Prólogo
Abrió los ojos lentamente, al momento en que un dolor de cabeza se
apoderaba de ella, naciente en la nuca. La cama en donde se hallaba era de
madera, con un colchón desgastado, y una almohada por la que, desde varios
lados, salían trozos de espuma, demostrando lo vieja y usada que estaba. No
tenía manta, y llevaba una camiseta de color azul, de manga corta, y unos
pantalones de hombre varias tallas mas grande que la que ella llevaba,
amarrados con una cuerda.
Se incorpuso en la cama, masajeandose la cabeza. Todo estaba oscuro, y lo
unico que iluminaba la habitación eran los restos de la chimenea, que había
estado encendida, porque ni siquiera había ventanas. Pronto las pupilas de
sus ojos se acostumbraron a tal oscuridad, y en ese momento pudo
distinguir, confusa, dónde estaba: era una habitación pequeña, con muy
pocos muebles, como si hubiera estado vacía mucho tiempo y ahora fuese algo
rápido e improvisado. Al lado de la cama había una mesa de noche, con un
vaso de agua lleno, y a los pies de la cama estaba el vestido que
anteriormente llevaba. Cuando se fue a levantar de la cama, un mareo la
invadió por completo, y comenzó a pensar en qué había pasado y cómo había
llegado hasta ese lugar.
La noche anterior había ido a cenar con su familia, y se había divertido
mucho con su hermano. Aunque ésa era su intención, nunca pudo sacar de su
mente a él, pero hizo todo lo posible por pasar una velada agradable. De
vuelta a casa se dio cuenta de que se le había olvidado el bolso en el
restaurante, así que regresó para ir a buscarlo.
Y, cuando iba caminando por un callejón oscuro... alguien la tomó de la
cintura y... no recordaba nada más. La chica cerró los ojos, consternada y
también asustada por lo que podía haber pasado y, justo en ese momento, el
pomo de una puerta en la que no había reparado comenzó a girar. Una puerta
desgastada y de madera chirrió y seguidamente se abrio con lentitud,
dejando pasar una luz cegadora que hizo que la chica entrecerrara los ojos,
y momentos después distinguió una silueta alta y delgada.
-¿Quién eres...?-preguntó la chica, con un hilo de voz.
-Vaya, vaya... esto no es nada justo. Yo lo sé todo sobre ti, y tú ni
siquiera sabes quién soy... habrá que arreglar eso, ¿no crees, sacerdotiza
de Suzaku?- la chica tembló, nadie había vuelto a llamarla así desde hacía
mucho tiempo, desde que todo había acabado y se había separado de él...
Tamahome.
-¿Cómo... sabes eso?- ella comenzó a ponerse nerviosa.
-Sé muchas cosas sobre ti, como por ejemplo, que te llamas Miaka, ¿no es
así?- Miaka asintió, asustada- Incluso sé qué es lo que harás a partir de
ahora- comentó el hombre. Miaka pudo verlo mejor: llevaba un traje
elegante, de pantalón y chaqueta, y la miraba a través de unas gafas finas,
de color negro. Su expresión era burlesca y frívola. Era joven, quizá
tendría 25 años, no más. Su pelo era castaño, y estaba revuelto.
-¿Qué quieres de mí?-preguntó Miaka.
-Estás haciendo demasiadas preguntas mi querida Miaka... considérate mi
invitada-el hombre sonrió malévolamente-y pónte cómoda, vivirás aquí a
partir de ahora. Ya lo irás sabiendo todo... a su debido tiempo... tengo
grandes planes para ti, para nosotros, Miaka.-
Y, antes de que Miaka pudiera protestar o añadir algo a lo que el hombre
había dicho, la puerta había vuelto a cerrarse, sumiéndola de nuevo en una
profunda oscuridad.
Se dejó caer en la cama, temblando. Miaka sabía que algo malo iba a
pasar... y que ella tendría la culpa.