Clary se mantuvo a una distancia prudencial de la carne recién horneada, con cierto recelo en la mirada. Jace clavó sus ojos dorados en ella, con la clara interrogación.
—¿Por qué no comes? —cuestionó, señalándole con el tenedor que sostenía en las manos.
—¿Es...carne de verdad? —inquirió, arrugando el ceño con los recuerdos de las asquerosas comidas ingeridas por los Nephilims y demás submundos: croquetas de sirena, anclas de kelphies... se sintió enferma, y su tez se tiñó de un delicado color pálido enfermizo.
Jace no pudo evitar reírse, y su risa fue tan cristalina como el agua. Casi había leído su mente y le hacía gracia la repulsión de la pelirroja.
—Es sólo carne, mundana —repuso—, de vaca. Es una simple barbacoa.
Dicho esto engulló un trozo de carne, aún con la diversión marcada en su rostro. Clary suspiró, simplemente, ésta vez elegiría pasar del almuerzo.
