Disclaimer: El Potterverso no es mío (aunque la Magia Chilena sí). Y me he inspirado en la Magia Hispanii de Sorg-esp.

Este fic participa en el I Gran Desafío del Foro de las Expansiones.

Tenía esta historia dando vueltas hace mucho tiempo, y en el Foro de las Expansiones han empezado con su primer desafío anual, que consiste en escribir un longfic. Así que aquí lo tenemos.

Los demonios del pasado

Prefacio

Valdivia, afueras del Museo Mágico Nacional. 17 de agosto de 1992

Le habían encargado la vigilancia del pequeño barrio mágico de Valdivia esa noche, nada fuera de lo común. Había dejado a Carola con las tres niñitas. Vicky y Silvia corrían por toda la casa mientras su mujer intentaba ponerle el pijama a la más pequeña. A pesar de tener sólo seis meses, la niña era increíblemente inquieta. Carola solía decir que Elisa era, de sus tres hijas, la más parecida a su padre. Incapaz de quedarse quieta y porfiada hasta decir basta.

Conjuró un hechizo para darse algo de calor en las manos, que se le helaban a pesar de los guantes de lana gruesa que llevaba. Aunque patrullar por el barrio mágico solía ser más bien tranquilo, en esos momentos hubiera preferido estar en casa. Al menos ahí estaría calentito y cómodo. No ahí, en la placita frente al Museo Mágico Nacional. Unos carteles anunciaban una exposición de joyas mágicas de la época de la Colonia.

—¿Cómo va todo, Correa? —su compañero de patrulla, Raimundo Undurraga apareció casi como de la nada entre las tinieblas. Se habían separado para vigilar los alrededores del museo.

—Bien. No ha habido movimientos sospechosos —dijo el Auror acomodándose la chaqueta de cuero que llevaba.

—Como siempre —replicó el otro, subiéndose el cuello del abrigo—. Pero tenemos que quedarnos aquí por unas cuantas horas.

—Y que lo digas —respondió Tomás.

—¿Cómo están tus niñitas?

—Bien. Vicky no deja de subirse a las paredes y parece que la Eli la seguirá pronto —Tomás no pudo reprimir una sonrisa al pensar en sus tres niñas—. Menos mal que la Silvi es más tranquila. La pobre Carola no daría abasto con tres locas.

Raimundo se rió. Él y Tomás se habían hecho amigos rápidamente cuando los Correa se instalaron en Valdivia. Tenían el mismo sentido del humor y disfrutaban de las mismas tonterías. Además, los dos eran hinchas fervientes del Almagro, el equipo de quidditch capitalino. Raimundo, que aún era soltero, se había pasado muchas tardes en la casa de los Correa, invitado por su amigo. Él mismo decía que eran las únicas oportunidades que tenía de tener comida decente, porque Carola era una estupenda cocinera.

—La Carola puede con todo —comentó. Iba a decir algo más, pero algo en la entrada del museo llamó su atención—. ¿Y eso?

Tomás sacó la varita y la aferró con fuerza. Había alguien en la entrada del museo, y acababa de forzar la puerta, ignorando por completo a los dos Aurores que patrullaban un par de escalones más abajo. Iba vestido con una capucha negra, que le daba el aspecto de una sombra.

Raimundo y Tomás intercambiaron miradas y salieron disparados en dirección a la puerta del museo. Sin decir nada muy específico, la jefa de Aurores de la ciudad, Berta Montero, les había dicho que era de vital importancia que el museo estuviera a salvo.

—¡Se ha ido por ahí! —gritó Tomás, al ver que la figura doblaba por uno de los pasillos. Su amigo iba sólo unos pasos atrás, pero no se demoró mucho en sacarle ventaja. La figura misteriosa era rápida.

Se estaba dirigiendo a la sala donde se exponían las joyas coloniales. Tomás redobló el paso, cruzando la puerta de madera sólo unos segundos después que la sombra.

—¡Alto ahí! —gritó el hombre, apuntando a la figura con su varita. De pronto, el aire a su alrededor se sintió eléctrico, como si estuviera cargando de una extraña energía—. Está arrestado. Quítese la capucha y muestre la cara.

La figura, fuese quien fuese, no dio ninguna señal de haberla oído. Por el contrario, avanzó hacia unos de los escaparates de la exposición.

—Deténgase —repitió Tomás sosteniendo la varita con firmeza e intentando pensar a toda velocidad en un plan de acción—. Un paso más y me veré obligado a….

El ruido de cristales rotos a lo lejos le impidió terminar su oración.

—¡Impedimenta! —gritó en lugar de eso, apuntando al encapuchado. El hombre cayó al suelo y Tomás corrió hacia él. El cartelito junto a la vitrina decía que el collar que ahí se guardaba era un medallón que había pertenecido a la Quintrala.

Tomás sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

La puerta de la sala se abrió bruscamente, dejando entrar a tres encapuchados más. Siguiendo un instinto que parecía surgido de una zona muy profunda de su cerebro, Tomás cogió el collar y corrió hacia la ventana más cercana.

El frío aire de la calle lo devolvió a la realidad, al igual que los cortes que los vidrios rotos le habían provocado. Rodó sobre si mismo antes de incorporarse y echar a correr por la calle. Necesitaba ayuda, de quién fuera. ¿Dónde estaba Raimundo? ¿Estaría bien?

—¡Ahí va! —escuchó que alguien gritaba y redobló los esfuerzos para correr. Lo más importante era encontrar ayuda.

—¡Sectusempra! —gritó una de las figuras, apuntándolo. Una punzada de dolor lo recorrió desde la pierna, pero Tomás no se detuvo—. ¡Desmaius! —el joven se lanzó al suelo y esquivó el hechizo. Quienquiera que fuese, lanzó otro hechizo que él no pudo comprender, pero esquivó de todas formas.

—¡Desmaius! —gritó él a su vez, apuntando la varita hacia el encapuchado más cercano. El hechizo le dio de lleno en el pecho, y la figura se desplomó en el suelo. Tomás siguió corriendo, sin siquiera mirar a donde iba.

Quizás si se hubiera fijado, no hubiera terminado en un callejón sin salida. Pero cuando se hubo dado cuenta, tenía a tres encapuchados cerrándole el camino. Fue en ese momento cuando Tomás Correa supo que de ahí no saldría.

Pero no iba a irse sin luchar.

Levantó el collar, que era lo que obviamente esos tipos querían. Las tres figuras se detuvieron, como si estuviesen esperando a ver qué haría. Esbozando una sonrisa desafiante, lo apuntó con su varita y murmuró un hechizo.

El medallón brilló por un instante y desapareció ante los ojos de todos los que lo rodeaban. Tomás sonrió nuevamente.

—Ups —soltó, burlón, y corrió hacia ellos con la varita en alto.

Cuando el rayo verde lo golpeó, su último pensamiento fue para Carola.


Si quieren saber más acerca de los personajes, pueden echar una mirada a todos mis fics sobre la magia chilena. Un fuego que enciende otros fuegos, Una historia de Navidades, El origen, Héroes secretos y El llamado de la tierra. Espero que les gusten, y que disfruten esta historia también.

¡Hasta el próximo capítulo!

Muselina