¡Hola a todos! Estoy de vuelta con una nueva historia para ustedes, un fic que personalmente he disfrutado demasiado de escribir protagonizado por mi OTP, CREVA! 3
Hace algún tiempo hice un one shot titulado "Dulce Locura" y esta historia, será la continuación de ese shot. Antes de comenzar esta lectura, recomiendo que se den una vuelta a "Dulce Locura" para una mejor comprensión.
Agradezco a Addie Redfield que además de ser mi Beta, es mi amiga que apoya todas mis ideas locas y esta vez no ha sido la excepción, ¡gracias totales Addie!
Espero y esta nueva historia les guste. ¡Disfrútenlo!
DESCARGO DE RESPONSABILIDAD: RESIDENT EVIL Y SUS PERSONAJES PERTENECEN A CAPCOM, SÓLO LAS IDEAS Y TRAMA ORIGINALES DE ESTA HISTORIA SON DE MI AUTORÍA.
CAPÍTULO 1: EL AMOR VERDADERO
Durante toda su existencia había aprendido a lidiar con el miedo y a mirarse cara a cara con el dolor, pero ni una vida entera de entrenamiento le habría dado la fortaleza suficiente para hacerle frente a esto.
Ahora no se trataba de ella, sino de alguien más importante. El motivo por el cual Sheva Alomar desapareció sin dejar rastro durante los últimos 5 años, la causa de sus desvelos y su razón de vivir.
De 1 metro con 20 centímetros, 21 kilogramos, piel clara, ojos grandes color avellana y cabello castaño oscuro que le llegaba hasta los hombros, era la descripción del motor de su vida que tenía un nombre sencillo: Sean.
Desde que supo que Sean venía en camino, Sheva sabía que lo que se veía venir no era para nada sencillo, pero jamás tuvo miedo ya que desde ese momento, el pequeño ser que se alojaba en su vientre inmediatamente absorbió su vida entera, amándolo en cada instante.
Pero ahora que estaba en un cuarto de hospital pediátrico, luchaba con todas sus fuerzas por no derrumbarse, por no flaquear frente a su hijo, sea cual sea el resultado. Ni siquiera la B.O.W. más peligrosa o la misión más arriesgada le habían asustado tanto como el diagnóstico que semanas antes los médicos le habían informado: Anemia falciforme.
"Es una enfermedad que describe a un grupo de trastornos hereditarios de los glóbulos rojos. Las personas que padecen esta enfermedad de células falciformes tienen una hemoglobina anormal, llamada hemoglobina S o hemoglobina falciforme, en sus glóbulos rojos…" Repetía Sheva una y otra vez en su mente la explicación clínica que el pediatra de su hijo le había dicho. "Una transfusión sanguínea o un trasplante de células madre hematopoyéticas es la posible cura para Sean."
Y en este momento ella estaba aquí, esperando con angustia los resultados de los análisis médicos que le confirmarían si ella era una donadora compatible para lo que su pequeño pudiera necesitar para curarse. Sea lo que sea que Sean necesitara para aliviarse, Sheva se lo daría sin pensarlo dos veces y sin importar las consecuencias. ¿Pero cómo pasó todo esto?
Fue simple. Una tarde en la casa de los Chavanel, la pequeña Catherine invitó al pequeño Sean y a su joven madre a celebrar su cumpleaños número 5. Todo iba bien hasta que Sheva notó alarmada que uno de los niños se había desvanecido en el pasto del área de juegos. Su hijo siempre había sido un niño fuerte, saludable y bastante grande en proporción a su edad, así que un desmayo no era algo común en él. Por suerte y gracias a la señora Chavanel que llevó un poco de etanol, Sean se despertó enseguida de su desmayo. A pesar de que aparentemente este pequeño incidente no había pasado a mayores, esto no era suficiente para la madre amorosa y protectora del pequeño, por lo que enseguida traslado a su hijo hacia el hospital pediátrico.
Supo que algo no andaba bien cuando detuvieron al niño en la clínica para realizarle una serie de estudios y pruebas médicas con el propósito de comprobar su salud. Fue entonces cuando se enteró de ese espantoso diagnóstico.
Sheva siempre había sido una mujer fuerte y valiente, pero esa noticia la destrozó. Quería llorar, gritar, pedir ayuda, pero no podía hacer nada de esto porque no quería asustar a su retoño, además de que ella no podía darse el lujo de flaquear en este momento, ya que si ella se derrumbaba, nadie más estaba a su lado para respaldar a su hijo. Sería una madre fuerte, aunque no supiera cómo. Sólo le quedaba esperar, y rezar porque todo estuviera bien.
Enseguida, el doctor Leblanc, llegó con un sobre en sus manos que contenía los resultados de los estudios de compatibilidad entre ella y Sean. El doctor miró a la madre soltera con cierta decepción en los ojos y Sheva sintió una estocada en el corazón.
— Lo siento, señora Alomar. Usted no es compatible para el trasplante que su hijo necesita. Tal parece que el trastorno falciforme proviene de algún miembro de su familia y por tanto, usted no puede ser donadora para el niño.
Entonces rompió en llanto. Las lágrimas que se reusaban a salir cayeron por sus mejillas a borbotones sin que ella pudiera impedirlo.
— ¿Sabe usted si alguno de sus familiares padeció esta enfermedad?
— No. Perdí a mis padres cuando era niña, así que prácticamente desconozco el historial clínico de mi familia. — Respondió la mujer entre sollozos.
El doctor Leblanc que era un hombre mayor, de pelo cano y mirada sincera, sintió pena por la escena que estaba presenciando. A sus ojos, Sheva apenas era una jovencita que trataba de hacerse la fuerte por el bien de su hijo. En ese momento le quedaba claro que el amor de madre era verdadero y no conocía los límites.
Después de tranquilizarse y calmar un poco la pena que la estaba embargando, dio un suspiro hondo y realizó la pregunta de la que no estaba segura si deseaba conocer la respuesta:
— ¿Hay alguna otra alternativa?
— Para tratar este trastorno, los donadores por naturaleza son los hermanos. Pero en este caso en que el niño es hijo único y que ahora sabemos que es por parte de madre el gen hereditario, su padre es el candidato idóneo.
"Su padre." Sintió estas palabras como un balde de agua fría. Para Sheva, Sean era su hijo, suyo y de nadie más. Siempre había sido así y mantenía la esperanza de que así fuera por el resto de su vida. Pero en el fondo, sabía que no podría ocultarlo por siempre, aunque ella hubiese renunciado a su trabajo y trasladara su residencia a un país lejano como Francia e iniciara una nueva vida desde cero, para que todos perdieran su rastro y nadie volviera a saber de ella el mayor tiempo posible.
A pesar de que no deseaba volver a ver nunca al padre de Sean, ella iría a buscarlo dejando atrás el pasado, su orgullo y su dolor con tal de que su pequeño recuperara la salud.
— Doctor, — dijo ella con voz suave, — ¿Cuánto tiempo hay disponible para que mi hijo reciba su tratamiento?
— Entre más rápido mejor, señora Alomar. Debo informarle que a pesar de lo complicado del estado de salud de su hijo, el niño es un chico fuerte y no ha presentado ningún episodio de dolor agudo, lo cual es una buena señal.
Al menos había buenas noticias. Tenía el tiempo suficiente para buscar al padre de Sean.
— Doctor Leblanc, no creo poder continuar el tratamiento de mi hijo aquí, en Francia. — Habló con franqueza la joven mujer. — Su padre vive en América y en todo caso, la trasfusión tendría que llevarse a cabo allá. ¿Cree que podría canalizar a mi hijo en algún hospital de Norteamérica?
— Por supuesto que sí, puede mandar un correo electrónico a la clínica de este hospital y con gusto canalizaremos a su hijo en cualquier clínica pediátrica de Norteamérica.
Después de realizar todos los trámites necesarios en el hospital, Sheva condujo a casa junto con Sean, y cuando ambos estuvieron en su hogar, fueron recibidos por Lancelot, su perro fiel.
Lejos de ser únicamente una mascota, Lancelot era también un miembro de la familia. Se trataba de un rottweiler enorme y musculoso de un hermoso pelaje color negro y unas pequeñas manchas de color café claro alrededor de las patas y el hocico. Cualquiera que conociera a Lancelot creería que no era la mascota ideal para un niño pequeño, debido a la falsa creencia de la agresividad y fortaleza de dicha raza de perros, pero Sheva que era una amante de los animales, educó con amor al can para que él fuera un perro obediente, fiel, y sobretodo cariñoso y sobreprotector con Sean. Sin duda la única diferencia entre las mascotas, era la capacidad del dueño.
Enseguida, Sheva se dispuso a darle un tazón de su cereal preferido al pequeño de ojos avellana, y mientras él disfrutaba de su cena ligera, ella caminaba de un lado a otro, pensando qué decisión tomar.
Sabía que ella no podía continuar con esto sola, forzosamente necesitaría de alguien más ¿pero a quién podría recurrir? Josh Stone, su hermano adoptivo que al igual que todos, desconocía la situación en que ella se encontraba y tampoco conocía la existencia de Sean, no se negaría a ayudarla en un momento así, pero Sheva no deseaba recurrir a él ya que no sabía si él manejaría de la mejor manera las presentes circunstancias. Parientes consanguíneos no tenía ninguno, o al menos no tenía el placer de conocerlos. Personas cercanas sólo a sus vecinos los Chavanel o los Fontaine, pero no les tenía la confianza suficiente como para hablarles de su pasado y pedirles ayuda, así que también quedaban descartados.
¿Quién podría ayudarla en un momento así?
Entonces, una idea brillante pasó por su mente como un rayo de luz que ilumina una noche oscura.
"Si algún día necesitas mi ayuda, no importa lo que sea, sólo pídemelo. Después de esto, cuentas plenamente conmigo." Eran las palabras que había escuchado de los labios de la mujer, pero que resonaban tan frescas en sus oídos que parecía no haber pasado tantos años.
Sheva nunca creyó que llegara a necesitar de la ayuda de esa chica, y aunque todo lo que ella hacía era desinteresadamente, ésta vez se veía en la necesidad de cobrar el favor.
Rápidamente corrió a su escritorio y sacó de allí un viejo directorio de la BSAA y hojeando el cuaderno encontró un número que tecleó con agilidad en el teléfono.
"Espero y siga conservando el mismo número." Dijo para sí misma, rezando para sus adentros porque la respuesta fuera positiva.
El teléfono sonó con pausas, pero ella esperó pacientemente. Después de algunos instantes más de espera, la llamada fue respondida.
— ¿Hola? — Respondió una voz femenina que se escuchaba un poco ronca.
Entonces la ferviente madre cayó en la cuenta que ella estaba al otro lado del mundo y que probablemente su receptora se encontraba durmiendo el sueño de madrugada. Se sintió apenada por haber despertado a su interlocutora, pero ya estaba hecho.
— ¿Jill Valentine? — Dijo la morena con voz dudosa.
— Ella habla. — Contestó con voz pastosa.
— Soy Sheva Alomar, ¿me recuerdas?
— ¿Sheva Alomar? — Replicó Jill con la voz un poco más recuperada por la sorpresa. — ¿En verdad eres tú?
— Sí. — Respondió débilmente.
— Sheva, ¡qué sorpresa oírte! ¡Cuántos años han pasado! Hace tanto tiempo que nadie sabía nada de ti.
— Lo sé, y es una larga historia. Jill, si te llamo a esta hora es porque necesito tu ayuda. — Soltó Sheva sin rodeos.
La mujer castaña se quedó muda en el teléfono al escuchar la tensión en la voz de Sheva y se preguntó si estaba pasando al malo.
— Claro que sí. No he olvidado mi promesa y por supuesto que voy a ayudarte, pero dime ¿qué necesitas? ¿Pasa algo malo?
Eran demasiadas preguntas para lo joven mujer, y sabía que no iba a poder responderlas sin romperse en la línea telefónica. Entonces decidió ir al grano con lo que necesitaba.
— Necesito que me ayudes a localizar a Chris, tengo que encontrarlo urgentemente.
— ¿A Chris? — Dijo la agente Valentine con desconcierto y agregó: — Sheva me estás asustando, ¿qué es lo que está pasando?
Y dando un suspiro hondo, la mujer resopló y contestó:
— Jill… Tengo un hijo de Chris.
A/N: ¿Qué les parece? Un poco cruda la historia, pero la idea es esa, mostrar personajes humanos con emociones y sentimientos. Creo que ya notaron que fiel a mi estilo, voy a agregarle mucho drama.
En el siguiente episodio veremos qué sucede con Sheva y su hijo y cómo Jill va a intervenir en todo esto.
Cualquier duda, crítica o comentario, no duden de expresarse en los reviews, su opinión para mí es importante, agradecería mucho que la hicieran saber.
¡Muchas gracias por leer!
