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Media verdad al revés
CAPÍTULO 1: Para mentiras, las de la realidad.
Aquella confitería con armado y decorado victoriano, de cuyas paredes colgaban adornos festivos y hasta alusivos al romance y la pareja, aún no estaba llena, pero su fama se encargaría pronto de revertir dicha situación. Era ley en el mundo mágico, que ésta se convertiría en el destino de la mayoría de los after-office de la zona. Pero a aquella hora de la tarde estaba casi abriendo, y las pocas personas presentes eran, o bien viejos, o bien desempleados. ¡Menudo partido!
Por supuesto aquello no sería un problema para ella. No al menos, aquel 20 de junio. Era casi primavera (aunque aún no se notaba), el día parecía querer despejar un poco, era viernes, y ella... ¡Ella tenía una cita!
Aquel era un día realmente maravilloso. Y lo supo desde la temprana mañana cuando la ansiedad y la euforia, privándola del sueño, la habían iluminado como por arte de magia, e impulsado a probarse la ropa que usaría por la tarde. La invadió la extraña idea de probar aquel viejo jean que hacía años no le calzaba, por esas grasas de la vida. Pero cuando fue capaz de subirlo hasta donde era debido y cerrar sin mayor problema el cierre... lo supo. ¡Sí, sin duda la esperaba un gran día por delante!
La pelirroja estaba cómodamente sentada con aquel ajustado y simpático jean, y tenía una graciosa e informal camisa manga tres cuartos, de un color amarillo chillón, muy a tono con su entusiasta humor. Apenas se había maquillado, pues a esas horas poco lo ameritaba, y su pelo largo lucía lacio en una media cola. Y, desde muy temprano la vestía una hermosa y simpática sonrisa, inevitable y quizás, hasta inmanejable.
No podía creer que, con sus dicharacheros casi veinticinco años, y de un día para el otro, comenzaba a realizar sus proyectos de vida. ¿Sería muy temprano para pensar que ya comenzaba a conseguirlo? No... claro que no.
Miró su reloj de pulsera. Las cinco y media. Okay... se habían citado a las cinco, pero no entraría en pánico. Aún no. Él era un gran... grandísimo partido. Y como tal, debía hacerse esperar, claro. Miró por la ventana esperando verlo aparecer en cualquier en cualquier momento. ¡Mierda! Aún no podía sacar esa estúpida sonrisa de su rostro. La estaban dejando plantada por media hora y... esa sonrisa seguía ahí.
Miró fijamente hacia la puerta, imaginando que entraría de un momento a otro de forma gloriosa y con una gran excusa por la demora, que ella no dudaría en aceptar. Se lo imaginó vestido elegantemente. Aunque no fuera en realidad su estilo, una mujer tenía derecho a hacer uso —quizás abuso— de su imaginación. ¡Sobre todo en la primera cita!
El mozo se acercó sonriente con su bandeja redonda en punto de equilibrio y un largo vaso a medio llenar en ella. Sin duda se acercaba hacia la pelirroja, pues las demás mesas estaban vacías. Cuando se detuvo a su lado y tomó el vaso, ella lo detuvo con un gesto.
—Yo no ordené nada —sonrió amable— aún espero a alguien —agregó. El mozo asintió.
—Lo sé, señorita —sonrió y colocó el vaso en la mesa, delante de ella— Esto se lo envía un hombre.
—¿Quién? —comenzó a mirar interesada. El joven se encogió de hombros y se fue.
Ginny continuó estirando el cuello, intentando encontrarlo entre la poca gente, pero sólo había
viejos, o grandulones mirando embobados por la televisión, un patético partido de Quidditch de hacía años.
Ella tomó el vaso y lo miró. Unas palabras de color dorado comenzaron a escribirse en el vidrio, mágicamente.
"¿Quién hace esperar a una mujer tan hermosa?"
Decía el vaso, generándole una pudorosa sonrisa a la pelirroja. Pero al instante las palabras se borraron, dejando espacio a otras:
"Olvídalo" se borró nuevamente "Debe ser un idiota...".
La pelirroja volvió a mirar el lugar, no pudiéndose convencer ante el hecho de no encontrarlo. Nada peor que exaltar la curiosidad de una mujer, y no brindarle los medios para resolver sus conflictos.
—Fui yo... —dijo suavemente una voz detrás suyo.
Pero antes de que ella pudiera voltear a percatarse, un brazo salió por uno de sus costados, y le colocó en frente un colorido ramo de rosas. Sus ojos se abrieron sin tapujos, ante la sorpresa y el entusiasmo.
Ginny las tomó, esperanzada, y las acercó a su nariz para deleitarse con el suave aroma que éstas despedían. Lo vio de soslayo rodear su silla y detenerse a su lado. La pelirroja levantó la mirada y le sonrió ampliamente.
—Lamento haberte hecho esperar... —susurró un Harry informal y seductor, mientras tomaba su mano y depositaba un pequeño beso en su dorso. Ella negó, entusiasmada— En mi defensa diré que es tu culpa —le sonrió él—. Estoy aquí sentado desde las cuatro, pero cuando entraste te vi tan hermosa que me acobardé... —se sinceró, sonrojándola levemente— Luego, simplemente no pude dejar de mirarte como un idiota... Estás hermosa, Ginevra —le sonrió él.
—Gracias —susurró Ginny, compungida—. Vamos... siéntate —le pidió—. Hagamos esto como es debido —volvió a mirar el ramo que aún sostenía maravillada—. Son hermosas, Harry, muchas gracias.
El morocho se sentó frente a ella con una gran sonrisa en su rostro. Era obvio para ella que él la estaba escaneando mentalmente, sacando repetidas fotos del momento, y saboreando el futuro entusiasmo y cariño que sentiría al recordarlo.
—¿Qué? —sonrió, incómoda.
—Nada... —negó alegre— Sólo que me alegro de que al fin hiciéramos esto... Tenía muchas ganas de verte.
—Yo también me alegro. No sé porqué no lo hicimos antes...
—Bueno, no nos vemos mucho —se encogió de hombros, pero luego la miró con seriedad—. Pero creo que haré que eso cambie de ahora en adelante. —Se apoyó en la mesa, para mirarla más de cerca.
Ginny ni pareció notar que él estaba realmente vestido para la ocasión. Que, si bien no fue como ella se lo imaginó, su entrada había sido años luz mejor de lo esperado. Traía una camisa con los primeros botones desatados, unos pantalones de vestir, y un chaleco haciendo juego. Estaba ligera y seductoramente despeinado y, si bien no era consciente de ello, su perfume había perforado hasta el último de sus sentidos, enamorándola locamente.
—¿Qué quieres tomar?— le preguntó galantemente.
—Un café estaría bien —sonrió, agradecida.
—Dos, entonces —le hizo señas al mozo, este asintió, dejando al morocho retomar la tarea de adorar a aquella hermosa criatura.
—¿Y cómo andan tus cosas en Francia?
—Bien. Aunque ahora estoy en una etapa más bien de reconocimiento —sonrió, encantador—. Últimamente no puedo quedarme mucho ni aquí ni allá. Lo cual ahora celebro —la miró con claro interés en los ojos—. Sin duda, lo mejor de los últimos viajes ha sido encontrarme contigo. —Él no le quitaba los ojos de encima, incrédulo de su propia suerte.
Harry era un interesado hombre de las artes plásticas y visuales. Por alguna extraña razón, en Hogwarts había comenzado a interesarse en los cuadros que decoraban las paredes, y a interactuar con ellos, escuchando con atención sus historias y anécdotas. Eso había forjado en él, un carácter sereno y curioso... pero sobretodo, exquisitamente romántico.
Una vez terminado Hogwarts, se había dedicado a estudiar historia y a coleccionar cuadros y esculturas que formaban parte de la cultura de la comunidad mágica. Draco Malfoy, el mejor amigo de su infancia, siempre se había burlado de ello, pero cuando observó lo serio que se fue volviendo el asunto en su vida, no tardó en conseguirle el excelente contacto que luego lo guiaría en su carrera en Francia.
Si bien los primeros años casi se había asentado en aquel otro país, ahora su realidad era otra. Los últimos meses había estado viajando más de la cuenta, pero pocas veces se quedaba en un lugar. No obstante, Francia era su lugar preferido, pero ¿quién lo diría? Viajaba tanto que parecía vivir en ambos lugares con asiduidad. Y, si bien siempre frecuentaba la misma aerolínea, jamás se había cruzado con ella en un avión.
La semana anterior cuando volvía a Londres, se había topado de casualidad con su juvenil y fresca sonrisa. Y le resultó tan gratamente sorpresivo, que su corazón dio un vuelco y sus deseos se perfumaron con deliciosos aromas pelirrojos. ¡Y no sólo había sido su sonrisa! Su uniforme de dos piezas, entalladamente formal y de un blanco inmaculado, lo había noqueado antes de empezar la primera ronda. No la recordaba ni con la mitad de las parábolas y curvas que ahora delineaban su cuerpo. Ni la recordaba tan lascivamente pelirroja... o tan pecosamente juvenil.
¿Para qué negarlo? ¡Lo había embobado! Y fue imposible no invitarla a salir ni bien pisaran tierra. Claro que la cita sólo pudo concretarse hasta aquel día. Pero no se arrepentía de haber suspendido su viaje de vuelta a Francia para verse con ella.
—¿No te aburre ir y venir? —Él sonrió.
—No, para nada. Me encantan los aviones. —El mozo les trajo los cafés, en cuyos segundos ambos se callaron. —Además... mira quién me lo dice —sonrió, despidiendo al mozo con amabilidad—. Háblame de ti —le rogó— ¿Cómo es que nunca te crucé en ningún vuelo?
—Bueno —sonrió— tú viajas mucho a Francia, pero mis vuelos son más bien transatlánticos.
—¿Y cómo se siente eso?
—Genial... —sonrió infantil y bebió un sorbo de café.
—¿Nunca estuviste en medio de una complicada turbulencia? —preguntó curioso. Ginny frunció el ceño, divertida. Se preguntaba qué clase de curiosidad, lo habría impulsado a preguntar aquello.
—No, generalmente los pilotos que me llevan saben controlar muy bien esas situaciones— él rió.
—Entonces no has viajado con los que me llevan a mí.
—¿Tú si los padeciste?
—¡Ufff! Hasta el cansancio. ¡Es horrible! —pareció mortificado— Esa angustia devastadora que te inunda... —negó con la cabeza— Te invade una desesperación atroz y el anhelo de tener al lado a la persona que amas para poder decirle todo lo que sientes, y así morir en paz. —Ginny sonrió como embobada. Había que aceptarlo; él la estaba hechizando con una facilidad suprema.
—¿Alguna vez viajaste con alguien importante como para decírselo?— él la miró, fingiendo pesar.
—Nunca... —se lamentó— Ni siquiera tenía a quien llamar por telé... ¡No!, ¡Miento! —se amedrentó, divertido y comenzó a reír— Una vez me desesperé a tal punto, que marqué el número de los Dursley. —Ginny rió, imaginando con claridad la escena— De pronto sentí una imperiosa necesidad de agradecerles por haberme cedido el armario debajo de la escalera... —Rió— ¿Te lo imaginas?
Ginny reía sin poder evitar sentir un poco de culpa. Tapó su boca y continuó riendo. El morocho aún con la sonrisa en los labios, se deleitó observándola sonrojarse por la risa. ¡Qué linda que era! ¿Cómo no se había fijado antes en ella!
—¿Y finalmente los llamaste? —preguntó entre risas.
—No —sonrió aún divertido—. Hubiera sido patético, créeme. Incluso para mí... Por un segundo entré en pánico, pero cuando terminé de marcar el número —se encogió de hombros—, me espabilé... Pero toqué fondo, Ginevra... toqué fondo —dramatizó.
—Bueno, dicen que hay que tocar fondo para comenzar a ascender, ¿no? —Él la miró, dejando pasar poco a poco la sonrisa. De pronto, ella le sentó sumamente interesante.
—Eso te lo concedo. Sin duda no me dí cuenta hasta ese momento, de lo indispensable que es en la vida, un poco de compañía —dijo significativo, mirándola de lleno a los ojos—. No puedo quejarme de nada de lo que no tengo —soltó a modo filosófico—, pero si tuviera que quejarme de algo que no tengo, sería de eso —culminó a modo de reflexión. Ella le sonrió con sinceridad.
Harry bebió un sorbo de café y la miró penetrantemente, hasta que ella suspiró con suavidad. Protagonizaron un contacto visual y se sonrieron en simultáneo, identificándose en el otro. Luego ella, avergonzada, bebió otro sorbo de café agachando la mirada.
—Así que... tus pilotos son buenos —comentó Harry como al pasar. Ella sonrió regocijándose internamente. Había inyectado la sutil cuota de celos que la situación ameritaba. Ginny se encogió de hombros.
—Por el momento, ninguno me obligó a llamar desesperadamente a nadie —sonrió. Harry asintió, concediéndole la ligera victoria.
Había que reconocer que Ginny sabía cómo atrapar a un hombre. Sabía cómo hacerlo celar, sin que resultara molesto; cómo cautivarlo, sin que fuera alevoso; y cómo seducirlo, sin obligarlo a cometer excesivas locuras... en la primera cita.
—Dime... —comenzó nuevamente, como al pasar— Tú hermano Ron... ¿hablas seguido con él?
—No, no mucho —contestó extrañada—. Como viajo tanto casi no nos vemos, pero nos escribimos seguido— él asintió.
—Y... —la miró de lleno a los ojos, indagándola— ¿Debería preocuparme por él? ¿Debería temer su reacción? —le sonrió galante— Los rumores en Hogwarts aseguraban que era el peor de los guardabosques... —Ginny puso sus ojos en blanco, desestimando aquello.
—Eso es porque en Hogwarts eran todos unos cobardes —bromeó con una ligera autosuficiencia. Harry sonrió con una naturalidad que supo ajena—. Créeme, son puras tonterías. Él sólo es... —dudó unos segundos, buscando la palabra— ¿Celoso? No, nada grave. ¿Por qué lo preguntas?
Harry acercó tímidamente su mano a la de ella, y la tomó para decirle algo que, aparentemente, era delicado. Ella por un momento, se preocupó.
—No quisiera que te tomes esto a mal, linda —susurró—, pero... bueno, siendo así de celoso... ¿Te importaría si soy yo quién le avisa de esto?
Ginny sonrió contenta. El hecho de que Harry quisiera avisarle a Ron sobre aquella única salida, sin dudas le daba esperanzas. ¡¿Harry quería salir nuevamente con ella?!
—¿Eso qué quiere decir? —preguntó con suavidad, sintiéndose una idiota. Pero ni hablar, ya lo había dicho. —¿Que quieres verme alguna otra vez?
Harry sonrió ampliamente, inmerso en la ternura y la frescura de esa pequeña criatura. ¿Cuánto tenía, veinticinco? Parecía un ángel de mucho menos. Casi se sentía mal, pensando las cosas que había pensado. ¡Pero era tan natural y cautivadora que ya se sentía irremediablemente atado a ella!
—¿Crees que hubiera salido contigo sólo una vez? ¡Mírate, Ginny! —la señaló maravillado— Eres sensacional y hermosa. Pregúntame mejor ¿Cómo fue que no te invité antes? —ella sonrió, halagada— Sin duda habría tenido a quien llamar en caso de turbulencia.
—Te jactas de tu seducción ¿eh? —Harry pareció asombrarse.
—¿Por qué lo dices?
—Sabes que tienes un 'no sé qué' con las mujeres, pero te encanta hacer de cuenta que no —Harry sonrió.
—No planeé nada de esto. Para mí ha sido todo una sorpresa, y... —sonrió— tú me gustas en serio.
Ese hombre era demasiado directo para su propia cordura. La honestidad del morocho atentaba sin obstáculos contra su integridad mental. Estaba hecha una boba y, no cabía duda de que estaba trasluciéndose en su rostro.
—¿Por qué te sonrojas? —preguntó él con sinceridad.
—Porque eres excesivamente honesto, Harry —se compungió.
—¿Prefieres que te mienta?
—¡No! ¡Dios, no! ¡Detesto la mentira! —Rió— No estoy acostumbrada a hombres como tú, eso es todo.
—¿No estás acostumbrada a que te digan lo hermosa que eres? —la inquirió sin pudor alguno, con un sincero destello en sus verdes ojos. Ginny negó, descartando esa absurda idea— ¿Entonces? ¿Cómo te tratan los demás hombres? —ella se encogió de hombros.
—Como si fuera... invisible.
—¡No! Eso no voy a creértelo, Ginevra —sonrió inclinándose sobre la mesa—. Hasta un ciego te encontraría perfecta.
—Nunca me topé con un ciego.
—Los hombres que frecuentas deben estarlo, sino ven lo que yo veo.
La pelirroja se murió de ganas de preguntarle qué era aquello que él veía, pero una voz interna le aseguró que llevaban mucho tiempo hablando de ella y adulándola. Que cambiara de tema o lo aburriría. Ginny sonrió agradablemente y dio por finalizado el tema.
—Estaba pensando... —comenzó— que quizás pueda arreglar algún vuelvo que me permita detenerme unos días en Francia —sugirió, infantil—. Quizás pudieras enseñarme algo de arte... —él sonrió interesado, hurgando en su mirada.
—¿A ti te interesa el arte?
—Bueno, seguro que me interesará si tú me cuentas. Dicen que la pasión por las cosas, se trasmite de boca en boca.
A Harry se le oscurecieron los pensamientos. Se le ocurrieron demasiadas pasiones para trasmitirle a esa fascinante mujer, más aún de boca en boca. Pero, ¿quién había dicho que debían esperar a ir a Francia, para ello?
—El arte me apasiona —afirmó, intentando que su aletargado tono de voz no denunciara sus turbios pensamientos—. Y su historia también. Pero como relator soy horrible.
—¡Vamos! —dijo con sarcasmo.
—¡En serio! Me pierdo en la cronología de los hechos. Apunté tantos datos en mi cerebro que... ordenarlos me resulta imposible.
—¿Es verdad que te llaman de los museos para preguntarte o pedirte consejos? —se interesó, inclinándose apenas, sobre la mesa. Él rió absurdamente.
—¿Quién te dijo eso?
—Me enteré por ahí... —sonrió— Lo dijo Corazón de Bruja en tus primeros meses en Francia. ¿Sabes que mandaron a cinco periodistas a vivir allí sólo para vigilar tus movimientos?- sonrió divertida.
—Si, patético... —soltó, algo molesto.
—¿Te molestaron mucho?
—No. Lo normal... pero poco a poco comenzaron a cansarse de mí. Creo que llevé una vida demasiado monótona y aburrida para ellos. Nada de escándalos con varitas, ni enredos de faldas... Supongo que no era rentable —sonrió alegre.
No supo porqué, pero aquello a Ginny la dejó excesivamente tranquila. Si los medios no tenían nada que decir de él, debía de ser sumamente tranquilo y normal en su vida diaria. Y aquello era justamente lo que necesitaba; un poco de normalidad al mejor estilo Harry Potter.
—Supiste alejarte de todo, eso es bueno.
—Si, eso creo... —dubitó, algo nostálgico. Luego la miró unos segundos, y retomó con una gran sonrisa. —¿Y tú Ginny? —preguntó, fijando su dualidad visual, seductoramente en los ojos de ella— ¿Qué hobbies tienes?
Ginny sonrió algo aniñada. "Mirarte los labios, Potter... Mirarte los labios". Le resultó imposible no mirarlos sin que él se percatara. Harry le sonrió al darse cuenta, y ella enrojeció de vergüenza.
—Yo... —se aclaró la garganta— Me gusta cantar. Aunque soy malísima.
—Cantar, ¿eh? —se sorprendió— No me lo esperaba... ¿Qué tal si tú me trasmites tu pasión? —ella lo miró confundida, casi consternada, a lo que él rió— ¿Por qué no me cantas?
—No. Al menos no todavía.
—¿No? ¿Qué tiene que pasar para que tu voz me deleite?— Ginny lo miró unos segundos.
—Tengo que sentir confianza ciega. —Él se echó para atrás, fingiendo indignación.
—¡Me siento ofendido! ¿Te genero desconfianza? —Ginny negó con la cabeza, sonriente— ¿Entonces?
—No lo entenderías.
—Pero seguro tú me lo puedes explicar. —Se inclinó nuevamente, apoyando sus codos y juntando las manos, en una postura de completa atención.
—No. Me avergonzaría...
—¡Vamos! Yo te conté mi absurdo desliz con los Dursley. —Ella rió.
—Es verdad.
—No me reiré, lo prometo.
Ginny indagó en sus ojos para intentar dilucidar si aquel hombre abusaría de sus facultades para con ella, y si la haría sentir una completa idiota. Pero su sentido común la tranquilizó, reconociendo en él, una hermosa y transparente personalidad.
—Okay... —suspiró sonrojándose. Se inclinó ella también en la mesa, enfrentándolo lo más seria que pudo— No cantaría para ti, por temor a que tu cercanía me quebrara la voz... —confesó intentando sonar ocasional— Temo que se me acelere el pulso y... me tiemblen las cuerdas, o peor... no me salga la voz.
Harry quedó estupefacto, tildado en cómo se habían movido sus labios, de forma pausada y ocasional. Bueno, sabía que ella había intentado sonar así, pero... para él sólo había podido sonar jodidamente seductora. ¡Esta mujer podía enloquecerlo sólo con palabras!
Continuó en trance unos segundos hasta que ella le sonrió. Volvió en sí y la miró a los ojos, intentando parecer normal.
—¿Te sucede seguido? —sólo atinó a preguntarle.
—No. Soy principiante pero tengo una cuota de profesionalismo.
—¿Entonces? —desafió— Una profesional tiene que poder manejarlo, ¿verdad?
—No soy tan profesional como para enfrentarme a ciertas excepciones —susurró.
Así que él era una excepción en su vida, pensó conforme. "¡Rayos! Me va a matar con esos labios". Harry sonrió, adulado.
—¿Qué clase de excepción soy, Ginny? —le preguntó con interés, disfrutando su ligera incomodidad. Ella lo miró con aire misterioso.
—Si te lo digo, dejarías de ser una excepción.
—¡Touché!- sonrió, satisfecho.
Harry miró su reloj, hecho que atormentó a la pelirroja en desmedida y sacudió abruptamente su felicidad. "¡No Harry, no te vayas aún! Te contaré lo que quieras... ¡Mierda! ¡Yo y mi intento idiota de ser interesante!". Harry la miró con la duda en los ojos.
—Por casualidad... ¿Tienes ganas de ir al cine? —le preguntó, inseguro. Ginny reconoció en su voz, el creciente temor de que ella se negara al hecho. Se sintió en el paraíso durante varios instantes, y luego sonrió.
—¡Me encantaría!
El tormento en sus ojos clorofílicos desvaneció inmediatamente, dejándole un claro paso a la euforia y la felicidad. El nuevo brillo en ellos, la cautivo en cuerpo y alma.
—Déjame que pague y... —llamó al mozo— ¡Ah, lo olvidaba! —La miró— Vine con el auto, pero no sé si te guste más caminar... el día está hermoso.
—No sabía que tenías auto... —él sonrió, algo avergonzado.
—Lo alquilé para poder dejarte en tu casa, luego.
Ginny se quedó como una idiota con la boca abierta. ¡Aquel hombre era una joya! ¡Y estaba jodidamente interesado en ella! ¡Mierda, mierda, mierda! Aquel día era espectacular y maravilloso.
La oscuridad de la sala los acogía de forma emocionante y ansiosa. El morocho la sentía al lado, imposible ser más consciente de su cercanía y su aroma, y sentía que explotaría si continuaba reprimiendo sus ganas de demostrarle todos y cada uno de sus sentimientos. Necesitaba detener ese sacudimiento en su corazón; bajar las pulsaciones en sus arterias; necesitaba... besarla-tocarla-morderla-seducirla. ¡Algo!
La pelirroja miraba la pantalla con una fijación imperturbable, ajena a las turbaciones internas por las que estaba siendo atravesado él.
—Harry... —susurró sin quitar los ojos de la pantalla. Él, que ya la miraba, hizo un leve movimiento confirmándole su atención— Ese que está ahí... —señaló acercando su perfil a él, para que la escuchara— ¿Él fue quién mató a...? —se giró para mirarlo y el la besó, sin miramientos.
Ginny se quedó inmóvil unos pocos segundos, sorprendida ante su maniobra. Sabía que lo haría en algún momento de la película, pero... ¡Recién empezaba! Sin cuestionarse más nada soltó sus dudas y comenzó a deleitarse con sus labios. Harry sonrió de lado, sintiéndose victorioso, y apoyó una de sus manos en el rostro de ella, para acercarla más a sí.
Se sumieron en una pequeña danza de giros y bucles, hasta que el aire se les fue acabando, y el corazón pareció salírseles del pecho. Ella se separó apenas unos centímetros y lo miró con un dulce brillo en los ojos, sin duda de ilusión.
—No tengo idea de quién es quién, Gin —se disculpó con la mirada y volvió a sonreír—, pero si no te besaba, el muerto sería yo.
Ginny le sonrió ampliamente y se acercó nuevamente a sus labios. Después de todo... ¿A quién mierda le importaba la película? A ella seguro que no.
Salieron pausadamente del cine. ¿Acaso era la única que estaba deseando que esa noche no se acabara jamás? Ginny caminaba mirando al suelo, con las manos cruzadas por delante. ¿Tendría alguna otra fantástica idea ahora? ¡Algo! Cualquier cosa que no matara la noche. Ginny suspiró.
Habían dejado el auto a unas cuadras con la excusa de caminar un poco antes, y ahora ambos lo agradecían. Esos minutos les resultaban preciados.
Harry caminaba muy cerca suyo con las manos en los bolsillos, casi rozando su hombro, pero miraba hacia adelante, disfrutando el fresco viento que lo azotaba con suavidad. La miraba de soslayo, esperando alguna señal... lo que fuera... algo que no matara la noche. En un cauteloso movimiento, sacó su mano del bolsillo y rozó su brazo, pidiéndole gentilmente que le obsequiara su mano.
Ginny, sin levantar la mirada, soltó sus manos y se dejó agarrar por la de él.
Y de pronto... ¡El paraíso!
Qué cálida era su mano; que sólido y seguro su agarre. Le gustaba. ¡Qué decía...! ¡Le encantaba ese hombre! La llenaba de locas sensaciones; ya no mariposas, ya no hormigas ni cosquillas... ¡Tenía un maldito circo ambulante en el estómago! Quizás en todo su cuerpo. ¿Acaso era temprano para pensar en el nombre de sus hijos?
Harry sintió la euforia de una nueva conquista de territorio. Primero el beso, ahora su mano... sin duda estaba siendo una noche espectacular. ¿Sería muy idiota decirle lo suave que era su piel? ¿Lo hermoso que era caminar agarrado de su mano? "Vamos, no la asustes...".
El silencio se cernía sobre ellos, pero ahora de la mano, no era incómodo en absoluto. Aunque tampoco lo prefería. Ella quería hablar o utilizar mejor el tiempo... en sus labios. Que la besara o que hablara de una vez. ¡Sólo les quedaba una cuadra! "Mierda, ¿qué pasó con las otras cuatro?" pensó consternada. Se les moría la noche y ellos...
—Quisiera volver a verte... —susurró él, sin mirarla.
"¡Oh, magnífico silencio! ¡Te acaban de hacer mierda!" pensó, loca de euforia. Sonrió levantando la mirada hacia él. Harry la miró de vuelta.
—Siempre y cuando tú... —ella asintió, emocionada.
—Me encantaría. —Harry le enseñó su dentadura en una gran sonrisa.
Continuaron el resto del trayecto en un silencio que ya no los intimidaba. Aquel silencio resultó ser la mejor compañía para ambos.
El auto de Harry frenó bien en frente del edificio en donde vivía Ginny. El recorrido había sido silencioso, o más bien repleto de comentarios insignificantes sobre lo lindo que era el barrio en que se situaba su vivienda. Después de estacionar, Harry todavía se veía sobornado por unas ganas imprudentes de que aquella noche no terminara jamás... o que terminara de otro modo. El silencio que se apoderó de ambos, fue interrumpido por el chasquido del cinturón de seguridad que Ginny se quitó. Por primera vez en toda la cita, el ambiente se volvió algo tenso.
—Bueno… —dijo Ginny y amagó a abrir la puerta del auto.
—Deja que te ayude. —Harry se bajó del auto y abrió la puerta. Estaba lamentando que el momento con esa pelirroja de ensueños estuviera llegando inexorablemente a su fin. La observó bajarse, admirando su pequeña cintura. Cerró la puerta tras de sí y la miró sonriendo. —¿La pasaste bien?
—Ha sido un buen momento —respondió algo nerviosa.
—Interesante… —Ella lo miró con curiosidad— Digo, tu respuesta ha sido interesante. —Sonrió.
—Adoro las noches primaverales —comentó mirando el espectacular cielo lleno de estrellas. Harry también lo hizo.
—En Francia solía tomar cerveza en mi balcón, hasta la madrugada. —Harry la miró fijamente. Adoraba sus ojos marrones, le producían una especie de magnetismo arrasador.
—¡Adoro la cerveza en esta época! —escuchó decir con su dulce voz— Pero tampoco me gusta abusar de las bebidas alcohólicas.
—Deberías probar la francesa, tiene un gusto exquisito. —Harry dibujó una media sonrisa y luego miró hacia el rascacielos que se cernía sobre ellos. —Tu balcón debe tener una vista exquisita… —Ginny se estremeció de deseo, había detectado residuos sugerentes en su tono de voz.
De acuerdo, no estaba loca. Él le había tirado al menos dos indirectas, para que ella lo invitara a subir. ¡Pero si él no necesitaba ser invitado!
—La tiene —confirmó, intentando disimular cuánto había perdido la compostura. Ginny lo miró dubitativa. Se aclaró la garganta.
—Seguramente, pero permíteme el beneficio de la duda —la desafió a modo de broma.
—¿Estás dudando de mi palabra? ¿Quieres comprobarlo por ti mismo?
Harry sonrió, repentinamente animado.
—¿Me estás invitando a subir? —tradujo él, sugerente. Ella se encogió de hombros, quitándole dramatismo al asunto.
—Tengo cervezas, —adujo con simplicidad— pero sino quieres será mejor que…
—Me encantaría —se apresuró a contestar a Harry—. Me encantaría conocer tu balcón.
Rápidamente entraron al edificio y se inmiscuyeron en el ascensor. Ginny estaba un tanto nerviosa, dudando de su accionar. ¿Habría sido muy atrevida? Quizás, Harry dudaba de su integridad moral debido a su invitación. "¡Pero sólo es una cerveza!", intentó tranquilizarse.
—Ginny… —la llamó Harry riendo— Ya puedes salir del ascensor.
—¡Oh, si! —dijo un tanto roja, y para evitar mirarlo miró el juego de llaves que tenía en su mano, simulando buscar la correcta. —Es por aquí.
—¿En qué pensabas? —musitó Harry al tiempo que ella abría la puerta del apartamento.
—Nada importante. —Él miró alrededor. Era un pequeño departamento de dos ambientes. El primero constaba de una mesa, un sillón amplio y una mesita ratona con fotos de Ginny y su familia.
—Muy lindo —opinó—. ¿Vives con alguien? —disparó al azar.
—Si, ¿cómo supiste?
—Pues... está todo dispuesto como a pares.
—Oh —se sintió idiota—. Si, tengo una compañera de cuarto, pero no hablemos de ella.
—¿Y dónde está? —preguntó insistente, esperando que no arruinara su velada.
—Trabajando. No te preocupes, no vendrá hasta pasada la madrugada —sonrió con un doble sentido que a Harry no le pasó inadvertido—. Ponte cómodo —dijo ella abriendo la heladera y sacando dos pequeñas latitas de cerveza. Le entregó una y lo miró de forma gatuna. —¿Debería hacer lo que te prometí, no? —Harry se tensó.
—¿A qué te refieres?
—Mostrarte el balcón, ¿qué más? —rió y dejó la latita sobre la mesa, disfrutando su incomodidad. Abrió la persiana y corrió las cortinas. —Ven —invitó.
Ambos salieron al balcón. Éste era de unos tres metros de largo y tenía dos pequeños silloncitos de verano. Ginny lo invitó a sentarse en uno, pero el no aceptó; prefería ver la panorámica vista que el balcón le ofrecía. Se veía una buena parte de la noche londinense, iluminada por los faroles, y podían escucharse lejanamente, los ruidos de los autos que pasaban seis pisos más abajo. Harry tomó un poco de cerveza antes de decir:
—Espectacular. —Estaba maravillado. —Mejor que mi antiguo departamento en Francia.
—Gracias. Adoro venir por las noches aquí, me gusta mucho meditar.
—¿Meditas? —ella asintió.
—Con música.
—Qué raro.
—¿Por qué raro? —dijo extrañada. Dejó la latita en la pequeña mesa y Harry la imitó, sólo por hacer algo.
—No lo sé, no pareces estresada —sonrió—. Pero ahora que lo pienso, viajar de aquí para allá debe ser algo estresante.
—Si, totalmente— contestó ella enseguida. Lo que menos quería era hablar de su trabajo.
Se apoyó en la baranda color negra y lo miró fijamente. Cada silencio era tan incómodo como demoledor. Harry recorrió su rostro con la vista, sin pudores, como si estuviera observando un suculento manjar que pronto iba a degustar. Se acercó un poco y colocó la mano en la piel de su rostro y le dedicó una media sonrisa que ella supo interpretar. Era la misma mirada apremiante que se figuró en su rostro mientras estaban en el cine. Y, sin previo aviso la besó, colocando una mano en la cintura de la joven.
La boca de Harry se apoderó por completo de su labio inferior, mientras ella degustaba el superior de él. La posición cambió de nuevo y luego otra vez, hasta que Harry introdujo la lengua en su boca y Ginny sintió una vibración en la parte alta del estómago, vestigio del placer. La aprisionó más a sí mismo, degustando aquel perfume asesino que Ginny despedía, intentando que el contacto no se rompiera.
Sin dejar de besarse, Harry la apoyó contra una fracción de pared que restaba al lado de la ventana. El beso se había tornado urgente, caliente, sexual.
Ginny percibió que, el hombre que la había citado y quien había pagado su café, no parecía el mismo que ahora la besaba y aclamaba por su cuerpo. Bueno, quizás necesitaran ponerse al día en más de un aspecto, ya que ella no recordaba jamás, haberlo sentido así entre sus brazos. Cuando por fin se percató de ello, algo voraz se despertó en su interior, exigiéndole que lo devorara.
Harry la alzó, siendo víctima de una infame erección que lo extorsionó a límites insospechados. Las piernas de Ginny rodearon la cintura del joven, y a pesar de que mantenían los ojos cerrados ambos estaban próximos a ver las estrellas.
Harry jadeó con fuerza acariciando sus muslos suaves… sintiendo en su pecho la protuberancia de los tentadores senos de la pelirroja. Ginny sintió la perfecta frotación el centro de su placer, sintiendo cómo la pelvis de Harry la aprisionaba cada vez más, provocándole un cosquilleo que la hacía delirar; tanto fue así que no pudo evitar soltar un gemido.
Él jamás había asociado los gemidos a esa mujer. ¡¿Por qué mierda no?! Si acaso antes había cuestionado su edad o sus modos, ahora se tragaba sus propias dudas. Ginny no era ninguna ingenua, pensó entre delirios. Sus movimientos eran tan excitantes que... no podía ser ninguna novata.
Al entender que los mismos jadeos provenían de ella, Harry sufrió una suerte de desesperación, cortó el beso para dirigirse a su cuello perfumado, ávido de recorrer su piel con la lengua, hasta llegar a la parte carnosa de su oreja.
—Eres riquísima… —dijo completamente excitado.
Ella sonrió y lo miró a los ojos, transparentando la intensidad, no sólo de su deseo sino también de su confusión. Y, sin quererlo... la excitación bajó considerablemente con esa mirada. Y como si ella se lo hubiera pedido, Harry cedió apenas, hasta que los pies de la pelirroja aterrizaron en el suelo.
—Es tarde —dijo un tanto cohibida, al haber recuperado la cordura. El tardó unos segundos en contestar, demasiado caliente todavía como para hilar una frase coherente.
—Si, tienes razón. —Aunque por dentro sentía como si le hubieran arrebatado un delicioso momento, Harry concedió la decisión a Ginny. La miró, aún sin estar dispuesto a rendirse. —Me encantaría que nos volvamos a ver. —Ella le sonrió.
—A mi también —dijo complacida.
Ahora, obligado a dudar de sus acciones, Harry se quedó inmóvil unos segundos. ¿Debía irse? ¿Cómo...? ¿Así sin más? La miró una última vez y reconoció nuevamente aquella leve inocencia. Se aventuró a besarla a modo de despedida, sin atreverse a extender demasiado el beso, por miedo a perder la cordura.
Se separó ligeramente para admirarla los últimos segundos y luego le sonrió de lado. Se giró sobre sus talones, y comenzó a irse, mientras se arreglaba incómodo, las ropas.
Momento de la verdad, ¿que onda?
Nos leemos!
