Dedicado a mi Finlandés, el idiota de mi Tino que no hacía más que darme la plasta para que lo escribiese y...bueno, me ha comprado con unos cuantos mimos y un caramelo ¿Qué le voy a hacer?

Espero que lo disfrutes, Lady Sidhiel. Y tú igual, lector~ que también va para ti.


La tarde no se presentaba agradable, la incesante lluvia repicaba con fuerza contra el asfalto y el viento azotaba feroz levantando los vestidos y las gabardinas de la gente que corría para resguardarse de aquel comienzo salvaje de tormenta.
Los niños, a los cuales no parecía importarles en absoluto lo que se avecinaba, hundían traviesos los pies en cada charco que se les presentaba mientras las madres se arrepentían de no haber sacado las botas de agua aquella mañana.

En todo aquel caos, Berwald se sintió afortunado de tener un techo sobre su cabeza y su dicha aumentó cuando el microondas, con su usual pitido, avisó de que su taza de té rojo ya había tomado temperatura.
Echó las cortinas, escondiendo aquel temporal que hasta hacía escasos minutos había contemplado y se dirigió a la menuda cocina de la casa con una sensación de desazón estrujándole el pecho.

En cierto modo estaba agradecido de pasar aquella tormenta, vendaval o lo que fuese bien metido en casa, con una bebida caliente y acurrucado en el sofá mientras disfrutaba de una buena lectura.

Pero se sentía solo, verdaderamente solo. Echaba en falta una taza más que preparar, un lado de la cama más que hacer o un cepillo de dientes apoyado contra el suyo.

No había cosa que más odiase que pasar las tardes hablando consigo mismo o en su defecto con las paredes, necesitaba escuchar respuestas, quejas, cualquier cosa. Requería otra voz que no fuese la suya o acabaría volviéndose loco.

Tomó la taza con sumo cuidado y hundió la bolsa en el agua caliente, que comenzó a adquirir un color rojizo a medida que el té profundizaba. Estaba a punto de echarse el par de cucharadas de azúcar cuando las dos notas del timbre de la puerta resonaron por la casa.

Intrigado y pensando que fuese quien fuese se estaría calando ahí fuera, aceleró el paso y antes de poder abrir, el sonido volvió a inundar la casa.

-¡Ya voy! –masculló.

Nada más darse de bruces con el exterior, le vio. No llevaba su característico uniforme azul claro, un jersey rojo y unos vaqueros lo habían sustituido. Estaba agazapado bajo un paraguas negro, esperando impaciente a que Oxenstierna le recibiese.

-Pasa, por favor no te quedes ahí, debes estar helado – el sueco se echó a un lado, dejando espacio y haciéndole ver que quería que entrase. Tino no se lo pensó dos veces, cerró el paraguas y pasó a su lado como una exhalación.

-Hola a ti también, por cierto –sonrió de medio lado y alzó su resguardo de la lluvia, que no hacía más que gotear- ¿Dónde puedo…?

Antes de poder terminar la frase, Berwald ya lo había tomado, dispuesto a dejarlo en el paragüero, al lado de la puerta.

-Gracias –murmuró el finlandés- ¿T-te importa que me quede aquí hasta que amaine? Iba camino del supermercado y empezó a caer tan fuerte. Y ese viento, estuve a punto de volarme.

-En absoluto – aclaró muy serio el mayor.

-En verdad no quisiera ser molestia alguna, me quedaré esperando donde me digas. Siento haber aparecido de pronto. Me iré en cuanto apacigüe el tiempo – continuó, como si no hubiese escuchado aquella afirmación. Dando a entender, más o menos, que no estaba allí por gusto. O al menos eso entendió Oxenstierna.

-No me molesta tu presencia en absoluto, si eso te preocupa – se acercó al menor y limpió un hilillo de sangre de su mejilla- ¿Cómo ocurrió esto?

-No es nada, no me di cuenta de una rama saliente al caminar y me arañé con ella. Estoy bien – contestó, sin darle importancia y apartando la mano de Berwald de su rostro.

-De igual forma te la limpiaré, siéntate en el sofá –respondió, sin apenas inmutarse, antes de desaparecer por el pasillo.

El finlandés tomó asiento y se perdió en aquel salón, repasando todo con la mirada. El sueco era recatado hasta con la decoración; todo pulcramente limpio y colocado perfectamente. Nada, absolutamente nada, se salía de la gama de colores a juego con el azul cielo de la habitación.

Parecía un sitio verdaderamente agradable y el mullido sillón de un color blanco impoluto le hacía sentirse a uno como si verdaderamente estuviese en una nube. En una suave y esponjosa nube que, poco a poco, parecía sumirle en un dulce sueño. Incitándole a cerrar los ojos, vista la comodidad, aquella tentación acolchada le hizo caer a los brazos de Morfeo, presa del cansancio.


El menor abrió los ojos con lentitud, intentando acostumbrarse a la luz que recién había sido encendida, puesto que el sol se había escondido hacía un buen rato. Yacía acurrucado en una esquinita, al lado de Berwald, con una manta echada sobre su cuerpo y, extrañamente, vestido con una camiseta gris una talla más grande que no recordaba siquiera que fuese suya.

-Buenas noches –reaccionó el mayor, dejando la taza de té y la galleta sobre la mesa- te quedaste dormido y no quise despertarte, de igual manera tu ropa estaba empapada.

-¿M-me has…desnudado? –cuestionó avergonzado Väinämöinen, azorado de pies a cabeza.

-Claro, no podía cambiarte de otra forma –respondió, como si aquello fuese lo más normal del mundo. En el último momento y vista la sonrojez del pequeño, añadió- Siento si ello te ha molestado, pero temía que te resfriases o cogieses una gripe.

-E-entiendo –se aclaró la voz, intentando serenarse- ¿Dónde está mi ropa?

-En la secadora. Puedes pasar la noche aquí, si quieres. Como puedes comprobar la tormenta aún hace hincapié y no sería indicado salir ahora mismo –volvió a pasar el pulgar sobre su mejilla, esta vez para comprobar que la tirita estaba bien pegada en la piel- te he curado también mientras dormías, no fue nada.

Tino alzó el rostro y plantó un beso suave en la mejilla del sueco, que no hizo sino sorprenderse de aquel gesto.
Su cuerpo se encendió de golpe y un suave rubor subió a sus mejillas. Todos los músculos decidieron tensarse y una sensación de nudo en el estómago se presentó ante él por primera vez.

¿Estaba nervioso?

-Gracias, por todo esto. A pesar de que en absoluto me agrada la idea de que me hayas quitado la ropa –sonrió, tiernamente- si me acoges, con gusto me quedaré a pasar la noche contigo…eh...contigo pero, no juntos…es decir…bueno, eso.

De improviso y casi inconscientemente, aprovechando que el finlandés se había acercado, Oxenstierna volteó el rostro y depositó en los suaves labios del menor un beso. Casi podría decirse que los posicionó sobre los suyos, esperando ser correspondido.

Y lo consiguió. Aunque lentamente y casi con miedo, Väinämöinen entreabrió la boca y comenzó a moverse despacio, tanteando su primer beso. Alzó tembloroso las manos y las posicionó en el pecho del mayor, estrujando entre los puños la camisa que vestía.

-¿Nunca te he dicho cuánto me gustas, Tino? –preguntó nervioso a medias del beso, dejando a un finlandés jadeante y sonrojado frente a él, con ganas de más contacto- ¿Ni cuánto deseo ser tuyo?

-B-bésame ya ¿Quieres? –le ordenó, tomándolo del cuello y atrayéndolo hacia sí para tomar sus labios de nuevo.