-No creo que se enoje, se podría decir que ya casi somos amigas ¿No? Después de todo lo que pasó en el bosque encantado y las últimas cenas con Henry ganamos mucha confianza, definitivamente. ¡Si prácticamente ya no me asesina con la mirada! No hay mejor prueba que esa. Sí, estoy segura, no se va a enojar. No puede enojarse. Por favor que no se enoje, ¡Dios! Es claro que se va a enojar y me va a estrangular con sus propias manos antes de dejarme terminar de hablar – Se exasperaba Emma a cada segundo más, caminando distraídamente en dirección al despacho de Regina.

-Señorita Swan buenos dí…¡Señorita Swan! ¿A dónde va? ¡No tiene cita, señorita Swan, no puede pasar! –Exclamaba la secretaria de la alcaldesa, pisándole los talones a la rubia que ya abría la puerta sin golpear y aparentemente sin escuchar las quejas a su lado – Lo siento, señora alcaldesa, no pude frenarla – La cabeza de Regina se levantó de golpe y observó la escena sin un ápice de emoción en su rostro.

-Está bien, retirate – Habló en un tono frío, sus ojos enfocados en Emma que tenía una ligera expresión de desesperación en su cara. La secretaria cerró la puerta tras ella – Adelante señorita Swan, póngase cómoda, puede venir cuando desee que yo no tengo nada mejor que hacer en mi día que atenderla a usted, por supuesto – Si su tono anterior había sido frío, esta vez estaba cerca de ser helado - ¿Acaso piensa pintar mi despacho o es que ya ni merezco que se vista con un mínimo de elegancia? –Escudriñó sus anchos y raídos pantalones.

-Regina – Prácticamente susurró Emma, acercándose hasta dejar caer su cuerpo en una de las sillas frente al escritorio de la morocha, abatida.

-Sí, señorita Swan, ese es mi nombre ¿Vino a recordármelo? Podría haberse ahorrado las molestias – Gruñó con un peligroso tono.

-Regina – La nombrada rodó los ojos – Tengo un problema. Un gran problema, en realidad.

-Y eso me importa ¿Por qué…? – Levantó una ceja en su típico gesto de interrogación, glacial.

-¿Porque soy la madre de tu hijo? – Regina endureció aún más su mirada – Eh… ¿Porque soy la salvadora? ¿La sheriff? ¿La …

-Swan, si algo sé valorar es mi tiempo. Sabe que nada de eso me interesa en lo más mínimo. Ahora márchese, algunos sí trabajamos - Regina dio por finalizada la conversación y bajó su mirada para ponerse a trabajar nuevamente, sin embargo, un minuto después la mujer rubia seguía frente a ella.

Suspiró resignada, observando el gesto desesperado de la rubia.

-¿Qué demonios pasa? – Dejó caer el bolígrafo que sostenía y dirigió toda su atención a ella.

Emma pareció volver a la realidad y dejó de estrujarse las manos, pasándolas por su pantalón para secar la húmeda transpiración producto de los nervios. Luego inspiró y expiró tratando de calmarse.

-EstabaPracticandoUnHechizoPeroMeSaliómalYahoraTengoUnPene – Dijo todo de corrido y sin respirar, recibiendo como respuesta la ceja alzada de la alcaldesa que poco había podido entender.

-¿Qué? – Ladró, molesta de estar desperdiciando su tiempo.

-Yo… Estaba practicando un hechizo pero debió salirme mal porque, bueno, ahora tengo un pene – Volvió a repetir Emma, esta vez en un susurro, con la vista fija en su regazo esperando pacientemente que Regina la asesinara de alguna manera innovadora y cruel.

Sin embargo todo lo que recibió de la alcaldesa fue una gran carcajada rompiendo el tenso silencio. La morocha reía abiertamente, con la cabeza tirada hacia atrás y las manos en su vientre, como si fuese a estallarle el cuerpo de la diversión. Emma no podía creer que lo veía, de todas las reacciones que creyó que tendría Regina, ninguna era reírse hasta el cansancio. Tras varios minutos con la rubia de brazos cruzados y gesto molesto, la mujer logró calmarse.

-Bien, así que…Tiene un pene. Un pene – Repitió y soltó varias carcajadas más, teniendo que limpiar las lágrimas que se le escapaban de los ojos. Carraspeó al ver el rostro serio de Emma – Entonces ¿En qué puedo ayudarte? Haga el contra hechizo y ya.

-¿Me cree tan idiota, su majestad? –Bramó enfurecida la rubia.

-Bueno, no quisiera resaltar lo obvio pero tiene un pene – Respondió divertida.

-El hechizo dura entre veinte y treinta días – La ignoró Emma – Por lo tanto, necesito unas vacaciones. No puedo pasearme vestida así para que no note mi no-tan-pequeño problema –Remarcó - Sin contar que no sé cómo diablos controlar una erección y eso me generaría bastantes problemas para convivir en sociedad.

Regina volvió a adoptar su gesto serio, sin embargo en sus ojos bailaba un brillo de diversión.

-Ni pensarlo, Señorita Swan, deberá buscar la forma de solucionar su, según dice, no tan pequeño problema – Levantó una ceja, esta vez con un leve gesto de coquetería que desconcertó a Emma.

-Regina, por favor, las cosas están tranquilas en el pueblo, no pasará nada si me ausento un tiempo – Rogó la rubia, en un tono de voz que hizo recordar a la morocha al hijo que tenían en común.

-No me preocupa eso, Sheriff, podría poner a un lobo en su lugar que no notaría la diferencia – Se burló.

-¿Cuál es el problema entonces? – Cuestionó, esquivando el golpe.

-Ninguno en absoluto, me llena de placer la idea de verla conteniendo sus… ¿Cómo dijo? Erecciones.

-¿Placer? – Inquirió Emma, con sus dos cejas alzadas.

-No de ese tipo, Señorita Swan, no se haga la graciosa – La fulminó con la mirada – Está bien, supongo que puede tomarse esas vacaciones, ya pensaré cómo me lo pagará. Ahora déjeme trabajar – Resolvió la alcaldesa, haciendo un ademán con su mano en dirección a la puerta.

-¿Mamá? ¿Mamás? – Se sorprendió Henry, entrando con su mochila al hombro - ¿Estaban discutiendo? – Se acercó hacia ellas, saludando a una y luego a otra.

-Para nada, cariño, Emma vino a pedirme unas vacaciones y se las concedí – Le sonrió con dulzura.

-¿Vacaciones? ¿A dónde te vas? – Los ojos de Henry buscaron los de su otra madre.

-Eh… No lo sé aún, chico.

-¿Y por qué te vas? – Volvió a preguntar, con su cabeza ladeada y su ceño fruncido, sin entender qué estaba pasando.

-Necesita descansar, Henry – La ayudó la alcaldesa.

-Sí, así es – Sonrió Emma.

-Bueno – Se encogió de hombros, conforme con lo que le habían dicho - ¿Cuándo nos vamos? – Cuestionó, tomando por sorpresa a ambas mujeres.

-Nosotros no iremos a ninguna parte, cariño, ella irá – Aclaró la morocha.

-No me gusta eso, vayamos los tres, yo también quisiera alejarme un poco de este pueblo – Sonó abatido, ensombreciendo la mirada de Regina – Ya saben, los chicos hablan mucho y no quiero seguir peleando para defender a mi madre la Reina Malvada.

-¿Cómo que peleando? ¿Qué chicos? – Exclamó la morocha, alarmada por no haberse dado cuenta antes de lo que le pasaba a su hijo.

-Chico, ¿Alguien te está molestando? – La rubia también se preocupó.

-No más que a ustedes, ¿Verdad? – Se encogió de hombros, pasando su peso de un pie al otro – Por favor, mamá, hace años que no tomamos unas vacaciones – Suplicó el joven, con una mirada de cachorro mojado que había comprado a Regina desde el minuto uno.

-¿Qué voy a hacer con vos? – Se quejó divertida la alcaldesa, tirándo del brazo de su hijo para acercarlo a un abrazo que respondió efusivo.

-¿Eso es un sí? – Sonrió contra el hombro de su madre.

-Pregúntale a tu otra madre – Le respondió Regina, sintiendo como Henry se separaba de ella y desviaba toda su atención hacia la rubia, que tenía cara de perdida y asustada.

-¿Nos vamos de vacaciones?

Henry estaba tan entusiasmado que Emma no tuvo el valor de hacer otra cosa que no fuese asentir y dejarse envolver por el abrazo de su hijo. Su mirada conectó con la de Regina por encima del hombro del niño.

-Henry, antes tu madre debe explicarte por qué necesita las vacaciones – La morocha interrumpió, divertida al ver la repentina palidez de Emma.

-¿En serio, Regina? – Inquirió la rubia, con una dura mirada y su ceño fruncido, incapaz de creer la broma que la alcaldesa le estaba gastando.

-Seamos prácticas, Señorita Swan, no podrá ocultárselo si vamos a convivir el próximo mes – Respondió, encogiéndose de hombros como si eso no fuera con ella.

-¿Qué pasa, mamá? ¿Estás enferma? – Se preocupó.

-No, chico – Suspiró resignada – Verás ¿Viste que las mujeres y los hombres tienen cosas diferentes entre sus piernas? – Explicó incómoda.

-¡Mamá, tengo doce años! – Exclamó aún más incómodo su hijo. Regina los observaba divertida, recostada en su cómoda silla de cuero.

-¡Ya sé, chico! – Bufó – Hice mal un hechizo y ahora tengo lo mismo que vos, pero sólo temporariamente – Aclaró.

Los ojos de Henry se abrieron al máximo, luego bajaron hacia la entrepierna de su madre, que se tapó enseguida.

- ¡Eh! Los ojos arriba – Lo retó Emma, frunciendo el ceño cuando su hijo se empezó a reír, igual que su madre momentos antes - ¿Hoy es el día nacional de reírse de mí? ¿Acaso creen que es divertido?

Henry y Regina intercambiaron una mirada silenciosa y volvieron a estallar en risas para mayor molestia de la sheriff que esperó pacientemente a que madre e hijo se calmaran.

-Bueno – Volvió a hablar el niño, con su pecho aun subiendo y bajando rápidamente – Podrían darme una hermanita ¿No? – Sugirió sonriente, haciendo que la mandíbula de sus madres se desencajara de la sorpresa.

Emma sin embargo se recuperó más rápido y decidió devolverle el favor a la Reina.

-No es una mala idea, chico ¿Qué le parece, señora alcaldesa? – Blandió una perversa sonrisa ante la horrorizada mirada de la morocha.

-No, ni hablar. Jamás sucederá eso entre usted y yo, señorita Swan. Quítese ya esas fantasías de la cabeza – La amenazó.

-¡Pero mamá, no quiero ser hijo único! – Se quejó Henry, dejando golpear sus brazos a los lados de su cuerpo.

-Pero nada, Henry, no está en discusión – Finalizó Regina, enviándole una mirada a la rubia con la clara advertencia de que no se le ocurriera volver a interferir – Ahora si me permiten, debo seguir trabajando. Vayan a merendar y a preparar sus maletas, saldremos mañana por la mañana – Sonó tajante.

Emma se levantó más animada de lo que había llegado y observó cómo su hijo se despedía de su madre para ir junto a ella hacia la puerta. Antes de salir, giró su cabeza y sus ojos chocaron con los de la alcaldesa, quien le dedicó una mirada tan indescifrable como intensa. Algo se removió dentro suyo, sin embargo no pudo identificar qué. Apartó los ojos, repentinamente nerviosa y cerró la puerta. Al final, las cosas no habían ido tan mal como pensaba en un principio, sin embargo le inquietaba la idea de pasar el próximo mes encerrada en el mismo lugar que Regina Mills. La endiabladamente sexy Regina Mills.