Bueno... buenas noches a todas. Se que prometí que lo publicaría la semana que viene, pero por insistencia decidí hacerlo hoy.

Les cuento que más que nada es porque ayer fui a ver "Bajo la misma estrella" y volví bastante deprimida, aclaro que no sabia el final porque no quise leer el libro jeje, no me reten.

La cosa es que lo publico hoy y espero sinceramente que me digan que opinan. No creo que sea muy largo el fic, pero si me parece que está copado.

Trata de la vida complicada de dos personas, que se juntan en algún momento por obra del destino. Hay peleas callejeras, drama, romance, un poco de todo. Espero que les guste.

Como siempre: la historia es original mía y los personajes pertenecen a Stephenie Meyer. Y ESPERO SUS COMENTARIOS ABAJO!

Enjoy!


CAPITULO 1

El primero de ellos entro en la habitación, su sonrisa arrogante al descubierto. Sacudió sus puños en el aire como todo un campeón, a pesar de que por dentro tenía los nervios hirviendo de furia. Sus compañeros de equipo le habían dicho que su oponente era uno de los mejores, que se lo pensara dos veces antes de encarnarse en aquella pelea con él, intentaron hacer que desistiera de una y mil formas, pero decidió hacer oídos sordos.

No era su primera pelea, había ganado unas cuantas ya, y en solo algunas pocas había salido perdiendo. Aun así se sentía esperanzado, se sentía victorioso de esta. Había mucho dinero en juego.

El público lo alentó a gritos, haciendo temblar sus piernas de emoción. Los vítores y los canticos se escuchaban por todo el subsuelo de aquel estacionamiento en el medio de Manhattan, donde se encontraban.

Rodeados por cientos de autos y personas el bullicio era ensordecedor. Cada uno de ellos trepado en las columnas o encaramados en los techos de sus vehículos, intentado obtener un pequeño vistazo del lugar donde ocurría la acción.

Las peleas eran clandestinas. Los peleadores y sus representantes eran avisados escasos noventa minutos antes del evento y estos tenían que hacer circular el mensaje con el lugar y la hora. De ellos, y su rapidez para viralizar la información dependían las ganancias de la noche para el vencedor. El resto del evento era filmado por los organizadores y transmitido en forma prepaga por el internet, para todos aquellos que no llegaran a tiempo. De ahí salían las ganancias para quienes dirigían los asuntos.

La gente se separó, como si del mar rojo se tratase, para permitirle al primer peleador llegar hasta la arena. Así se llamaba el evento: "La Arena". Un círculo perfectamente formado en el suelo de cemento que delimitaba el área donde se valía absolutamente de todo, en artes marciales y boxeo, para lograr vencer al contrincante. Salir del círculo implicaba quedar inmediatamente descalificado, y era casi tan humillante como quedar tendido en el suelo, debajo de tu oponente, gritando por rendirse.

El peleador saludó a su entrenador y representante, chocando sus puños. Luego se paseó por el círculo saltando de lado para que todos pudieran admirarlo. Las mujeres tenían sus miradas clavadas de lujuria en sus perfectos abdominales, lo saludaban con guiños y sonrisas que pretendían ser sexys; las más descaradas lo miraban con deseo fuerte y claro. Promesas de cosas que querían hacerle tatuaban sus rostros. Eso solo servía para elevar su ego más y más alto. Por otro lado, los hombres en su mayoría lo miraban con evidente odio al ser el acaparador de todas las féminas del lugar.

Como si de la calma antes de la tormenta se tratara el silencio lleno el lugar mientras la multitud se abría paso al otro lado del círculo donde se encontraba el primer hombre, para dar paso a su contrincante.

Casi una cabeza más alto que el primero, el segundo hombre venía cubierto de pies a cabeza. Cuando el primero llevaba pantalones cortos de boxeo, que le permitían fácil movilidad en sus rodillas, el segundo llevaba pantalones largos de deporte que parecían moverse alrededor de sus piernas como si fueran olas en el mar.

El hombre tenía la elegancia y el caminar de una pantera. Sus músculos visiblemente tensionados para la capa de ropa que lo protegía de la vista del mundo. Su mirada aguda penetrante cortaba el silencio como si fuera el más afilado de los cuchillos. El jadeo fue colectivo y sonoro en el momento en el que se quitó la campera Adidas deportiva que cubría su, ahora desnudo, torso. Con su rostro completamente carente de emoción, tan serio como una estatua en un cementerio, el competidor se dirigió a su sitio.

No alardeo, no saludó a la multitud, no quiso llamar más la atención de lo que ya lo hacía de forma inevitable. Simplemente tomo su lugar en la arena y se preparó para la batalla como lo haría cualquier gladiador en la época romana. Era casi como ver a David contra Goliat, solo que no parecía que David tuviera las de ganar en esta vuelta.

Cuando el presentador alzó su voz por entre la multitud, ayudado por un enorme megáfono, el barullo del lugar volvió a resonar por todo lo alto. Era casi imposible evitar las miradas de asco y admiración por partes iguales, que recibía el luchador, por más que uno esperara que ya se hubieran acostumbrado a su presencia después de tantas peleas.

Los entrenadores se arrimaron a sus protegidos a fin de comentar los últimos detalles, susurrados en secreto, mientras la voz fuerte y atronadora de Seth, se escuchaba por los altavoces explicando las reglas.

- No puede vencerte… - susurró como una letanía, frotando sus hombros de forma insistente para calentar sus músculos. – recuérdalo, no vas a caer.

- …cualquier jugador que abandone la Arena será automáticamente descalificado! – grito el chico moreno, parado sobre una escalera, megáfono en mano, obteniendo la atención de todos. – se cierran las últimas apuestas!

Varios de los chicos morenos, descendientes nativo americanos, que estaban por el lugar tomando nota furiosamente en sus pequeñas libretas y cobrando las apuestas de la gente, empezaron a levantar sus pulgares para dar por finalizadas las apuestas. Con un fuerte chasquido las luces del lugar se apagaron dejando solamente iluminado y delimitado el círculo de la Arena.

- Que comience la batalla. – el grito resonó por el lugar como si fuera la bala que dispara una carrera. Y ambos peleadores se pusieron en posición.

En el bar de Brady's la gente estaba tan alborotada como si fuera la despedida de un nuevo año. La mayoría de las mujeres se paseaban en diminutos vestidos tratando de atraer la atención de los hombres que se fijaba pura y exclusivamente en la pantalla, mientras admiraban con evidente entusiasmo los golpes que repartían y recibían ambos peleadores.

- Siempre es lo mismo – comentó la voluptuosa rubia tras la barra mientras tendía una cerveza a la morena de hermosas curvas sentada enfrente de ella – cada vez que lanzan una de esas peleas, el lugar se alborota a tal punto que hay que pedir ayuda extra.

Los gritos resonaban por todo el lugar. Vasos golpeando contra otros, manos aporreando las mesas y pies haciendo temblar los pisos al compás de canticos que era más bien salidos de un potrero de cancha que de un bar en el medio de la ciudad. Bella se volvió hacia su mejor amiga.

- Las apuestas son fuertes, ese chico – dijo señalando al más alto – al que llaman el Arcangel, tiene todas las de ganar. Siempre lo hace – murmuró esto último bajo su aliento, ya que sabía que su amiga no era ni de cerca fanática de ese tipo de "barbaries" como solía llamarlo.

Fascinada por la destreza que demostraba aquel ser, que irradiaba poder por cada poro de su piel, Isabella se había visto tentada a apostar otra vez a su favor, en las libretas que llevaba Emmett, el esposo de la rubia, en aquel bar.

Gracias a los contactos, obtenidos durante años de trabajo en el buffet de abogados, que poseía Emmett, habían logrado que les permitieran transmitir las peleas en vivo y levantar sus propias apuestas, sin que el lugar se convirtiera en un tugurio clandestino y que corriera el riesgo de tener que cerrar sus puertas por amenaza de la mafia.

Rosalie y Emmett, estaban casados desde hacía dos años y eran, aparte de sus mejores amigos, los orgullosos padres de su sobrino Brady – de ahí el nombre del bar. Brady era la luz de los ojos de sus padres y de los de Isabella. Una luz muy brillante para ella después de toda la mierda que había vivido durante toda su vida. Mierda que todavía tocaba las puertas de su casa de vez en cuando, cuando ya no le alcanzaba el dinero para mantenerse alcoholizada.

- y ahí va de nuevo… se los digo, chicas ese tipo es lo más. Hola Bells – Emmett se arrimó hasta ella y agarro en un fuerte y apretado abrazo de oso.

- No puedo… no… respiro!

- Emmett bajala! – grito Rosalie, golpeando su cabeza con un trapo mojado. El grandote soltó una gran carcajada y se situó detrás de la barra para servir otra ronda de cervezas para la mesa 4. Un grupo de universitarios ebrios que no sabía si prestarle más atención a la pantalla o a las curvas de dos rubias que charlaban apoyadas contra la pared.

- Hola para ti también, querido primo. – murmuró mientras se acomodaba su cabello en un moño flojo. – Como esta Brady hoy?

- Bien, se quedó con la niñera porque me necesitaban aquí. – contestó el gran hombre para tomar una bandeja en cada mano, abarrotada de vasos llenos de cerveza artesanal, para hacer el siguiente reparto.

Había un acuerdo tácito entre la pareja, en el que ella trabaja en el bar durante los días de semana y él en las noches de fin de semana, que era donde el ambiente podía ponerse un poco más pesado. Salvo en los días de pelea. Esos era casi los únicos días que podías ver a la pareja corriendo de un lado para el otro como si fueran un empleado más. Hasta claro está, alguien se propasaba con alguna de las empleadas, como en ese mismo instante.

-… y no vuelvas! – grito la voz atronadora de Emmett por todo lo alto, pateando literalmente el culo de un chico petizo y rubio, que había metido su mano debajo de las faldas de Tanya, una de las camareras.

- Otro día normal de trabajo – murmuró Rose, pasándole otra cerveza. – cómo ha ido tu semana?

- Tranquila, Holland se ha mejorado de la gripe estomacal que tenía y ha vuelto al colegio. Pero me temo que tendré que empezar a buscar trabajo nuevamente.

- Y eso porque? – Rosalie pasó un trapo por la barra recogiendo los vasos usados para volverse al fregadero frente a donde estaba sentada la castaña.

- Últimamente mi jefe anda un poco "observador". Llega a ser perturbador incluso. No deja de insinuárseme y es molesto.

- Ten cuidado, Bella. Eres como mi hermana, sabes que no quiero que nada te suceda.

La conversación no pudo seguir más que eso, porque Rosalie tuvo que seguir con su trabajo. Cada vez había más gente en el bar y la demanda era grande. Isabella volvió su atención a la gran pantalla justo en el momento en el que el Arcangel ejecutaba su tan famoso salto, por el que se había ganado el nombre. Su cuerpo se elevó por alrededor de un metro y medio sobre el suelo, pareciendo un gran tigre, mientras su brazo tomaba todo el impulso ganado de aquel salto y se descargaba justo en la frente del contrincante. El chico cayo en redondo con un sonido seco y la multitud vitoreo al vencedor.

El peleador se limitó a tomar una toalla para limpiarse la sangre de su contrincante de las manos. Se refregó el rostro y tras colocarse el poleron que traía antes, se retiró entre la multitud hiperactiva por su vacío triunfo. No agradeció, no sonrió. Nunca lo hacía. Él nunca sonría. Había perdido la habilidad para ello desde que había perdido la inocencia hacía tantísimos años atrás. Se limitó a salir tan silencioso e intimidante como había entrado, mientras su colega recogía las ganancias de la noche.

- Te dije que ganarías. – dijo su compañero acercándose a la brutal moto negra que conducía para entregarle un fajo enrome de billetes. Las ganancias se repartían 30/70 por insistencia de su amigo. Él hubiera preferido que fueran a medias pero Seth le había llenado la cabeza a su entrenador de que el luchador merecía la mejor parte ya que era su pellejo el que estaba en juego. Así y todo ambos tenían lo que querían.

- Fue una pelea simple. Le deje darme dos o tres puñetazos para no hacerlo tan aburrido. Para dar un buen show.

"Y es lo que siempre haces" pensó Jasper con un aspecto taciturno mirando como la moto de su mejor amigo se alejaba en la noche a toda velocidad.