Hola! Bueno, vuelvo con otro fic cortito inspirado en el capítulo "Simple Explanation", que fue de los que más me marcó de toda la serie
Después de ver el capítulo, hubo dos personas que me llamaron especialmente la atención por su modo de vivir lo ocurrido: Taub y Trece. Y por eso escribí esta versión alternativa y dejé volar un poquito mi imaginación :)
Me inspiré ligeramente en la canción de Joseph Arthur Could We Survive? para el título y el fragmento del principio.
Sólo me queda decir que espero que os guste :)
Disclaimer: estos personajes NO me pertenecen; son propiedad de sus creadores y de la cadena FOX (¡qué más quisiera yo!). Yo sólo los utilizo para fantasear y escribir.
Could we survive?
Let'm protecting me from above
I can feel that tender love
When I'm in pain.
— Hmm dream, dream all your time away.
El frío matutino se cala hasta en sus huesos cuando baja del coche. Una neblina espesa —asquerosa, diría él— enrarece el ambiente, y hace que se sienta todavía más desdichado. Como un perro mojado. Aunque nunca lo dirá en voz alta.
Si llegar al recinto hospitalario se vuelve toda una odisea que le incomoda y le da miedo, el recorrido hacia el despacho de Diagnóstico se torna aún más sombrío y oscuro. Su monotonía le abruma. Y al empujar la puerta de cristal, se sorprende de lo silencioso y solitario que se ha vuelto todo de repente. El aroma del café apenas llega a sus fosas nasales, y el único movimiento que se aprecia es el de la mano de alguien garabateando datos sobre una hoja de papel.
Enciende las luces. Todo se vuelve artificial durante unos segundos. Casi tiene la sensación de que nada es real aquella mañana, y por un momento desea que, efectivamente, todo sea un mal sueño.
—Buenos días, Taub.
—Buenos días, Trece.
Se sorprende al ver que la joven médica es quien está allí sentada, con una tranquilidad pasmosa, escribiendo sin cesar. Es más, ni siquiera vuelve a elevar la cabeza tras saludarle. No puede explicarse qué hace allí, ni cómo demonios podía ver lo que anotaba con la luz apagada.
Encogiéndose de hombros, se gira para colgar su gabardina en el perchero.
— ¿Llevas aquí mucho tiempo?
Ha decidido que no puede soportar el silencio durante más tiempo.
—Algo más de una hora. Tenía informes atrasados.
Taub eleva una ceja con escepticismo, sin creérselo. Trece no es de las que dejan informes sin cubrir y acumulan trabajo, y tampoco de las que madrugan para entrar antes sólo por el mero hecho de perder el tiempo. Pero no se atreve a rebatir su argumento, por lo menos no en voz alta. Él no quiere abrir la boca, y está seguro de que ella tampoco quiere escucharle.
Otra vez esa maldita quietud que chirría en sus oídos y le pone nervioso.
— ¿Qué tal lo llevas?
—Ya estoy casi acabando…
—No me refiero a eso.
No puede resistirse a preguntárselo. Su curiosidad es claramente superior a la obligación de comportarse de una forma moralmente correcta. Y, de todos modos, no pueden eludir el tema eternamente. Por muy recientes que sean los sucesos, por mucho que les duela, guardárselo sólo sería un craso error que les llevaría a pudrirse por dentro.
—Pues yo no tengo ganas de hablar de eso.
Lo dice con retintín, esquivando la respuesta evidente. Taub vuelve a mirarla con suspicacia, como si estuviese leyéndole la mente. Y sin mediar palabra —no de momento, no ahora—, se sienta frente a ella, observándola atentamente, esperando descubrir algo más si permanece un par de minutos escrutando su rostro.
—Hablar es el único modo de superarlo.
Se está contradiciendo y lo sabe, pero toda eso hipocresía repentina no varía ni un ápice su expresión taimada. Cuando recibió la noticia, creyó que procesar el dolor interiormente le ayudaría. Ahora sabía que no era verdad.
Y todavía le quemaba la garganta al acordarse de la impotencia, la rabia, la soledad. Somos amigos, le había dicho tantas veces… y ni las lágrimas, ni el cálido regazo y las palabras de aliento de su mujer habían bastado para calmar su dolor. Él siempre había mantenido una clara frontera entre el trabajo y los amigos, y esa frialdad era ahora lo que más le pesaba en la conciencia.
Kutner no va a volver por mucho que se arrepienta ahora de su modo de actuar.
Y le duele, porque sabe que las cosas podrían haber sido de otro modo. Intenta bloquear su desbocada imaginación, pero los pensamientos fluyen a una velocidad vertiginosa y son, francamente, tan irreflexivos y carentes de sentido como tortuosos. No puede: la muerte provoca en nosotros un sentimiento de culpa inevitable e implacable.
Aunque eso tampoco lo va a decir en voz alta.
