Disclaimer: Todos los personajes son propiedad de Hidekaz Himaruya. Yo solo me limito a tomarlos prestado para mi particular diversión sin fin de lucrarme.
Nota: Este es mi primer escrito para el fandom de Hetalia y espero hacerlo bien. Tenía una espinita clavada desde hace mucho y deseaba escribir alguna vez sobre esta pareja y... aquí esta.
Las quejas para el foro Anteiku cuyo reto "El arte es un Bang" me ha dado la excusa perfecta.
Quiero agradecer a mi gatico gordo por su ayuda en los momentos de dudas existenciales mientras escribía, te quiero nena.
Prólogo
Era 14 de febrero, día de San Valentín. Antonio salió a pie de su apartamento rumbo a la casa de su amigo Francis, un par de calles más abajo. Ellos dos, junto con Gilbert tenían como tradición salir de fiesta ese día del año. La diferencia era que ese año el hispano había tomado la decisión de declararse a nada menos que a su mejor amigo.
Antonio no era particularmente un amante de esa festividad. No consideraba necesario declararse ese día en concreto, aunque ciertamente el ambiente ayudaba a reunir la confianza necesaria para hacerlo. Llevaba mucho tiempo sufriendo en secreto y por el bien de su cordura necesitaba poner en palabras como se sentía.
Vecinos e inseparables amigos desde pequeños, eso eran Antonio y Francis. Tenían sus roces como todo el mundo, pero nada que unos días de enfado y una disculpa mutua curase.
Francis tenía fama de mujeriego y nada más lejos de la realidad. Era atractivo, muy atractivo pensó Antonio, y eso atraía a todo tipo de ligues, la mayoría de una noche. Francis era muy vanidoso siempre perfectamente conjuntado, aunque tenía una extraña preferencia por los colores vistosos y alegres. Antonio se divertía imaginando el conjunto con el que aparecía cada día su amigo y a cuantos metros en la distancia podría visualizarlo. Francis adoraba y mimaba con esmero su melena rubia y sus ojos azules podían llegar a hipnotizar, así lo veía Antonio. Y nada que decir de su personalidad, a mucha gente podía llegar a caerle mal su exagerada y pegajosa personalidad pero para Antonio eso era un plus. Llegaba a ser entrañable si le dabas la oportunidad.
Para él fue inevitable enamorarse de Francis. No podía decir exactamente cuando comenzó a verle de esa forma pero si cuando se dio cuenta para su horror de que no lo veía únicamente como tal.
Habían pasado ya dos años desde aquella noche de en el apartamento de Antonio. Estaban los tres muy borrachos y Gilbert era el único que dormía. Fue repentino y no lo vio venir. Francis se abalanzó sobre Antonio confundiéndolo con una de sus novias de turno. El castaño se mostró sorprendido, no por el ataque de su amigo -era Francis, y ciertas muestras de afecto eran comunes en él cuando llevaba unas copas de más- sino por la luz que aquel beso arrojó a su aturdida mente. Deseó que Francis le tocase más, pero se sintió herido al ser confundido po otra persona y de pensar que ese amor no estaba dirigido a él. Después de aquello no le fue difícil entender que no solo le deseaba, amaba a Francis.
Antonio también se consideraba atractivo. Mucho más que algunos ligues de Francis, para su regocijo. No se tenía tanto amor propio como el otro, pero llegaba a reconocer que era agradable para la vista. Él era más descuidado con su apariencia física. Su pelo castaño corto y siempre despeinado le daba un aire de rebeldía, solían decirle que eso lo hacia ver bien. No era un gran fan de la moda y siempre llevaba conjuntos simples. Su principal atractivo eran sus ojos verdes y su alegre personalidad. Pese a todo en esos momentos Antonio no tenía toda la seguridad de resultar irresistible a los ojos del rubio.
Antonio rió con nerviosismo, había llegado a su destino y estaba parado delante de la puerta de la casa sin atreverse a llamar. Incluso si te rechaza no será el fin del mundo se decidía alentándose. Dio un largo suspiro reuniendo el valor necesario y pulsó el timbre. No tardo mucho en escuchar la voz amortiguada del francés al otro lado. La puerta se abrió.
—¡Antonio! —exclamó Francis al verlo —. Entra hombre ¿No decías que venías con Gilbert?
Francis se hizo a un lado dejando espacio para que su visita entrase.
—Recordó que tenía un asunto y que no podía venir —respondió rápidamente Antonio evitando mirar a Francis y tomando asiento en el salón. Lo cierto era que había mentido a Gilbert diciéndole que esa noche no iban a salir y se sentía un poco culpable por engañar de esa manera al alemán.
—¿El día de San Valentín? ¡Pero si adora salir de fiesta este día! —respondió el rubio uniéndose a su amigo.
—Era algo urgente.
—Voy a llamarle, conociéndole seguro que esta metido de nuevo en algún lio.
Se levantó para buscar su teléfono y todas las alarmas de Antonio se activaron.
—¡No, espera! —gritó.
Francis se detuvo sorprendido por el repentino cambio pero sin añadir nada, incitándole a continuar. Antonio suspiró, era ahora o nunca.
—En realidad quería hablar contigo y le dije que no saldríamos —admitió tomando seriedad y cruzándose de brazos.
El rubio le miró enarcando una ceja.
—¿Y qué es tan importante y secreto como para que Gilbert no lo pueda oír?
—Me gustas —soltó de golpe el hispano e hizo una señal al rubio para que se mantuviera callado notando que tenía intención de interrumpirlo —. Sé que yo también te gusto, pero no estoy hablando de esa forma de gustar. Te amo Francis. Del tipo de amor en el que te besaba estampándote contra la pared y te follaba.
Francis estalló en carcajadas.
—Muy gracioso Antonio. No deberías bromear con estas cosas.
Antonio había imaginado mil respuestas posible, mejores o peores, afirmativas o negativas. No esa, nunca ser tomado como una broma y eso le irritó. Impulsado por la ira se avalanzó sobre el rubio empujandolo y acorralandolo contra la pared. El rubio emitio un jadeo de dolor cuando su cabeza golpeo contra la dura superficie.
—¡Eso duele! S-se puede saber en que demonios estas pensando —exclamó furioso el rubio pero se abstuvo de seguir hablando cuando sus ojos se toparon con los verdes oscurecidos por la ira.
—¿Tengo pinta de estar bromeando? —preguntó el hispano quedanso a escasos centimetro de la cara del rubio.
—N-no —tartamudeo el rubio nervioso por la cercania del otro y sin atreverse a plantarle cara. El español tenía fama de pecar de bueno pero también era conocido por sus repentinos ataques de ira capaces de amedrentar al matón más fortachon del universo.
—Entonces recházame, insúltame o patéame. Pero nunca vuelvas a tomar mis sentimientos como una broma de mal gusto.
Francis trago duro. No podía ver a Antonio de esa forma y por un momento temió por su integridad física si le rechazaba.
—Yo... entiendo... P-pero yo n-no... —logró articular un amedrentado Francis.
—Ya lo suponía —le interrumpió cabizbajo poniendo distancia entre ambos y para sorpresa del rubio que respiró aliviado. En el fondo Antonio sabía la respuesta pero tenía que sacárselo de encima de una vez.
Un silencio incomodo inundó la habitación. Francis carraspeó.
—¿S-seguimos siendo amigos verdad? —quiso sabe incomodo el francés —. Estamos... ¿bien?
Antonio quiso gritarle que no estaban bien, que cogiera a las zorras que tenía por novias y se fuese a tomar por culo. Pero en lugar de eso hizo lo que mejor sabía hacer, fingir. Levantó la cabeza y sonrió.
—¡Claro que estamos bien!
—¿Seguro? Yo...
—Venga anda olvida lo de hace un momento, voy un poco bebido y perdí los nervios. Vamos a llamar a Gilbert y salgamos un rato que sino mañana no habrá quien soporte sus quejas por dejarle de lado —dijo el hispano sacando su teléfono del bolsillo y marcando el número de Gilbert. Varios toques después alguien respondía al otro lado de la línea —. Gil, soy Antonio ¿Te vienes a pasar el rato?
Todo esta bien, todo tenía que estar bien pensó Antonio con amargura mientras conversaba con Gilbert. Era de esperar que algo así no rompiera su relación, al fin y al cabo ellos son los mejores amigos del mundo, para toda la vida.
Esa noche Antonio no volvió a cruzar la mirada con Francis.
Continuará...
