Capítulo 1
Isabella
- Empuja Rose, solo un poco más, un poco… Falta poco ángel, aguanta, nuestra pequeña es fue… ¿Rose? ¿Cariño? ¡Carlise!
- Necesitamos sacar a la niña para que ambas vivan necesito…
- Carlise no tiene pulso, no tiene pulso… Rose aguanta, por mi, por nuestra pequeña, por nosotros, te necesitamos…
Escuchaba la voz de Emmet, quería decirle que estaba bien, que no me pasaba nada, que no se preocupara pero los labios no me obedecían, intenté levantarme de la cama pero el cuerpo no me respondía, no sabia que me pasaba, por qué no podía moverme, por qué las palabras no salían de mi boca, por qué sentía que todo daba vueltas a mi alrededor, hasta que escuché el sonido más maravilloso del mundo y desperté.
-¿Emmet?- Intenté levantarme pero una brazos me sujetaron por los hombros y me volvieron a acostar suavemente en la cama.
- Tranquila cariño, estoy aquí, todo ha pasado, tu estás bien, nuestra pequeña esta bien, ahora solo descansa.- Repartió pequeños besos por mi frente, mi nariz, mis parpados, mi barbilla, mis mejillas hasta finalmente llegar a mis labios.
- Emmet quiero verla, necesito verla…- Volví a intentar levantarme pero otra vez me sujeto y me recostó suavemente sobre la mullida almohada.
- Ahora necesitas descansar, las dos necesitáis descansar.
- Solo necesito verla, saber que nuestra pequeña está bien, por favor Emmet solo…- No me dejó seguir hablando.
- Esta bien ángel, voy por ella.- Antes de salir por la puerta me besó la frente y me acarició la mejilla.
Ansiosa como estaba de tener a mi hija entre mis brazos, los minutos se me pasaban terriblemente lentos, no sabia hacia donde mirar, que coger para calmar los nervios que sentía dentro de mi, en que posición colocarme a pesar de que me dolía el cuerpo entero, miles de dudas me asaltaron en ese preciso momento pero todo se me olvidó cuando Emmet traspasó la puerta con un pequeño bulto entre sus brazos.
- Aquí está la pequeñina.- En el momento en el que Emmet puso a la niña entre mis brazos y divisé su carita de ángel entre la mantita de lana rosa el mundo se paró y solo existíamos mi hija y yo.
Me miraba con sus grandes y marrones ojos risueños, rodeados por una gran cantidad de pestañas que le hacían parecer la niña más dulce y preciosa del planeta, algo que para mí ya era. Me sorprendió ver que con cada caricia se sonrojaba a la vez que su diminuta boquita formaba diferentes sonrisas al igual que muecas, en su cabecita abundaban los pequeños y rizados cabellos castaños que me recordaban a los de su padre y su pequeña nariz se arrugaba cada vez que la mantita le rozaba el rostro, era un niña preciosa, un ángel, nuestro pequeño ángel.
- Bienvenida Isabella.
Christina.
