Y hay estaba ella, con su cabeza descansando sobre su regazo y los ojos cerrados. Su pálida piel le daba un aire angelical mientras respiraba dificultosamente, dejando a Martín con el mísero poder de rezar y sollozar un poco, acariciando el gélido cabello castaño.

El dolor de la época de la dictadura no se podía comparar con el que sentía ahora, le estaban quitando una parte de él, se robaban a su amada. Ya no recuerda de qué manera termino oculto, en aquella cueva y con ella en sus brazos, sólo sabe que el infeliz de Arthur no las tendrá tan fácil si lo que piensa en hacerle un tributo a esa vieja reina que tiene. Ella era y será siempre suya… Aún si los muertos se duplican luego de los desaparecidos en los 70. Hace frío, lo siente corroer su espalda y decide quitarse el saco de manera que ella lo use de manta. Está lejos de su patria, pero sabe que ellos sabrán cuidarse, sólo espera que no se arme una guerra. Victoria está helada, tan fría y blanca como la nieve que los rodea y él, ya no sabe que hacer. Sabe de ante mano que no volverá a abrir sus hermosos ojos verdes, que ya no le sonreirá ni le llamara por su nombre. Casi puede sentir un coro de ángeles tristes cantado por lo que sería la muerte de una diosa. Pero ella descansaba, ahí sobre sus piernas, con el rostro tranquilo casi como si durmiera aún si era un sueño eterno del que no despertaría, Martín se esperanzaba de que sólo dormía, que debía tomar reposo y que luego, ella volvería a abrazarlo y dejar besos sobre toda su cara. Y aún si la realidad que le chocaba como agua fría no fuera así, no se dejaría caer ni mucho menos pisotear por el anglosajón. Lucharía por ella, y como los fénix que renacen de sus cenizas, la haría renacer… Aún si eso significaba su última acción como nación.