Disclaimer: Candy Candy y sus personajes pertenecen a Mizuki e Igarashi respectivamente, como también "La Bella y la Bestia pertenece a su respectivo autor, yo Wendy Grandchester estoy creando una trama de mi autoría inspirada, aunque no igual, a esa bella historia con el único propósito de entretener y no de lucrar.


OJO: TODOS MIS FICS CONTIENEN LEMMON, si esto no es de tu agrado o te resulta incómodo, esta es tu oportunidad para abandonar la lectura, sobre aviso no hay engaño.


La maldición del Duque

Por: Wendy Grandchester

Capítulo 1


Londres, Inglaterra

Año 1775, Castillo Grandchester

—¿Cómo está mi esposa? ¿Ya ha nacido mi hijo?— Richard Grandchester, el Duque, se paseaba de un lado a otro en su recámara, ya había tenido cuatro esposas, pero ninguna le había dado un heredero, contaba con dos hijas huérfanas de madre, Ann y Patricia, de ocho y cinco años respectivamente. Había encontrado el amor por enésima vez en la joven Eleanor Baker, la hija del Marqués de Hummembert.

—Aún está en trabajo de parto, Excelencia. Como amigo, si su Excelencia me permite el atrevimiento, le imploro no hacerse ilusiones al respecto, puede que la Duquesa de a luz una niña y por como van las cosas, se tienen muy pocas esperanzas de que sobreviva al parto...—George Jonhsson, su consejero oficial se preparaba para la furiosa reacción.

—¡Sobrevivirá! Sobrevivirá y me dará un heredero.

Las siguientes horas se hicieron eternas para el Duque. Había visto morir a su tercera esposa de fiebre tras dar a luz a un niño raquítico y enfermizo que no llegó a los tres meses de vida, con las anteriores no había engendrado hijos y los matrimonios fueron anulados.

—Excelencia.— Un joven mozo hizo su reverencia ante el Duque.

—Habla, muchacho.

—Se requiere su presencia, es sobre la Duquesa...

El Duque, ya en sus cuarenta, aunque vigoroso, se apresuró hacia el área en que su mujer daba a luz.

—Su Excelencia.— La mujer se inclinó.

—Lady Catherine.

—Ya nació.— Expresó con júbilo una de las damas de la Duquesa.

—¿Ya? ¿Y qué es? ¡Por la gracia de Dios! Habla, mujer.

—¡Es un niño! Un niño precioso y sano.

—Un niño... ¿está segura?— Preguntó mientras sus pupilas marrones se mostraban risueñas, rejuveneciendo su rostro ya maduro, aunque apuesto, su cabello oscuro mostraba hilos de plata en las sienes.

—Estoy segura, Excelencia. Yo misma lo he visto con estos ojos que la tierra se ha de comer.

—¡Un niño! ¡Tengo un hijo!— Gritaba emocionado.

Cuando por fin pudo pasar a la recámara de Eleanor, esta lo recibió con una gran sonrisa de amor, triunfo y alivio, sobretodo. Caminaba hacia ella en pasos lentos, admirando la hermosura de esa joven de veintiún años, aún en la flor de su juventud. Tenía un rostro de porcelana, hermoso, angelical, avasallantes ojos azules, profundos como el mar y una larga melena rubia y espesa.

En sus brazos sostenía a su hijo. Una hermosa criatura que desprendía salud y vigor en esos pulmones.

—Estoy feliz, señora mía, muy feliz.

—Pensé... pensé que no sobreviviría...

—¡Ni lo digas! Fueron las horas más angustiantes, amor mío.— Besó su frente y por fin sostuvo a su hijo en brazos.

—¿Qué nombre le pondremos?

—Terruce. Terruce Richard Grandchester.

Caminó por la recámara con él, se asomó a la ventana desde donde se podía ver todo el esplendor de las afueras del castillo.

—Mi heredero, el futuro Duque de Grandchester. En unos años, todo esto será tuyo.— Besó la frente del niño.

20 años después

Desde muy temprana edad, se predecía que el joven Terruce sería muy apuesto, pero las predicciones no hicieron justicia a su insultante belleza. Había heredado la elegancia y los rasgos finos y delicados de su padre, el pelo oscuro, lacio y suave como la seda lo llevaba largo a media espalda, era alto, de hombros anchos, jugaba tenis y destacaba, era astuto, ágil, gozaba de buena figura, pero sin duda, era el único rasgo que había heredado de la bella Eleanor lo que le concedía la belleza suprema, esos impresionantes ojos azules que burlaban a los mismísimos zafiros.

Como futuro Duque, había crecido rodeado de atenciones, de mimos, cada capricho, desde su más tierna infancia había sido concedido, como consecuencia, se había formado un joven malcriado, altanero e insensible.

—No debería estar aquí, Su Gracia...

—¿Es que a caso estos establos no pertenecen al castillo?

—Sí, pero...— la joven, aunque desfallecía ante sus palabras y sutiles caricias, estaba asustada.

—¿A caso no es mío todo lo que se encuentra en mi castillo?

—Lo es...

—Y usted, Lady Eliza, se halla en mi castillo...

Lady Eliza, una de las más jóvenes damas de la Duquesa, era una de las tantas que saciaba el apetito y la curiosidad sexual del joven Terruce.

—¿Cuándo se supone que te casas con Sir William Dupree?— Le preguntó embistiéndola aún, entregado profundamente a los placeres mundanos.

—El próximo mes...—Murmuró deshecha en placer.

—Entonces vamos a prepararte para tu noche de bodas.— Sonrió descaradamente a la par que le daba una fuerte estocada.

...

5 años después

—¿De modo que te casas, Terry?— Le preguntó el Rey William Albert VIII mientras ambos estaban en un partido de tenis.

—Veo que te has enterado. Así es. Terminan los días de gloria para mí...—golpeó la pelota, el Rey William se la devolvió con la misma agilidad.

Habían sido amigos casi desde la cuna, solo que el ahora Rey de inglaterra era dos años mayor que él, tenían veinticinco y veintisiete años respectivamente.

—No creo que tus días de gloria terminen, la princesa Sussana es toda una beldad según he sabido.

—Pues le conviene serlo, de lo contrario, será una novia plantada.

—No creo que sea tan fácil deshacerte de ese compromiso, Terry. Su padre, el Rey de Francia y yo tenemos alianzas y no me favorecería nada, que tú, uno de los miembros de mi corte le hicieran ese desaire a la hija de Su Majestad Francois Versaille.

—Pues si tengo que lidiar con un matrimonio, mínimo que la susodicha sea fácil de ver... ¿te imaginas mi deprimente vida conyugal?

—No será para tanto, además... no creo que el matrimonio te cohiba de hacer de las tuyas, siempre habrá una linda doncella muy dispuesta...

Albert le señaló a una de las señoritas de la corte de la Reina que le lanzaba miradas sugestivad desde su lugar. Terry le dio una mirada que prometía muchas cosas.

...

—¿Un baile en mi honor? Mamá, por favor...

—Ya no eres un crío, Terruce, sabes muy bien cuales serán tus obligaciones dentro de poco.

—¿Al menos podrían pedir mi consentimiento?

—¿Tu consentimiento? ¿Acaso oí bien? Tu padre aún es el Duque de Grand...

—¿Y has notado que últimamente le falta un tornillo?

—Es por eso que debes prepararte lo antes posible, hijo mío, puede que mañana tu padre no despierte más...

—¡Por qué tuve que ser el único varón!

—¡Porque Dios así lo quiso! Ya deja de quejarte. Esta noche, conocerás a la princesa Sussana.

Sin más remedio, Terruce se preparó para asistir al Palacio Real, donde sería el baile. Lució sus mejores galas, un traje en tonos azules y zapatos impecables, su hermoso y largo cabello amarrado en una coleta y su apuesto rostro recién razurado, olía a lavanda. Si bien no tenía ninguna emoción por asistir a un baile más de tantos, cuidaba de su apariencia, en la corte se le conocía como el Duque Narcisista, en parte el sobrenombre provenía de los celos y envidia que despertaba entre los demás hombres de la corte que no superaban su belleza.

—El Rey.— Se anunció y todos se pusieron de pie y se inclinaron en reverencia.

—La Reina.— Se anunció después y Karen su unió a su esposo para caminar hacia sus privilegiados asientos.

—Su Majestad, el Rey de Francia, Francois Versaille.

El rey de Francia era un hombre bajo y rechoncho, se le hacían dos simpáticos hoyuelos en las mejillas al reir. Su esposa, la Reina Marie era guapa y esbelta, rubia, alta, con toda la gracia y el porte de una mujer francesa. Con ellos también iba su hija, la princesa Sussana.

Era una joven de unos dieciocho años, preciosa, alta y esbelta como su madre, tenía el único rasgo bello que poseía su padre, sus ojos azules. Aunque era bella, no era muy popular en la corte, pues desairaba los bailes y la vida escandaloza de la corte francesa por los libros de teatro, la poesía y el romanticismo.

—Su Majestad, ha llegado Su Gracia, el Duque de Grandchester.

Fueron anunciados Richard, quien aunque aún conservaba su gallardía, a penas podía caminar, la gota había hecho estragos en él, por supuesto que su fiel y abnegada Eleanor iba de su mano y tras ellos, sus hijas con sus respectivos esposos y Terruce.

Se notaba cuando Terruce hacía su aparición, las miradas fememinas se posaban como hechizadas en él, caminaba con su arrogancia, con su sonrisa ladeada o muchas veces con una expresión misteriosa y seria. Cuando él pasaba, todos los maridos o futuros maridos se aferraban a sus esposas o prometidas con vehemencia, el joven había provocado que muchos compromisos se rompieran al marchitar la doncellez de una señorita dispuesta.

—Su gracia, le presento a Su Majestad, el Rey de Francia, Francois, Su Majestad, él es Su Gracia, Richard, el Duque de Grandchester.— Se apresuró Albert a hacer las presentaciones.

—Su Majestad.— El Duque con dificultad se inclinó.— Mi esposa, la Duquesa Eleanor y mi hijo, Terruce.

—Su Majestad.— Eleanor y Terry hicieron la debida reverencia.

—Es un placer, Sus Gracias. Les presento a mi esposa, Su Majestad Marie y mi hermosa hija, la princesa Sussana.

—Mi Lady.— Terry se inclinó y besó la mano de la joven Sussana.

El corazón de la joven dio un salto en ese brevísimo instante. Nunca le había interesado nada más allá de sus libros y la pasión oculta por el teatro. Nunca había mostrado la promiscuidad temprana de las jóvenes de la corte, realmente, nunca había mostrado interés por ningún hombre, pero nunca había visto a un hombre como Terruce Grandchester.

—Su Gracia, es un placer...— Dijo torpemente, la voz le salió como un loro desafinado por los nervios. A Terry le hizo gracia esa reacción.

—¿Me concede esta pieza?

Terry no había amado nunca a ninguna mujer, pero era un devoto amante de la belleza y había que reconocer que Sussana Versaille era hermosa, lo suficiente para captar su atención por un rato.

—Debo confesarle, sin ofender, Su Majestad, que jamás había visto belleza como la vuestra.— Le dijo Terry mientras bailaba con gracia y la llevaba a su ritmo y paso.

—Me temo que usted exagera, Su Gracia.— Se había sonrojado.

—¿Me está llamando mentiroso?

—¿Eh? No... yo...

—Es usted la más bella entre todas las mujeres que engalanan esta noche, Su Majestad.

—Sus palabras son halagadoras, Su Gracia, humildemente, confieso no sentirme digna de su admiración.

—Es usted digna de eso y mucho más.

La miró de una forma que sólo él sabía, penetrándole a lo más profundo del alma. La joven no pensaría en otra cosa a partir de esa noche que no fuera Terruce Grandchester, su futuro esposo.

La pobre inocente no se dio cuenta en qué momento Terruce la había apartado de multitud, llevándola a un lugar oculto del bullicio, custodiado por unas cortinas color escarlata.

—Me casaría con usted esta misma noche si fuera posible.— Le dijo.

—Su Gracia... creo que deberíamos volver con los demás...

—Tengo una única petición, Su Majestad... sólo una para que mi corazón no se rompa de pena.— Se tomó el atrevimiento de rozar su mejilla, la chica tembló como un flan.

—Yo... yo no quisiera que usted sufriera por mi causa, Su Gracia...— Puso un gesto trágico, pensando ingenuamente que el apuesto joven de verdad sufría.

—Entonces, permítame darle un beso, permítame probar la miel de sus labios.

Los ojos de pobre infeliz se agrandaron mientras el corazón quería salírsele. En su vida jamás había escuchado algo tan descabellado, tan indecente, tan... pero tampoco jamás había sentido tanto deseo por lo prohibido. La belleza de ese joven hombre la había enajenado, era como si de pronto hubiera salido del cascarón. Miraba a sus labios varoniles y seductores, a ese rostro tan hermoso y...

—Tiene... tiene mi consentimiento para besarme, Su Gracia.

No supo de dónde sacó el valor para pronunciar semejantes palabras, sólo que había despertado de su letargo infantil cuando aquellos labios pecaminosos cubrían los suyos y supo entonces lo que era un beso, fue ese el detonante que hizo que ella entregara por primera y única vez su pobre corazón.

...

—Hay una carta para usted, Su Gracia.

—Gracias, Thomas.

—Es de la Princesa Sussana.

—¿Sussana? ¡Vaya!— Terry enarcó una ceja y sonrió con cinismo.

—Así es, ¿Su Gracia desea que se la lea?— preguntó el joven mozo.

—Adelante.

Su Gracia, Terruce R. Grandchester:

Le ruego me perdone si le estoy importunando, pero me mata la angustia, no he sabido de usted en dos semanas y escuché rumores de que ha estado enfermo.

Espero que se encuentre bien y si es posible, venga a verme, lo extraño mucho. Llevo mucho tiempo sin ver la luz de sus ojos, condenada a las tinieblas por su ausencia.

Lo espera, su prometida,

Princesa Sussana Versaille

—Jajajajaja. ¿Podrías repetir la última línea?— Se reía Terry con burla.

—"Lo espera, su prometida..."

—Eso no. Lo anterior, ¿cómo decía? "Condenada a las tinieblas por su ausencia". Jajajajajaja.— Siguió riéndose como un desquiciado.

...

Faltaban sólo días para que la boda se llevara a cabo. Sussana estaba que no cabía de alegría, contaba cada día, cada hora, minuto y segundo. Siempre le habían dicho que sería afortunada si se casaba enamorada, pues una princesa debía siempre cumplir con el deber, ella había conseguido ambas cosas y estaba más feliz que una golondrina.

Su amado prometido había sido invitado al palacio del Rey en donde ella se hospedaba junto a sus padres, mas ella en un descuido lo había perdido de vista, lo había buscado desesperadamente, pero no daba con él.

Ya cansada de buscarlo sin éxito, pensó en acudir a Eliza, quien había sido dama de compañía de Eleanor y de las hijas del Duque, al casarse estas, Eliza fue sumada a la corte de la Reina Karen.

Al llegar a la puerta de la recámara de Eliza, escuchó risas y jadeos, en su ingenuidad, pensó que tal vez se reía con alguna novela sátira que Karen le había prestado, por lo que abrió la puerta sin antes llamar.

—¡Sussana!

—¡Su Majestad!— Exclamó Eliza cubriéndose con las sábanas.

Los sueños puros e inocentes de Susana se habían roto esa tarde, su corazón, su alma, toda sus ilusiones destrozadas por tan vil traición.

Salió de allí corriendo, enferma, con el alma envenenada.

—¡Sussana! Hija... ¿por qué corres así?— Preguntó su madre.

Pero Susana seguía corriendo sin frenos, deseando estar en una pesadilla, la aparición nuevamente de Terry junto a Eliza le hizo ver que no era un sueño.

—Sussana, espera...— No era que a Terry le importara, pero no quería un escándalo y sobretodo, no quería que su amigo el Rey se enojara con él, eran amigos, pero él seguía siendo el Rey y ante él, no era más que un súbdito más, no quería provocar su furia.

—Usted jamás me amó.— Se dirigió a Terry con los ojos llenos de lágrimas.

—Hija, ¿de qué hablas? ¿Te has vuelto loca?

—Quiero que usted cargue por siempre la cruz de mi pena.

Le arrebató a uno de los guardias de su padre la espada y con ella se cortó la garganta, cayendo trágica y lentamente a los pies de Terry.

...

Esa noche, Terry no podía dormir. Sólo veía el cuerpo ensengrentado de Sussana arrojarse a sus pies una y otra vez. La vela de su habitación se apagó súbitamente y todo se volvió una terrorífica e impenetrable oscuridad.

—Terruce... Terruce... —Una voz fantasmal hacía eco.

—¿Quién anda ahí?— Preguntó aterrado, tratando de ver de dónde o de quién provenía la voz, pero sólo habían tinieblas a su alrededor.

—Soy tu conciencia, tu conciencia...

—Seas quien seas, esto no tiene gracia, ¡muéstrate, cobarde!

—¿Cobarde yo? Jajajajajaja. ¿Es que a caso soy yo quien va por el mundo mancillando doncellas? Eres tan hermoso por fuera como horroroso por dentro...

—¡Sal de aquí inmediatamente! Vete o te juro que...

—A partir de esta noche, lucirás como realmente eres, un mounstro sin corazón.

—¿Quién eres? ¿Quién... Rarrgghrr aasrrggg?

Sus palabras se convertían en gruñidos, como un león enfurecido y poco a poco su rostro apuesto se transformaba en algo espantoso, ojos amarillos como de felino, un vello descomunal le cubría las mejillas y el mentón.

—Hasta que ames y seas amado, vivirás así, sólo quien realmente te ame podrá ver la belleza en ti nuevamente y volverás a ser lo que eras... Solo cuando ames y seas amado... solo cuando ames y seas amado...

Continuará...


¡Hola! Espero que la hayan disfrutado, no es la tradicional historia que conocemos, es una contadada a mi manera...

Un beso y hasta pronto,

Wendy