Primera parte

Lizzie y Will

A primera vista

Elizabeth Bennet, Lizzie para la familia y los amigos, tenía 24 años, acababa de terminar la carrera de economía y para festejar se había ido de viaje por Italia y Grecia con su hermana Jane, que además era su mejor amiga. Lamentablemente Jane no tenía tanto tiempo de vacaciones como ella y sólo pudo acompañarla en su recorrido por Italia, por lo que Lizzie, después de pasar cuatro días extasiada con la belleza de la milenaria Atenas, se encontraba ese sábado en el ferry camino a Santorini para pasar una semana de relax total.

Apoyada en la barandilla de cubierta observaba como el barco se abría paso entre las aguas del fabuloso mar Egeo, mientras repasaba su vida. Era la segunda de tres hermanas. Jane, la mayor, tenía dos años más que ella y era una de las mujeres más bellas y dulces que Lizzie había conocido jamás. Era rubia, de tez blanca como la porcelana y serenos ojos verdes, una belleza clásica que encantaba a todos. Se había recibido de asistente social pocos años antes y trabajaba en un hogar de niños con problemas familiares donde rápidamente se había convertido en la favorita de todos por su carácter bondadoso y alegre. Su problema era que confiaba tanto en la gente que muchas veces salía lastimada, especialmente por hombres que admiraban su impresionante belleza exterior pero no la valoraban realmente y terminaban rompiéndole el corazón. Eso hizo que Lizzie, naturalmente más desconfiada, desde muy joven asumiera una actitud protectora hacia su hermana para preservarla de todo daño. Eran muy unidas, simplemente se adoraban.

Su otra hermana era Lydia, de 14 años, impertinente, desobediente y atrevida. Rubia y de ojos claros como Jane el parecido se acababa allí, tanto en lo físico como en el carácter. Lydia siempre estaba metida en algún problema, desde pequeña, pero con la adolescencia a las travesuras habituales se sumó su "gusto" por los chicos y Lizzie estaba francamente preocupada porque era demasiado coqueta y muchas veces, aunque sin saberlo, jugaba con fuego. Al tener tanta diferencia de edad (su llegada había sido una verdadera sorpresa para los Bennet) y por su carácter tan distinto al de sus hermanas mayores Lydia tenía una relación algo distante con Lizzie y Jane pero era muy compinche de su madre Fanny, de quien era casi un calco. Lizzie había hablado muchas veces con su padre (su madre jamás la escuchaba cuando se trataba de su adorada hijita) para pedirle que fuera más severo pero hasta el momento no había tenido éxito.

Entonces Lizzie pensó en su padre, Thomas Bennet, un profesor retirado que siempre había preferido los libros a las personas y que pasaba su tiempo encerrado en su biblioteca y ocupándose como podía del negocio familiar, una pequeña editorial fundada por el padre del señor Bennet junto con su primo, el señor Lucas, que hoy apenas se sostenía. Eso y su amor por los libros eran las razones que habían llevado a Lizzie a estudiar economía y administración de empresas, estaba segura de que la editorial podía ser mucho más redituable y estaba dispuesta a probarlo, después de todo era su legado y el de sus hermanas y el de su prima Charlotte Lucas, que acababa de graduarse en literatura inglesa y comenzaba a involucrarse con la editorial. Lizzie pensaba que juntas podían sacarla adelante. Lizzie adoraba a su padre y compartía con él largas horas de lectura y discusiones de los temas más variados, pero también era capaz de ver sus falencias y sabía que si la familia no tenía una mejor situación económica era en gran parte por su despreocupación y falta de compromiso.

Más allá de eso, lo que más extrañaba a Lizzie era cómo su padre se había casado con su madre. Fanny Bennet era una mujer alegre y ruidosa, muy extrovertida y charlatana, todo lo contrario a su hosco marido pero después de casi 30 años juntos se llevaban extrañamente bien. Era buena madre, cariñosa, atenta y presente, demasiado presente para el gusto de Lizzie que había convencido a Jane de alquilar juntas un departamento en la ciudad y así escapar de la casa familiar. Las dos hermanas se habían mudado a Londres cuando Lizzie comenzó la universidad, hacía ya cuatro años, y la distancia había mejorado la relación con su madre pero ni siquiera así había conseguido que dejara de mencionar que las mujeres estaban en este mundo para casarse y tener hijos. Jane era mucho más inteligente que Lizzie en ese sentido, se limitaba a asentir con una sonrisa calma y a presentarle un novio nuevo al menos una vez al año y aunque esas relaciones hasta ahora no habían llegado a buen puerto, la señora Bennet estaba tranquila porque Jane al menos lo intentaba.

Todo lo contrario de Lizzie, por supuesto, que en opinión de su madre ahuyentaba a los hombres con su inteligencia y franqueza. 'A los hombres no les interesan las mujeres inteligentes, para eso tienen a sus amigos, ellos quieren una muchacha bella, buena y tranquila que los complazcan y les den todos los gustos. No eres tan bella como Jane y Lydia pero eres bastante bonita Lizzie, si cuidaras un poco tu lengua te iría mucho mejor', le decía siempre. Pero a Lizzie esto había dejado de molestarla hacía bastante tiempo ya porque sabía que su madre tenía buenas intenciones, lo que realmente le preocupaba era que ahora que había terminado la universidad seguramente empezaría a insistirle con que se casara. No importaba que ella hubiera elegido una carrera que le permitiría ser independiente y que hubiera conseguido excelentes calificaciones en la universidad, tampoco importaba que tuviera un trabajo que varios envidiarían y menos aún que no tuviera demasiados deseos de casarse, por el momento al menos. No, lo único que importaba, era esa "verdad universal" que dicta que toda mujer joven debe estar en busca de un buen marido. Por eso quería aprovechar al máximo este momento de libertad y tal vez, por qué no, hacer algo atrevido y espontáneo.

En el momento exacto que ese pensamiento cruzaba por su mente un muchacho que estaba a su lado le preguntó si también se dirigía a Santorini, Lizzie le dijo que sí y él continuó hablando de esto y aquello y Lizzie se dio cuenta de que le estaba coqueteando. Lo miró disimuladamente, era alto, delgado, rubio y tenía ojos verdes, era atractivo y simpático, definitivamente más el tipo de hombre que le gustaba a Jane que a ella que siempre había preferido los morenos de mirada intensa y aire rebelde. Conversaron con facilidad y él le sugirió que tomarán juntos un taxi al llegar a puerto y tal vez que fueran a tomar algo después. Lizzie lo consideró, no solía aceptar invitaciones a desconocidos, de hecho ya ni recordaba cuando había aceptado una invitación por última vez. 'James, hace seis meses', recordó, '¿Puede ser que haya pasado tanto tiempo?' Su madre tenía razón, tenía que salir más y mostrarse más receptiva. Este chico (holandés o alemán o tal vez austríaco) podía ser una buena oportunidad para pasarla bien. ¿Qué podía tener de malo? Nada ¿cierto? Así que aceptó. Cuando estaban por llegar él fue a buscar el equipaje que había dejado en la cubierta inferior y le dijo que se encontrarían en la salida, Lizzie lo estaba esperando pero en el camino a la salida tuvo un momento de cobardía, o tal vez de lucidez, y se arrepintió. No se animaba. Un poco pidiendo permiso y otro poco empujando logró llegar al frente y fue una de las primeras en bajar. No miró atrás, tomó el primer taxi que encontró y le pidió que la llevara a su hotel.

Rápidamente el maravilloso paisaje le hizo olvidar su comportamiento infantil de pocos momentos antes. Decidida a disfrutar a pleno su estadía en la isla, tiró la maleta en la habitación del hotel y salió de inmediato recorriendo con velocidad las intrincadas calles de la ciudad para llegar al mirador antes de que se pusiera el sol. Decían que el atardecer en Oia es uno de los más espectaculares del mundo y no se lo quería perder. Cuando llegó al extremo de la isla, escogió un lugar en una de las terrazas y recién ahí se relajó lo suficiente como para apreciar con detenimiento el espectáculo que se desplegaba ante sus ojos. El sol poniente iba bañando con su luz dorada las fachadas blancas de las construcciones que se extendían por la ladera mientras se recortaba contra el cielo más límpido que hubiera visto en su vida y sus rayos se reflejaban el azul casi imposible del mar. Sacó la cámara de su bolso y comenzó a tomar fotos pero ninguna de ellas reflejaba ni remotamente la belleza del momento así que, algo frustrada, pensó que tal vez era mejor dejar de intentarlo cuando alguien llamó su atención.

"¿Quieres que te tome una foto?", preguntó un hombre a sus espaldas.

Lizzie se dio vuelta con los ojos entrecerrados por la luz del sol y le llevó algunos segundos ajustar la mirada para poder ver con claridad a quien le hablaba. Era un hombre joven, debía tener menos de 30 años, era moreno, de rostro fuerte y muy masculino, su cabello era oscuro, crespo y un poco largo, seguramente más que lo habitual, lo que le daba un aspecto sexi y salvaje, y tenía unos ojos de color azul intenso que casi la hipnotizaron. Era el hombre más bello que había visto en su vida.


William Darcy maniobró su velero hasta atracar cerca de la bahía de Ammoudi, a los pies de Oia en Santorini. Había navegado a buena velocidad y llegaba con tiempo suficiente para ver el famoso atardecer desde la isla. Llevaba más de cinco meses recorriendo el sur de Europa, desde España hasta Grecia, la última escala de su viaje antes de volver a Londres y a todas sus responsabilidades. Este viaje había sido una suerte de despedida de su juventud antes de entrar a la adultez plena. No es que no fuera adulto ya, tenía 28 años, pero hasta ahora se le había permitido vivir de manera acorde a su edad y eso estaba a punto de cambiar. Su padre George Darcy, presidente de Darcy Corporate, uno de los conglomerados agro-industriales más importantes del país, quería que William asumiera más responsabilidades en la empresa y se familiarizara con el cargo que heredaría en no mucho tiempo más y él nunca había soñado con eludir su destino. Estaba muy orgulloso de la familia a la que pertenecía y de todo lo que su apellido representaba y se había preparado a conciencia para honrar ese legado pero, antes de asumirlo completamente, había decidido tomarse seis meses libres de trabajo, estudios y responsabilidades, medio año para no hacer nada por obligación, sino sólo por placer. Ahora se encontraba casi al final de su aventura y no pudo evitar tomarse un momento para reflexionar sobre estos seis meses pero especialmente sobre su vida, su pasado, su realidad y su futuro.

William, Will como le decían sus seres queridos, era feliz, bastante feliz. Tenía unos padres maravillosos: George, un hombre íntegro, honesto y trabajador que era su modelo en la vida, y Anne, dulce, amorosa, firme, bella y elegante, una verdadera dama. Will los amaba con todo su corazón al igual que a Georgiana, su hermanita de 14 años, a la que adoraba desde el momento en que la sostuvo entre sus brazos, cuando apenas era una recién nacida. La unión entre ambos era tan fuerte, a pesar de la diferencia de edad, que desde ese día se habían vuelto inseparables, no había nada que William no haría por Georgiana, daría la vida por ella.

Obviamente, no todo era color de rosa, también había problemas en el paraíso de los Darcy. Su padre tenía un carácter muy fuerte y podía ser demasiado severo y él no se quedaba atrás así que los enfrentamientos eran moneda corriente, sobre todo durante su adolescencia y los primeros años de juventud. En esos años Will se negaba a asumir el papel que se le imponía, reclamaba el derecho de cuestionarse si eso era realmente lo que quería y a su padre le costó mucho aceptar que su hijo, en el que tenía depositadas toda su confianza y esperanza, pudiera seguir un camino diferente, pero Will no se dejó doblegar y pidió, al menos, la oportunidad de poder dudar. Durante ese proceso su madre se mantuvo al margen tratando de conciliar y apaciguar el carácter de su marido y su hijo pero Will sabía que, llegado el caso, lo presionaría a obedecer.

La otra cosa que William hallaba reprochable en el carácter de sus padres era ese aire de superioridad que mostraban siempre, con justificación sin dudas porque venían de familias prominentes y se habían movido siempre en círculos elevados, pero el mundo había cambiado y las jerarquías eran cada vez menos claras y más absurdas, al menos en cuanto a la posición económica y social. Will veía esto claramente pero sus padres no tanto y eso también había sido motivo de discrepancias. Con una sonrisa recordó la ocasión en que se enteraron de que estaba saliendo con una camarera y su madre, bondadosa como era, le dio un discurso sobre lo que se esperaba de él en la vida y cómo eso incluía a la mujer que elegiría como compañera porque ella también llevaría el apellido Darcy y tenía que ser digna de él, no sólo por comportamiento sino también por nacimiento. La relación no prosperó así que no hubo de qué preocuparse pero Will siempre se sintió un poco molesto por eso, no le parecía que su madre tuviera derecho a influir sobre con quién salía o quienes eran sus amigos.

Mientras se aprestaba para bajar de la embarcación y ordenaba sus cosas en la cabina encontró una agenda de cuero con el monograma de la compañía que su padre le había obsequiado antes de partir para que sirviera de bitácora de viaje pero también para que agendara sus futuros compromisos. Pasando las hojas rápidamente llegó al día que sellaba su futuro y leyó la anotación escrita con la letra perfecta de su padre.

'7 de septiembre de 2009, 8hs.

Asunción como Gerente General de Darcy Corporate.

Querido hijo: este es el primer día del resto de tu vida y quiero decirte que estoy muy orgulloso de ti. Sabes que no soy bueno con las palabras pero antes de que te hagas cargo de tu nuevo puesto quiero que sepas que estoy seguro de que honrarás nuestro apellido con todo lo que representa y confío en que serás capaz de llevar la empresa a otro nivel y hacerla crecer enfrentando los desafíos de la nueva era. Espero que sepas también que te amo con todo mi corazón y que eres el mejor hijo y hermano que cualquiera podría desear. Tu madre me insiste para que te diga esto en persona y lo intentaré pero aunque no lo haga no quiere decir que no lo sienta.

Tu padre, George Alexander Darcy

PD: No llegues tarde!'

Cerró la agenda con una sonrisa. Su padre nunca había sido demostrativo, él tampoco, pero William sabía cuánto lo amaba aunque esas palabras le daban una gran satisfacción. Guardó la agenda en un lugar seguro, tomó una mochila y su billetera porque tenía que comprar provisiones, subió al bote y se dirigió al embarcadero. El increíble paisaje lo atrapó de inmediato alejando su nostalgia y cuando pisó tierra empezó a subir la cuesta con paso rápido y alegre. La gente ya empezaba a ocupar las terrazas para esperar el atardecer y él buscó un buen lugar desde donde observarlo y tomar algunas fotografías que le había prometido a Georgiana. Mientras caminaba vio pasar a una muchacha vestida con un short de jean y una camisa bordada blanca y azul, de esas típicas griegas. Era delgada pero con curvas, sus bellas piernas resplandecían con un leve bronceado igual que sus gráciles brazos, tenía el cabello castaño levemente ondulado y largo hasta por debajo de los hombros. Caminaba con gracia y liviandad y, aunque aún no había podido ver su rostro, estaba seguro de que era hermosa. Sin siquiera pensarlo la siguió y se descubrió mirando a la gente que la rodeaba para ver si estaba con alguien, seguro tenía novio o marido, no podía ser que semejante belleza estuviera sola. Pero lo estaba, o al menos eso parecía. Vio como ella se sentaba sobre una baranda de piedra y sacaba una cámara de su bolso y tomaba algunas fotografías pero al poco tiempo dio un suspiro de resignación y estaba a punto de guardar su cámara.

"¿Quieres que te tome una foto?"

'¿Quién dijo eso?', se preguntó Will asombrado. '¿Acaso fui yo?'

Y sí, había sido él, porque la muchacha se dio vuelta para mirarlo. Tenía los ojos entrecerrados para protegerse de la fuerte luz del sol así que él no podía verlos bien pero sí pudo admirar su forma almendrada y apreciar las largas pestañas. Bajó la vista hacia su nariz que estaba levemente fruncida en un gesto adorable y luego a su preciosa boca rosada y carnosa. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida y entonces ella le sonrió, abriendo apenas los labios y dejando entrever unos preciosos dientes perlados y a Will se le cortó la respiración.

"Claro, gracias", le dijo extendiendo la mano para entregarle la cámara.

Sus dedos se rozaron cuando él la tomó y Will sintió como una corriente eléctrica lo recorría desde la punta de sus dedos hasta el centro mismo de su corazón.


Próximo capítulo: Perfecta


Nota: Aún sigo adelante con mis otras historias (Simplemente Lizzie y Darcy y Destino) pero como estoy medio estancada y esta nueva historia vino a mi mente, no quise dejarla escapar pero estoy mejor preparada con varios capítulos adelantados así que espero poder actualizar con regularidad mientras me pongo al día con mis obras FF.

Ojalá les guste.