Al final de una pequeña sala se encuentra sentado en el banquillo un hombre de mirada desilusionada. No es ni joven ni viejo, de ojos cafés y pequeños, cabellos de oro, piel de mármol, labios de rubí, su nariz es un poco ancha para su rostro, pero a pesar de esto tiene una belleza peculiar, una belleza simple pero cautivante.

Se encuentra junto a su gran amigo de años, quien ha estado a su lado casi toda la vida, se acompaña de su piano, el cómplice de sus locuras y pasiones más íntimas, quien también es su confidente de dolores y angustias. Comienza a tocar los primeros acordes, casi muertos en el silencio van, de la nada pausa, mira por el ventanal la luna de plata que se refleja en el riachuelo, los diamantes comienzan a brillar puros en la porcelana de sus mejillas, pero contiene el dolor y vuelve a su música.

Esta vez sus acordes son más hondos, más hirientes, en ellos esta plasmado lo que siente, esa mezcla de rabia y dolor, de angustia y desesperación, es una melodía bellamente deprimente.

La luna refleja su cara con más belleza, ilumina todo el salón, al parecer esta complacida con el pianista, el cual no abre las persianas de sus ojos conteniendo sus sentimientos demostrados en las palabras mudas del ajedrez.

El brillo de los diamantes vuelven a la escena, pero esta vez los deja caer y quebrarse en la baldosa. Un frío profundo lo invade, congelando su expresión, aquella sonrisa que hubo alguna vez en su rostro se borra lenta y eternamente.

Pero dime pianista ¿Qué es lo que te acongoja de tal manera?

Es acaso tu sufrimiento infantil, tu madurez temprana que ahora te convierte en un niño de pecho, es acaso la falta de compañía, a pesar de que nunca estas solo, oh quizás es la perdida de aquel ser querido, tan amado por ti, realmente no lo sé, pero por la fuerza de tu dolor, puedo especular que es lo que te atormenta de tal modo.

Tu melodía se va poniendo cada vez mas tormentosa, tocas insaciablemente mientras la luna llora junto a ti, pero no te preocupes ¡Oh! Mi pianista, porque a pesar de que crees nadie te escucha, yo escucho tu melodía muda.

Haz pausado nuevamente y vuelves a derrochar los diamantes, pero no pares, por favor no pares, sigue tocando esa intima canción ¡Oh! Mi dulce pianista, quiero sentirme nuevamente junto a mí.

La luna de plata que te acompaña se esta esfumando dando paso al sol de oro, ya es de madrugada, ¿No crees que ya es hora de regresar a la realidad? Te levantas lenta y sigilosamente de tu banquillo, cierras la puerta de tu amigo, y recoges tus tesoros, pero por favor nunca pares, por favor nunca pares de tocar cada noche esa melodía para mi, aun que se que seguirás, volverás todas las noches a este santuario, y yo estaré para escuchar esta dulce y amarga canción, esta canción que escribiste para mi, mi amado amigo, mi querido pianista.