Rurouni Kenshin es propiedad exclusiva del genial y talentoso Nobuhiro Watsuki.
El precio de tu corazón
Uno
** A las afueras de Tokyo (Japón), 1870
Campamento de Shishio Makoto **
No había bondad en él. Ni esperanza ni piedad.
Había nacido para dormir en la tierra dura, para comer lo primero que encontrara y beber agua helada. Y para pegar a otros chicos, por supuesto. Si alguna vez se le ocurría negarse a pelear, seria golpeado tan duramente y durante tanto tiempo por su - por así decirlo - "dueño", Shishio Makoto, que probablemente no podría ni andar durante días.
No tenía una madre que lo ayudara, ni un padre que lo protegiera de las palizas que recibía. Jamás fue tocado por nadie excepto para ser golpeado. Existía solo para pelear, robar y quizás, muy pronto, también para violar a las chicas.
La mayoría de los esclavos que Shishio había comprado estaban destinado a eso. Los que intentaban huir se arriesgaban a tener una muerte segura y los que eran capturados y devueltos a Shishio eran torturados por este.
Kenshin lo sabia porque él mismo había intentado huir siempre que la oportunidad surgía.
Shishio se creía por encima de todo y de todos y eventualmente esa arrogancia fue lo que llevó a su destino final. Tenía negocios con muchos de los bandidos que vivían en aquella zona, a las afueras de Tokyo. Muchos no tenían inconveniente en hacer «desaparecer» alguien si eso significaba más lucro. Y cuando Kenshin empezó a dar muestras del excelente luchador que era, especialmente cuando luchó contra Sanosuke – que era uno de los mejores luchadores que había allí, tanto que había sido apodado de "El Diablo" – y ganó, los bandidos habían decidido quedárselo para ellos solitos.
Así que cierto día habían decidido invadir el campamento montados sobre sus caballos y portando armas que venían del Occidente. Hubo muchos disparos, gritos, lamentos y, sobretodo, derramamiento de sangre. Muy pocas mujeres y niños habían sobrevivido. Y Kenshin solo lo hizo nada mas debido a su fuerza de voluntad, a su habilidad en la lucha y a una muchacha llamada Tomoe que dio su vida a cambio de la suya.
Kenshin había intentado luchar contra ellos; por lo menos para que la muerte de la chica no fuera en vano. Pero siendo tan pequeño como era, muy poco había podido hacer.
Uno de los bandidos lo había golpeado con la pesada culata de un arma. Otro lo había apuñalado por la espalda con la espada que portaba. Además si añadimos todos los golpes que Shishio le había proporcionado el día anterior no era de espantar que todo el mundo lo creyera muerto.
Completamente solo en la noche helada, Kenshin había yacido medio inconsciente junto al estanque que encontró mientras se arrastra por el suelo para huir allí antes que si terminase muerto.
De espaldas al suelo, se dedicó a escuchar el rumor del agua oscura mientras sentía el frio de la tierra mojada bajo suya, muy consciente de la cantidad de sangre que salía de su cuerpo. Sin miedo, se puso a esperar a que la rueda del destino girara una vez más y la Muerte se dignara a buscarlo.
Después de todo, no tenía razón ni deseos de vivir.
Justo cuando estaba a punto de amanecer, Kenshin descubrió que estaba siendo alzado y transportado. Un hombre de aspecto severo lo había encontrado y había decidido llevarse consigo a ese niño moribundo a su casa.
** Distrito de Chiba, Tokyo (Japón), 1870
Dojo de la familia Kamiya **
Era la primera vez que Kenshin entraba a una casa o mejor diciendo, en un dojo. Se encontró desgarrado entre la la curiosidad hacia aquel extraño entorno y la rabia por la indignidad de tener que morir bajo un techo que no se merecía.
Se sentía demasiado débil; demasiado dolorido como para levantar un dedo y luchar...
La habitación donde el hombre lo dejo no era muy grande. En el centro había un futón, pequeños muebles ordenados por su tamaño junto a las paredes, algunos cojines dispersados por toda la habitación, entre otras cosas. Si no fuera porque se sentía tan enfermo, se hubiese vuelto loco en un cuarto tan pequeño y atestado.
El hombre lo había llevado allí. Koujiro Kamiya. Era alto, delgado, con unos ojos y un cabello tan oscuros como las noches y una expresión más severa y dura que un palo. Pero a pesar de su aspecto físico, era tremendamente bueno y amable; de tal forma que hacía con que Kenshin fuera hostil con él.
¿Por qué ese hombre lo había salvado? ¿A él, un miserable e insignificante esclavo? ¿Qué podría querer un hombre como Koujiro Kamiya con un niño que siempre fue considerado más animal que persona?
Kenshin se negó a hablarle a Koujiro y fue todavía más lejos: se negó rotundamente a tomar la medicina que un doctor anciano, un tal Genzai, le había recetado.
Rechazó todo acto de bondad. No quería ser salvado, no quería vivir en un lugar cuyo plato del día era la felicidad.
Solo hubo una ocasión en la que habló con el hombre. Y fue cuando le preguntó por la extraña cicatriz en forma de "x" en su mejilla izquierda.
― ¿Cómo te hiciste esa herida, niño?
― Nació conmigo. ― Dijo Kenshin con los dientes apretados. ― Significa que estoy maldito desde que nací y que cualquier persona que se me acerca está destinada a morir.
― Oh, ya veo. La voz de Koujiro era amable. ― Supongo que tú crees en ese tipo de superstición, pero debo decirte que, como un ser racional que soy, no creo en esas cosas. Las supersticiones solo tienen poder si se les da demasiada importancia.
Kenshin no dijo nada. Ya había aprendido algún tiempo atrás que no serviría de nada discutiré con él. El hombre incluso parecía apreciar las discusiones.
Aquel era un dojo bastante ruidoso. Era una casa llena de niños.
Kenshin los podía oír a través del shoji cerrado de la habitación donde lo habían colocado. Pero había algo más… Una dulce presencia. La sentía revoleteando fuera de la habitación, completamente fuera de su alcance. Y la anhelaba, sediento de alivio a la oscuridad de su corazón, la fiebre y el dolor que sentía por todo el cuerpo.
En medio del clamor de niños riendo y cantando, oyó un murmullo que le erizó todos los vellos del cuerpo. La voz de una niña; amorosa, tranquilizadora. Quería que viniera hacia él. Lo incitó mientras yacía allí postrado, con sus heridas curándose lenta y torturadamente.
«Ven a mí…»
Pero ella nunca apareció.
Los únicos que entraron al cuarto fueron Koujiro y su esposa, una mujer amable, pero precavida que trataba a Kenshin como si fuera un animal salvaje que hubiera encontrado de camino a su civilizado hogar.
Y él se comportaba como uno; chasqueando los dientes y gruñendo cada vez que se acercaban a él.
Tan pronto como pudo moverse por su cuenta, se lavó él mismo en la vasija de agua tibia que habían dejado en el cuarto. No comía delante de ellos sino que esperaba hasta que le hubieran dejado la bandeja junto al futón. Su voluntad estaba dedicada a sanar lo bastante como para escapar de allí.
En una o dos ocasiones los niños vinieron para mirarlo, husmeando por el shoji entreabierto. Había dos niñas pequeñas llamadas Ayame y Susame, que reían tontamente y chillaban de feliz terror cuando él les gruñía.
Había otra, una hija mayor, Megumi, que había sido recientemente adoptada por la familia, que le observaba con la misma mirada escéptica la señora Kamiya. Había una chica de estructura más pequeña que lo normal de ojos verdes, Misao.
― Quiero aclararte una cosa. ― Dijo Misao desde la puerta, con voz queda. ― Nadie tiene intención de hacerte daño. Tan pronto como estés listo para marcharte, eres libre de hacerlo.
Kenshin respetó eso. Lo suficiente como para dedicar a Misao un ligero asentimiento con la cabeza.
Con el tiempo, Kenshin empezó a aceptar que esta pequeña y extraña familia realmente no quería hacerle daño. Ni siquiera querían nada de él. Simplemente le habían proporcionado cuidado y refugio como si fuera un perro callejero. No parecía que esperaran nada a cambio.
Eso no minimizó su desprecio hacia ellos y su mundo ridículamente suave y confortable. Los odiaba a todos, casi tanto como se odiaba a sí mismo. Era un luchador, un esclavo sometido a la violencia y al engaño. ¿No podían ver eso? No parecía que comprendieran el peligro que habían introducido en su propia casa.
Después de una semana, la fiebre había remitido y sus heridas se habían curado lo suficiente como para permitirle moverse. Tenía que irse antes de que pasara algo terrible, antes de que hiciera algo. Así que se levantó temprano una mañana y se vistió con dolorosa lentitud el gi de color azul y la hakama blanca que le habían comprado.
Dolía moverse, pero ignoró el punzante dolor en su cabeza y el fuego que sentía en la espalda. Las primeras luces del amanecer se colaban por entre la ventada que habia detrás de él. La familia se despertaría pronto. Se dirigió al shoji, mareado y se cayó sobre el tatami. Jadeando, intentó reunir sus fuerzas.
Se produjo una llamada en el shoji, y éste se deslizó hacia un lado. Sus labios se separaron para gruñir al visitante.
― ¿Puedo pasar? ― Oyó preguntar suavemente a una niña.
La maldición murió en los labios de Kenshin. Sus sentidos estaban abrumados. Cerró los ojos, respirando, esperando.
'Eres tú. Estás aquí al fin.'
― Has pasado solo mucho tiempo. ― Dijo ella, acercándose. ― Pensé que querrías algo de compañía. Me llamo Kaoru.
Kenshin se vio arrastrado por el aroma y el sonido de ella; su corazón palpitaba. Cuidadosamente enderezó la espalda, ignorando el dolor que lo atravesaba. Abrió los ojos.
Nunca había pensado que pudiera haber una niña más hermosa que Tomoe. Pero ésta era notable, una criatura de otro mundo, pálida como la luna, de cabello negro azabache, y unos impresionantes ojos azules zafiro. Parecía cálida, inocente y suave. Todo lo que él no era.
Su ser entero respondió tan agudamente que extendió la mano y la agarró con un gruñido quedo. Ella jadeó un poco pero se quedó quieta.
Kenshin sabía que no estaba bien tocarla. No sabía cómo ser gentil. Le haría daño aun sin pretenderlo. Ella se relajó en su agarre y lo miró fijamente con sus ojos azules.
¿Por qué no tenía miedo de él? Él realmente tenía miedo por ella, porque sabía de lo que él mismo era capaz.
No se había percatado de estar tirando para acercarla. Sólo sabía que parte de su peso descansaba sobre él mientras yacía en el futón, y que las puntas de sus dedos se cerraban sobre la carne blanda de la parte superior de los brazos de ella.
― Suéltame. ― Dijo ella gentilmente.
No quería. Nunca. Quería retenerla junto a él, tirar de su cabello prendido en una coleta hacia abajo y pasar los dedos a través de ellos. Quería llevarla hasta los confines de la tierra.
― Si lo hago… ― Dijo bruscamente. ― ¿Te quedarás?"
Los delicados labios se curvaron. Una sonrisa dulce y deliciosa.
― Tonto. Por supuesto me quedaré. ¡He venido a visitarte!
Suavemente sus dedos la soltaron. Pensó que saldría corriendo, pero se quedó.
― Vuelve a recostarte. ― Le dijo ella frunciendo el ceño. ― ¿Por qué estas vestido tan temprano? ― Sus ojos se abrieron de par en par. ― Oh, no... No debes irte. ¡No hasta que estés bien!"
No tenía por qué preocuparse. Los planes de Kenshin de escapar habían desaparecido en el segundo que la vio.
Apoyó la espalda contra el futón, observándola intensamente mientras ella se sentaba al lado del futon con las piernas extendidas hacia atrás. Llevaba un kimono rosa. Los bordes de éste, en el cuello y las muñecas, habían mariposas.
― ¿Cómo te llamas? ― Preguntó ella.
Kenshin odiaba hablar. Odiaba tener una conversación con cualquiera. Pero estaba dispuesto a hacer lo que fuera para retenerla a su lado.
― Battousai.
― ¿Es ese tu nombre?
Él negó con la cabeza.
Kaoru inclinó la cabeza hacia un lado.
― ¿No me lo vas a decir?
No podía.
― Por lo menos dime la primera letra. ― Le rogó Kaoru.
Kenshin clavó los ojos en ella, perplejo.
― Hum, veamos si puedo adivinarlo… ― Dijo Kaoru con expresión pensativa. ― ¿Es Akira? ¿Takeshi? ¿Yuki?
Se le ocurrió a Kenshin que ella estaba intentando jugar con él. Bromeando. No sabía cómo responder. Normalmente si alguien intentaba burlarse de él, respondía hundiendo los puños en la cara del ofensor.
― Algún día me lo dirás. ― Dijo ella con una sonrisita. Hizo un movimiento como para levantarse y la mano de Kenshin salió disparada para sujetarla.
― Dijiste que te quedarías. ― Dijo él rudamente. La mano libre de ella fue hasta la que se cerraba alrededor de su muñeca.
―Y lo haré. Tranquilo. Sólo voy a conseguir algo de golosinas y té para nosotros. Déjame marchar. Voy a regresar. ― La palma fue liviana y tibia al pasar sobre su mano. ― Puedo quedarme aquí todo el día, si quieres.
― No te dejarán.
Ella sonrió perversamente.
― Oh sí, lo harán. ― Persuadió a su mano para que la soltara, aflojando gentilmente sus dedos. ― No seas tan ansioso.
Casi logró que sonriera.
― He tenido una mala semana. ― Dijo él gravemente.
Ella todavía seguía intentando quitarse los dedos de él del brazo.
― Sí, ya veo. ¿Cómo resultaste herido?
― Unos bandidos atacaran el campamento donde vivía. Puede que vengan aquí por mí. ― Clavó los ojos en ella pero se obligó a sí mismo a soltarla. ― No estoy a salvo. Debo irme.
― Nadie se atrevería a apartarte de nosotros. Mi padre es un hombre muy respetado en el pueblo. Un oficial del ejercito. Ya sabes, de esos que usan espadas...
― Los hombres que me atacaran la semana pasada no iban armados con plumas.
― Pobrecito. ― Dijo ella con compasión. ― Lo siento. Tus heridas deben dolerte después de todo este movimiento. Voy a buscar algún tónico.
Kenshin nunca había sido objeto de compasión antes. No le gustaba. Su orgullo se erizó.
― No lo tomaré. No quiero vuestra medicina. Si lo traes, simplemente lo tiraré al...
― Está bien. No te excites. Estoy segura de que eso no es bueno para ti. ― Se fue hacia el shoji y la desesperación sacudió el cuerpo de Kenshin.
Estaba seguro de que ella no regresaría. Y deseaba tanto tenerla cerca. Si hubiera tenido fuerzas, se habría levantado del futón y la habría sujetado otra vez. Pero no era posible.
Fijó los ojos en ella con una mirada hosca y murmuró:
― Vete entonces. ¡Como si me importa algo si te marchas!
Kaoru se detuvo y miró por encima del hombro con una sonrisa enigmática.
― Que contradictorio y empecinado eres. Voy a regresar con golosinas, té y un libro, y me quedaré todo el tiempo necesario hasta que te saque una sonrisa.
―Yo nunca sonrío. ― Le dijo él.
Para su gran sorpresa, Kaoru regresó. Pasó la mayor parte del día leyéndole unas historias tan aburridas que le hacían adormecer constantemente.
Ninguna música, ningún susurro de árboles en el bosque, ningún pajarito cantando lo complacían tanto como su suave voz. Ocasionalmente algún otro miembro de la familia se acercó a la habitación, pero Kenshin no pudo obligarse a gruñir a ninguno.
Estaba lleno de alivio por primera vez que pudiera recordar. No veía como podía odiar a alguien cuando estaba tan cerca de la felicidad.
Continuará…
(24/06/2012) EDIT: He hecho algunos cambios en el fic. Agregué fechas y sitios donde puedan estar los personajes para que sea mas fácil imaginar el lugar donde esta a quien estén leyendo. Como no he encontrado la fecha de nacimiento de Kenshin, he tenido que usar la de Kaoru (Junio de 1862). Por otro lado, también he descubierto que Kaoru nació/vivió en el distrito de Chiba (en Tokyo), lo que facilitó todavía más las cosas. Así que si mis cálculos no están mal, Kaoru tiene ahora ocho años y Kenshin tiene diez.
Notas finales: Volví, y esta vez dispuesta a escribir un fanfic de KenKao de principio a fin. Va a ser un ShortFic (historia pequeña, por así decirlo), ya que no me gusta escribir fics muuuuy largos. ;P
Intentaré seguiré mas o menos la misma linea que el anime, aunque cambiaré muchísimas cosas. No se... Supongo que todo se debe a que tengo una vena muy romántica! xD
Espero que les haya gustado la historia. Reviews son siempre bienvenidos. (^ω^)
"Cuando el amor no es locura, no es amor."
