Nombre: Grietas en mi alma –Reedición−

Género: Romance/Drama

Personajes: Ulquiorra Cifer & Orihime Inoue

Nota: Bleach no me pertenece y sus personajes tampoco, todo es obra del maestro Kubo Tite.

Resumen: Tras el secuestro de Orihime, nadie va a rescatarla. Ella vivirá en Las Noches, junto a Ulquiorra. ¿Qué les tiene preparado el destino? Tal vez ella no quiera regresar… Tal vez él no sea un monstruo… Tal vez estén destinados a…


"Cuenta la historia de un Mago que un día en su bosque encantado lloró,

porque a pesar de su magia no había podido encontrar el amor.

La Luna, su única amiga, le daba fuerzas para soportar

todo el dolor que sentía por culpa de su tan larga soledad.

Es que sabía muy bien que en su existir nunca debía salir de su destino."


1. Acercamiento

Estaba arrodillada. Las rodillas le dolían. Supuso que había estado en aquella posición durante horas. Pero, en aquel maldito lugar, el tiempo parecía no pasar. Veía a través de los barrotes negros de la única ventana de la habitación en la que se encontraba, la Luna, blanca, inmaculada. El cuarto era grande y sólo estaba alumbrado por una pequeña lámpara sobre una pequeña mesa a un lado del sillón. Todo allí era blanco, las paredes, los muebles, el techo, el piso. Todo, absolutamente todo era blanco, y esto le daba al ambiente una frialdad que le llegaba hasta los huesos.

Allí, en Hueco Mundo, siempre era de noche. Y eso era, tal vez, lo que más la deprimía. Supuso que en el mundo humano sería de mañana, porque sus párpados le pesaban como si hubiese pasado en vela toda la noche, y además, la ausencia de su carcelero durante tantas horas se debía únicamente a que era la hora de dormir. Pero ella, sin embargo, no podía pegar ojo. En cualquier momento él irrumpiría en la habitación, sin tocar, alcanzándole el desayuno o algo parecido. Sonrió levemente. Aizen era un hombre temible, y no le inspiraba confianza alguna, pero era increíble que alguien tan fiero como Ulquiorra se sometiera a las órdenes de éste. Seguramente era muy poderoso, mucho más poderoso que cualquiera allí en Las Noches.

Suspiró cansada. Cuando fue secuestrada por Ulquiorra, cumpliendo órdenes de Aizen, puso toda su fe en que sus compañeros, sus amigos, irían por ella. Pero luego desistió de la idea, se dio cuenta de que era muy arriesgado entrar a tontas y a locas en Hueco Mundo a rescatarla, más aún sabiendo que ella se había ido por propia voluntad. Además, estaba convencida de que todos estaban preparándose para la próxima batalla en invierno y que allí reclamarían su libertad.

Dio una última mirada a la Luna y se puso de pie lentamente. Los brazos y las piernas le pesaban, todo le pesaba, hasta respirar. Nada allí podía levantarle el ánimo ya, estaba devastada por sus propios pensamientos, torturándose hasta desfallecer acerca de si había hecho lo correcto yendo allí o sólo había sido un momento de presión y locura. En ese momento debía pensar en otra cosa, y la única cosa que se le ocurrió era un largo y relajante baño. Una tina llena de agua tibia y burbujas, y eso haría. Debía romper su rutina diaria, de dormir poco, comer suficiente y pasar horas frente a la ventana de rodillas. A veces, cuando recibía las visitas de Ulquiorra o algún sirviente le traía la comida, sonreía, para no olvidar lo que era aquello.

Después del baño, recibió un mensaje. Ulquiorra quería verla para notificarla de algo importante. Eso sí que era extraño. Jamás él la había llamado, siempre iba a verla a su habitación y no permitía que saliera, menos sola. Se colocó su traje blanco y negro, tal como se lo había pedido Ulquiorra ni bien llegó a Las Noches, se arregló el cabello frente al espejo. Suspiró y salió lentamente, en busca de la habitación en la que se encontraría con la cuarta Espada.

Estaba nerviosa. Caminar sola por los largos, fríos y lúgubres pasillos de Las Noches no era lo más agradable del mundo. Ya pensar en encotrarse a alguno de los Espada por allí le daba repelús. Unas pocas veces había visto a alguno de ellos, pero por lo que Ulquiorra decía, todos eran unas bestias. Tragó saliva y secó el sudor frío con el dorso de su mano izquierda, mientras que con la derecha sostenía su vestido hacia arriba para no tropezar. Lo único que le faltaba era que su torpeza la llevara al desastre. Al fin, encontró la bendita puerta negra que le habían indicado, entró y cerró a toda velocidad, algo aliviada. Pero, allí, no había nadie. Sólo una ventana enorme que daba al exterior de Las Noches, desde donde se podía apreciar todo el desierto.

− Ulquiorra – llamó dudando. − ¿Estás aquí?

− Llegas tarde – la voz fría del espada alivió del todo sus temores.

− Es que creí que jamás hallaría este lugar…

− Cámbiate esa ropa – ordenó. Orihime se ruborizó inmediatamente. ¿Para qué quería que se cambiara? Además, ¿qué debía ponerse? ¡Si ella no tenía más que eso y un camisón! Ulquiorra la miró con extrañeza. – Ponte esto – dijo, acercándole ropa deportiva, color blanco.

− E… está bien – Orihime miró la ropa con una mezcla de curiosidad y sorpresa. ¿Para qué quería que se pusiera eso? − ¿Para qué debo cambiarme? – preguntó mientras caminaba hacia un biombo que había allí, seguramente puesto para que ella pudiera cambiarse.

− Aizen sama ordenó que entrenes – se sorprendió. – Debes mejorar tu Sôten Kisshun antes de poder cumplir con una misión que te dará

− ¿Misión? ¿A mí? – dijo desde atrás del biombo.

− Y quiere que yo supervise tu entrenamiento – por el tono de voz, Orihime dedujo que Ulquiorra no estaba muy contento con aquello.

Los días pasaron rápidamente. Pasaban la mayor parte de ellos juntos, en la habitación de entrenamiento. Paraban sólo para comer, o para ir al baño. Orihime practicaba y hacía ejercicios para fortalecer sus músculos mientras Ulquiorra estaba quieto, a veces sentado y a veces de pie, junto al gran ventanal que mostraba la majestuosidad del desierto. Siempre estaba callado, y cuando la miraba no mostraba el más mínimo interés en ella ni en su figura. Por su parte, Orihime se había acostumbrado a la presencia de Ulquiorra, tanto que sin mirarlo, sabía si estaba de pie, sentado, mirándola o viendo al desierto. Pero, hacía mucho esfuerzo por hacer de cuenta que él no estaba allí, porque si el arrancar notaba que estaba distraída, si hablaba, para regañarla y ponerla en su lugar. Ella estaba allí para entrenar para Aizen sama.

De todas formas, varias veces al día, hacía algo mal a propósito con el sólo objetivo de hacerlo hablar. Quería escuchar la voz fría de aquel sujeto. Tenía mucha curiosidad. ¿Qué pasaba por la cabeza de aquel monstruo? Porque para ella era un monstruo, al menos hasta que entraron a esa habitación esa mañana, después de una semana de estar entrenando. Porque ese día, lo vio más humano y notó que ya no pensaba tanto en Ichigo, y que su aburrida y tediosa rutina diaria había cambiado, que ya no le dolían las rodillas y que ya no se auto flagelaba con pensamientos incoherentes. Sonrió al darse cuenta que había cambiado la Luna detrás de los barrotes por una humeante taza de té junto a su carcelero, que si bien no tomaba el té junto a ella, escuchaba su charla desde lejos, callado, observando la arena. Ulquiorra notó aquello el gesto de la mujer, pero no dijo nada.

A medida que pasaba el tiempo –ya más de veinte días−, Orihime controlaba cada vez mejor su técnica. Pero, al mismo tiempo, la curiosidad del comienzo había pasado a ser una especie de necesidad torpe y ridícula de saber si él la miraba, si él se interesaba en lo que ella hacía, pensaba o sentía. Cuando lo miraba, se sonrojaba al saberse descubierta por él, que simplemente hacía lo que todos los días: observar a una estúpida mujer humana ser un poco menos estúpida que el resto. También, Orihime notó que ya no sentía angustia, y que tampoco ningún otro pesar la aquejaba. Todo estaba comenzando a desaparecer. Se sentía cómoda en aquella habitación junto a Ulquiorra, sin tener en cuenta el verdadero motivo por el cual estaban allí.

Orihime miró por enésima vez a Ulquiorra ese día, pero él no estaba allí, entonces se detuvo y caminó hacia el ventanal. ¿Por qué él quedaba tantas horas frente al vidrio, apreciando aquel paisaje? ¿Sería acaso porque de ahí vendría? ¿Habría sido él alguna vez un hollow del desierto? ¿Anhelaría volver allí? Suspiró cansada.

− Ulquiorra… − soltó sin darse cuenta.

− ¡Ulquiorra! – una segunda voz, repitió el nombre del Espada, sorprendiendo sobremanera a Orihime, que dio un respingo y volteó a ver al dueño de aquella voz. Era nada menos que Aizen.

− Aizen… sama – dijo ella, algo confundida. Bajó la cabeza.

− Orihime – Aizen usó un tono amable y suave con ella, acercándose y tomándola por el mentón. − ¿Por qué no vas a comer algo a la cocina? Diles que te preparen algo delicioso, lo que tú quieras – ella asintió y se retiró sin mirar. Aizen buscó a Ulquiorra con la mirada, encontrándolo en el fondo de la habitación, recargado contra la pared. Parecía molesto, el shinigami sonrió.

− ¿Cómo va el entrenamiento de Orihime? – preguntó Aizen, muy interesado.

− La mujer – dudó, por primera vez en su vida dudó en qué contestarle a Aizen. De por si, ya era extraño que él hubiera ido a verlos hasta su sala de entrenamiento. Y ahora, ¿a qué venía esa pregunta tan abierta? – está dando buenos resultados

− Entonces, creo que ya es hora de que probemos si realmente ella servirá para lo que tengo en mente… ¡Gin! – llamó a su súbdito, que apareció en un instante por la puerta.

− Dígame, Capitán Aizen

− Haz todos los preparativos, veremos cómo actuará Orihime en su primera misión

− Como ordene, Capitán Aizen

− Ulquiorra – lo llamó.

− Si, Aizen sama – dijo, ya frente a él, con la actitud sumisa de siempre. Aizen sonrió, por primera vez había visto a Ulquiorra dudando acerca de algo que él le preguntaba y eso lo excitaba.

− Si ella llega a fallar – le brillaron los ojos por un momento. – Mátala – dijo en un susurro, disfrutando, pero al mismo tiempo, dándole a entender a Ulquiorra que era una orden absoluta.

− Como diga, Aizen sama