Disclaimer: Ni la saga ni nada me pertenece. Este pequeño relato, además de ser inverosímil al "inmaculado" canon, está hecho sin fines de lucro. A leer.


IDILIO BERMELLÓN

por Placeba


I

En un movimiento que te resulta lento, cruzas las piernas y sientes como dos piezas del rompecabezas encajan a la perfección. Al acto, una de las comisuras de tu labios rojos se alza, satisfecha de lo que tus ojos negros y oscuros captan a la lejanía, de la mirada secreta que recorre la curva de tus pantorrillas desprovistas de la falda y del cálido, cálido y secreto sentimiento que nace en tu pecho.

Tu lengua húmeda se desliza sobre tus labios, los cuales proseguiste a morder con sutileza y él parpadeó tan despacio que en un segundo se te volvió a secar la boca.

Tienes el presentimiento, latente y vivido, de lo que va a continuar. Conoces tus jugadas, tus planes y tus anhelos tanto como sabes lo que él está apunto de hacer; tu piel erizada y la descarga casi eléctrica que te recorre entera lo pronostica y lo corrobora.

Entonces sucede como una reacción, como algo instintivo que nace de alguna recóndita parte de ti y que te informa, te alerta, se burla de ti en el oído y te anestesia.

Te pones de pie y el largo cabello negro se desliza por tu hombro blanco para volver a cubrir tu espalda, cayendo sedosa y suavemente como una cascada brillante de aguas oscuras. Por primera vez no buscas dramatizar, sólo comienzas a caminar ignorando el contoneo natural de tus caderas y el coqueteo inherente que emanas. No, es diferente. Tú te vuelves diferente. Si estás a dos metros de él ¿por qué parece que en vez de transitar la habitación te estás internando en aguas profundas? Entrecierras los ojos y la mujer fatal en ti va perdiendo contraste, vas, inevitablemente, cayendo en un abismal hechizo que inhibe tus actos y emerge tus deseos atiborrados de ambición y malicia, de perversión y pasión.

Miras directamente, aún en la penumbra del lugar, y sin pretenderlo aguantas la respiración. La figura oscura frente a ti se levanta, enrosca sus dedos largos entorno a tu antebrazo y sigues en silencio la estela de perfume que su espalda ancha va dejando atrás.

Entran a un salón desocupado y ya no sabes más de ti. Pierdes el número de besos, de toques, de mordiscos. Toda tú se pierde y te dejas consumir en ese fuego abrasador y enardecido, en esas llamas secretas y prohibidas; en esa relación clandestina y en esas caricias quiméricas. Así de simple.

—Nadie debe enterarse, Pansy —de repente Harry susurra con la voz ronca.

Y no tiene que repetírtelo.