N.A: Este es el primer fic con esperanzas de ser largo. Digo esto porque soy un caos, tengo millones de ideas que se entrecruzan y desdibujan constantemente y a la que un flash de idea se me cruza tengo que dejarlo todo e ir a ello. Por eso, no prometo nada con esta historia que ha nacido de un ataque repentino de amor hacia Tavros x3 Secretamente el amor de mi vida. LOL Perdon.

Eran las tres de la mañana y la jornada laborar como camarero terminaba, pero con ello llegaba la jornada como novio y la jornada como hermano mayor. No es que me queje de mi vida así de buenas a primeras, pero Rufioh Nitram está un poco cansado de sus obligaciones. Es dramático que diga esto teniendo apenas veinticuatro años, pero es así. Hacía pocas semanas mis padres habían muerto en un accidente, como tal yo tuve que acarrear con todas las responsabilidades que ellos habían abandonado al marcharse a la otra vida. Ni tan siquiera había tenido tiempo de dibujar mi último manga, y considerando que mi sueño era ser publicado, era un poco patético por mi parte.

Como ya he mencionado trabajo como camarero en un bar de mi pueblo, el Handmaid. Es un bar muy popular así que aun que no tengo una figura sexy y esbelta de mujer consigo bastantes propinas, además si algún borracho feliz se propasa con mis compañeras me convierto en su caballero de brillante armadura y las defiendo. La dueña del bar es Damara Megido, afortunadamente para mí, además de mi jefa es la tía buena de mi novia. Ella me contrató antes de que saliéramos juntos, no os penséis que soy tan aprovechado, y bueno mi encanto natural se encargó del resto.

Pero dejando aparte las presentaciones, ya había acabado mi turno y el bar estaba por cerrar.

— Vamos Rufioh, quédate a dormir conmigo — dijo Damara abrazándome por detrás mientras terminaba de limpiar mi última mesa. Me echaba en falta, y era normal desde que mis padres se habían montado en aquel coche que les llevaría a su último viaje, Damara y yo no habíamos tenido casi momentos a solas. Me giré y la acaricié, estaba teniendo tanta paciencia conmigo que me sorprendía.

— No puedo quedarme — dije algo hastiado, en realidad me apetecía pasar tiempo con ella pero estaba tan cansado que la idea de tener sexo me agobiaba soberanamente. — No puedo dejar a Tavros solo en casa toda la noche, no es que esté muy equilibrado últimamente.

Damara se rio, de algún modo lo estaba usando como escusa pero era cierto. Mi hermano estaba destrozado por la muerte de nuestros progenitores.

Mi chica, flamante en aquel vestido rojo, se merecía a un novio mejor, o por lo menos una mejor parte mi y no lo que penosamente ofrecía yo. La besé en los labios, despacio, como un acto afectivo pero tal como suponía, ella no se iba a conformar. Noté sus manos desabrochar el cinturón de mis ajustados jeans negros, me apoyé en la mesa y apreté el cuerpo de ella contra el mío, después de todo íbamos a tener sexo.

Su respiración se volvió más agitada cuando empecé a besar su cuello, era su punto débil. Ella acariciaba mi espalda y tiraba de mi camiseta, agradecí que fuéramos los últimos en el bar. Nuestra primera vez no distaba mucho de aquello, solo que había sido detrás de la barra. Observé como mi chica se alejaba un poco de mi para deshacerse de aquel vestido de corte asiático, quedándose en aquel corpiño y aquel tanga de encaje que tanto me gustaba. La empujé contra uno de los sofás. Nos tendimos los dos, el uno sobre el otro, forcejeando por tocarnos y rozando nuestros cuerpos. Escurrí mis dedos entre sus muslos tal como a ella le gustaba que hiciese, ella lamia los dedos de mi otra mano mientras yo hundía mi cabeza en sus bonitos pechos. Sus jadeos me excitaban más que cualquier otra cosa en este mundo.

En aquel condenado momento mi teléfono móvil sonó. Vale, al principio yo no quería pero… A aquellas horas de la noche solo me podían llamar por dos circunstancias. La primera se llamaba problemas y la segunda era un sinónimo ambiguo llamado Tavros.

Me paré aún oyendo el tono de mi teléfono sonar, miré a Damara que suspiró impaciente. Sus ojos me decían que si cogía el teléfono me despidiese de terminar. Me mordí el labio, echaba tanto de menos poder ser un capullo infantil sin responsabilidades, ella también echaba de menos al Rufioh que era así. Me incorporé y me subí los pantalones, tomé el teléfono del bolsillo mientras observaba a Damara vestirse algo molesta conmigo.

— ¿Si? — contesté para oír la voz de mi hermano pequeño al otro lado del hilo telefónico.

— ¿Rufioh, vas a tardar mucho? Es que no puedo dormir solo en la casa— Suspiré, era un poco mayor para hacer aquellas cosas. Supongo que es lógico que se comportase de aquel modo, después de todo era la primera vez que yo tenía turno de noche desde el accidente y él nunca se había quedado solo en aquella casa junto a las ruinas de un viejo hospital del siglo pasado.

Los Nitram habían sido dueños de aquel sanatorio arcaico hasta que el estado decidió clausurarlo en los años 60, mucho antes de mi propio nacimiento, y allí en medio de un bosquecillo se alzaban las ruinas del edificio no demasiado lejos de la que era nuestra casa. Una casa demasiado grande para nosotros si cabe decir, pero que con aquella aura fantasmagórica que le daba el hospital abandonado no era nada fácil de vender.

— No, enseguida estoy ahí, tú solo vete a la cama — desde el auricular podía oír los pasos de Tavros por la casa. Como hacía calor, no me puse la camiseta y me dirigí directamente al coche. — No te preocupes, deja alguna luz encendida si quieres.

— Pe-pero no cuelgues— su voz temerosa era encantadora. Si no lo sabías apreciar, era un coñazo de crio como algunas veces había apuntado Damara, pero en cierto modo a mí me gustaba aquella necesidad absoluta que tenía de mí, aun que me fastidiase algunos momentos. Era reconfortante pensar que alguien en este mundo no podía concebir su propia existencia sin tu presencia.

No me mal interpretéis, pero a veces deseaba que Damara me necesitase de ese modo, ella no era demasiado cariñosa y saltaba al sexo a la primera de cambio. No es que no me gustase el sexo, pero deseaba que alguna vez me llamase y no fuera para decirme cosas subidas de tono.

— Vale, pero tienes que empezar a ser más decidido — continué hablando con él todo el rato. En realidad me iba bien, siempre he odiado conducir de noche, así que me ayudaba a relajarme un poco. — Oye, ya estoy en el desvío que sube hasta casa, voy a colgar.

El asintió temeroso y colgué. Enseguida pude ver el porche de la casa de estilo victoriano, con columnas de mármol. Sus tres plantas eran impactantes y las vidrieras de tiffany le daban un toque colorido. Era una casa impresiónate, digna de una película de terror tipo de the house in the haunted hill con el sanatorio al lado. Aún que yo mismo había comprobado que el sanatorio no estaba encantado, en mi adolescencia me había adentrado miles de veces para ver las desnudas paredes de aquel sitio y aterrorizar a alguna chica para que se dejase abrazar ante el peligro inventado.

Aparqué el coche en mi plaza de parking, como si mi mente me dijese que la plaza grande estaría ocupada por el coche familiar monovolumen de mis padres. Me gustaría pensar que me adapté rápidamente a todos aquellos cambios pero no era así. Mi consciencia seguía traicionándome, echaba en falta las cenas que preparaba mi madre y las broncas de mi padre por no intentar llegar más lejos en mi vida y sacarme una carrera universitaria.

Cuando entré por la puerta de casa, la luz del comedor estaba encendida. Tavros estaba acurrucado en el sofá con el teléfono aún en la mano. Le mandé a la cama y me dirigí a mi cuarto.

La vieja sala de consultas de mi padre se había convertido en mi cuarto. Había quitado de allí el diván y todos esos libros de psicoanálisis y psicología para poner mis libros, mi Playstation y mi cama doble. De aquel modo Tavros y yo vivíamos en la primera planta, evitándonos usar la segunda planta y la tercera nada más que para amontonar los enseres de nuestros progenitores. Me metí en la cama rendido, únicamente en mis bóxers, empecé a pensar en que debía vaciar la habitación de mis padres de su ropa y sus cosas. Era algo que estaba postergando lo más que podía, tanto por el tedio de hacerlo como por las emociones que podría acompañar todo aquello.

Cuando me encontraba ya en duermevela, la luz de mi cuarto me despertó. Era Tavros otra vez.

— ¿Pu-puedo dormir contigo? — Me dijo el chico apoyado en el marco de la puerta —. Papá y Mamá me dejaban dormir con ellos…

— No — dije secamente, realmente a los dieciséis años debía empezar a afrontar sus miedos. Tavros apagó la luz y oí sus pasos por el pasillo. Me sentí culpable, así que me levanté y caminé hasta la puerta. — Oye, Tav, ven pero no te costumbres.

Esperé en la puerta hasta que le vi meterse en mi cama, a oscuras y me tendí a su lado. Pensé en que para llevar la cabeza rapada y aquellas chaquetas de cuero, era un poco nena. No tenía ganas de pensar, quería dormir pero cuando Tavros pasó sus brazos alrededor de mí, me resulto imposible. La situación era incomoda, para mí Tavros era ya un adulto pero se comportaba como un niño, no sabía que tenía que hacer con él, pero debía hacer alguna cosa.

Le miré, estaba completamente dormido, como si su insomnio únicamente se debiese a la falta de afecto o a ese miedo irracional que se curaba con la compañía. Me preguntaba qué diablos debía haberle pasado a Tavros para ser así, yo era algo inseguro y bueno mi autoestima era bastante patético pero me desenvolvía bien solo.

No sé cuando fue, pero me quedé dormido, lo puedo afirmar apenas pues tuve sueños raros. Tenía sueños raros desde la muerte de mis padres, tampoco no es tan extraño. Desperté con la luz del día que se filtraba por el ventanal y me tocaba la cara, Tavros aún me rodeaba con sus brazos y una impresionante erección de mi hermano acariciaba mi pierna. Creedme si os digo que es la sensación más rara que he experimentado nunca. No es raro por que las erecciones ajenas me asusten, he salido con hombres alguna vez y no está tan mal, pero que la erección fuera de Tavros me incomodaba. Me entenderéis, es mi hermano, y ya sé que era solo una erección matutina pero…

Respiré hondo, aparté el brazo de Tavros y me levanté de la cama y fui al baño. Era extraño y raro porque ¡Dios! Aquella misma rareza me resultaba excitante. Me pregunté si es que estaba enfermo, no debía ser normal. Encendí el agua de la ducha y tras quitarme los bóxers con los que había dormido me metí bajo el chorro de agua aún fría. Si lo pensaba mejor, era lógico que me sintiese atraído por cualquier concepto sexual, llevaba semanas que no me había hecho ni una paja y no había podido terminar lo empezado con Damara. Vale, mi cabeza no estaba funcionado demasiado bien, pero hasta una erección de Cronus me podía haber excitado después de todo.

Cronus era un colega del instituto, un capullo en realidad. Estábamos juntos en el equipo de futbol, se creía muy chulito y muy guay. No podía negar que estaba bueno, pero cuando abría la boca la cagaba y a menudo se convertía en un tedioso amigo. El típico que no pilla nunca y solo te entra por si acaso. Me irritaba muchísimo cuando hacia aquellas cosas y no lo soportaba demasiado.

Pensar en todo aquello, lejos de tranquilizar mi apetito sexual, lo acrecentaba. Ahora en mi mente había diversas imágenes sobrepuestas, Damara en ropa interior, Una erección de Cronus pero sin su cara,… Y la sensación dura del pene de mi hermano tocando mi pierna.

Me senté en el suelo de la ducha y agarré mi pene. Abierto de piernas empecé a tocar mi miembro arriba y abajo, tratando de acallar mis gemidos para no despertar a Tavros. En realidad sí me apetecía un poco que viniera con esa erección al cuarto de baño para que le aliviase el bulto. Pensar en aquella guarrada me ponía tan y tan caliente, a veces creo que en el sexo es absurdo replantearse los porqués. Notaba el agua templada caer por mi espalda y mi mano rozarse en el vaivén con mi piel. Terminé enseguida, esparciendo mi semen por todo el suelo de la ducha. Me quedé allí sentado medio minuto, sintiendo la intensidad del orgasmo. Tampoco es que tuviera mucho tiempo más, debía preparar el desayuno y ponerme a trabajar en mi comic.