Fueron semanas desde que Wally en un arranque de desesperación y celos le había confesado a Kuki su afecto en una forma poco ortodoxa y un tanto agresiva. Sin embargo, Kuki solo oyó los hechos y las palabras, dejando a su corazón volar.

Desde entonces, todos los días después de clases, ella lo esperaba sonriente en la entrada principal, dejándole en bandeja de plata la oportunidad perfecta para que él hiciera algún movimiento.

Ella siempre sonreía de oreja a oreja esperando que él fuera su reflejo. Pero él siempre la veía, agachaba su rostro, hacia una mueca y miraba a otra parte, hasta el inevitable punto en donde coincidía con ella, y ya de frente, le miraba a los ojos y murmuraba un pretexto para no compartir el tiempo que ella quería.

La primera semana ella lo entendió, la segunda lo pensó, la tercera lo dudó y la cuarta lo comprendió. La escuela es pesada, los entrenamientos son largos y cansados, su hogar es un desastre disfuncional, sus amigos son parte de su mundo, lo excusaba.

¿Y ella? ¿No era tan importante como todo lo demás?

Ella no estaba segura si esas excusas eran verdad o no. Nunca se tomó la molestia de cerciorares de lo que el rubio decía fuera verdad. Ella solo se paraba ahí, en la puerta con la sonrisa mas apagada que el día anterior.

Una tarde, Wally le abordó camino a casa, jadeante.

-Hey. ¿Por qué no te vi hoy en la puerta?

-Tengo cosas que hacer.

Su sonrisa se había desvanecido y sus ojos rezaban por no encararlo.

-¿Hice algo malo? -descaradamente, el chico la tomó de un brazo para detenerla.

-No -respondió ella fastidiada, zafándose-. Solo tengo una cita. Eso es todo.

-¿Q-qué? ¿¡Con quién?!

-Con alguien que si tiene tiempo para mi.

Ella corrió con la garganta hecha un nudo hasta que no pudo mas. Volteo sobre su hombro esperando verlo deshecho por la noticia y que le implorara que no viera a ese inexistente ser. Pero solo estuvo ella, como en un principio.