NUEVAS DROGAS & PLACEBOS TRADICIONALES.

Nota de la autora: Nada es mío. Ni House, ni Cuddy, ni Wilson ni los "patitos", aunque soy la orgullosa propietaria del psicoterapeuta Matt Shore, a quien conoceréis en el futuro.

Dedicado a "Henry" que, aunque probablemente no lo leerá nunca, es tan obsesivo de House como yo, o incluso más.

Capítulo 1.

-¡House!- bramó Cuddy en cuanto me vio cruzar la puerta.

Ya empezábamos con el rollo de todas las mañanas. Puse los ojos en blanco y suspiré. ¿Es que no podía dejar ni por un solo día los reproches por llegar tarde? Debía buscarse una excusa nueva para gritarme, por variar un poco.

-Ya lo sé, Cuddy, llego tarde.- dije.- Fíjate bien en el tiempo verbal: no digo "he llegado" ni "llegué", sino "llego". Presente simple¿sabes? Expresa costumbres y hábitos.

Ella me dirigió una mirada asesina. ¿Qué le pasaba ahora¿Síndrome premenstrual, tal vez? Sin embargo, me extrañó aún más cómo se dulcificó su expresión un momento más tarde. Toda una mantis religiosa hembra. Seducen a los machos para después comérselos mientras... bueno, todos sabemos mientras qué. Muy macabro.

-No es eso.- dijo ella. Anda, iba a cambiar de táctica.-¿Cómo va tu pierna?

-Mal, gracias.- respondí.-¿Por qué¿Te sientes culpable por no haberme querido poner otro chute de morfina?

-No era morfina.- dijo, y creí verla disfrutar con ello.

Echamos a andar por el pasillo.

-Bueno, bueno, tú ganas, caí ante un placebo como cualquier idiota medio.- admití. Será la última cosa que Greg House te admitirá en tu vida, guapa.

-House.- repentinamente se puso seria.- Un dolor crónico como el tuyo no se calma con un placebo por mucho que uno quiera.

-Oh, perdona.- me llevé la mano al pecho.- ¿Crees que lo decía por cumplir?

-No bromees.- me cortó.-Esto es serio. Ayer hablé con Wilson y...

-¡Qué?- la interrumpí-¡Se lo has contado?

Ella se encogió de hombros. Maldita farsante dominante. Un día te coge con los pantalones bajados y te pone una inyección prometiendo que será vuestro secreto, y al siguiente ya está yendo con el chisme a tus amigos.

-Es tu amigo.- se justificó.-Tenía que sacar información de alguna parte.

Increíble. Acabas de arreglarme la vida, Cuddy.

-¿Qué coño ha sido del secreto profesional?- pregunté.

-Mira quién habla, el que se limpia el culo con el juramente hipocrático. Estaba preocupada por ti.

Me detuve.

-¿Has dicho culo?

-¡House!

-Vale.- qué poco enrollada. Incluso nos habríamos reído.-¿Preocupada por mí o por mi juicio profesional?

-Ambas cosas.- reanudó el camino.-Y bueno, los dos estamos de acuerdo.

Vaya, vaya, la gran maestra del misterio corta las frases en lo mejor esperando que le preguntes el final, mordiéndote las uñas de la intriga.

-¿en qué?- pregunté en tono cansino.

-En que es psicosomático.

Felicidades, Jimmy Wilson. Te has salido con la tuya.

-House.- Cuddy parecía dispuesta a desgastar mi nombre aquella mañana.-Necesitar ayuda.

La miré. A ver si de una vez por todas podía acabar sus razonamientos solita.

-Ayuda psicológica.

-Fingiré que no he escuchado eso.- canturreé, mientras intentaba adelantarme. No lo conseguí. Maldita pierna.

-He concertado una cita con uno de los mejores psicoterapeutas de Plainsboro. Esta mañana, a las once.

Miré mi reloj.

-Dentro de una hora.- dejé caer.- Vale.

Eché a andar hacia mi despacho, alejándome de ella.

-No vas a ir¿verdad?- la voz de Cuddy me persiguió hasta allí.

Abrí la puerta.

-Lo intentaré, pero no te prometo nada.

Habría entrado de no ser porque su cara me pareció incluso más seria de que costumbre.

-House, no vale con que lo intentes.

Me miró.

-Si esta tarde no tengo el informe de la sesión sobre mi mesa, me temo que tendré que despedirte.- amenazó, pero con el tono firme y al mismo tiempo apenado de una madre que deja a su hijo sin salir.-No puedo confiar la vida de personas a alguien mentalmente inestable. Y ahora al trabajo. Ya te has retrasado bastante.

Y dio media vuelta y se largó con toda la desfachatez del mundo.


-Bruja retorcida... reprimida... y...

Sí, esa es la versión suave de lo que andaba murmurando sobre Cuddy cuando me crucé con Cameron.

-Tenemos una paciente.- dijo, a modo de saludo.

-No me digas.- repliqué de mala gana.

Seguramente no me había oído despotricar, sus virginales oídos ni siquiera reconocían el significado de aquellas palabras que yo andaba pronunciando.

-Dispara.- le dije.

Ella hojeó la carpeta y empezó a enunciar.

-Mujer, dieciséis años, presenta pérdida de equilibrio, mareos, náuseas y vómitos.

Ah, genial. ¿Por qué todos los casos tienen que empezar con alguien vomitando?

-Perdió el conocimiento esta mañana, por eso su madre la ha traído.

-Interesante.- lo dije por decir algo.- ¿Cuánto tiempo estuvo inconsciente?

-Alrededor de un minuto, creo.

Enarqué las cejas.

-¿Crees?

-¿Es impresión mía o todavía estás más irritable que de costumbre?- observó, mientras llegábamos a la habitación de nuestro primer caso del día.

-No estoy irritable, estoy cabreado, pero eso no te incumbe.

Cameron me miró, extrañada.

-¿Por qué?

No me apetecía hablar de ello. De hecho, ni siquiera me apetecía recordarlo, así que empujé la puerta y entré en la habitación dispuesto a empezar y acabar con ello lo antes posible. Quedaban veinte minutos menos para la maldita cita con el loquero. Maldita Cuddy.

-Señora Bell, éste es Gregory House, el...- comenzó a presentarme Foreman, que no sé cómo, ya estaba allí.

-A ver¿qué pasa?- le interrumpí.

En la cama estaba una chica joven, de aspecto casi adolescente. Rubia, delgada, ojos grandes, aletargada como si acabara de chutarse con algo. Mmm. Drogas. Primera hipótesis a tener en cuenta.

-No lo sé, ayer empezó a vomitar y a marearse, pensamos que era algo que había comido.- explicó la madre.- Pero esta mañana se desmayó y me asusté.

-Muy bien.- murmuré, y después le comenté a Foreman- Podría ser un virus. Hay uno bastante jodido corriendo por ahí.

-No tiene fiebre.- me rebatió él.

Era una explicación demasiado obvia. Fácil viene, fácil se va. Decidí preguntarle a la propia cría.

-¿Cómo te llamas, chica?- le pregunté mientras le arrebataba la historia a Cameron y le echaba un vistazo. Bah. No es anoréxica, no bebe, no fuma, hace deporte regularmente. Dios, la cantidad de chorradas que les meten los adolescentes a sus médicos para que sus padres no se enteren de nada.

La joven levantó la mirada hacia mí, como si estuviera dormida, abrió la boca para hablar...

-Vale, tómate tu tiempo, era una pregunta difícil.- contesté, extrañado.

-Se llama Diane.- la voz de su madre, visiblemente preocupada, emergió por mi espalda.- Diane Bell.

-Diane.- dijo la chica entonces.

Miré mi reloj. ¿Cuánto había tardado en contestar¿Veinte segundos?

-¿Y tu edad?- insistí.

Otra vez el mismo ritual de entenderme, abrir la boca para que...

-Te he dicho que dieciséis.- apuntó Cameron.

Le hice un gesto para que se callara.

-Mierda, Cameron, ya lo has estropeado.- le reñí.

Suspiré. Hoy no estaban dispuestos a dejar que me saliera nada bien. En fin. Tal vez era hora de probar con alguna pregunta más íntima. Algo que sólo pudiera contestar ella.

-¿Cuál es el tío del instituto al que más te gustaría tirarte?- pude oír un grito ahogado de la madre. No le hice caso.-No te preocupes, quedará entre nosotros dos.

Me giré y les brindé una sonrisa a todos los de atrás. No sé a qué venían esas caras de escándalo. Vale, para la madre era nuevo pero Cameron y Foreman ya me conocen. Me volví de nuevo hacia la chica para verla reaccionar, tan escandalizada como la estrecha de su madre.

-Eso no es asunto suyo.- replicó, en el mismo tono monocorde de antes.

-Sabía que dirías eso.- respondí. Le lancé la carpeta a Cameron.- Apunta, aumento del tiempo de reacción, y en general, lentitud de la actividad mental.

La carpeta cayó al suelo y Cameron tuvo que agacharse a recogerlo y apuntar al mismo tiempo.

-Necesita entrenamiento.- la justifiqué mirando a la madre.

Ella me lanzó una mirada de desprecio. No le gustaba. Y ella a mí tampoco, pero en fin.

-¿Qué le pasa a mi hija?- preguntó.

-Creo que lo averiguaremos muy pronto.- respondí. Esta vez me dirigí a Foreman, la pobre Cam ya andaba sobrecargada.- Análisis completo de tóxicos para la niña.

-¿Qué?- la madre saltó en menos de una décima de segundo. Lo que le faltaba a su hija de capacidad de reacción le sobraba a la madre.- ¡Mi hija no toma drogas!

-No, señora Bell, claro que no, y Elvis tampoco las tomaba.- ironicé.-Esas pastillas que encontraron en su estómago eran para la tos.

En vista de mi falta de consideración se volvió hacia Foreman, pensando que sería más comprensivo.

-Si hubiera probado algo, me lo diría.- argumentó.

-Si yo hubiera tomado drogas a los dieciséis años, dé por seguro que no se lo diría a mi madre. A menos que ella también fuera una yonqui.- la miré a los ojos.- ¿Y usted no lo es, verdad?

-¡Pero bueno¿Qué clase de falta de respeto es ésta?- replicó ella, toda indignada.

-No lo es¿verdad?- le palmeé la espalda.- Bueno, entonces vamos con la prueba de tóxicos. Sabremos qué es lo que se ha metido su hija. Verá qué bien.

Me dirigí hacia la puerta de la habitación. Ya tenía suficiente de aquella historia. Y además se acercaba la hora del lavado de cerebro.

-¿Adónde vas?- me preguntó Foreman.

-Tengo cita con el psicólogo.- expliqué.

Él sonrió.

-Vamos, es la peor excusa para saltarte consultas que te he oído nunca.

Sacudí la cabeza.

-Desgraciadamente, esta vez es verdad.

Salí de la habitación. Maldita Cuddy.


Nota: El caso es real... y más de uno seguro que habéis leído que es lo que realmente le pasa a Diane.