Holaaaaa. Vale, me tomaréis por loca, ya que éste es el noveno (creo) fic que publico y ninguno de ellos está sin terminar. Pero éste era una promesa que le tenía a una amiga, de hecho, una gran amiga, y no le quería fallar. Ella sabes quién es, así que no tengo que decir nada más, solo que espero que os guste y que disfrutéis con él.

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INDRA: Capítulo 1

El atardecer estaba muriendo en el horizonte cuando una fuerte tormenta estalló en el cielo rojizo. Pronto las nubes se tornaron grises y las gotas de lluvia comenzaron a caer. Y fueron esas gotas de lluvia las que lo sacaron de su ensimismamiento.

Miró un momento por la ventana del castillo, observando con detenimiento como un rayo caía en alguna parte del exterior. Una sonrisa luchó por despuntar en aquellos labios, pero quedándose finalmente en una mueca divertida. Le gustaba verse así, sentado frente a la enorme chimenea del salón, escuchando la batalla del cielo contra la tierra que acaecía allí fuera y con aquel pergamino amarillento y viejo entre sus manos.

Su mirada recorrió lentamente toda la estancia. Era un lugar grande de  paredes de piedra, con techos altos donde se podían ver perfectamente figuras talladas en la piedra. Un friso ancho decoraba cada pared, contando entre runas y dibujos una historia de leyenda, y en la chimenea colgaba un tapiz que representaba a un unicornio negro levantando sus patas al cielo, donde entre nubes podía verse un rayo de luz. Le gustaba aquel animal y también aquella habitación, la consideraba en cierto modo suya, como él mismo se definía. Fría, intacta años tras año, guardando en cada rincón secretos por los que muchos darían su alma, incluso la propia vida.

Las puertas talladas se abrieron de par en par, dejando pasar a una joven morena, de cabello corto y ondulado que miraba desde sus ojos azules con astucia.

- ¿Aún con ese manuscrito? – negaba mientras se acomodaba en el sofá de cuero negro poniéndose de rodillas, posando una de sus manos inocentemente en el muslo del chico - ¿Nunca te cansas de traducir textos de runas antiguas, Draco?

Sus ojos grises se apartaron con lentitud del pergamino y observaron a la muchacha, que poco a poco fue cambiando de posición hasta quedar sentada en las piernas de él.

- ¿Terminaste la clase? – la chica asintió alegre mientras apartaba un mechón rubio del rostro pálido de Draco. Llevaba una falda corta negra, a juego con la corbata y una camisa blanca de manga larga.

- Hoy he aprendido a curar al Dragón Chino... – puso un dedo sobre sus labios, gesto que siempre hacía cuando pensaba, y ladeó un poco la cabeza – Lo malo es que tuve que practicar con una réplica pequeña conjurada – se encogió de hombros, decepcionada - Lástima, siempre he dicho que es mi raza favorita.

Draco dibujó una mueca de desagrado en su rostro, arrugando la nariz y el ceño.

- Tienes gustos raros, Kay – la morena rió ante el comentario y se acomodó en el pecho del rubio, aspirando el aroma que desprendía.

El chico chasqueó la lengua y volvió a fijarse en el pergamino, acariciando distraído la espalda de Kay . La escuchaba ronronear como si fuera un felino y hundir el rostro entre los pliegues de su propia camisa. De repente sin avisar se sobresaltó, llevándose ambas manos a la boca y mirando espantada desde sus ojos azules el rostro afilado del rubio. A su lado estaba el pergamino, que había caído en la alfombra oscura de la habitación.

- ¡Se me olvidó decirte! – gritó espantada, levantándose del regazo y tirando de la manga de Draco – Vamos muévete, Xana te espera.

- ¿Xana? – sin saber porqué exactamente le hizo caso a Kay, siguiéndola por los pasillos oscuros mientras un par de velas levitaban a su paso - ¿Quiere verme ahora?

- No me dijo para qué, simplemente que te avisara de que te espera en el invernadero – abrieron la puerta principal negra y salieron al exterior, donde se podía divisar de lejos una casa enorme de cristal y dentro una figura de mujer borrosa por las plantas  y la oscuridad de alrededor. Draco sintió como Kay se detuvo a su lado y al mirarla una sonrisa de niña traviesa se reflejaba en su rostro.

Supo entonces el rubio que el final del trayecto lo tenía que hacer solo, y frunció el ceño mientras veía a la morena entrar de nuevo en la penumbra del castillo con una vela levitándole a la espalda ¿Qué querría su Maestra? Desde que llegó a Italia, hacía ya cinco años, nunca le había hablado a uno sin la presencia del otro. Eran sus únicos alumnos, los que heredarían todo su saber y su poder y siempre intentaba no mostrar predilección por ninguno de ellos.

Notó entonces que la lluvia había cesado, y casi inconscientemente miró al cielo. Las estrellas brillaban bajo una luna llena hermosa que dominaba todo el firmamento. Una ráfaga de viento frío le hizo temblar bajo la camisa blanca que llevaba, e introduciendo las manos en los bolsillos de los pantalones negros siguió caminando hasta llegar a la puerta del invernadero.

Dentro todo estaba oscuro, muy oscuro, y sus ojos grises se entrecerraron cuando vio una luz acercarse hasta él. Frente a Draco había una mujer de extrema belleza. Su cabello rubio caía en leves ondulaciones hasta más abajo de la cintura, y su piel pálida en exceso era resaltada más aún por el vestido largo de terciopelo azul oscuro que llevaba. Una capa marfil con cierres de plata la abrigaba de las bajas temperaturas que se apreciaban en el invernadero y en el dedo índice de su mano izquierda Draco pudo ver un hermoso anillo del mismo color que el vestido.

- ¿Me mandaste llamar, mi Señora? – el rubio hincó una rodilla en el suelo, y la mujer se acercó hasta él con benevolencia, acariciándole la cabellera con dulzura. Levantó el rostro del chico, pudiendo ver éste unos ojos violetas que lo observaban desde las alturas.

- Nunca has consentido llamarme por mi nombre... a pesar de que llevamos la misma sangre por las venas, Draco – le hizo un gesto para que se incorporara, pudiendo el rubio percibir aquel aroma a flores que siempre se respiraba a su alrededor.

- Bueno – sonrió con ironía – Eso de sangre es relativo, tía.

La joven rió con una risa de cristal que resonó en todo el invernadero. Sino se encontraran casi en penumbras, Draco juraría que las plantas de alrededor habían sonreído con ella.

- Cierto, las veelas podemos pasar en herencia nuestros poderes... – se acercó al oído del chico, tapándose la boca con una mano en señal de confidencia – Pero jamás poseeremos sangre como los humanos.

Giró sobre sus talones, echando a andar seguida muy de cerca por Draco, que la observaba curioso pasar sus manos finas y suaves de una planta a otra con delicadeza.

- La primera veela que existió se llamaba Indra  ¿Sabías eso?

- No – respondió Draco, pensando si todo aquello tendría alguna relación con la llamada de Xana – Siempre pensé que erais una mezcla de razas.

- Indra era una hermosa dama, deseada por muchos y envidiadas por otras – se detuvo para oler una orquídea naranja y después de unos segundos continuó su camino – Se dice que su imagen era completamente angelical, tanto, que cautivó al Príncipe del Reino.

- Parece un cuento de hadas – repuso socarrón, y la mujer lo observó con sus ojos violetas en un gesto severo.

- ¿Crees que soy la clase de personas que relatan cuentos, Draco?

- No – volteó de nuevo Xana, pasando distraída sus dedos por las mesas atestadas de plantas.

- Cuando se casaron, Indra descubrió que el Príncipe de lo único que estaba enamorado era de su belleza exterior. Sin embargo, ella lo amaba por encima de todo aquello.

- Raro en una veela ¿no os parece? – la joven ladeó la cabeza como hacía Kay, y sonrió melancólica.

- Eran otros tiempos – suspiró, y con un movimiento de mano hizo salir agua de entre sus dedos, regando así una hermosa flor púrpura que se abrió nada más sentir el líquido – Por aquel entonces Indra se obsesionó hasta tal extremo con su belleza, que se volvió loca al ver como con el paso de los años envejecía, y su marido perdía todo interés en ella. Pero entonces...

- Sucedió algo que cambió el rumbo de la historia – Xana asintió, sonriéndole de manera franca, casi leal.

- Un pacto

- ¿Un pacto?

- Con Lucifer – en el cielo un destello plateado vislumbró los rostros de ambos y pocos segundos más tarde se escuchó el trueno con el que se iniciaba de nuevo la tormenta.

- El Diablo... – Draco no daba crédito a lo que escuchaba, pero en cierta forma le intrigaba saber el final de aquella historia retorcida.

- Él le prometió belleza eterna a cambio de su alma, e Indra aceptó el trato, siempre y cuando el poder pasara al hijo que esperaba. Fue una hermosa niña, que heredó toda la belleza de su madre – la gotas gruesas de lluvia golpeaban una y otra vez las cristaleras, siguiendo el ritmo de una música inexistente – Aquello era el sueño de toda mujer, conservarse como si fuera una jovencita por la posteridad, pero...

- Siempre hay un Pero en estas historias ¿verdad? – Draco se fijó que la capa marfil tenía los bajos manchados de tierra, pero aún así Xana seguía conservando una belleza endiabladamente excitante.

- Indra no contaba con que el Príncipe pudiera ver con malos ojos que ella nunca cambiara de aspecto mientras él poco a poco se convertía en un anciano celoso de la juventud de su esposa, a la que acabó abandonando.

- Eso fue muy cruel

- Sí, lo fue – el chico notó rencor en su voz –Y entonces ella decidió suicidarse por amor clavándose un puñal.

- Chica drástica – Xana sonrió, la vela daba a su cabello ondulado reflejos rojizos.

- Lo que nunca supo Indra fue que Lucifer se había enamorado de ella como un lunático. Tan enamorado estaba que guardó la sangre de la muchacha, convirtiéndola por medio de hechizos y magia oscura en un elixir muy potente que escondió con esmero para que nadie lo encontrase.

- Triste desenlace para una historia que comenzaba feliz – llegaron al final del invernadero, y la joven se sentó en un sillón de mimbre viejo y gastado – Es por eso que las veelas no conserváis sangre alguna en vuestro cuerpo ¿no? Porque Lucifer se la extrajo a la primera. – Xana asintió, complacida de ver cómo su sobrino deducía todo aquello con absoluta maestría.

- El elixir de la vida eterna es la sangre de Indra, Draco – el rubio la miró fijamente, admirando una vez más aquellos ojos violetas que se clavaban en los suyos como dagas. Torció su boca en un gesto de duda, cruzando los brazos y escuchando la lluvia del exterior.

- Creía que el elixir de la vida era la Piedra Filosofal.

- Solo para los humanos, pero para una veela es diferente – se puso en pie y se acercó al chico, apoyando una de sus finas manos sobre el brazo del rubio – Me muero Draco, mi tiempo aquí se está acabando... y necesito que encuentres ese elixir al precio que sea. Aunque mi aspecto sea el de una mujer joven, mi interior se está marchitando. Tengo setenta y dos años, y la sangre de Indra es lo único que me puede salvar de la muerte.

- ¿Pero cómo? – preguntó desconcertado el muchacho – No sabemos dónde se encuentra ni...

- La clave está en un libro, un libro llamado Rëahen. Unos símbolos que contiene sus páginas entierran el enigma del lugar donde se esconde la sangre de Indra. Está en posesión de un mago llamado Raven, en Inglaterra.

Draco se separó de Xana como si quemase, y comenzó a dar vueltas de un lado a otro, pensando en toda aquella historia... y en si estaba preparado o no para regresar a enfrentarse con su pasado. Su tía descubrió todo lo que pasaba por la mente del chico y le apretó el hombro con suavidad.

- Cuando llegaste aquí después de la muerte de tus padres... – la mirada gris permanecía perdida entre las sombras del invernadero, interesada por vez primera en todas aquellas plantas que su tía utilizaba en las pociones que le enseñaban a él y a Kay – Acababas de cumplir apenas diecisiete años. Te cuidé como si fueras el hijo que nunca tuve, y te instruí junto a Kay.

- Te debo mucho por ello – la voz de Draco se tornó fría y dura, y un nuevo relámpago iluminó aquel pequeño Edén – Mi padre me dejó toda una fortuna que apenas he utilizado y mi madre – miró a Xana – Tú hermana, me dejó sus libros de magia antigua.

- Magia de veela que has aprendido – le acarició el rostro, y sintió la mano tibia de la mujer contra su pálida piel – Nunca te he pedido nada a cambio de tu cuidado, pero ahora es necesario que...

- Si tu vida depende de ello, iré. – los ojos violetas se dilataron por la impresión y sin apenas darle tiempo para pensar, Draco se vio envuelto en un abrazo de aquella mujer que lo había educado en las artes más antiguas de la magia.

Odiaba regresar de nuevo a Inglaterra, encontrar fantasmas que había enterrado o dejado atrás hacía mucho tiempo, tanto que apenas los recordaba. Pero le debía a Xana más de lo que le debía a ninguna otra persona. Fue por su interés por lo que ahora sabía descifrar runas antiguas, crear pociones de todos los tipos y adentrarse en la mente de cualquier animal que no fuera la serpiente, y no porque no pudiera, simplemente es que eran sus propias reglas.

Se tocó inconscientemente el brazo izquierdo, sabiendo que bajo aquella camisa blanca estaba el peor de todos sus secretos: La marca de un mortífago. Recordó entonces como se había hecho aquel tatuaje alrededor de su brazo para ocultar la señal de Lord Voldemort justo antes de su caída, justo antes de que murieran sus padres. Ahora retazos de lo sucedido le venían a la mente, pero sacudió todos sus pensamientos cuando la voz de Xana sonó en la oscuridad del invernadero.

- Raven tiene una discípula, una pupila joven a la que lega todo su saber – Draco asintió grave y ella continuó con la explicación – Debes conseguir que el mago confíe en ti, y antes debes de pasar por ella – respiró hondo, como si todo aquello le cansase más de lo que debiera – Es astuta, y buena en sus hechizos, la mejor en mucho tiempo según de han comentado.

- La mataré. Puedo enfrentarme a ella – dijo altivo Draco. Xana parpadeó varias veces, antes de comprender que había malinterpretado sus palabras.

- Si derramas sangre por conseguir el elixir éste no funcionará. El hechizo se invertirá y envejeceré con rapidez – el rubio frunció el ceño. No había contado en ningún momento con aquel inconveniente, pero por la sonrisa de su tía comprobó que ella tenía algo planeado.

- Cuando llegues al castillo de Raven pedirás hablar con él y expresarás el deseo de convertirte en su discípulo.

- Él ya tiene una pupila.

- Pero verá tus poderes y querrá saber de ti. Es viejo y demasiado listo, querrá interrogarte en cuanto demuestres tus habilidades – levantó el dedo índice, en señal de advertencia – Pero jamás debes descubrir que sabes interpretar las runas.

- ¿Y por qué?

- Descubriría que te mando yo – aquello desconcertó más aún a Draco ¿Xana conocía en persona a aquel misterioso mago? La mujer, adivinando sus pensamientos una vez más soltó una carcajada, mientras peinaba con los dedos unos mechones de su cabello dorado – Raven y yo coincidimos en su tiempo... puede decirse que somos viejos amigos.

- ¿Y Kay? – vio como su tía arrugaba la nariz debido a la inesperada pregunta.

- Kay se queda – dijo muy segura, sin aceptar replique alguno - Tiene apenas dieciocho años, es joven y aún se deja llevar por su corazón en vez de conservar la cabeza fría – se colocó la capucha de su capa marfil y agarrada del brazo de Draco salieron al exterior, donde la lluvia había dejado la hierba llena de pequeñas gotas de rocío.

- Y esa discípula de Raven... – el rubio titubeó, como esperando a que la mujer terminara la frase.

- Lleva con él varios años y sabe bastante sobre criaturas mágicas – dudó un momento en seguir hablando, pero finalmente se decidió – Casi tanto como tú.

Aquel comentario no le gustó nada a Draco, por no decir que le desagradó hasta tal punto que hubiese deseado emprender el viaje en aquellos momentos.

- ¿Y tiene nombre la bruja poderosa? – Xana asintió, distraída en mirar al cielo, pero volteó con brusquedad hasta que sus ojos violetas se clavaron en los grises de Draco.

- Su nombre es Hermione. Hermione Granger.

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Pues aquí lo dejo. Digamos que es una especie de prólogo para situaros en la acción, así que tened paciencia con la historia ¿ok?

Espero vuestras respuestas: Besos¡¡¡