Lo que soy.
Carta de Ken a un amigo.
La oscuridad fue siempre mi mayor temor, el obstáculo más grande de mi vida. Si bien no podía negar que había logrado escapar de sus fauces -o mejor dicho, que me habían rescatado de ellas-, nunca dejé de sentirme amenazado y mi máxima esperanza fue siempre que desapareciera por completo.
Sabía que eran mis temores y tristezas quienes la alimentaban y fortalecían, así que trataba de controlar mis pensamientos turbios. Y aunque no siempre resultaba, nadie podía negar que al menos lo intentaba. No obstante, el pasado era mucho más fuerte y cada tanto escenas de mi ayer volvían a mi mente como flashes de una cámara fotográfica, recordándome lo que había hecho, quién había sido. Era en esos momentos en los que sentía que la amenaza de la oscuridad se volvía imponente.
Era una batalla interminable y jamás imaginé que el antídoto de ese mal fuera tan sencillo y accesible como lo fue. Pero tú siempre simplificas todo, percibes hasta al más grande de los problemas como una dificultad insignificante y mágicamente tu mirada convierte la realidad en algo no tan desastroso. Mis percepciones tienen el efecto completamente contrario.
Yo me seguía sintiendo ese Emperador maldito y estaba seguro, en mi imperceptible egocentrismo, que moriría siéndolo. Que escupirían sobre mi tumba y recordarían mi nombre con desprecio. Te lo comentaba frecuentemente con timidez y tú le restabas importancia, haciendo algún comentario que poco tenía que ver con lo que me sucedía. Veías las cosas de una manera muy diferente.
Pero todo cambió esa noche. ¿Te acuerdas? Cuando te repetí lo que habías oído hasta el cansancio no reaccionaste como siempre, quitándole dramatismo. Por primera vez me miraste molesto. Suspiraste y me dijiste que estabas harto y que me darías un buen golpe si no me callaba de una vez por todas.
—Ya nadie te recuerda por lo que fuiste —me dijiste, irritado— Te ven y te recordarán por lo que eres: incapaz de matar una mosca.
Tu reacción y tu comentario me sorprendieron y no pude responder. Las circunstancias nos llevaron a otro tema y nunca te volví a mencionar ninguno de mis miedos. Tu enojo se esfumó al instante, pero lo cierto es que tus palabras se quedaron instaladas en mi mente: no te recordarán por lo que fuiste, sino por lo que eres.
Eran palabras tan sencillas, y aun así, tan repletas de consuelo. Me aferré a ellas cada noche difícil y con el tiempo comencé a sentir la oscuridad cada vez más lejos. Tenías razón, ya no soy lo que fui, y lo importante es quién soy hoy. Me ayudaste a diferenciar el pasado del presente y del futuro sin pretenderlo. Me obligaste a conocerme. Y tampoco fue la primera ni la última vez.
Eres la fuente constante mis reflexiones y el que me ayudó a resolver la mayoría de mis problemas existenciales, aunque nunca te hayas dado cuenta. ¿Cómo lo haces? ¡Y a mí me llamaban genio! ¿Ves, Daisuke, qué ciego que está el mundo?
