Just one kiss…
Capítulo 1
Un beso. Un único beso y todo cambió para siempre de forma inevitable e irrevocable.
El roce de dos pares de labios, el contacto de la punta de la lengua de Magnus con la suya, y todo lo que conocía se desvaneció al cerrar los ojos para dejar que el efecto de ese beso calara hasta lo más profundo de su corazón.
Cuando despertó de esa ilusión, de la esperanzadora visión de futuro en la que se había sumido tras atreverse a mostrarle a la multitud que se congregaba en la improvisada capilla del instituto lo que sentía por el osado Magnus Bane, su mundo colapsó y se derrumbó.
Ocurrió todo tan rápido, cambió del sueño a la pesadilla en un periodo de tiempo tan corto, que no supo cómo reaccionar ante semejante giro del destino.
La primera señal del desastre que estaba por llegar a su vida fue la propia reacción de Maryse a ese beso. No solo no lo aprobó, sino que le odió por ello; ¿cómo puede una madre odiar a su hijo por amar a quién ella cree inferior? ¿Cómo puede una madre justificar ese odio con injustificable intolerancia?
La pérdida de Jace fue el siguiente augurio. Su hermano desapareció, casi literalmente hablando, de la mano de su mayor enemigo.
Y, por si no era dolor suficiente para él el que la vergüenza y la pérdida sumaban a su existencia, se vio añadiendo la culpabilidad a la ecuación: el instituto cargó contra Lydia inmediatamente por ayudarle a liberar a su hermana de los cargos a los que se enfrentaba. Por colaborar con él y permitir que Valentine se introdujera en su centro neurálgico y atacara sin piedad mostrando sus ya evidentes carencias.
Entonces, tras esos tres fatídicos sucesos, llegó uno que creyó que lo compensaría todo. Pero que acabó haciendo pedazos lo que quedaba de su ya quebrado corazón.
Magnus…
Magnus le había traicionado.
Y esa traición dolió incluso más que la pérdida o la vergüenza de dejar de ser el hijo pródigo de Maryse. Más que la culpabilidad de haberle fallado a Jace. A Lydia. Al instituto. O a todos.
De nuevo despojado de toda felicidad y esperanza, Alec Lightwood se preguntaba cómo el Gran Brujo de Brooklyn había podido engañarle del modo en que lo hizo. Era un cazador de sombras, uno de los mejores, y, a pesar de eso, ni siquiera era capaz de identificar los factores que debían haberle hecho entender que la devoción con la que le miraba tras besarle no era más que un engaño. ¿Cómo podía haber estado tan ciego?
Incluso la expresión de desdicha con la que se despidió de él aquel mismo día, mientras Jace yacía en el suelo a sus pies, ensangrentado, no era más que una mentira.
"Adiós, Alexander"
Había enterrado esas dos palabras y a la persona que las pronunció en lo más hondo de su ser para no ser capaz de sentir el dolor que le provocaban.
Cuando las escuchó tuvo la certeza de que era una despedida definitiva. Sin embargo, ahora; seis meses después, el destino volvía a ponerle en su camino.
-Alec, ¿estás listo?
El primogénito de los Lightwood alzó la mirada para encarar a su hermana. La vio comenzar a caminar hacia la entrada de la sala en la que se daban lugar los juicios del instituto, y se levantó del asiento en el que aguardaba para seguirla hasta el interior.
Su convencimiento y su temple mermaban a cada paso que avanzaba hasta la sala.
-Izzy, espera—pidió, cuando apenas quedaban un par de metros para alcanzar la puerta de entrada. La preciosa mujer de largo cabello negro y expresión dura en la que se había convertido Isabel, le miró con severidad—. ¿Ha…? ¿Ha dicho algo?—preguntó, de igual modo.
Isabel dudó un instante, pero negó en lugar de contestar a su pregunta.
Será mejor que lo oigas por ti mismo pensó. Sabiendo que era un duro golpe el que de nuevo aguardaba a su hermano en el interior de esa sala.
—Muévete, nos están esperando—avanzó hasta la puerta y la abrió sin detenerse a asegurarse de que la seguía.
Al atravesarla, lo primero que llamó la atención de Alec, fue la figura de Magnus. De todas las personas que allí se congregaban: sus padres, su hermana, Jace, Clary, Jocelyn, Luke, el maldito rey de los vampiros: Raphael, el insulso Simon… el brujo era la única que destacaba. ¿El motivo? Él era de todos ellos el único que permanecía de rodillas en el suelo, con las manos atadas a la espalda, vestido con las mismas andrajosas y sucias ropas con las que le hallaron en el escondite de Valentine que esa mañana habían atacado los Cazadores de Sombras. Una misión que él mismo había dirigido.
Caminó hacia ellos con la mirada fija al frente y la cabeza bien alta. Repitiéndose en todo momento que el hombre que se hallaba arrodillado en el suelo no era otro que aquel del que se había enamorado. El brujo por el que lo arriesgó todo. El que le había traicionado. Pensando en cómo no había podido olvidar el día de esa traición un solo segundo, minuto, ni hora de ese medio año de oscuridad en el que se sumió tras su desaparición.
6 meses antes…
Besar a Magnus Bane frente a todos los destacados miembros de la Clave que se reunían para su inminente boda con Lydia Branwell era sin duda lo más osado que había hecho Alec Lightwood en sus dos décadas de vida.
Durante un corto periodo de tiempo, pensó que había valido la pena. Ese beso había significado tanto para él que estaba dispuesto a sacrificarlo todo a cambio.
Alec no tardó mucho en darse cuenta de que eso era exactamente lo que había hecho: un sacrificio que recordaría para siempre.
Lidiar con Maryse y su rabia contenida no fue lo peor de la velada. En realidad, fue mucho más fácil ser consciente del odio que provocaba en su propia madre, que serlo de que la persona por la que lo había puesto todo en riesgo trabajaba para el peor enemigo de la Clave.
Tras ver a Valetine arrastrar a Jace junto a él a través de aquel portal, creyó que jamás recuperaría con vida a su hermano. A su parabatai.
Pero entonces, Magnus se ofreció a rastrear a Jace utilizando su magia. Le dio esperanza cuando él solo veía oscuridad. De nuevo fue su luz al final del camino.
Solo que lo fue el tiempo suficiente como para volver a dejar que las tinieblas le engulleran una vez más.
— ¿Estás bien?
Tras hacer esa pregunta, Magnus se acercó a Alec y se colocó a su lado.
Sin dejar de mirar los monitores de la sala de operaciones de los Cazadores de Sombras del Instituto, este contestó escueto.
—Bien.
Se hizo el silencio durante un incómodo minuto. El propio Alec no pudo soportar la presión.
— ¿Todo bien con Jocelyn?—preguntó, buscando romper ese silencio.
—Todo bien. Está mejorando por momentos. Clary y Luke están con ella.
— ¿Y el rastreo? ¿Tenemos ya lo que necesitabas para empezar?
—En cuanto Camille haga su parte, yo podré empezar la mía. Es cuestión de minutos.
Escuchar el nombre de la ex novia vampira de Magnus no ayudó a placar sus nervios. La conversación mantenida entre ambos hacía tan solo unas horas, le había dejado bastante claro que el chico se sentía celoso de su antigua relación. Y, sobre todo, del hecho de que ella fuera inmortal como el brujo, cuando él no lo era. Alec tenía miedo a no poder competir con algo tan inevitable como el tiempo.
Le vio cruzarse de brazos y darle la espalda. Para después dirigirse hacia la mesa que había próxima a ellos y comenzar a mirar unos papeles extendidos sobre esta.
Inspirando profundamente y expirando con pesadez, Magnus decidió que debía hacer algo al respecto de la incómoda situación que se daba entre ellos. Se acercó a Alec y le sujetó del brazo derecho, arrastrándole con él por los pasillos del Instituto hasta el mismo despacho en el que el primogénito de los Lightwood solía esconderse para estar a solas.
— ¿Qué pasa?—preguntó Alec, observando curioso como el brujo cerraba la puerta tras ellos.
—Esto tiene que acabar, Alexander. Nuestra relación no puede alzarse sobre un lecho de dudas. Te he dicho que Camille no es nada ya para mí. Que el tiempo no importa. Pero parece que tú te empeñas en oscurecer el que se nos ha otorgado juntos.
Alec apartó la mirada, avergonzado, y se dejó caer hacia atrás, apoyándose en la mesa de escritorio que había tras él; con las piernas extendidas y un brazo a cada lado de su superficie.
—No es algo que podamos obviar tan fácilmente, Magnus. Siempre será un factor en nuestra contra. Ella, en cambio, puede darte…
El brujo no le dejó terminar. Se acercó a él y pegó su cuerpo al del cazador. Una mano en su pecho, sobre el lado izquierdo, y otra sobre su mano, presionándola suavemente contra la mesa.
—No hay nada que ella ni nadie pueda darme, que no puedas darme tú. No hay nada que ella ni nadie pueda darme, que no desee sólo de ti—afirmó, con convencimiento.
Alec sintió como la mano posicionada sobre su pecho traspasaba un calor incomprensible a su corazón, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. El contacto de Magnus provocaba en él esa reacción siempre que le tocaba. Cuando le había besado, esa sensación se había multiplicado por mil. Oírle decir esas palabras, había rememorado ese instante sin necesidad de rozar sus labios.
—He perdido a Jace—admitió, acongojado y en parte algo avergonzado por estar haciéndolo—no puedo perderte también a ti.
Magnus alzó la mano que tocaba su pecho para acariciar su barbilla con suavidad.
—No vas a perderme—aseguró. Rozó con el pulgar el labio inferior del joven cazador, y su boca se entreabrió. Al ver la mirada excitada que le dirigía, se apoderó de él un potente deseo de colar su lengua en ella—. Siempre voy a estar aquí para ti. Cada hecho y pensamiento mío son para ti, Alexander.
La nuez de Adán de Alec se movió arriba y abajo, lentamente. Magnus no quería forzar las cosas entre ellos, pero no fue capaz de seguir conteniendo ese deseo por más tiempo. Llevó la mano con la que le acariciaba a la nuca y apresó ese labio inferior con los suyos.
El cazador suspiró en el beso y correspondió a este con la misma pasión con la que lo recibía. Con tanta, y dejándose llevar de tal modo, que sin pensarlo se irguió y puso sus dos manos a los lados de la cara del brujo, profundizando un contacto del que jamás creía ser capaz de cansarse.
Al igual que lo hizo la primera vez que le besó, Magnus sonrió cuando sus labios se separaron.
—Por todos los dioses, Alec—susurró, su frente cayendo contra el pecho del alto cazador.
No sabía si iba a ser capaz de mantener un ritmo lento en esa relación. Lo intentaba, pero, ¿cómo podía culparse de no sentirse capaz? Cada arrebato del chico le pedía que lo acelerara de un modo que sabía que no era inteligente.
— ¿Qué?—preguntó Alec, realmente ajeno al torrente de sensaciones desbordadas que provocaba en el ancestral brujo.
Un golpe en la puerta dio por finalizada la conversación antes de que pudiera contestar.
—Camille ha terminado, es la hora—afirmó Isabel, mirándoles alzando una ceja; al ser consciente de la cercanía inusual que había entre sus cuerpos.
—Vale, vamos—Alec fue el primero en abandonar la habitación. Salió a toda prisa de esta antes de que su hermana pudiera formular alguna incómoda pregunta.
Magnus sonrió a Isabel con complicidad, y ambos siguieron al mayor de los Lightwood hasta la sala del centro de mando de los cazadores.
El rastreo tuvo el éxito esperado. El Gran brujo de Brooklyn hizo honor a su reputación y dio con el paradero de Valentine y Jace, situándoles en un barco anclado en el puerto. El propio Magnus abrió el portal que trasladó a los Cazadores de Sombras convocados a la batalla hasta la embarcación, dispuestos a recuperar a su hermano.
Fue una dura lucha. Una encarnizada y sangrienta. Pero la victoria parecía alzarse para la Clave.
Alec ya casi podía saborearla. Veía a Jace a pocos metros de distancia. Supo que algo no estaba bien cuando vio a Magnus a su lado. El brujo sujetaba a su hermano por un brazo y le gruñía palabras que él no alcanzaba a entender desde su posición. Comenzó a correr hacia ellos.
Y entonces sucedió, el gran brujo utilizó su magia para hacer caer a Jace al suelo.
— ¡Apártate de mí!—gritó al cazador.
El cuerpo del Nefilim salió despedido debido a la fuerza sobrenatural que utilizó contra él, y cayó en el suelo, justo a sus pies. Su rostro estaba ensangrentado, y su expresión era de dolor mientras miraba a Magnus de un modo que Alec no sabía cómo interpretar.
—No lo hagas, brujo. Es un error—advirtió Jace.
Alec les miró a ambos, confuso.
Antes de que pudiera preguntar qué sucedía, Valentine apareció ante ellos.
—Tienes algo que es mío, Bane. Devuélvemelo.
Y cuando el cazador creía que esas palabras hacían referencia a su hermano, que de nuevo ese hombre quería arrastrar al que decía ser su hijo hasta el futuro incierto que él podía darle, Magnus sacó la Copa Mortal del interior de su chaqueta y la tendió al antiguo cazador de sombras.
—Sólo olvídate de él, ¿quieres? No le necesitas—aseguró.
Valentine observó a Jace, después al brujo, y sonrió; alzando en sus manos la preciada y mágica reliquia.
—Abre el portal, Bane. Y quizás consigas lo que pretendes—afirmó.
Unas pocas palabras, un par de peculiares gestos, y el Gran Brujo de Brooklyn abría de nuevo un paso temporal que permitiera al oscuro cazador de sombras alejarse de sus enemigos.
Aunque pudiese sonar egoísta a oídos de otros, lo que menos le importó a Alec de ese momento fue ver a Valentine sujetar la Copa Mortal y atravesar el portal. Lo único que le importó desde ese día, fue la traición. El ver a Magnus atravesarlo también para acompañarle.
— ¡Magnus!—gritó, con su arco en alto y una flecha dispuesta a atravesar su pecho; en su expresión había tanto miedo, que era fácil entender que trataba de no dejar que las lágrimas fluyeran— ¡no lo hagas!
—Adiós, Alexander—fue la respuesta del brujo, mirándole con una tristeza que seccionó en partes diminutas su corazón.
La flecha preparada en el arco fue disparada. Atravesando el hombro izquierdo de Magnus en el preciso instante en el que este daba un paso atrás y se introducía en el portal.
Alec bajó la mirada hacia el suelo, buscando la de Jace. Su expresión tan dolida como incrédula.
—Lo siento—dijo su hermano, llevándose las manos a la cabeza y hundiéndolas en su pelo, con expresión desesperada—. Lo siento.
En el presente…
Tras los sucesos de ese día, Alexander Lightwood dejó atrás toda esperanza por tener una vida diferente a la que llevaba hasta el momento. Volvió a su antigua convicción. A creer que sólo ser un Cazador de Sombras tenía sentido para alguien como él. Era para lo que había nacido. Para lo que le habían criado. No podía escapar de lo que era.
Pero no olvidó todas las mentiras. Ni culpó a la Clave de ellas. Los verdaderos culpables, eran de su misma sangre. Y lo tuvo presente cada día que transcurrió hasta esa mañana.
Ahora sólo podía contar con el apoyo de Jace. Él no era de su propia sangre, era algo más. Era su Parabatai. El alma vinculada a la suya. Y, aunque entendía por fin que lo que sentía por su hermano no era amor, sino adoración, sentía que era la única persona que de verdad haría cualquier cosa por él. Que jamás le traicionaría.
Cuando recibió su llamada, esa en la que le informó que por fin, después de seis meses de búsqueda, habían encontrado el escondite de Valentine, en todo lo que podía pensar, era en tener la satisfacción de ver encadenado al subterráneo que le traicionó.
Alexander no tardó en obtener lo que deseaba. Solo que no lo hizo del modo en que esperaba.
La fuente de información de Jace no fue del todo fiable; algo comprensible en opinión de Alec, ¿quién podía fiarse de los subterráneos? Él no, desde luego. No volvería a hacerlo jamás. Valentine no estaba en la casa cuando los Cazadores de Sombras irrumpieron en ella. Pero sí el Gran Brujo de Brooklyn.
Le hallaron encerrado en una mazmorra en el subsuelo de la casa. Encadenado y torturado hasta la extenuación.
Alec se quedó estático mirándole desde el otro lado de los barrotes de la celda en la que lo retenían. Sintió una extraña satisfacción entremezclarse con tristeza al ver su rostro demacrado, su aspecto deteriorado. A pesar de la barba que poblaba su rostro, se le veía más delgado.
No pudo mirarle a los ojos, estaba medio inconsciente, y su cabeza caía hacia adelante ocultándolos.
Jace fue el primero en entrar en esa prisión. Haciendo algo que sorprendió a Alec casi tanto cómo le enfureció: corrió a agacharse junto a Magnus para ayudarle a liberarse de las cadenas que le apresaban.
—Magnus, eh… amigo. Soy Jace. ¿Me oyes? ¿Puedes oírme? Estás a salvo.
Esas palabras retumbaban en la cabeza horas después, cuando Alec aguardaba a entrar en la sala de juicios.
¿Por qué lo había hecho? ¿Es que había olvidado que el brujo intentó matarle antes de marcharse para reunirse con Valentine? ¿Antes de traicionarles?
Las dudas le asaltaban. Si Magnus había estado ayudando a Valentine a formar su ejército de las tinieblas, ¿por qué motivo le tenía encerrado y torturado?
No tardó en obtener respuesta a esas preguntas.
—Alexander... Alexander... ¡Alexander!
Estaba tan absorto en sus recuerdos que no se percató de que se quedaba estático y pensativo frente a los asistentes a la reunión. Ni siquiera escuchó la voz de Maryse hasta que esta hubo repetido su nombre varias veces.
—Lo siento. Yo…—balbuceó.
—Aproxímate—ordenó Maryse. Estaba sentada en la misma silla que la propia Inquisidora de la Clave ocupara el día del juicio de Isabel. Mirándole con desdén desde su posición privilegiada, y hablándole con ese tono de directora que utilizaba con él desde entonces. Desde que le vio besar a Magnus, al traidor, su tono nunca había vuelto a ser de madre para dirigirse a Alec.
Robert, su padre, se mantenía en silencio y mirándole con expresión de pesadumbre; exactamente como lo hacía siempre que se cruzaban desde aquel día, de pie en el lazo izquierdo de la silla de Maryse.
En el extremo opuesto; el derecho, Isabel ocupaba el último lugar destacado de los Lightwood. Su hermana prefería observar el suelo a mirarle a él. Sabía que sus ojos la delatarían.
Junto a ella, Clary Fairchild sí se permitía poner su atención en él. Con una triste comprensión en los ojos que hizo que su estómago se encogiera al verla.
Frente a ellos, cada uno colocado a un lado de la sala, le miraban con interés Luke Garroway; el nuevo jefe de la manada de los hombres lobo; acompañado de Jocelyn Fairchild, y Raphael Santiago; el líder de los Vampiros de la ciudad. Alec no pudo evitar preguntarse cuál era el motivo para que les hubieran convocado para un asunto como ese. Magnus era un asunto de la Clave. Había recuperado la Copa Mortal sólo para volver a entregársela a Valentine. Era un traidor. Los subterráneos no tenían nada que decir en cuanto a su detención.
Y en el centro de la sala, aguardaban las dos únicas personas que podía dar algo de sentido a esa escena. Magnus; arrodillado en el suelo, con las manos esposadas a la espalda con unos grilletes especiales fabricados por los Nefilim que evitaban que utilizara su magia, y Jace; de pie junto al acusado.
Magnus miraba al suelo, en ningún momento conectó su mirada con la de Alec. Su expresión era moribunda, apagada. Casi parecía que esperaba el veredicto para poder dejarse caer contra la fría superficie de mármol y descansar para siempre.
Jace, en cambio, le miraba fijamente. Fijo y con… ¿culpabilidad?
—Procede—escuchó decir a Maryse, justo cuando su hijo se colocó junto a su hermano.
Alec no se atrevía a ponerse junto a Magnus. Demasiados sentimientos encontrados. No podía perder los nervios. No ante Maryse. Esa era una satisfacción que nunca volvería a darle.
Isabel dio un paso adelante y comenzó a hablar.
—Magnus Bane ha sido convocado ante la dirección del Instituto para reconocer los cargos de traición contra la Clave que se le imputan. Se declara inocente de los cargos antes mencionados, por lo que se llama a declarar a los testigos de su deslealtad. Alexander Lightwood, es tu turno para hablar—afirmó, solemne.
Entonces Alec hizo algo que sorprendió a todos los asistentes. Se rio.
—Olvídalo, Izzy. No tengo nada que decir. No pienso ser partícipe de vuestro circo—se volvió y comenzó a andar hacia la puerta para salir.
Maryse gritó tan fuerte su nombre que no tuvo más remedio que detenerse.
—No te atrevas a dar un paso más—amenazó— O…
— ¿O qué?—Alec la miró divertido, cruzándose de brazos. Aguardando su respuesta—. No te esfuerces, Maryse—él tampoco se molestaba ya en llamarla mamá—. Esto ni siquiera es un juicio de verdad. No tienes potestad. La Clave ya se ocupó de que así fuera. Si quieres saber algo sobre lo que ocurrió la noche en la que el brujo escapó, pregunta. Pero no pienso seguirte el juego como hacen todos. Eso pasó a la historia. Solo testificaré en un juicio que oficie la propia Clave. Ahora sólo respondo ante ellos. Mete a ese traidor en una celda y espera a que los verdaderos dirigentes vengan a por él, ¿quieres?
Antes de que su madre volviera a alzar el grito en el cielo, Jace intervino.
—No sucedió lo que crees, Alec. Todo fue una mentira. Una necesaria para el bien común. Magnus no es el traidor que todos habéis creído durante estos meses.
De nuevo el mayor de los Lightwood detuvo el caminar y se volvió, esta vez a mirar a su hermano.
— ¡Mientes!—lo gritó tan fuerte que su voz profunda retumbó en las paredes—. No entiendo el por qué, pero mientes.
—Tú estabas allí, hermano—la voz de Jace se quebró. Sabía que lo que estaba a punto de revelar haría que el odio que Alec sentía hacia Magnus tomara una nueva dirección también hacia él—Viste lo que sucedió. Solo que no sabías lo que estabas viendo.
—Tienes razón, yo estaba allí—afirmó, sarcástico—vi como ese… subterráneo—señaló a Magnus, pero sin mirarle durante mucho tiempo—el mismo que prometió salvarte, te maltrató y ayudó a nuestro enemigo a escapar con la Copa Mortal.
—Tuvo que hacerlo—empezó a decir Jace, pero la reacción de su hermano le interrumpió.
Alec comenzó a caminar hacia él, lleno de ira y con toda la intención de volver a comenzar a gritar.
—Yo le pedí a Jace que mintiera.
Esa fue la primera vez en seis meses que escuchaba la voz de Magnus. Decidir si quería mirarle a los ojos o no, en ese momento dejó de ser una opción.
Toda la sala quedó en silencio, escuchando el relato del brujo. Magnus solo miraba a Alec. Sus miradas conectaron y no se apartaron la una de la otra un solo segundo hasta que hubo terminado.
—Localicé a Jace en el interior del barco durante la batalla. Juntos escapamos de Valentine. Pero ambos sabíamos que la victoria solo sería temporal. Volvería a por él para terminar su trabajo. Además, estaba el hecho de que tenía consigo la Copa Mortal. Teníamos que hacer algo al respecto, Alec. Era necesario.
Un mal necesario para un bien mayor recordó Jace. Esas fueron las palabras que usó el brujo cuando le agarró del brazo y le pidió que le dejara sacrificarse en su lugar.
Recordaba la conversación como si acabara de suceder. Si el plan de Magnus surtía efecto, conseguiría liberarle de Valentine, y asegurar que este no pudiera utilizar la Copa Mortal hasta encontrar el modo de destruirla.
Alec no me lo perdonará. Si te sucede algo… nos odiará a los dos
Un mal necesario para un bien mayorcontestó Magnussi sale bien, podrá decidir si odiarme para siempre o perdonarme por querer un futuro mejor para todos. Yo soy una opción para él, pero tú… Jace, tú eres su familia. He visto su rostro, su miedo a perderte. No puedo permitir que eso pase.
Lo que deseas no es un futuro mejor para todos, sino para élpuntualizó Jace.
Magnus le cogió del brazo y gruñó una orden.
Tú haz lo que te digo. Es tu deber, ¿no? Cazador de Sombras. Cumple con este. Demuestra ser mejor que Valentine.
Magnus le soltó y le hizo caer al suelo.
— ¡Apártate de mí!—gritó el brujo; fingiendo querer hacerle daño de verdad. Y se vio arrastrado por su magia hasta Alec.
—No lo hagas, brujo. Es un error—advirtió Jace. Tal vez ayudara al bien mayor; quizás consiguiera detener a Valentine de forma definitiva; pero no sabía si Alec sería capaz de perdonarle por algo así algún día. A ninguno de ellos dos.
Pero Magnus no obedeció a su advertencia. Continuó con su plan. Permitió la huida de Valentine con la Copa Mortal, y se marchó con él para asegurarse de que jamás podría hacer uso de esta.
Se llevó consigo el dolor que la mirada traicionada de Alec le provocaría el resto de sus días. Un dolor mayor que el de sentir aquella flecha atravesarle.
Al margen de sus pensamientos, el brujo continuaba con su relato.
—Durante meses, funcionó. Conseguí que mi hechizo inutilizara la Copa—continuaba mirando únicamente a Alec, como si sólo ante él hubiera de justificarse—. Convencí a Valentine de que el problema residía en algo que le habían hecho en el instituto. Que era cosa de la Clave. Jace me ayudó desde aquí. Hizo correr la voz de que era un traidor. Os lo hizo creer a todos. Era necesario para el plan.
Alec miró a Jace. Su expresión de total abandono.
—Yo le pedí que lo hiciera—puntualizó Magnus, volviendo a conseguir la atención de Alec—. Pero entonces llegó Agrippa, y todo cambió.
—Fue culpa mía, yo debí dar con él antes que Valentine. Era mi misión—afirmó Jace, desconsolado—. Y ahora él ya no confía en Magnus. Hemos perdido nuestra mejor opción. Todo lo que ha sucedido estos meses, será para nada.
— ¿Quién es Agrippa?—tras muchos minutos en silencio, Maryse por fin se decidió a volver a hablar.
—Un antiguo brujo. Más antiguo aún que Magnus o yo. Más incluso que nuestra creadora—intervino Raphael.
Alec apretó los dientes al escuchar hablar de Camille.
—Empiezo a ver el motivo por el cual Jace nos convocó aquí—aseguró Luke—. Vamos a necesitar aunar fuerzas entre todas las razas del submundo si esto es lo que yo creo que es.
—Lo es—afirmó Magnus—. No será fácil para él, pero Agrippa puede llegar a revertir el hechizo que puse sobre la Copa. El problema es que tardará menos en hacerlo de lo que debería si no puedo continuar recargándolo cada cierto tiempo como hacía hasta ahora.
— ¿Qué proponéis?—preguntó Rafael—está claro que tenéis un plan.
—Debemos encontrarles de nuevo. Rescatar a Agrippa y recuperar la Copa Mortal antes de que Valentine pueda hacer uso de ella.
—Si no lo hacemos, todo esto habrá sido para nada—desde el suelo, Magnus miraba a Alec con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas—. Lo siento—susurró.
— ¡No!—gritó el cazador de sombras, inclinándose ante el brujo y sujetándole del cuello de su raída camisa—es todo una mentira. Todos vosotros, sólo tratáis de…
— ¡Alec!—intervino Jace, metiéndose entre sus cuerpos y arrancándole la tela de las manos—. Él sólo quería ayudar. Lo hizo por ti. ¿No ves lo que ha obtenido? ¿Lo que le han hecho?
Alec guardó silencio un minuto, mirando a Magnus. Su mandíbula apretada por la rabia, en su mente rememoraba cada palabra de su última conversación, cada imagen de la escena en la que atravesó el portal.
—Sólo ha obtenido lo que se merece—dijo, finalmente—igual que vas a hacerlo tú—. Dio dos pasos atrás sin dejar de mirar a Jace, después se volvió y caminó hacia la salida.
—Alec…–llamó Isabel, preocupada— ¿A dónde vas?
—Voy a poner sobre aviso a la Clave.
Isabel corrió hasta su hermano y le detuvo colocándose frente a él.
—No lo hagas. Sabes lo que ocurrirá. Nuestro apellido… nosotros—miró a sus padres—esta vez no podremos recuperarnos de la vergüenza, Alec. Después de todo lo ocurrido… No puedes volver a hacernos esto ahora que la Clave parece estar recobrando su confianza en esta familia.
—No he sido yo quien lo ha hecho, Izzy—afirmó, mirando directamente a su madre.
Luke observó el rostro de Maryse, había un miedo profundo en su mirada.
—Alec, por favor—suplicó Isabel. Comprendía el dolor de su hermano, mejor que nadie ella sabía lo mucho que había sufrido durante esos últimos meses. ¿Quién sino le había escuchado llorar a escondidas en la habitación contigua a la suya?
Pero Alec estaba decidido.
—Lo siento, Izzy. Es mi deber. Debo informar. Ya no hay nadie aquí en quien pueda confiar—afirmó, justo antes de cerrar la puerta de un golpe tras él.
—Tenemos que hablar—afirmó Luke, mirando a los Lightwood y a Rafael.
—Y ya—intervino Jocelyn Fray—una vez esto llegue al consejo. Magnus será llevado ante la justicia de la Clave. Y ellos no atenderán a razones.
Mientras ellos conversaban sobre el futuro del Instituto y el porvenir del brujo, Magnus pensaba en lo que había sentido al oír hablar a Alec.
Pudo percibir sin demasiado esfuerzo la oscuridad que ocupaba la persona de Alexander Lightwood en esos momentos. Sintió cómo la dulzura, timidez y calidez de espíritu que le caracterizaban parecían haber desaparecido.
—Ha cambiado—afirmó, casi en un susurro; mirando al suelo, entristecido y sintiéndose avergonzado de sí mismo—. Ha abandonado toda esperanza—a la felicidad, a obtener el futuro que le ofrecí y debí darlese dijo. ¿Qué esperabas? ¿Inmediata comprensión?.
—Ya no es él mismo. Ahora es...—Jace se detuvo un momento antes de decirlo—ahora es cómo era yo antes—antes de conocer a Clarypensó. De conocer el amor correspondido.
—Es mucho peor que eso—afirmó Clary, acercándose hasta Jace y acariciando su hombro con cariño. No le importaba lo que dijera la sangre, ella siempre estaría ahí para él—. Es la peor versión de cualquiera de nosotros, de sí mismo, que ha podido recrear.
—Debisteis decirle la verdad—reprochó Izzy, enfadada; mirando a Jace y a Magnus—al menos a él.
Magnus negó.
—No lo habría permitido.
—Porque te quería, Magnus. ¿Lo entiendes? Es lo normal. Habría querido protegerte tan pronto se hubiera enterado de tu descabellado plan.
—Ese es el motivo por el que él no me permitió decírselo a Alec, Izzy. No es culpa suya—Jace salió en defensa del brujo—. Aunque hubiera estado de acuerdo con el plan en un principio, habría sufrido al enterarse de que Valentine había descubierto a Magnus. De que le torturaba para intentar conseguir que quitara el hechizo de la Copa.
—No, tienes razón—contestó Isabel, aún más enfadada—. No es culpa suya, sino tuya. Eras su hermano, su parabatai. No debiste permitirlo. Era una locura.
— ¡Izzy!—se quejó Clary, pero Isabel continuaba gritándole.
—Le viste sufrir como yo, Jace. ¿Cómo pudiste?
—No, déjala. Ella tiene razón—dijo Jace a Clary—debí encontrar otro modo.
—No es momento de lamentarse—Luke se acercó a ellos y se colocó tras Magnus. Le ayudó a levantarse y desabrochó sus grilletes—hay mucho que hacer. Primero que nada tenemos que llevarte a un lugar seguro.
— ¿Y la Clave?—preguntó Simon, ya nadie recordaba su presencia en la sala. Había estado callado como una tumba durante toda la escena. ¿Quién demonios había solicitado su asistencia a esa reunión?—. ¿Qué ocurrirá cuando sepan que Magnus ha escapado?
—Ya nos ocuparemos de eso más tarde—afirmó Robert Lightwood, abrazando a su esposa por la espalda; tratando de reconfortarla.
Maryse continuaba en un extraño estado de shock. De incredulidad. Era como si todo lo sucedido no fuera más que la recreación de la devastación de su familia. Una vez más, su apellido quedaría en entredicho. "Los Lightwood compinchados con el brujo que traicionó a la Clave" "¿Serán unos traidores también?" De nuevo la desgracia se cernía sobre ellos. Y, una vez más, Alec y su relación con Magnus eran los causantes de esa desgracia.
