Mi capricho

Brandon Stark era un niño cuando aquello ocurrió, tan solo un pequeño, que por un capricho de los dioses y los hombres, o al menos eso pensaba su madre lady Catelyn, quien antes de que aquello sucediera, le había rezado a los dioses por días y noches enteras, con el fin de que no se marchara. Que Ned no pudiera llevárselo, no a él, al niño de su corazón, aquel por el que todas las mañanas oteaba el cielo con el único propósito de ver su pequeña cabellera marrón reposando en las altas torres de la fortaleza. Podían quitarle todo, todo menos a Bran, todo menos sus niños, aquellos por los que sin dudarlo, daría la vida si fuese necesario.

Eso el muchacho lo sabía muy bien, sin ni siquiera hacer falta de que el maestre Luwin o su hermano Robb, le dijeran lo que su madre había hecho por el, durante todo el tiempo que paso sumido en la inconsciencia, el tenia en claro que ella no tenía la culpa de nada de lo acontecido, por más culpable que se sintiera, porque no existía otro verdadero culpable más que el mismo y nadie más. Pues la culpa era suya y esta lo acompañaría hasta la muerte.

Y era por eso que el lloraba mas por las noches, pues no tenía otra tristeza mayor que hacer, sentir culpable a su querida madre, quien nada tenía que ver con el devenir de las circunstancias.

Si tan solo le hubiera hecho caso aquella vez, cumpliendo su promesa, nada de eso hubiera sucedido, ahora todo sería diferente y el no se encontraría enjaulado entre aquellas paredes que eran su habitación, sino muy lejos, en camino a Desembarco del Rey y la Fortaleza Roja lo recibiría, con las puertas abiertas, mostrándose ante sus ojos un futuro prometedor. Pero eso ya no podría ser y todo por su culpa, por querer cumplir su estúpido capricho infantil.

Al fin entendía lo importante que era la palabra de un Stark, y por que debían ser hombres de palabra, tal como siempre le dijera su padre. Pero lo supo aprender de la peor manera, cuando ya no le quedaba nada de lo que sentirse orgulloso, ni su deseo de convertirse en caballero en la Guardia real ni su capacidad de trepar, ni su posibilidad de ir a guerrear como banderizo de su hermano, ni su palabra de hombre honorable, como siempre deseo ser, absolutamente nada.

Le había fallado, a su madre, a su padre, a su apellido, a el mismo. Realmente no merecía vivir, debía estar muerto, ese era el destino que él se había marcado aquel día pero si de algo estaba seguro, era de que los dioses eran caprichosos y que contra su voluntad nada se puede hacer, solo esperaba que no lo hicieran sufrir, ya bastante lo hacía.

Pero el invierno se acercaba y con él la larga noche, por eso lloraba en las noches, pues él sabía, que su tormento, acababa de empezar.