¿Quién me iba a decir que escribiría esto tan pronto? O.o

La verdad es que tenía muchas ganas de hacerlo, esta mañana me puse y ya está acabado xD Este es el prólogo de mi segundo fic de Zelda (que, por supuesto, tendrá ZeLink, pero la relación tardará mucho en formarse, y muchas más sorpresas), espero que lo disfrutéis, nos vemos al final ;)

Destinos cruzados.

Prólogo: El chico de verde.

El crepitar de las llamas rompía la calma de la noche. Las ardientes lenguas de fuego calcinaban los rudimentarios y rurales edificios de madera sin dejar nada más que cenizas.

Los gritos de dolor, los chillidos agudos de los niños que son separados de sus padres y los sollozos de las mujeres cuando descubren que no sobrevivirán para ver un nuevo amanecer eran los únicos sonidos perceptibles en el lugar.

Aquellos eran los clamores de una batalla, pero no de una justa, sino de un ataque por sorpresa con un objetivo claro: aniquilar y destruir.

Los ciudadanos, indefensos, se limitaban a refugiarse en cualquier recoveco, con la esperanza de que sus atacantes no los descubrieran, mas todo era en vano.

Los menos afortunados, aquellos que decidieron ocultarse en sus casas, ahora ardían con ellas entre gritos de dolor y olor a piel quemada.

La lucha fue rápida y letal, en menos de una hora la población del lugar se había reducido de doscientos lugareños a tan solo cincuenta, y bajando.

En pie apenas si quedaban una veintena de personas, sin contar los niños. Los hombres se encontraban arrodillados, forzados a humillarse frente a sus atacantes justo antes de que estos les degollaran usando sus armas con una eficiencia y práctica escalofriantes.

Los más jóvenes habían sido colocados en fila, unos junto a los otros, a menos de un metro de distancia entre sí. La gran mayoría temblaba tanto que apenas si eran capaces de mantenerse en pie, pero un par de ellos, los más fuertes u orgullosos, no se habían permitido derramar ni una lágrima, y observaban con una aterradora calma el asesinato de todos los que antaño fueron sus vecinos.

Los atacantes venían totalmente ocultos mediante capas, y, como no habían tenido que luchar apenas contra los aldeanos, se encontraban en perfecto estado. Portaban cimitarras, armas características de las zonas desérticas o arábigas, por lo que probablemente se trataban de soldados gerudo comandadas por un hombre, tal como dictaba la tradición.

El líder del grupo era perfectamente distinguible, ya que era el único que no ocultaba su rostro con una capa. Se trataba de un hombre pelirrojo, con una gran melena desaseada y unos ojos carmesíes capaces de helar la sangre al más valiente de los hombres. Llevaba puesta una pesada armadura de metal completamente blanca, que se comenzaba a manchar de un leve color rojizo a causa de las víctimas que él mismo había atravesado con una sonrisa de superioridad. En la zona del pecho, la armadura presentaba un grabado en forma de tres triángulos dorados juntos que daban lugar a otro más grande, el símbolo de la familia real de Hyrule. Debajo de aquello lucía una camisa también blanca y una cota de malla como protección extra en caso de que la armadura le fallase. Llevaba nos pantalones holgados también claros, y unas botas, estas de color plateado ya que estaban recubiertas de una ligera capa de metal para prevenir patadas en la espinilla o dolorosos pisotones de parte de sus enemigos.

En conjunto, aquel hombre parecía un verdadero caballero real, y esa apariencia era confirmada por el símbolo que poseía su armadura. Como armas portaba una gran espada, ligera a pesar de su aspecto, y en la mano izquierda un cuchillo de punta roma, desgastado por su uso pero aún ahí, siempre lo usaba en caso de tener que torturar a alguien.

El hombre caminó hacia la fila de niños, de vez en cuando pisaba un charco de sangre y provocaba un nauseabundo chapoteo de gotitas aún cálidas de lo que fuera un ser humano.

Justo cuando el señor llegó al comienzo de la fila, donde un chico con la piel de un tono pálido enfermizo y unos ojos azules tan claros que parecían transparentes aguardaba la muerte, escuchó un grito.

Se volvió hacia el sonido, viendo como una de sus soldados cogía del suelo, lugar donde ahora sólo había el cuerpo herido pero vivo de una mujer, a un muchacho muy joven, ni siquiera tendría los diez años, era rubio, de cabello despeinado y rebelde, aunque tal vez aquello se debía a la batalla que acababa de finalizar, sus ojos eran azules, grandes, profundos y expresivos, realmente sorprendentes. Vestía una camiseta deshilachada de color verde claro, que se había vuelto notablemente más oscuro al contacto con la sangre de la mujer, unos pantalones beige prácticamente destrozados y no llevaba zapatos. El niño se revolvió en las manos de su captora, repetía una y otra vez un nombre que ya había escuchado demasiadas veces aquel día mientras que trataba de escapar por todos los medios posibles: mamá.

La curiosidad invadió al hombre en cuanto que vio al chico, estaba delgado, no mucho, mas sí lo suficiente como para decir que no tenía un peso aconsejable. Su piel era pálida, pero no enfermiza, se trataba de un color sano que aparejaba muy bien con el resto de sus rasgos faciales.

La gerudo llegó a la fila y dejó al muchacho en el suelo sin ninguna delicadeza, mas aquello no pareció importarle porque siguió tirando y luchando por escapar. La mujer guerrera soltó un gruñido rabioso y lo abofeteó con fuerza, dejándole en la mejilla su mano marcada. Ante aquello, el chico se calmó un poco, pero no perdió de vista a su madre, que se encontraba a más de una veintena de metros de distancia.

La gerudo decidió quedarse en a fila, ya que temía que si soltaba al muchacho, este se iría corriendo, por lo que le agarró fuertemente del cuello de la camisa y esperó a la llegada de su superior.

-Ya están todos los niños, señor Ganondorf –avisó una de las guerreras, para luego inclinarse de manera respetuosa frente al aludido.

El hombre asintió y echó un último vistazo al rastro de destrucción y muerte que las gerudo y él habían dejado a su paso por el pueblo.

-Buen trabajo –la felicitó mientras que se daba la vuelta y encaraba al chico de piel enfermiza que encabezaba la fila-. Veamos qué tenemos aquí –murmuró para sí a la vez que cogía la mano derecha del susodicho joven, la estudiaba y luego la dejaba caer con desinterés, como si no hubiera encontrado aquello que estaba buscando.

Una vez hecho esto, su mirada se centró de nuevo en el chico paliducho, escrutó su débil cuerpo por completo y negó con la cabeza.

-No nos sirves –dijo, encogiéndose de hombros. El terror invadió al niño, pero antes de que este pudiese gritar siquiera, la cimitarra de una de las guerreras que se encontraba detrás de los muchachos cayó sobre su cuello y sentenció a aquella joven vida a una muerte rápida y violenta-. Otro –gruñó una vez que el cuerpo inerte del chaval se derrumbó en el suelo.

Se dirigió hacia el segundo joven, era uno de los que no habían derramado ni una sola lágrima, se mantenía fuerte.

Ganondorf repitió el proceso anterior, volviendo a soltar la mano derecha del muchacho cuando no encontró aquello que había buscado. Pero el procedimiento cambió cuando el hombre, tras estudiar al chico detenidamente, habló:

-Tú te vienes –anunció.

Antes de que alguno de los jóvenes presentes pudiera comprender el significado de la frase, otra de las guerreras gerudo ya había alzado al muchacho, agarrándolo por la cintura, y se lo llevaba hacia una gran jaula que habían traído consigo arrastrada por dos corceles negros como la noche más oscura y sin estrellas.

El procedimiento continúo, igual de monótono y repetitivo que las otras veces, algunos candidatos, los menos, se salvaban y la gran mayoría caía al suelo con un golpe seco, degollados.

Finalmente, tras una espera que se le hizo eterna, Ganondorf llegó hasta el muchacho que se encontraba al lado del vivaz joven rubio, y este último encontró una infalible oportunidad cuando la guerrera gerudo que lo agarraba lo soltó en un intento de esquivar la sangre proveniente del desafortunado chaval.

El muchacho vestido de verde no perdió ni un instante, y con un rápido movimiento que nadie pudo percibir, esquivó a Ganondorf, quien después de sentenciar al otro muchacho ahora caminaba hacia él, y salió corriendo hacia su madre, que yacía en el suelo, viva.

Algunas guerreras más trataron de sujetarle, pero las evitó con una gracilidad digna del más hábil de los gatos. Su cuerpo menudo, acostumbrado a las carreras en pos de los cuccos que criaba su padre, era capaz de manejarse con destreza, no lograrían atraparlo a menos que cayera rendido por el cansancio.

Sin tomar en cuenta las consecuencias, el chico llegó junto a su madre y se lanzó, de una forma casi literal, sobre ella, arrodillándose a su lado y mirándola con cariño.

La mujer intentó esbozar una sonrisa, pero el dolor era demasiado. Presentaba una herida profunda pero no letal en el costado derecho de la cual manaba mucha sangre. Sería posible curarla, pero necesitaban tiempo y calma, cosas de las que en mitad de una batalla no disponían.

El chico se abrazó con fuerza al cuerpo de su madre, echando a llorar y sollozando de manera nada discreta, él sabía que podría salvar a su madre, mas no tenía los medios necesarios para hacerlo. Sus ropas comenzaron a volverse cada vez más oscuras y pesadas, ya que estaban absorbiendo los fluidos corporales de su madre.

Una de las guerreras gerudo que el chico había logrado esquivar caminó hacia él, cimitarra en alto, dispuesta a sentenciar la vida del muchacho sin permitirle ver siquiera el rostro de su asesino, pero una mano firme y fuerte se lo impidió. Era Ganondorf.

El hombre caminó hacia el rubio y esbozó una sonrisa pérfida, iba a disfrutar haciendo sufrir al chaval antes de acabar con su vida. Era débil, no lo quería consigo.

Sin importarle nada, Ganondorf agarró al muchacho del cuello de la camisa y tiró hacia arriba de él, para ponerlo acorde con su estatura. Las lágrimas de dolor se deslizaban por el rostro del chico, retirando poco a poco la sangre fresca que lo cubría.

-¡¿Qué haces fuera de la fila?! –le gritó, sacudiéndolo con violencia. Primero se iba a entretener jugando un rato con su pequeño cuerpo.

Una sacudida provocada por un nuevo sollozo movió el cuerpo del chico, y este, lejos de responderle, sólo podía pensar en lo que acababa de suceder. A sus diez años, había presenciado el asesinado de su padre, el incendio de su casa, el sacrificio y robo de las reses que componían el pequeño rancho que su familia regentaba y el ataque de una gerudo hacia su madre, hiriéndola. Todo era demasiado cruel y doloroso para su cerebro, apenas unos días antes a esas horas de la noche se encontraría en su cama, abrazado al cucco que tenían por mascota y escuchando un cuento de su madre.

Pero no. Ahora estaba allí, presenciando lo que la vida real y las personas eran capaces de hacer. Lo había tenido todo, y tan rápido lo había perdido.

Incapaz de hacer otra cosa, el chico trató de escapar de las manos de su opresor, sacudiéndose como la primera vez y propinando patadas en el aire.

-¡Mamá, mamá! –gritó, desesperado ante el fuerte agarre al que estaba sometido.

Sólo quería acurrucarse junto a su madre y despertar en su casa, con su vida feliz de niño, ¿acaso era pedir demasiado?

-¡Cállate! –le espetó el hombre, dando una nueva sacudida, mas el joven no le hizo el más mínimo caso y siguió con sus chillidos agudos.

Casi con rabia, Ganondorf cogió la mano derecha del muchacho y su sonrisa malvada se incrementó. El chico no poseía la marca, eso significaba que podría divertirse con él sin temor a perder nada.

-¿Sabes quiénes fueron los culpables de esto? –preguntó de repente, poniendo el rostro del niño frente al suyo. Sus narices se rozaron durante unos instantes, pero Ganondorf se apresuró a apartarlo, asqueado.

El chaval no respondió y siguió gritando el nombre de su madre.

Entonces una idea sádica y cruel iluminó la mente del gerudo, quien llevó la mano derecha hacia la empuñadura de su espada, la cual había enfundado antes de pasar la revisión a los niños, y la desenvainó.

Un brillo de temor apareció en los ojos del chico, pero siguió gritando el nombre, hasta que sucedió algo que lo hizo callarse en seco.

La enorme espada de Ganondorf cayó de lleno sobre el cuello de la mujer y lo rebanó sin presentar ninguna resistencia. La sangre comenzó a manar abundantemente del corte y la vida abandonó el cuerpo de la madre del chico.

El joven de la camisa verde se había quedado petrificado, la desaparición de sus gritos calmó a Ganondorf, pero lo que el gerudo no pudo ver fue como algunas de sus aliadas temblaron ligeramente ante la sangre fría que había mostrado en aquel asesinato.

-¡¿Quieres saber quiénes fueron los culpables de esto?! –estalló de una vez por todas el hombre, sacudiendo con más violencia que nunca al chico.

Él se había quedado de piedra, no respondía, su vista estaba fija en el cuerpo descabezado que antaño había sido su madre, sus ojos, vidriosos, habían cesado de derramar lágrimas.

-¡Mírame a la cara cuando te hablo! –le ordenó el gerudo, esta vez golpeando la mejilla del chico en el mismo lugar donde su soldado anteriormente lo había hecho.

El chaval hizo lo que le ordenaban de forma lenta, reticente a abandonar el contacto visual con el cadáver de su madre.

Ganondorf ya tenía pensado acabar con él tras aquello, pero se quedó quieto, no pudo continuar con su plan, porque la mirada de aquellos ojos lo había dejado de piedra aunque no quisiera admitirlo.

Las pupilas azules del muchacho, que antaño habían sido cálidas y vivaces, ahora eran frías, inexpresivas, totalmente teñidas de una rabia incontrolable que más tarde, con el paso del tiempo, se convertiría en un odio profundo.

Un escalofrío recorrió la espalda del gerudo, mas se recuperó con rapidez.

-Mira, niño, escúchame, ¿sabes quién provocó todo esto? –habló, dejando de gritar, pero no por estar más calmado, sino por no haberse recuperado aún de aquellos ojos. Con un movimiento hábil, hizo que el cuerpo del muchacho girara en redondo para que pudiera observar la destrucción de su pueblo natal, Ordon, y luego lo acercó un poco al cuerpo inerte de su madre, para después volverlo hacia sí mismo y proseguir, con la voz teñida de un odio indescriptible-. La familia real.

La sorpresa jugó con las facciones del muchacho. Sus padres siempre le habían dicho que el rey Nohansen era un hombre justo, y que su hija, cuyo nombre no podía recordar, sería una soberana igual de buena que él, pero ahora veía que era mentira.

El rey los había traicionado, había mandado atacar a un pueblo inocente, un lugar donde residían comerciantes y ganaderos sin armas, personas de bien.

Pero nada le confirmaba que el gerudo le estuviese diciendo la verdad, aquel hombre era un desconocido que lo había destruido todo, aunque sí era cierto que llevaba puesto la armadura real, lo que indicaba que era un caballero de alto grado.

No sabía qué creer, lo único que tenía claro era que ya no le quedaba nada en su vida; nada por lo que luchar, por lo que vivir o por lo que soñar. Todo ser que había amado estaba muerto, y ahora sólo quedaban vivos él y una veintena de niños más que habían logrado pasar el examen letal de Ganondorf.

El gerudo notó la confusión en los ojos azules del chico, parecía ser alguien débil, sentimental y dulce, pero era muy joven, eso podría cambiar… O, mejor dicho, él podría hacer que eso cambiara. A fin de cuentas, las personas con una personalidad más tranquila eran las más fáciles de manejar. Tenía en sus manos a un asesino en potencia.

Sin cuidado alguno, Ganondorf lanzó al chico contra el suelo, lugar donde cayó de rodillas, pero el chaval no perdió ni un instante, y se arrastró hacia el cadáver de su madre, aún estaba caliente, pero la vida lo había abandonado hacía ya un buen rato.

El gerudo caminó lejos del muchacho, haciendo un gesto a sus aliadas para que recogieran al joven, que se había acurrucado junto la mujer para sentir su calor.

Las guerreras obedecieron al instante, apartando al muchacho del cuerpo inerte y arrastrándolo, entre gritos y patadas que nunca daban en su objetivo, hacia la jaula gigante, donde los demás muchachos, todos aquellos que no habían llorado ni demostrado su debilidad, lo observaban como si fuesen superiores a él.

Continuará…

Hecho ^^ ¿Qué tal quedó? Muy dramático, ¿verdad? xD

Na, espero que lo hayáis disfrutado, en el siguiente capítulo sí que empezará todo, en realidad no tenía pensado poner prólogo y que esto lo relatara en personaje en un futuro, pero no se me ocurrió cómo ponerlo y pues aquí lo tenéis, decidme si os atrae la temática. Por cierto, creo que está claro quién es el chico de verde, pero por si acaso digo que es Link xD

Se agradecerían los reviews, por favor :3

¡Saludos y os cuidáis, queridos lectores! ;)

Próxima actualización: Las notas de nuestra canción, ya tengo medio pensado el capítulo, sólo necesito tiempo y ganas para escribirlo. Por cierto, me gustaría advertir que no actualizaré este fic hasta que terminé con el otro, lo que tampoco vendría a ser mucho tiempo ^^