Advertencia: Harry Potter no me pertenece.


Prólogo

Sentada junto a él, sintiendo la piel de sus muslos pegarse al asiento de cuero a causa de la transpiración, no se sentía ni la mitad de rebelde de lo que ella imaginaba.

Muy por el contrario, se sentía completamente cohibida y algo distorsionada. Como si no fuese ella, como si fuese otra persona. Una nueva versión de ella, que no necesariamente era mejorada. Una más violenta. Con las manos cruzadas sobre su regazo y el vestido blanco resplandeciendo, no era capaz de hablarle a ese hombre que conducía velozmente el vehículo y tampoco era capaz de pensar qué estaría pasando en su casa. Un lugar que le parecía estar muy lejos, tanto, que casi parecía inserto en otra época.

El sol le pegaba en la cara y a veces no lograba ver el camino, y se preguntaba cómo es el que podía conducir y sobre todo considerando la velocidad que marcaba las agujas del tablero.

-¿No crees que deberíamos ir más lento?

-¿Y así darte la oportunidad de volver a tiempo por si te arrepientes?

Ella le miró con los ojos entrecerrados, no por el sol precisamente.

-Nunca te dije que no me arrepentiría.

El no parecía molesto con ella, al contrario, parecía bastante divertido. –Y yo te prometí que no lo harías.

Su mano grande y pesada se posó sobre su pequeña rodilla y ella no fue capaz de suprimir aquel ligero temblor que subía a través de sus piernas. Quiso pretender que no pasaba nada, pero la sonrisa de él se ensanchó unos segundos antes de comenzar a hacer pequeños círculos con sus dedos, pequeños movimientos que la delataban, que la transformaban en alguien más sincera.

-¿Podrías detenerte en algún lugar?

-¿Por qué? ¿Ya te arrepentiste? Porque si es así, déjame decirte que me merezco una oportunidad que dure al menos treinta minutos…

-No, no eso…-Dijo segura, pero luego su voz se fue volviendo más ligera. –Es que quiero quitarme este vestido…

-¿Qué dices? No puedo escucharte bien si hablas con los dedos dentro de la boca, amor. –Y su mano grande, de dedos largos presionó un botón de la radio hasta que la música se hizo más débil.

-Te dije que quiero sacarme el vestido.

-Me parece una buena idea…-Dijo con voz rasposa, luego añadió algo divertido. –pero dime…¿Qué te pondrás?

Entonces ella sintió sus mejillas palidecer. -No había pensado en eso. Harry, no traje nada, absolutamente nada, ni siquiera tengo algo para cambiarme. ¡No tengo cepillo de dientes! Todas mis cosas quedaron en…

-Lo sé. No te preocupes, compraremos cosas nuevas. –Con la mano derecha en el volante y los ojos puestos en el camino, levantó su mano de su rodilla y le acarició en su mejilla. –No es que me queje, pero preferiría no chocar y si te quitas el vestido probablemente me distraeré…

Ambos sonrieron, pero lentamente la sonrisa de ella se desvaneció y se transformó en -No te imaginas lo mal que me siento usando esto…

-No, no me imagino. Pero si quieres lo podemos aprovechar. Es un lindo vestido, y sinceramente…es un desperdicio que se pierda.

Ella le miró directamente. El y sus lentes, estaban concentrados, en el camino, él con esa pequeña sonrisa estirando sus mejillas, pero aún así, antes que ella pudiera decir algo, él añadió. –No estoy bromeando, amor.

Ella prefirió no contestarle, y miró por la ventana hacia el exterior, contemplando el rápido paisaje que se desdibujaba rápidamente ante sus ojos.

-Harry…

-Uhmmm.

-¿Dónde me llevas?

El sol estaba comenzando a caer. En ese momento se dio cuenta que todo el mundo ya debía saber las nuevas noticias: que ella se había vuelto completamente loca. No pudo evitar sentir las lágrimas quemarle en los ojos, pero una parte de ella, esa que se creía valiente la mayor parte del tiempo, le prohibió dejarlas caer.

-Lejos.

Con la luz anaranjada del sol entrando casi recta por el parabrisas, se preguntó como estaría él. No Harry. El otro. El verdadero. O mejor dicho, él, el oficial.

Las manos de Harry nuevamente en sus rodillas la hicieron suspirar. No tenía idea si lo que estaba haciendo valía la pena, pero de algo estaba segura: intentarlo no la mataría.

Un par de minutos después se quedó dormida en el asiento del copiloto. El sol desapareció, y ella sin darse cuenta se alejó muchos kilómetros de mamá, papá, hermanos, tíos, amigos, y los reproches que debían estarse tejiendo. Despertó cuando Harry detuvo el automóvil para comprar un café. Eran las diez de la noche y estaba en el otro extremo del país.

-Afuera el aire olía a humedad.

Y ella sólo tenía ese blanco vestido sin mangas.

Estaba casi segura que a lo lejos se escuchaba el sonido del mar.

Harry llegó a su lado y la tomó de los brazos, y lentamente, casi como pidiendo su autorización, la atrajo hasta su pecho y puso cuidadosamente sus manos bajo su mandíbula.

Y entonces la besó. Ella consideró durante unos breves instantes que no era un beso horrible, pero tampoco era el mejor. Sin embargo, era un beso lento y cauto, pero que tenía el riesgo de convertirse en cualquier cosa en cualquier minuto; tal como lo relacionado con él. Sentía la respiración contenida de Harry, las manos apretarse en torno a su cara y luego deslizarse por su cuello hasta perderse en su espesa cabellera, confundiéndose con su esmerado peinado; aquellos rizos que bajaban en cascada por su espalda. Sus propias manos en su pecho firme, sintiendo el calor de su cuerpo traspasar la tela de la camisa, el olor a colonia de hombre, tan distinta a esa que estaba acostumbrada, las caderas de Harry aproximándose a las suyas, ese ligero movimiento, la mano en la cintura, y luego un par de centímetros más abajo, apretando, conteniendo, dilatándose…

Ella se separó de pronto.

- Hace frio.

Se abrazó a si misma antes de entrar a la tienda. Harry tampoco llevaba chaqueta, por lo que no tenía con qué abrigarse. Sin embargo, los escasos metros que los separaban del lugar los recorrió envuelta en los brazos de Harry.

Bastaron dos pasos dentro del negocio y decir "buenas noches" para recibir una bienvenida poco adecuada.

-¡Oh! ¡Pero qué sorpresa, qué linda te ves! ¡Felicidades! Espero que sean muy felices- Dice una mujer mayor tras el mesón.

Podría haberla sacado de su error, podría haberse tomado esa molestia, pero no vio para qué.

-Muchas gracias. –Dijo ella, tomando de la mano a un atónito Harry, que a diferencia de ella vestía jeans y ninguno de los dos tenía anillo alguno alrededor del dedo anular. –Nos gustaría dos cafés. Uno con leche y tres de azúcar y el otro solo, sin azúcar.

-De inmediato. Tomen asiento, se los llevaremos a la mesa.

Y así lo hicieron. Se sentaron lo más lejos posible de la caja, donde estaba aquella señora. Harry tomó sus manos entre las de él, y las rodillas de ambos chocaban suavemente bajo la mesa, mezclándose y rozándose constantemente, casi como si fuera a propósito. Como si fuera una necesidad incontenible, como si tuvieran quince años y dependiesen de aquella sensación de estarse tocando constantemente.

-¿No crees que deberías llamar a tus padres? –Dijo él, al tiempo que besaba los nudillos de su mano.

- ¿Y qué les digo? ¿Hola, lo siento mucho?

- Eso depende… -Contestó interrumpiéndole.

- ¿De qué?

- Depende de si en verdad lo sientes mucho. –Añadió. Los ojos verdes, algo turbios por el cansancio y la mala iluminación de la cafetería, fijos en ella.

- No…No sé…Demonios, Harry. Eso aún no lo sé. No me presiones.

- No te estoy presionando. Sólo quiero saber cuántas veces esta tarde has tenido ganas de volver y decirle que te perdone, que todo fue un error.

- ¿Para qué quieres saber eso? Me parece bastante morboso…

- Me gustaría saber contra qué estoy luchando y contra qué estás luchando tú.

- Sólo una vez. A las seis. ¿Contento?

- No. –Dijo al tiempo que recibía el café de manos de un joven con la cara llena de granos. –Hubiese preferido que la respuesta hubiese sido que nunca tuviste ganas de volver, pero considerando todos los factores…me parece una respuesta satisfactoria.

- Esto no tiene nada que ver contigo, no seas ególatra.

- Puede…pero tú también. Y deberías llamar a tus padres. Sólo avisa que estás bien, con eso debiera ser suficiente. Recuerda, no más de tres minutos.

- ¿Qué les dijiste tú a los tuyos?

- Nada. Están muertos. Pensé que te lo había dicho. –Agregó desviando la mirada hacia la carretera que se veía a lo lejos.

- No…No lo sabía. Lo siento mucho.

- Yo también, pero en fin… ¿No quieres comer algo? Puede que nos tome algo de tiempo encontrar un lugar donde pasar la noche.

- No, no tengo hambre. No me sentiría capaz de comer algo sin vomitarlo. –Su reflejo en sus lentes le mostró sus rizos algo desarmados, el maquillaje comenzando a oscurecer la piel bajo sus párpados, del labial ya no quedaba ni el menor rastro.

- ¿Tan malo es estar conmigo que te dan ganas de vomitar? –Preguntó él, algo a la defensiva.

Entonces ella le tomó de la mano y el contacto se sentía raro. Se sentía mucho. Como si sus nervios hasta ese momento no hubiesen estado trabajando correctamente. Como si no hubiese sentido nunca hasta ese preciso momento.

- ¿Tú crees que estaría acá contigo si fuese así de malo?

- No lo sé. En realidad no tengo claro por qué lo hiciste. –Harry suspiró. Era como si quisiera buscar precisión en el aire; las palabras adecuadas, las ideas correctas. –Anoche me dijiste que no estabas segura de si me amas…

- Lo sé. Pero también te dije que me moría de ganas de descubrirlo. Y aquí estoy. –Sujetando su mano con fuerza, añadió. –Creo que eso es lo importante. Que acá estamos tú y yo.

Bebieron sus café en silencio, soportando el peso de la noche sobre sus cabezas, sin necesidad de hablar. El la miraba directamente a los ojos y se preguntaba cómo alguien que conoció hace dos semanas le había hecho comportarse así, cómo podía haberle volado los sesos de ese modo. Ni siquiera sabia con seguridad hace cuántos días atrás la conoció. La oscuridad, su perfume y esa sonrisa que hace desaparecer pecas, lo confundían. Lo enredaban y lo arrastraban hasta esa sensación de incertidumbre. Si lo pensaba un segundo, estaba metido en un gran, gran lio, pero no le importaba en absoluto.

Lo hubiese hecho todo de nuevo, gustoso.

La noche los encerraba y los mantenía atrapados en su manto sedoso, que se mecía lentamente con sus ríos de estrellas en una ciudad que no conocían. Buscaban un lugar donde pasar la noche.

La primera noche que pasarían juntos desde que se conocieron.

Harry pensaba en eso. En dormir con ella. Durante todo el viaje en coche hasta ese lugar había pensando en hacerle el amor, día y noche, como un sueño imposible, una y otra vez. En tenerla para él, así, tal cuál, sin modificaciones ni agradecimientos.

Y en encontrarse otra vez, sin que ella se tuviera que ir a lugar alguno, y disfrutar de su sudor en su propia piel con las cortinas abiertas y el mundo esperándolos al otro lado de la ventana.

Puso su mano en la rodilla durante el viaje para sentir su piel, lo tibia de ésta, lo suave que era, pero también puso su mano ahí porque era un lugar seguro, un lugar donde podía tocarla y a la vez encontrar sus propias fuerzas para seguir adelante.

En cambio ella pensaba que se le había caído el corazón bajo un puente. No es que estuviera arrepentida, pero sí muy sorprendida de su actitud. ¿En qué momento dejo de ser esa pequeña chica que tomaba decisiones fáciles y sin mayores complejidades? ¿Cuándo le dejó de importar su familia? ¿Cuándo le dejo de importar aquel hombre con los ojos llenos de humo?

Bajo el agua, su corazón estaba latiendo por él. Ahora, en su pecho, había un agujero lleno de curiosidad y adrenalina. La mano de Harry cerca de sus rodillas, su colonia tan…masculina, el sabor indescifrable de sus besos.

Se había vuelto completamente loca.

O Harry la había vuelto completamente loca.

La primera vez que estuvieron así de cerca el uno del otro fue en su casa. En la sala de su casa. Después de almuerzo, su madre estaba en la cocina, su padre en el jardín y su hermano había ido al baño. Ella estaba sentada junto a él cuando de pronto se sintió resbalar por el sofá.

Sobre ella, el cuerpo fibroso de Harry, volviéndose tenso, presionándola contra los cojines, filtrando su mano bajo su blusa, su lengua recorriendo su cuello y sus manos tocando suavemente sus pezones mientras susurra su nombre con la voz entrecortada.

La humedad que inundó su ropa interior fue instantánea. Se avergonzó tanto que lo único a que atinó fue a empujarlo lejos de ella y subir rápidamente las escaleras hasta su habitación.

Pensó que un cubo de hielo al sol se mantenía más entero que ella. Respiró contra la puerta tras cerrarla. Dios, se sentía como una bolsa de agua caliente. Muy caliente.

Esa noche, cuando Harry cerró la puerta de la habitación tras ellos, sintió lo mismo pero con un poco menos de culpa. No había equipaje que bajar, no había madre en casa de la que preocuparse, ni padre merodeando por el jardín, su única y auténtica inquietud era quitarse de una vez por todas ese vestido de novia que a ella tanto le había gustado cuando lo compró en el Callejón Diagon dos meses atrás.

Dos meses. Le parecía otra vida. La de otra persona.

Ahora, ese vestido, lo único que hacia era recordarle la mala persona que era. Lo fácil que había abandonado todo, las sensaciones nuevas e intensas que Harry despertaba en ella, y su "inadecuado" comportamiento. Que las pequeñas flores las había bordado su madre con hilos de oro una tarde particularmente calurosa, que estaba haciendo todas las cosas mal y lo peor es que todo lo anterior no le importaba en absoluto.

Tan pronto como se cerró la puerta, al otro lado quedaron todas las cosas que no fueran ellos dos. Las manos de Harry eran firmes y hacían que su vestido resbalara rápidamente desde sus hombros redondos hasta el suelo. Su ropa interior, tan blanca como el vestido de novia que estaba hecho una bola a sus pies, daba la sensación de resplandecer ligeramente.

Harry exhalaba gemidos roncos. Como si hubiese dejado su cerebro fuera de la puerta también y no fuese capaz de comunicarse. Su boca dejaba caer una lluvia de besos lentos y cálidos sobre sus hombros, su cuello, aquellos agujeros que se formaban en su clavícula y que él llenaba con su lengua; unía puntos entre sus pecas con caminos invisibles de saliva y saboreaba la piel de su cuerpo adormilado y resplandeciente por la luz de la luna.

Su tacto ardía. El entero. Su respiración, su cuerpo, su deseo inflamado. Tan pronto como la desnudó y la apretó contra él, sintió su cuerpo tensarse y endurecerse como la cuerda de un instrumento antes de un concierto.

No hubo tiempo ni siquiera de llegar a la cama.

La alzó con fuerza entre sus brazos y recargó su peso en la puerta. El, entre medio de sus piernas, buscando abrirse paso a través de la tela de su ropa interior. El, intentando hundirse en aquella chica a quién quería conocer y descubrir.

Debía existir algo entre ellos; una vida pasada en común, un demonio dentro de él, un demonio fuera de sí. Algo que lo descontrolara y lo empujara a moverse contra ella, a moverse precipitadamente dentro de ella, una y otra vez, mientras su voz se desgarraba en aullidos sordos.

Como si ella hubiese dejado caer un potente conjuro sobre él.

Su cabellera agitada descansaba sobre su camisa. Los pantalones de él en la mitad de los muslos y las piernas delgadas y blancas de ella alrededor de sus caderas. Asimismo, con todas las dificultades para caminar, Harry se desplazó y la recostó en la cama. Se desmoronó junto a ella y le besó en la sien.

Ella, casi dormida en éxtasis, cerró los ojos mientras ese olor tan masculino que su cuerpo exudaba, le recordaba la primera vez que lo vio.

Aquella primerísima vez cuando él atravesó la puerta de su casa.

Todo por culpa de su hermano.

Su hermano había salido con un par de amigos, viejos compañeros del colegio, y fueron hasta el Caldero Chorreante. Bebieron unas copas de más y al momento de volver a casa, se perdió en el mundo muggle. Alguien, una bruja, por suerte, los encontró intentando hechizar la escoba del conserje de su edificio para poder volar directo a casa, ya que no podía desaparecer en ese estado.

La bruja que lo encontró, le pidió ayuda a Harry para llevarlo hasta su casa. Y ahí estaba ella. Esperando a su hermano junto con su desesperada madre. Cuando llamaron a la puerta, pensó lo peor. Pero cuando vio a su hermano entero y a ese hombre alto y de ojos verdes con la vista fija en ella, algo inexplicable le sucedió.

No sabría cómo definirlo. De hecho hasta su madre le preguntó en ese momento si le ocurría algo, pero ella no era capaz siquiera de pronunciar palabra alguna.

Esa noche, cuando se fue a dormir, se preguntó por qué ese hombre la había mirado así, de esa manera tan…salvaje. Y también se preguntó qué pasaba con ella. Sabía que era bonita, que llamaba la atención de los hombres, sabía que no le era indiferente a la mayoría de los tipos de su edad. Pero para ella, esos hombres eran invisibles, sombras que apenas podía distinguir. En cambio, esos ojos agudos y hambrientos, se quedaron fijos en su memoria sin dejarla pegar un ojo en toda la noche.

Desde esa maldita noche, no pudo dejar de pensar en él. Como una obsesión, como una presencia permanente, cada vez que cerraba los ojos ahí estaba él, con ese par de ojos verdes que le miraban desde todos los ángulos.

Lo peor, sucedió dos días después. Cuando él apareció en su casa, aparentemente interesado por saber cómo estaba su hermano. Aquella visita corta, que no se prolongó más allá de cinco minutos, y que concluyó cuando su madre le pidió que lo acompañara hasta la cerca que deslindaba la propiedad para que él pudiese desaparecerse.

Libre y fácil. Ni siquiera habían cruzado más que monosílabos cuando él la tomó de la mano, y en un segundo, desapareció con ella.

Cuando reaparecieron, sus lenguas estaban comenzando a enredarse en la del otro. Cayeron sobre la hierba fresca que crecía en el sitio eriazo donde aparecieron. Ella sintió las manos de él sobre la curva de su baja espalda y sintió la urgencia con la que la apretó, aquella fuerza desesperada, tan grande, que en ese momento pudo haberle roto el corazón. Y sin detenerse a pensar en nada, ella le besó de vuelta con la misma intensidad.

Porque todo lo que había a su alrededor era brillante y sus manos eran tan grandes, tan largas, tan tibias. No como las de Draco, que siempre estaban heladas y le hacía cosquillas cuando le tocaban la piel desnuda.

Draco. Recordó su nombre y luego a él, como si pudiese ver su rostro en la neblina. Se separó rápidamente y se disculpó. –No. No. No. Lo siento. Pero no puedo hacer esto.

Fue lo primero que ella le dijo esa tarde.

El la miró con esa expresión indomable que le daban los lentes torcidos sobre el puente de la nariz. – Lo sé. Sé que está pésimo hacerlo así, pero…discúlpame. No sé qué me pasa. No soy capaz de contenerme contigo.

Ella le miró detenida e incrédulamente y cuando él le miró de vuelta, con esa intensidad, sintió sus mejillas enrojecer y repitió. –Lo siento, debo irme.

Pero en aquel momento en que ella se preparaba para girar sobre sí, él la tomó del brazo y le dijo rápidamente. –Sé que te pasa lo mismo que a mi. Y sé que tú también sientes esto. Creo que… - A ese Harry tan decidido, parecía que se le habían acabado los aires de rebeldía. Se desarregló un poco el cabello.- Creo que…creo que somos algo como amor a primera vista. Aunque ni siquiera sé qué significa tal cosa. –Añadió y luego suspiró frustrado mientras volvía a mecerse el pelo.

Ginny no dijo nada. Sólo levantó su mano y le mostró su dedo anular mientras en su cara se componía una expresión de culpa.

-Oh...ya veo…estás comprometida.

-Lo siento… -Dijo acongojada.

-No lo sientas por mi. –Contestó Harry mientras se guardaba las manos en los bolsillos de su jeans oscuro. –No soy yo quien se va a casar con alguien que no ama. –Añadió con voz tan desinteresada que parecía que estaban hablando del clima.

-Yo no he dicho que no lo ame… -Agregó Ginny mientras giraba su anillo cuidadosamente.

- ¿Ah sí? ¿Y qué haces aquí conmigo…? –Preguntó él con tono acusador.

Con los ojos bien abiertos, ella respondió. –Tú me trajiste, idiota. No vine hasta acá porque yo quisiera.

- Acabas de besarme, linda.

- ¡Tú acabas de besarme a mi!

- Da lo mismo quien comenzó. No vi que pusieras mucha resistencia.

Ginny le miró con los ojos entrecerrados, llena de irritación. –Pero qué hijo de puta.

-¿Qué culpa tiene mi madre que tú te vayas a casar con el tipo equivocado? No la metas en esto.

- ¿Con el tipo equivocado? –Repitió ella incrédula. –Lo conozco desde hace más de quince años. A ti ni siquiera te conozco. Lo único que sé es que te llamas Harry y que trajiste a casa a mi hermano Ron cuando estaba borracho.

- Harry Potter. Encantado. Y tú eres Ginevra Weasley, aunque todos te dicen Ginny. Juegas en las Harpías, eres cazadora y tienes un excelente record de anotaciones. Te gusta el helado de fresa y a mi la torta de melaza. ¿Suficiente?

Ginny levantó las cejas escépticamente. Meneó su cabeza unos segundos, como si intentara quitarse un mareo. Volvió a mover sus brazos, disponiéndose a desaparecer y entonces Harry la afirmó de la cintura y la apretó contra él con fuerza. Habló casi sobre su boca. –Pensé que esto había quedado claro, pero por si acaso: me gustas y te gusto y no hay nada que podamos hacer contra eso. Me da lo mismo si te casas con él o no, lo único que me importa es que no te apartes de mi.

Tendida en la cama con el pelo revuelto, y él a su lado, Ginny pensó sobre todo lo que había pasado ese día. Sintió que los ojos ardían y que el espacio en el pecho cargaba con un nuevo peso. Le costaba tragar.

Bajo un puente, ahogándose en el agua, estaba su corazón, y aunque pareciera increíble, ella podía seguir sintiendo sus latidos.


NOTA FINAL: Cool. Supongo que ya descubrieron de quién se trata esta historia. Siempre había querido escribir un Harry/Ginny/Draco en donde las cosas no sucedan por accidentes superficiales como borracheras, hechizos, pocimas, hipnotismo, golpes en la cabeza, etc. Es algo que me he estado imaginando durante mucho tiempo y, sinceramente, espero que les guste.

Cuando les digo que es UA o AU (como prefieran) es en serio.

Como siempre, quiero leer todas las cosas que piensan sobre esta nueva historia.

Nos leemos.