Pues... aquí estoy de nuevo tras una larga, larga, laaaaaarga... pausa. ¿El por qué? Pues los estudios, la falta de inspiración, los estudios, los estudios... ¿he dicho ya los estudios? Si gente... los estudios me han tenido bastante apartada del mundillo literario, tanto de escribir como de leer... bueno... escribir, escribía... pero lo que vienen siendo trabajos...
También he estado ocupada en el fansub donde me tienen esclavizada (¡Chicas! ¡va por vosotras!).
Fanfic dedicado a las chicas de mi fansub que fueron ellas quienes me pidieron algo de Escaflowne, así que aquí está.
Espero que disfrutéis.
Disclaimer: Todos los escenarios, menos el que aparece en el prólogo, pertenecen al creador de Tenkû no Escaflowne. Las almas que están dentro de los pjs también le pertenecen... lógicamente, los pjs son míos ya que la historia sucede en un futuro lejano con respecto a la serie.
Prólogo: Diario de un pasado.
Las gotas de la lluvia resbalan sobre el cristal de la ventana. Hace tanto tiempo que el sol se oculta tras las densas nubes de tormenta que nadie recuerda cómo era la luz que brillaba en el cielo. Mira hacia la calle, sentada en el pequeño espacio que deja la ventana, con la espalda apoyada en la pared, y observa el rápido y descolorido caminar de las personas, bajo sus paraguas grises.
Vive en un mundo gris, donde solamente llueve, donde las personas viven tan deprisa que en un abrir y cerrar de ojos ya están en los últimos momentos de su vida y las pequeñas criaturas que tienen como hijos, viven aún más deprisa, ansiosos por llegar a la edad adulta, por crecer, por ser mayores y poder hacer todo aquello que hacen sus padres, sus tíos, sus abuelos o, simplemente, aquellas personas que ven pasar por rapidez ante sí mismos.
Y Hana solo puede ver el mundo desde su ventana, siempre cerrada por la incesante lluvia.
Destinada a estar recluida en una pequeña habitación, lejos de todo estímulo externo, pues su cuerpo es más débil que el de la mayoría y con sólo salir de allí podría enfermar, para siempre.
Hana, la pequeña flor, nacida en un mundo sin color y, como tal, una flor sin luz, sólo sombras que perfilan sus rasgos. Una flor llena de contrastes. Bellos. Tristes. Distantes. Son vida.
Su cabello es largo y oscuro, como el manto de una noche sin estrellas, como la sombra que se alarga, densa e inquietante. De piel blanca, como la nieve, como si se hubiese pintado con el maquillaje que usan los artistas para emblanquecer la piel. Pero lo que más ha atraído, siempre, de la pequeña flor han sido sus ojos. Unos misteriosos ojos capaces de cambiar de gris a azul, de azul a verde y de verde a marrón, mas sólo era así con la luz adecuada.
Ahora son sus grises ojos los que miran tristemente a través de la ventana, deseando poder estar bajo la lluvia, sentir las gotas resbalar por su pálida piel. Notando la frescura de cada una de ellas. Pero sabe que eso no es posible.
Se desplaza sobre el alféizar de la ventana y poco a poco se acerca a la cama algodonosa, tan suave y blanda como las esponjosas nubes. Sobre la colcha reposa un libro, encuadernado en cartón con unos dibujos hermosos en sus tapas.
Se sienta sobre la cama, con las piernas cruzadas al estilo indio. Abre el libro por la primera página. Sus hojas son de un color amarillo, otorgado por la antigüedad de éste, desgastadas por su continua lectura.
Hana ha oído decir que ese libro pertenecía a una de sus antepasadas y que en él escribió todo lo que vivió en el periodo de su vida en el que desapareció. A Hana le gusta mucho leer ese libro, diario o lo que sea, ya que está lleno de color y esperanza… y sobre todo es capaz de ver el cielo de un intensísimo color azul.
Realmente sabe que esas cosas no le podrían haber pasado a su antepasada y que seguramente sólo se dedicó a escribir lo que se le pasaba por la cabeza. Los dragones, los hombres gato o humanos con alas de ángel no existen en realidad. Pero le gusta como comienza la historia.
"Cuando realmente deseas algo, el poder de la mente puede cambiar el mundo. El día en que todo comenzó, yo corría por la pista de atletismo, por la tarde, cuando el sol comienza a teñir el cielo de rojo y naranja. Concentrada en hacer mi mejor tiempo, en ser más rápida que el tiempo. Así es como mi sueño se hizo realidad, un sueño de dragones y caballeros que hacía mucho que tenía."
Hana se deleita con las palabras de Hitomi, su antepasada. Todo parece tan real, como si en verdad Hitomi hubiese vivido esa aventura que cuenta con sus palabras. Le gustaría tanto poder ir a ese mundo lleno de colores, aromas y gentes diferentes. Alejarse de la deprimente realidad.
"Si eres capaz de cerrar tus ojos y pensar fuertemente en tus deseos, olvidarte de todo lo que te rodea, imaginar el lugar al que quieres ir, seguro que el poder de tu mente te hará viajar hasta los confines del mundo. Así es como yo llegué a Gaia. Aunque quizá no fue solo con la ayuda de mi mente, sino también con la ayuda de un objeto que dejé atrás y que se quedó para siempre rodeando el cuello del Rey de Fanellia."
Hana cierra fuertemente los ojos. Desea ir al lugar que Hitomi describe en su relato, aunque sólo sea con su mente. Viajar más allá de los confines del mundo y ver el sol brillar sobre el mar, caldeando su piel poco a poco.
Poco a poco, una luz comienza a rodear a Hana, sin ella darse cuenta. Sólo le parece escuchar el sonido del viento acariciando la alta hierba. El tacto de la brisa acariciando su piel. El trinar de las aves sobre su cabeza. Sabiendo que es imposible, abre poco a poco los ojos y ante ella se extiende una gran planicie de alta hierba.
Mira hacia el cielo y sus ojos se llenan de lágrimas al ver el azul claro del cielo de la mañana. Un mundo de colores… el mundo de Gaia.
