Disclaimer: Digimon es propiedad de Bandai y Toei Animation, no hago esto con fines lucrativos.

Advertencia: La trama de este fic está basada en la película "Love Rosie", que es a su vez una adaptación del libro "Donde termina el arcoíris", de la escritora Cecelia Ahern. Ambos muy recomendables.

Recomendación musical: What if I kissed you now de Darin, aunque tiene más sentido en los próximos capítulos.

Para Elenear28 por su cumpleaños y

en respuesta a su reto en el foro Proyecto 1-8

¡Espero que te guste!


~ Conectados ~

Capítulo I

Cuando conoces a alguien nunca puedes estar seguro de qué tipo de persona será en tu vida. Están los viajeros, esos que vienen por un tiempo y luego se van; a veces se quedan por tan poco que ni siquiera los echas de menos ni recuerdas cómo era estar con ellos. También los que dejan huella, aquellos que sin necesidad de estar a tu lado más de alguna temporada o un solo día, te enseñan algo valioso y consiguen un lugar privilegiado en tus recuerdos. Y están los camaradas, compañeros de vida los llaman algunos, esos a los que deseas atesorar por siempre en tu corazón y a quienes quisieras poder coser con aguja e hilo a tu tobillo, como Peter Pan hizo con su sombra en aquel cuento que todos conocemos, especialmente cuando sabes que la vida adulta bifurcará sus caminos en algún punto.

Sea cual sea el grupo al cual pertenece ese extraño que un día se te acerca y te habla, cimentando la que puede ser una gran amistad o un hecho aleatorio del universo, la única cosa cierta es que no lo sabes. No tienes la menor idea de a qué grupo pertenecerá sino hasta que el tiempo pasa y habla por sí solo, sin embargo, con la misma seguridad que afirmo esto, Taichi alegaría por años que supo desde el primer momento en que cruzaron miradas, que Sora y él serían del tercer grupo.

La conoció en las postulaciones para entrar al equipo de fútbol infantil de la escuela. Tenían seis años y él no recordaba lo que estaba haciendo antes de verla, aunque asumía que probablemente se trataría de alguna tontería sin importancia. Luego lo pensaba mejor y recordaba la risa. Sí, definitivamente estaba riendo de algo cuando de repente sus ojos capturaron la figura de una niña cruzando el campo hasta donde ellos estaban, haciendo que se detuviera abruptamente en mitad de una carcajada.

Lo primero que le llamó la atención fue su cabello pelirrojo, mayormente escondido debajo de un feo gorro celeste con dos tiras que caían por los costados de su rostro y que le quedaba algo grande. Su atuendo tampoco era muy normal para una niña de su edad. Nada de vestidos ni estampados de flores o mariposas. En su lugar llevaba pantalones de mezclilla y una polera amarilla sin mangas.

Caminaba con la cabeza ligeramente inclinada, sin mirar a nadie y con paso firme y tan rápido, que no tardó casi nada en llegar junto al grupo que aguardaba a que el entrenador diera inicio a las pruebas.

Taichi la siguió disimuladamente con la mirada, lo que a su edad significaba quedársele viendo casi sin pestañear, hasta que la chica le dio de espalda ocupando el tercer puesto en la fila de chicas. La de chicos, por otra parte, se extendía bastante más. Por lo menos serían unos quince, pero tratándose de un deporte más masculino aquello ciertamente no era de extrañar.

Uno de sus compañeros le dio un codazo, intentando que volviera a prestarles atención, a lo que Taichi les preguntó si querían ir a hablar con esa niña pelirroja. Todos lo vieron mal, como si se hubiera vuelto loco o de repente le hubiera salido un tercer ojo.

—¿Qué tiene de malo? —preguntó con toda la inocencia del mundo reunida en su cuerpo.

Nadie le respondió, tal vez porque ninguno consideraba que tal cosa mereciera una explicación. A los seis años las niñas no eran compañeras de juego, sino el enemigo, y en el caso de esa niña y las otras dos que la precedían, unas intrusas que además se metían donde no les correspondía. Taichi leyó eso en las miradas de todos y haciendo acopio de una independencia de la que había hecho gala desde muy pequeño, sobre todo teniendo una hermana menor a la que cuidar, se alejó del grupo y caminó hacia ella.

—Hola, ¿vas a postular al equipo? —saludó de la nada, haciendo que la niña diera un respingo y se volteara a mirarlo.

—¿Me hablas a mí? —preguntó insegura, creyendo que seguramente era a alguien más. No conocía a su interlocutor.

—Claro que sí, ¿a quién otra podría ser?

La niña entreabrió los labios, pero al final no supo qué decir así que cerró la boca y se encogió de hombros.

—Entonces, ¿vas a postular al equipo? —insistió Taichi.

Ella pensó que era una pregunta un poco tonta. ¿Qué más se suponía que estuviera haciendo ahí? ¿Tomando el sol con el calor que hacía? No lo creía. Sin embargo, parecía un chico gentil y al menos no la estaba mirando como a un bicho raro igual que sus compañeros.

—Sí.

—¿Estás nerviosa? Porque es normal estar nervioso.

Sí, definitivamente tenía pinta de ser agradable. Logró que bajara un poco la guardia. Solo un poco.

—¿Tú estás nervioso? —Desvió la pregunta hacia él, que abrió los ojos, sorprendido por el cambio de dirección.

—Sí, la verdad un poco —reconoció, rascando su nuca, avergonzado—. Pero no les digas a los demás, por favor.

—Lo prometo. —A esa edad las promesas eran más fáciles de hacer, más simples y ligeras.

Se quedaron mirando en silencio hasta que Taichi se dio cuenta de algo.

—¡Oye! No me respondiste... ¿tú estás nerviosa?

—La verdad sí —mintió. Decir que estaba nerviosa era un eufemismo, una minimización de lo que sentía—. Supongo que algunos chicos creen que es tonto que lo intente, ya sabes, por ser chica y todo eso...

Taichi siguió los ojos de la niña, que miraba algo atrás suyo, y se dio cuenta de que lo decía por sus compañeros, quienes al parecer estaban pendientes de su conversación. Regresó la vista hacia ella y le sonrió.

—Yo creo que es asombroso —dijo con un tono entusiasta que rebosaba sinceridad en cada letra.

Y justo en ese momento, ella vio una sonrisa emerger en tiempo real en el rostro de ese extraño niño de greñas desordenadas, jalando las comisuras hacia arriba y devorando su rostro en el que se marcaron dos hoyuelos. Su sonrisa era cálida y de paso le enseñó que le faltaba un colmillo.

No pudo evitarlo. Sonrió de vuelta, sintiéndose inmensamente agradecida de su amabilidad y siendo consciente de que aquellas palabras habían logrado deshacer con facilidad el nudo que se formó en su estómago desde el momento en que puso un pie en la cancha, como si hubiera intuido desde ese instante que no sería bienvenida. Ahora sabía que eso no era del todo cierto. No todos los niños eran tan detestables.

—Soy Yagami Taichi, por cierto, pero puedes llamarme por mi nombre. ¿Y tú?

—Takenouchi Sora —contestó sin titubear haciendo una venia con la cabeza.

—Los amigos se dan la mano —corrigió él.

—Pero si nos acabamos de conocer...

—Por eso lo digo, vamos a ser amigos —le explicó, extendiendo una mano hacia ella.

Sora titubeó un momento antes de tomársela con timidez. Él la estrechó.

Alguien hizo sonar un silbato, causando que tanto ellos como los demás giraran las cabezas hacia el frente en el acto.

Al ver que al entrenador ahí, Taichi la soltó y regresó a su lugar, no sin antes dirigirle una sonrisa alentadora, que ella podía haber interpretado mal, pero le sonó a que decía "lo harás bien".

Y por primera vez, creyó en sí misma. Podía hacerlo.

Siempre que alguien les preguntaba cómo se habían conocido, se aventuraban en el relato de esa tarde. Taichi lo adornaba demás, Sora procuraba ser lo más sincera posible al rememorar ese primer encuentro, como si cada vez que lo contaba estuviera perfeccionando un cuadro, llenándolo de más y más detalles para asegurarse de que el tiempo no lo estropearía.

No funcionaba del todo. La memoria, querámoslo o no, es selectiva, y Taichi exageraba tanto que a veces se descubría preguntándose si tal o cual detalle era cierto, pero al menos lo esencial de ese momento todavía permanecía afianzado entre sus recuerdos: emociones, olores, sensaciones.

Al término de las pruebas el entrenador los hizo formarse horizontalmente frente a él. En total eran veintiuno y solo quedarían tres porque los otros ocho ya habían sido escogidos de cursos superiores. Todos sabían que para quedar tenían que ser excepcionalmente buenos porque serían los menores del equipo y eso los ponía en cierta desventaja frente a los más grandes. Se palpaba el nerviosismo en el ambiente.

—Muy bien, lo han hecho muy bien. Pero como saben, esta es la parte difícil. Solo puedo quedarme con tres de ustedes y al primero que voy a elegir es... —Hizo una pausa que a Sora le pareció que era más para añadirle drama al asunto que otra cosa, y tras dar un vistazo a su tabla de anotaciones, levantó la cabeza con una sonrisa antes de pronunciar el nombre—. ¡Yagami Taichi!

Una ola de aplausos se dejó oír mientras el niño daba un paso al frente con el pecho inflado de orgullo.

Sora, que lo había estado observando durante su prueba, no se sorprendió. Tenía que reconocer que era bueno.

—El siguiente es Osakada Daichi.

Un niño rubio imitó a Taichi mientras los demás aplaudían.

—Y por último...

«Que sea yo, que sea yo», recordaba Sora haber suplicado en su fuero interno con los puños apretados a cada lado de su cuerpo y los ojos cerrados.

Pero no fue ella, y la decepción se coló como un líquido espeso en cuestión de segundos dentro de su pecho.

Lo peor, si alguien se lo hubiera preguntado, no era la sensación de derrota, de que no importaba cuánto se había esforzado porque, o bien no era lo suficientemente buena o nunca lo sería en un deporte reservado para hombres, sino imaginarse la cara que pondría su madre cuando volviera a casa y tuviera que reconocerle que tenía razón, que nunca debió intentar. Ella probablemente no le diría nada, pero su miraba pronunciaría con toda claridad esas palabras tan duras de oír, aun en el silencio de la habitación: Te lo dije.

El entrenador estaba a punto de despacharlos cuando vio una anotación que había hecho al final de la hoja.

—Ah, casi lo olvido...

Un montón de cabezas curiosas se giraron en su dirección. La esperanza repentinamente había renacido en sus corazones infantiles.

Sora no reaccionó. Continuó como estaba, con el mentón firmemente presionado contra el pecho y los ojos cerrados. Sus manos adoloridas por la fuerza con que las estaba presionando.

—En esta oportunidad también tenemos a una suplente. La señorita Takenouchi Sora.

No podía ser. ¿Estaría soñando?

—¡Takenouchi Sora! —insistió el entrenador.

Para cuando ella consiguió reaccionar y abrir los ojos, vio una mancha café dirigirse hacia donde estaba a toda velocidad. Al principio se asustó, hasta que se dio cuenta de que esa mancha café era en realidad el cabello de Taichi agitándose con el viento.

—¡Lo conseguiste! ¡Sabía que lo harías, Sora! —dijo tomándola de las manos con toda confianza.

Sora parpadeó, todavía confusa y un poco incrédula, preguntándose cómo podría saberlo o por qué la trataba con tanta familiaridad, como si la conociera desde hace años y no hace unas dos horas.

—Ven aquí, Takenouchi —pidió el entrenador con un ademán.

Ella y Taichi se acercaron para ponerse junto a los otros dos seleccionados.

El entrenador se acuclilló frente a Sora y pronunció unas palabras que durante años darían vueltas en su cabeza.

—Tienes un gran potencial. Si trabajas duro, podrías ser titular un día.

Con el tiempo aquella frase, que en un principio le supo a victoria, a un inicio alentador, se convertiría en su karma.

-.-

Otra cosa que se convertiría en su karma sería ese chiquillo de cabello rebelde y sonrisa constante, alías Taichi Yagami, que no tardó mucho en autodenominarse su mejor amigo.

Sora no creía que funcionara así. Se suponía que conocías a alguien, se conectaban y con el tiempo la amistad venía sola, como algo natural e inevitable, como una flor que se abre llegado el momento. Iuug,mala comparación. A la Sora de esa edad no le agradaba particularmente el asunto de las flores, aunque ya que el trabajo de su madre se relacionaba con eso, sabía más de lo que le gustaba admitir.

A pesar de todo tenía que reconocer que no le molestaba su compañía. Su personalidad era muy distinta a la suya, pero quizá eso lo hacía mejor. Taichi siempre estaba sonriendo y podía ser increíblemente amigable con todo el mundo. Le contagiaba su buen humor y a menudo le compartía de su comida. Al principio pensó que su madre lo alimentaba y consentía demasiado, pero muy pronto se dio cuenta de que era el chico quien alegaba estar hambriento constantemente.

También tenía cosas un poquito menos agradables, como esa lengua tan rápida que muchas veces no se detenía a pensar en lo que decía. Lo supo el mismo día que lo conoció, cuando se ofreció a acompañarla a casa después de las pruebas.

Ella se negó, pero él insistió porque también era muy cabezota.

—Oye, ¿por qué llevas puesto ese gorro tan feo?

Sí, podía ser brutalmente honesto hasta sin proponérselo.

Sora se llevó instintivamente ambas manos a la cabeza, como si él hubiera hecho ademán de quitárselo. Ya unos niños de su salón se habían metido con ella por llevarlo puesto.

—Pues a mí me gusta —replicó a la defensiva, con el mismo tono que empleaba cada vez que su madre sugería sutilmente, y algunas veces no tanto, que al menos lo sustituyera por otro más apropiado para una señorita.

—Pero cubre tu cabello...

—Ese es el punto, niño tonto —dijo ya empezando a enfadarse en serio.

—¿Pero por qué cubrirías tu cabello? Es bonito.

Aquello fue lo más desconcertante de todo. Descubrir que tan rápido como podía meter la pata diciendo algo inapropiado, era capaz de darle vuelta a la tortilla sin esfuerzo alguno, un talento del cual no parecía ser consciente y que a Sora le parecía muy raro. ¿Cómo alguien que sabía exactamente qué decir para contentar a otro podía meter la pata con tanta regularidad? Casi parecía que se auto-saboteaba.

—Sora, ¿estás bien?

—Sí, ¿por qué?

—Porque tu cara se puso roja de pronto. Me gusta, combina con tu cabello —halagó en un locuaz derroche de honestidad.

—¡Argh, niño tonto! —gritó ella antes de echarse a correr.

Por qué Taichi no la siguió, es algo que ni él se explicaba. Tampoco la razón por la que Sora se enojó con él, pues no creía haber dicho nada malo. Ignoraba que para ella tener el cabello pelirrojo no era una gracia. Llamaba demasiado la atención y nunca le gustó hacerlo. A veces estaba bien pasar desapercibida, pero con una llamarada por cabello se volvía complicado y solo alguien que tuviera el mismo problema podría entenderlo.

Al día siguiente su nuevo amigo la esperaba en la entrada de la escuela. Se detuvo unos metros antes de llegar, aprovechando que él todavía no la veía y se ocultó detrás de un pilar. No estaba segura, pero algo le decía que a partir de ese momento le sería imposible deshacerse de aquel chiquillo molesto. Saberlo la llenó de una ansiedad extraña, como si él fuera un remolino que inevitablemente terminaría arrastrándola.

—Solo es un niño —se dijo para armarse de valor.

Después fue a su encuentro.

Taichi le sonrió en el instante en que la vio aparecer y el nerviosismo dentro de ella se diluyó como miel caliente.

«Otra vez», pensó.

Al igual que durante las pruebas, le bastó una sola sonrisa de su parte para calmarse. Con el tiempo descubriría que aquel era un superpoder que el niño utilizaba a discreción.

Él, que era un remolino, un derroche de energía siempre en movimiento, tenía una fuerza tranquilizadora sobre ella que nadie más poseía en el mundo. Tal vez era el destino de ambos encontrarse.


Notas finales:

E,

Siento mucho no poder publicar tu regalo completo hoy día como tenía pensado, pero la historia se alargó más de lo esperado y sumado a las vicisitudes propias de la vida diaria que me dificultaron la escritura, no me quedó más opción que publicar solo la primera parte, que más que un capítulo es una especie de introducción.

La historia propiamente tal se desarrollará en dos capítulos más bastante extensos que haré todo lo posible por tener listos lo más pronto que pueda.

Ahora a lo más importante de todo…

¡Feliz cumpleaños! Espero que tengas un día tan grandioso como tú. Me alegra mucho haber tenido la oportunidad de conocerte a través de la página y espero poder seguir haciéndolo más todavía. Te admiro un montón como escritora y por eso escribirte esto me entusiasma tanto como me asusta. Solo espero poder cumplir con tus expectativas o al menos acercarme (que siendo honesta no creo que recuerdes mucho lo que querías porque este reto tiene, ya sabes, un par de meses… jaja).

Ojalá la espera haya valido la pena una vez que puedas leerlo completo.

Felicidades una vez más y nos leemos pronto.

¡Gracias a todo el que llegue hasta aquí!