de volver. Aunque, antes observó lo que estaba inscrito en una pequeña placa, justamente a su misma altura, leyendo en voz alta:

-Friedrich el Grande, rey de Prusia desde 1.740 hasta 1.786- alzó una ceja, y una sonrisa burlona se instaló en sus labios, mirando de nuevo a la estatua.- Así que 46 años gobernando ¿eh? Te lo montaste bien para haber sido rey de un lugar que ni tu madre debió de conocer. ¿Prusia? ¿En serio? ¿Qué hace algo como esto en Berlín?

Pero el tono de sus propias palabras le dolió. Sacudió inmediatamente la cabeza, echando un vistazo a su reloj de muñeca. Se le iba a hacer tarde para el metro. Entonces, parecía ser que el que estuviera allá arriba en el cielo jodiéndole la vida en todos los aspectos, quiso ser caprichoso con su tiempo, porque unas voces desprovistas de amabilidad estaban formando un alboroto justamente por el mismo paseo en el que Gilbert había descansado anteriormente. Un grupo de jóvenes, no supo si de su misma edad o un año menor que él, acorralaban a alguien en el centro, riéndose en su cara y arrebatándole unos libros, los cuales unos no dudaron en tirarlos al suelo, y otros los alzaban para que su dueño pidiera desesperadamente que se los devolviera. Gilbert los miró desde la lejanía, por su aspecto estaba claro que eran estudiantes, portaban mochilas y objetos que los delataban, quizás de instituto o quizás universitarios. El albino no tendría estudios ni sería el más educado de su generación, pero aquellas voces que hablaban tan alto le estaban molestando. Sin embargo, él no era el indicado para llamarles la atención. Estuvo a punto de dar media vuelta y largarse, pero un lamento y el sonido de más libros y cosas al caerse, por no añadir el de un cuerpo, consiguió que sus ojos volvieran a centrarse en la escena que se estaba desencadenando. Un bolso cruzado, de tamaño medio suficiente para guardar una serie de objetos, estaban repartidos por el suelo, y alguien que estaba de rodilla intentaba recogerlos, sin embargo uno de los jóvenes le cogió por el cabello, tirando de él. Supo que aquello no iba con él y que cada uno debía de sacarse las pulgas por sí mismo, pero al descubrir que la persona que estaba siendo maltratada se trataba de una chica, no lo pensó más. Una cosa era una pelea de borrachos o de otra cualquier índole, pero meterse con alguien que no podía defenderse y sobre todo cuando estaba en desventaja en cuanto al número, no le parecía de valiente precisamente.

Los chicos reían y se carcajeaban a gusto. Uno de ellos, quien sostenía el cabello rubio de la persona a la que estaban agrediendo, acercaba su rostro de una forma un tanto peligrosa.

-¿A que tu inteligencia no es capaz de ayudarte a la hora de la verdad?- el desconocido que estaba recibiendo aquel abuso, bufó, desviando la mirada y sin demostrar en ningún momento debilidad.- ¿Se te ha comido la lengua el gato?

-¿Le hacemos una cara nueva?- inquirió otro del grupo, poniéndose en posición, apretando el puño.-¡Así dejará de ser tan afeminado!

-Como que no es mi culpa que tu cara sea igual que la de un gorila que no se ha lavado los dientes durante mucho tiempo- soltó sin tapujos el joven, que aunque realmente le doliera lo que le estaban haciendo, sabía que había sufrido cosas peores que esa.-Si creéis que esto me va a suponer algún trauma o algo, os aconsejo que os sentéis esperando. ¡Porque no va a suceder nunca!

-¡Maldito gilipollas!- gritó otro, pero entonces uno hizo un gesto de tal manera que le avisara de que se estuviera quieto.-¿No piensas hacerle nada?

-Ya que parece ser que no tiene tanto miedo de nosotros, podemos hacerlo de otra manera- sostuvo el rostro del chico, y la mirada lasciva que le dirigió no le gustó, creándole náuseas.-Para ser franco, la verdad es que parece una chica. ¿Y si nos lo llevamos y le obligamos a que nos haga unos… favores? Seguro que así le humillamos a base de bien.

Estaba ya reuniendo la fuerza en la boca para escupirle a ese malnacido, no iba a dejarse abusar de esa forma, pero se fijó en que una mano pálida tocaba el hombre de quien justamente había hecho esa proposición. El compañero de su clase, malhumorado, se dio la vuelta, espetando:

-¿Qué coño pasa ahora?- pareció molestarse más, porque le escuchó decir.-¿Y tú quién eres?

-¿Cuándo tienes pensado hacer esa asquerosa proposición tuya? ¿Antes o después de que acabe contigo?- y ahí estaba Gilbert, enseñando su media sonrisa, pero era evidente que hablaba con molestia.- Haré que te metas esa educación tuya por el culo como sigas abusando de esta persona. Contaré hasta cinco por tu vida y la de tus cobardes seguidores. Además, te aconsejaría que eligieses bien tu próxima jugada, sería una pena que te expulsaran de donde sea el lugar en el que estudies, porque acabo de grabar todo con el móvil. ¿Qué dirían tus profesores o tus padres al ver cómo te estás metiendo con una pobre chica?

Todos los presentes se quedaron pálidos ante tal declaración, y aunque Gilbert pudiese estar mintiendo a la perfección, no se quitó el gusto de hacer crujir sus nudillos y propinarle un puñetazo en plena cara al matón. Este cayó de bruces, gimiendo de dolor, y los demás, intimidados, ayudaron a su amigo levantarse, largándose de allí con el rabo entre las piernas. Por suerte, no había mucha gente por allí por lo que nadie tuvo la necesidad de llamar a la policía, y aquellos jóvenes a pesar de creerse muy valientes tenían miedo a la mínima, seguro que era los típicos chicos que aún dependían de sus padres y vivían de los mimos y caprichos que se les ofrecía.

-Creo que les he dado un buen escarmiento- dijo orgulloso, girándose hacia la persona que en esos instantes, le estaba observando sin habla. Gilbert, más centrado en su hazaña que en aquel detalle, le ofreció la mano. El aludido tardó en pestañear, contrariado, pero no quitaba la vista de encima de él. Aceptó su mano, absorto, siendo levantado muy fácilmente por el albino. Este, empezó a tirarse cumplidos a sí mismo.- ¿Qué hubiera pasado si no llego a estar aquí? Tienes mucha suerte de que alguien como yo anduviera por este lugar. Sé que te ha maravillado mi capacidad de noquear a esos gilipollas, pero es normal, yo en tu lugar también me hubiera sorprendido. Una chica tan bonita como tú no debe de estar paseando por estas zonas sola…

-Soy un chico.

La voz de Gilbert se detuvo en un silencio totalmente abrupto, como si le hubiesen robado la respiración de repente. Observó una vez más a la persona que acababa de salvar, esta vez parándose a ver mejor su físico. Ropas bonitas y perfectamente conjuntadas, aunque Gilbert no supiera mucho de eso, debía de admitirlo, realzaban su cabello que estaba anudado en una pequeña cola, dejando caer mechones de cabello rubio a ambos lados, aunque ahora estaba algo despeinado debido a que le habían tirado de él, pero seguía estando bien. Su rostro, de facciones suaves y delgadas, justamente como las que luciría una chica de su edad, por no destacar que su cuerpo en sí, era delgado y parecía frágil, al igual que sus manos.

-Vamos, no hace falta que me vaciles para deshacerte de mí….- la ''chica'' en cuestión negó con la cabeza firmemente. Parecía tan serio que Gilbert ya no lo dudó más. Lentamente, le señaló, parecía haber metido la pata hasta el fondo.-¡Joder eres un tío!

Pero a pesar de que había dicho esas cosas, Gilbert calló y dejó de parecer tan afligido por su descubrimiento al fijarse en los ojos del chico en cuestión. Sus ojos verdes no dejaban de mirarle, y lo que más le inquietó, era que, bajo la oscuridad que ya se estaba cerniendo sobre ellos, brillaban como si una alegría que para Gilbert era totalmente desconocida, crecía en la expresión del joven. Por no añadir, que daba la sensación de buscar en los ojos rojos de Gilbert, un atisbo de reconocimiento, un anhelo inexplicable.

Gilbert no lo entendió, y mucho menos le reconoció. Podía ser doloroso…

…pero después de haber desaparecido como país, aún con sus recuerdos intactos, encontrarse con Gilbert era mucho más de lo que Feliks podía desear.


Notas de la autora: Aquí vamos de nuevo con otro fic Pruspol. Por si el summary no les aclaró o si este capítulo resultó ser algo desconcertante, la trama de esta historia gira en torno al hecho de que, una vez desaparecida Prusia nuevamente, Gilbert ha renacido en forma humana, pero no como país. En cambio Feliks, también le ha sucedido lo mismo, sólo que él sí que conserva sus recuerdos. Por lo tanto, el fic girará en torno a las guerras y a muchos hechos históricos entre Prusia y Polonia, entre otras cosas. Pero en general se centra en la relación de estos dos, una relación que mucha gente desconoce y que deberían de conocer, la gente que le guste tanto el Pruspol como a mí, me entenderá. Nos leemos en el siguiente capítulo.