Disclaimer: Digimon no nos pertenece, escribimos sin ánimo de lucro.

¡Bienvenidos/as al fic conjunto del foro Proyecto 1-8! Una colección de historias cortas sin relación entre sí, con todo tipo de parejas, géneros y autores. Como celebración del 1 de agosto y como cuenta atrás para el estreno de Digimon Adventure Tri. ¡Esperamos que os gusten!


Autor: HikariCaelum

Personajes: Taichi y Ken

Imagen: enlace en el perfil

Ecos del pasado

Abro los ojos. Mucha gente pasa a mi alrededor, una multitud que no se para a mirarme. Noto que gotas de sudor se deslizan por mi frente y que hay algo que está mal. No es solo que me pican los brazos, como si faltara algo en ellos, tampoco que veo las cosas desde muy abajo. Se trata de una sensación.

Yo no debería estar aquí.

Desorientado, camino hacia casa. Intento recordar qué estaba haciendo antes, pero nada me llega a la cabeza. La puerta está abierta, mamá debe haberse despistado otra vez. La llamo, pero no está, parece que Hikari y papá tampoco.

La sensación se hace más fuerte. Hay algo incorrecto que no soy capaz de ver. Y la angustia me seca la boca, así que voy a la nevera y cojo un refresco. Lo bebo; cierro la puerta distraídamente.

Algo se mueve. Es un calendario con un gato. Tiene un gran uno negro, pone agosto y 1999.

La lata se me escapa, no me importa que el líquido se desparrame por el suelo. Apoyo las manos alrededor del pequeño papel y lo miro de cerca, como si así fuera a cambiar.

No puede ser. No puede ser. ¿1999? ¿1 de agosto? Es imposible…

Caigo al suelo de rodillas, sujetándome la cabeza, cuando empiezo a ver cosas que parecen más un mal sueño que recuerdos.

Estaba rodeado de gente. Conozco a esas personas, son mis amigos, mi novia y mi hermana. Todos estaban heridos, yo el que más. Apenas fui capaz de levantar un brazo para alcanzar mi digivice.

Los ojos rojos de Mephistomon estaban clavados en mí. No había lástima en ellos, tampoco quedaba ya resentimiento, solo indiferencia.

—Es lo que tenía que pasar. Ahora sabréis qué se siente al ser obligados a abandonar la evolución, al ser los rechazados porque no aportáis nada al mundo. Moriréis. Y si queda algo de vosotros, solo sentirá tristeza y resentimiento.

No podía permitirlo. Algo más teníamos que poder hacer. Daría lo fuera por ello.

Por eso supliqué en silencio, apretando mi digivice en la mano. Cuando se iluminó, la luz cubrió a Hikari. Y ella, desde el suelo, giró la cabeza hacia mí. Tenía la mirada perdida.

—Busca el principio —me dijo—. Cámbialo, elegido del valor.

Y, bajo mi cuerpo, el suelo se volvió un agujero negro que me tragó, dejando todo atrás.

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Me paseo por la habitación sin saber qué hacer. Mi cuerpo de once años no es capaz de soportar el puñetazo que doy a la pared, me empieza a doler mucho la mano. No me importa.

Los he llamado a todos, a mis compañeros de aventuras, pero están en el campamento. Mis padres se han llevado a Hikari al hospital por una recaída, la encontraron en la calle en pijama mirando fijamente al cielo y llamándome. Está sedada y no despertará en horas.

Pienso en Daisuke y los demás, pero ellos no tenían aún su digivice, no habían sido elegidos. Estoy asquerosamente solo en esto.

Es entonces cuando recuerdo que hubo un niño que no llegó a venir con nosotros, que también tenía emblema, que viajó al Mundo Digital y a otros muy distintos.

Empiezo a correr, no me molesto en cerrar la puerta de casa. Me cuelo en un tren y paso el viaje casi temblando.

Tengo que encontrar a Ken Ichijouji.

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El niño me mira, con unos grandes ojos tristes. Se retuerce las manos. Este no es el Ken que yo conocí. Ni el malvado Káiser ni el bondadoso chico que después aprendió a perdonarse.

Simplemente es un crío asustado, que se siente culpable y que quiere un cambio.

—Ken, tienes que ayudarme. Yo solo no podré hacer esto.

No comprende nada. No me recuerda. Si no me ha cerrado la puerta en las narices es porque es educado.

—Ken, no fue culpa tuya lo de Osamu.

Se sorprende o se asusta, o las dos a la vez. Retrocede un paso y yo no tengo tiempo que perder, así que me cuelo en su casa. Recuerdo vagamente cuál era su habitación y entro. Tarda en seguirme. Rebusco por la estantería y cajones.

—¿Qué quieres de mí? —me pregunta, con la voz cargada de lágrimas contenidas—. ¿Quién eres?

—Soy Taichi. Seré tu amigo, pero todavía no me conoces. Necesito tu ayuda y tu digivice.

Abre la boca ligeramente, y sus ojos, supongo que sin querer, se posan en un cajón. Está cerrado con llave, pero no tardo nada en forzarlo y abrirlo. Y ahí está, un pequeño y claro digivice. Aún no ha sido sumergido en el Mar Oscuro, todavía hay esperanza.

Sonrío. Siempre hay esperanza.

Me giro hacia Ken, que respira de forma entrecortada. Tiene verdadero pánico.

—Tienes que ayudarme.

Por un instante, su mirada cambia. Y no sé si es algo bueno o malo, pero asiente con la cabeza.

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Me da un folio y un bolígrafo. Vamos a la calle y nos sentamos en un banco cualquiera, mientras hago un listado de todos los sitios que conozco en los que pasaron cosas importantes. Tiene que haber alguno que sirva de nexo.

Las Homeostasis nos dijeron algo a través de Hikari, antes de que toda la lucha empezara, antes de que fuéramos cayendo como moscas. Apocalymon no llegó a morir, los restos de sus datos mentales viajaron entre las dimensiones espacio-temporales hasta un lugar y momento donde nadie se diera cuenta, se agruparon y crearon a Mephistomon, el digimon que quiere acabar con todos nosotros. Y esperó al momento oportuno.

—Tenemos que buscar el principio —le digo a Ken—. Cambiarlo. Nuestro enemigo está en este momento, eso es claro. Pero no sé en qué lugar.

Probablemente el niño no se entera de nada de lo que digo. Pero mira fijo la lista de sitios del Mundo Real que tienen alguna conexión con los digimons.

—¿Dónde empezó? —me pregunta.

—Fuimos al Mundo Digital desde el campamento, la primera vez.

—Pero ahí no empezó. —Otra vez sus ojos son raros—. El primer contacto fue antes.

—El primer… ¿te refieres al Koromon que tuvimos Hikari y yo?

Parpadea. Su mirada vuelve a parecer desorientada y asustada. No me responde, quizás ni me ha escuchado. Pero yo he tenido una idea.

Hubo un lugar en el que se abrió la puerta por primera vez. Donde nos eligieron.

—Ya lo sé —digo, triunfal—. Tenemos que ir a Hikarigaoka.

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Cruzamos la carretera. Vienen coches, que pitan, pero los ignoramos. No sé por qué Ken me sigue en esto, algo debe sentir.

Cuando nos detenemos en el sitio exacto que recuerdo, aquel desde el que vi la batalla entre Greymon y Parrotmon, escuchamos algo.

Es un silbato. Es un eco del pasado.

Los coches dejan de venir. El aire se enrarece, una niebla lo cubre todo poco a poco. El cielo se abre, como aquella lejana vez, dejando escapar un digihuevo. Es de un gris muy oscuro, casi negro. Flota hasta quedar delante de nosotros.

Expectante. Inmóvil. Indefenso.

Quizás sería tan sencillo como arrojarlo contra el suelo, hacer que se rompa y que el digimon que se gesta en su interior no llegue a nacer. Ese que gritaba que se componía de aquellos que habían sido rechazados por la evolución, que fueron elegidos por la oscuridad para ser sus peones en las luchas contra la luz.

Y perdieron, murieron, porque nosotros no los dejamos que destrozaran los mundos.

Ken me mira, suplicante.

—Él no tiene la culpa. —Su voz, de pronto, es más adulta—. Fue infectado. Como yo.

Y lo comprendo. No soy el único que ha viajado a buscar el comienzo.

—Cometeré errores —dice—, pero trataré de redimirlos. Todos merecen otra oportunidad.

Me parece ver un destello de un lila muy suave. El emblema de la bondad brilla en alguna parte.

Asiento con la cabeza, sonriendo. Levanto el brazo en el que sostengo mi digivice y Ken me imita. Una luz sale despedida de ellos y cubre el digihuevo. Cuando acaba, la cáscara se ha vuelto blanca.

El cielo se abre de nuevo y se lo traga. Noto que floto poco a poco y sonrío, es hora de volver.

Miro a mi amigo. Sus ojos vuelven a ser de niño asustado. Me agarra la mano, para que no me vaya. Le revuelvo el pelo con la otra, como despedida.

—No quiero que pase —dice—. No quiero ser digimon Káiser.

—Los errores son necesarios. Aprendemos de ellos. Y lo bueno es que sabes que acabará bien, que serás liberado.

Traga saliva, con lágrimas en los ojos. Algo me dice que no recordará nada de esto, como yo olvidé al primer Koromon hasta que llegó el momento. Las memorias del Ken adolescente deben volver conmigo.

—Taichi, ¿podremos salvar los mundos otra vez? —pregunta, empezando a soltarme.

—Pues claro. Todas las veces que hagan falta.

Sus manos me dejan ir. Lo miro, sonriendo, antes de que el cielo me trague.


Notas: Las Homeostasis son una entidad del Mundo Digital, hablan a través de Hikari en el episodio 45 de Adventure.

¡Gracias por leer! ¡Feliz 16 º aniversario!