Desde la guerra sagrada contra Hades las almas de los caballeros dorados fueron selladas en una piedra donde no descansarían en paz por haberse revelado contra los dioses más de una vez, ese había sido su castigo. Sin embargo, un tiempo después, Athena logró convencer a su padre, Zeus, para revivir a los caballeros que perdieron la vida de forma honorable luchando por proteger a la tierra. Zeus, aceptó la petición de su hija, sintiendo además que los necesitaría nuevamente ya que no estaba exenta de nuevos peligros que podrían acecharla en el futuro. Los caballeros fueron revividos, aunque muy confusos al volver a la vida, aceptaron felices el nuevo destino que tenían. Habían vuelto, y probablemente deberían prepararse para nuevos enemigos que quisieran acercarse a su amada diosa. Los caballeros de plata, oro y bronce estaban nuevamente a la orden de Athena.
Sin embargo, se notaba la ausencia de alguien, alguien muy importante. Alguien quien llevaba a cabo una misión que ya llevaba cuatro años, y aún sin regresar. Azumi era la hermana menor de Aioria de Leo y Aioros de Sagitario, alumna de Milo de Escorpio y querida por quienes la guardaban en su memoria como una niña que había crecido en el santuario, convirtiéndose en una o la más fuerte de las mujeres, por esa misma razón, fue enviada a una misión muy lejos en Argentina. Su misión era recuperar la tan preciada muñequera de la muerte, algunos la daban por muerta, otros, como su hermano mayor y su maestro juraban que iba a regresar algún día, sin tener en mente una más mínima idea de lo que estaba pasando en otra parte del mundo…
— Despierta Azumi, despierta... — Escuchó una voz en su cabeza que la llamaba constantemente. Movió sus dedos en una pequeña reacción, sintió la tierra raspar la yema de sus dedos y abrió los ojos apenas unos milímetros cegándose con la luz del sol que ardía.
— Levántate, despiértate. — Su propia voz rebotaba dentro de las paredes de su cabeza como un eco que no la dejaba descansar en paz. Abrió los ojos un poco más y su visión era borrosa, veía dos cuerpos a unos metros de ella, pero en realidad era uno, pudo darse cuenta al abrir sus ojos por completo y enfocar su vista. Apoyó las palmas de sus manos sobre el charco de sangre que la rodeaba y se puso de rodillas, gateando un poco, intentando mantener el equilibrio y la cordura que estaba perdiendo junto con cada gota de sangre. Se arrastró lentamente hasta que consiguió ponerse de pie sosteniendo su hombro, donde estaba una de sus heridas más profundas. Presionó fuerte con su mano derecha para detener la sangre, y tambaleante se dirigió hasta una casa que estaba lejos de aquel lugar donde abandonaba un cuerpo y su marca de sangre. Azumi abrió la puerta y cayó dentro de la casa, una vez más no podía ponerse de pie.
— No, maldición. — Dijo entre dientes tratando de ponerse de pie sin dejar de presionar su herida, sin notar que la pérdida principal de sangre venía de su espalda.
— No puedo morir aquí, no así... — Se agarró de las cosas que tenía a su paso hasta dirigirse a su habitación, pasó el revés de su mano por su rostro intentando quitar los lacios cabellos castaño oscuro que se regaban sobre su fina piel blanca llenándose de sangre y tierra. Sus preciosos ojos miel verdosos estaban cubiertos de sangre, parecía sacada de una película de terror, pero no, esa era su realidad. Abrió un cajón y sacó vendas, alcohol, desinfectantes y en ese momento comenzó a ver doble nuevamente. Cayó de rodillas y esta vez sintió que sus brazos no respondían, no podía evitar su caída, y lo último que sintió antes de desvanecerse fue el mármol helado del piso chocar como un golpe contra su mejilla, y cerró los ojos.
Días después...
El santuario se encontraba en paz, no recordaban la última vez donde los días pasaban sin noticias de un nuevo enemigo al acecho, conforme pasaron tres meses la vida de todos volvió a su lugar, Saori ahora estaba en el santuario y el deber de todos los caballeros ahora era protegerla como siempre. Los caballeros de bronce estaban en sus respectivos hogares, al igual que los caballeros dorados en cada una de sus casas, pero había uno en particular que el día de hoy no había podido estar tranquilo sin razón aparente. Aioria sentía una presión en su pecho que no lo dejaba respirar con normalidad. Su mirada estaba clavada en la nada misma mientras que por alguna extraña razón, tenía en mente a su pequeña hermana de doce años, quien ahora, si estuviera viva debería ser toda una mujer.
— Aioria, te estoy hablando. —Se quejó algo molesta la pelirroja frente a él.
— ¿Qué? Lo siento, estaba distraído. Repíteme lo que habías dicho. — Bajó la mirada intentando ordenar sus ideas un momento sacudiendo su cabeza. Tal vez el sol le estaba haciendo mal.
— Nada importante, Aioria. Me preocupas, te ves extraño el día de hoy. — Se acercó a él, colocando ambas manos en sus mejillas acariciándolas dulcemente. Sonrió por debajo de su máscara y deseó no traerla puesta para poder besarlo. Ambos estaban bajo un árbol que se encontraba cerca del coliseo donde ya no quedaba nadie entrenando, eran solo ellos dos.
— Marín, quisiera decirte algo. — Pronunció algo afligido. Desde hace un tiempo quería decirle algo importante a Marín y no encontraba el momento o las palabras correctas, quizás este era el momento. Tenía miedo de herir sus sentimientos, pero ya no podía cargar más con aquella sensación que lo estaba matando.
— Dime, Aioria. — Respondió Marín sintiendo un nudo en su estómago, como un mal presentimiento.
— Yo… no me siento bien con… — Aioria tenía la mirada en el suelo cuando de repente, Kiki se acercó a él corriendo algo agitado, interrumpiendo sus palabras. Aioria lo miró algo sorprendido y Marín se sintió aliviada.
— ¿Qué pasó Kiki? — Dijo Aioria sintiendo la frustración corriendo en sus venas, una vez más no podía decirle la verdad a su novia.
Kiki apoyó las manos en sus rodillas y se encorvó un poco tomando aire exageradamente mientras buscaba las palabras correctas en medio del pánico que lo invadía.
— ¿Acaso no sentiste ese cosmos maligno? — Dijo el niño levantando sus brazos y haciendo señas para darle intensidad a sus palabras.
— ¿Cosmos maligno? — Mierda. No se había percatado, pero ahora que lo notaba, sentía una especie de cosmos en la lejanía, era maligno, no había duda de eso. Le preocupó estar tan distraído como para no darse cuenta. Miró a Kiki y le regaló una sonrisa, acarició su cabello revolviéndolo y lo reconfortó con algunas palabras.
— No te preocupes Kiki, volveré a la casa de Leo por si las dudas, estamos todos juntos, nada malo va a ocurrir. —
Marín acomodó su cabello y miró a un punto fijo, tratando de sentir también aquel cosmos maligno que por momentos desaparecía. Aioria le hizo un gesto a Marín con la mano como despidiéndose, cada día le salía un poco menos el ser cariñoso con ella.
Mientras tanto en la casa de Aries...
Desde la tarde Mu se había sentido algo inquietado por la presencia maligna que podía sentirse por momentos, no dudó en ir hasta la entrada de su templo y esperar allí alguna noticia, después de todo cualquier amenaza debería atravesar primero la casa de Aries. Sus ojos estaban cerrados, pero los abrió lentamente al sentir pasos detrás de él, se volteó rápidamente sin perder la calma y efectivamente notó que dos de sus compañeros también se habían dado cuenta, Aldebarán y Shura caminaban dentro de la casa de Aries algo confundidos por lo que también estaban sintiendo.
— No hay duda, se está acercando. — Dijo Mu a sus compañeros, ambos fruncieron el ceño y apretaron los puños asintiendo con la cabeza. ¿Pero de que se trataba esa fuerza maligna? No era fácil de reconocer, pero si Mu no se equivocaba ese cosmos se le hacía algo familiar.
Milo y Camus no tardaron en llegar a la casa de Aries, ambos estaban entrenando cuando sintieron la presencia maligna, cada vez se hacía más intensa, como si no pretendiera esconderse. Milo, entró a la casa estirándose un poco aliviando la fatiga que sentía en el cuerpo después del entrenamiento, y como si nada anduviera mal empleó ese tono amigable para con sus colegas.
— Hey, qué onda amigos. — Golpeó en el brazo a Shura, haciendo que este sonría.
— Realmente no puedo entender cómo estás tan tranquilo. — Pronunció Camus cruzándose de brazos mientras se apoyaba en un pilar del templo.
— No hay nada de que preocuparse, estamos todos juntos, nada puede afectarnos. Sé que algo o alguien se está acercando, y quedé muy emocionado por el entrenamiento así que yo mismo me encargaré de quien sea. — Dijo con aires de grandeza, provocando que sus compañeros solo negaran con la cabeza, aunque bueno, tratándose de Milo ya estaban acostumbrados.
Una charla se fue formulando entre los caballeros mientras los restantes, excepto Aioros se iban reuniendo en el templo de Aries como punto de encuentro, donde ya estaban planeando como serían las cosas. Aioros estaba con Athena y los demás esperarían la amenaza en casa de Aries, más por curiosidad que por miedo, pocas veces habían sentido esa sensación.
— ¿Y ustedes que creen que sea? — Dijo Máscara de la muerte uniéndose a la fiesta.
— No lo sé, pero casi que podría confirmar que se trata de alguien familiar. — Respondió Shaka, mientras que los demás incluyendo a los gemelos estaban en silencio. Aioria había sido el último en llegar, estaba demasiado preocupado pensando cómo decirle la verdad a su novia que en todo este asunto de un cosmos maligno acercándose.
— Aioria ¿Qué te pasa? Desde hoy en la mañana que te veo como perro sin dueño, deberías unirte a la charla. — Bromeó Dohko poniendo una mano en su hombro, captando la atención del mencionado el cual se notaba bastante preocupado.
— Lo siento, solamente que tengo asuntos pendientes por resolver. — Respondió lentamente.
— Si no fuera porque ya estás con Marín diría que estás enamorado. — Dijo Milo.
— Quién sabe, tal vez no esté enamorado de Marín… — Acotó Afrodita, a quien Aioria volteó a ver con una mirada tan gélida que hasta el mismo Camus de Acuario se había quedado chiquito. Es que en una noche de borrachera le había confesado su más grande secreto y razón de su aflicción a la persona equivocada. Aioria empezó a caminar despacio en dirección a Afrodita con los ojos cerrados dispuesto a darle su merecido cuando el casi atacado comenzó a retroceder.
— Oye leoncito cálmate, estaba bromeando. — Y se escondió detrás de Saga.
— Sal de aquí cobarde. — Dijo Saga quitándose a Afrodita de encima.
— ¡Basta! — Gritó Mu callando el ruidaje que se había hecho de pronto, todos lo miraron con caras de inocencia y esperando una respuesta. Mu abrió los ojos y corrió su capa volteando a verlos.
— Está aquí. — Dijo seriamente. Los caballeros se pusieron en guardia, todos estaban con sus armaduras preparados para la batalla que estaba por venir.
— ¿Quién está con Athena? — Preguntó Milo seriamente.
— Shion y Aioros. — Respondió Kanon. Su Diosa estaba protegida, ahora solo debían pensar en el enemigo.
El ambiente se había puesto tenso, ya era de noche y solo se veía oscuridad fuera del templo. Pero se podía divisar a lo lejos una silueta con su cosmos ardiendo al rojo vivo, rojo como el destello que se reflejaba a su alrededor, era un ser lleno de maldad que se acercaba sin el más mínimo temor a la boca del lobo para cualquier enemigo. Los caballeros apretaron sus puños, solo un pequeño movimiento y atacarían. Las escaleras de cada casa eran casi infinitas, pero se hicieron aún más largas cuando escucharon pasos al comienzo, como si alguien estuviera subiendo y efectivamente era lo que pasaba. Aquella presencia, más bien esa persona comenzó a subir las escaleras rumbo a Aries donde esperaban todos los caballeros dorados.
— Es demasiado fuerte. — Dijo Afrodita con preocupación.
Se trataba de un enemigo poderoso. Los pasos cada vez eran más cercanos, la figura se hacía cada vez más clara. Todo estaba en silencio, estaban concentrados únicamente en la persona que venía hacia ellos, pero una voz femenina los sacó de su eje.
— Caballeros. — Pronunció la voz de Saori detrás de ellos, llegando a la casa de Aries escoltada por Shion y Aioros. Los caballeros la observaron con preocupación, ese no era un lugar seguro, por qué diablos a Saori se le había ocurrido ir, y aún más extraño por qué los dos caballeros que la acompañaban no habían hecho algo por detenerla.
— Athena ¿Qué estás haciendo aquí? — Preguntó Saga. Saori no respondió, solamente los observó con esa mirada llena de amor y paz que los colmaba de calma por un momento.
Los pasos dentro del templo de Aries se detuvieron una vez que la figura ya estuvo dentro, solamente debía atravesar la oscuridad para darse a conocer. Todos se colocaron delante de la diosa en posición de combate, cuando de pronto, pudieron ver claramente. Una mujer con armadura y mascara venía con una caja de metal en sus brazos. Tenía trenzas cosidas en su largo cabello castaño oscuro, un traje del mismo color y encima su armadura de plata diferente a la de las demás mujeres. No podían ignorar el hecho de que aquella mujer era quien desprendía ese cosmos tan maligno, pero no había duda, era una de las suyas. Los caballeros miraron con confusión todo lo que estaba ocurriendo hasta que por fin, aquella chica se detuvo frente a ellos a unos metros de distancia.
— Vaya, pero que honor ser recibida por todos los caballeros de oro. — Giró apenas su vista mirando fijamente a Saori. — Y por la mismísima Athena. — La chica se agachó dejando en el suelo aquella caja de metal que tenía impresiones y un pergamino que lo sellaba en el suelo. Se agachó y puso una de sus rodillas en el suelo bajando la cabeza un momento como saludo ante la diosa y nuevamente se levantó.
— ¿Quién diablos eres tú? — Dijo Milo rompiendo el silencio y dando un paso al frente, sin romper su postura de combate y su gesto de desconfianza.
— ¿Qué… quién soy? ¿Acaso ya no me recuerdas? — Respondió la muchacha. Milo frunció aún más el ceño, pero su expresión cambió cuando vio casi en cámara lenta a la chica llevar su mano a la máscara que cubría su rostro, quitándoselo. Abrió lentamente sus ojos mostrando aquel color miel verdoso que la caracterizaba, un color de ojos casi tan parecido al de su hermano. Milo abrió la boca para decir algo y quedó paralizado, no podía ser, eso debía ser un sueño o una broma de mal gusto. No podría tratarse de…
— Azumi. — Dijo Milo, provocando un clic en la cabeza de todos los presentes.
