Cuando salió de su hogar esa mañana, creyó que ese sería un día como todos los demás, que sólo saldría a recolectar fruta y revisar que los árboles y plantas aún tenían buena salud. Nunca imaginó que se encontraría con un hombre tirado en medio del bosque.
El joven elfo no se acercó de inmediato, sopesando la situación. Bien podía ser un simple humano perdido o bien una amenaza con intenciones de destruir el bosque.
El ser no mostraba un aura maligna, sin embargo siempre se debía tener precaución. El hombre en el suelo empezó a moverse, y el elfo detrás del árbol maldijo por lo bajo no tener su carcaj consigo ese día.
Con el sigilo que lo caracterizaba se movió al siguiente árbol más cercano. Debía asegurarse de lo que estaba por enfrentar si es que tenía que hacerlo. Desde ahí pudo ver mejor al hombre. Tenía la piel un tanto tostada y el cabello más obscuro jamás visto. Vestía de forma sencilla pero a juzgar por la tela y las botas no era un campesino. Había a un lado de su cuerpo una pequeña corona y fue entonces que el elfo se decidió acercarse del todo a revisar. Él lo conocía, conocía ese rostro incluso con los ojos cerrados.
Como si pudiese leer su mente, el otro hombre abrió los ojos asustado. Desorientado miró a su alrededor y al chico que tenía a su lado.
—¿Dónde estoy? —el temor emanaba de su garganta mientras se levantaba.
«Es más alto de lo que creí» pensó.
—La pregunta aquí es: ¿Qué haces aquí?
El hombre moreno se estabilizó entonces, su rostro comenzó a calmarse como si entendiera de repente su situación.
—Me desmayé. Estaba paseando por el bosque y me desmayé —no dijo más, tal vez apenado de su debilidad.
—Hmm, sólo eres otro sujeto perdido en este bosque —dijo el ser más bajo y joven—. Aún así te vale no hacer nada raro. Tienes suerte que no tenga mis flechas en este momento o ya no podrías hablar. Los humanos no tienen nada que hacer aquí —sentenció con dureza en su voz.
—¿Humanos? —y entonces se percató de la divinidad que emanaba el joven enfrente de él. Con la piel nívea y lustrosa, los ojos de esmeralda, las orejas puntiagudas y el cabello tan resplandeciente como el oro, parecía brillar, con sutileza pero con la más clara afirmación que su naturaleza no era la de los simples hombres. No supo que decir, a estas alturas ya todo era posible o él simplemente aún estaba durmiendo y soñando con un ángel—. ¿Estoy soñando? —pero antes que pudiese contestarle el dolor en su pierna derecha le avisó que todo era real.
—No, sólo estás en la parte equivocada del bosque, humano. Seguro te has perdido sin darte cuenta. Regresa a casa, deben estar esperándote —dio media vuelta y amagó con irse.
—¡Espera! No sé como regresar, ¿y por qué dices que es la parte equivocada?
—¿No es obvio? —se señaló él mismo—. Aquí no habitan humanos, humano.
—Entonces tú eres un elfo, ¿verdad? —había oído de ellos en los cuentos, de la belleza inhumana y de la delicadez e inteligencia de esos divinos seres. Y claro, de las características orejas.
El elfo asintió.
—Yo soy Jean Jacques Leroy y…
—Yo sé bien quién eres —interrumpió.
—¿En serio? —el otro chico parecía emocionado. Había pasado de la confusión y el terror a la emoción y un carisma jovial.
—Todo mundo conoce a los reyes y a sus hijos. Tú eres el príncipe, el hijo mayor.
El príncipe asintió un poco sorprendido.
—¿Y cuál es tu nombre? —sonrió acercándose un poco. Él se alejó ante este movimiento.
—Eso es algo que no te importa.
—Oh, vaya que si me importa, por eso te lo pregunto —rio animado.
—No, no te importa porque ya te vas.
—Te repito: no sé el camino.
—Sigue la hojarasca roja. Ella te guiará. Ah, pero ten cuidado, en las últimas semanas un monstruo se ha visto rondando los alrededores.
Jean Jacques palideció ante lo último.
—¿Ha hecho algún daño?
—No en este bosque, no sabemos allá afuera. Es mejor que te vayas antes que la bruja te encuentre y te eche de aquí por las malas —advirtió.
—¿Bruja? Por favor llévame con ella.
