InuYasha no me pertenece. Solo la trama es mía y algunos de los personajes ficticios.
Este fic viene siendo el que reemplazara a Vegas, baby cuando la primera parte termine. Es un fic igual de viejo que VB que tenía estancado en mi laptop y decidí sacarlo a pasear para ver que piensan. Como tiene más de un año que lo escribí, está un poco ridículo (según yo) y un poco soso, pero no importa. Me gusta de que va y lo quise publicar porque sí n.n Lo he pulido, editado y corregido lo más que puedo, pero sigue estando masomenos, así que no me exijan mucho y disfruten!
PS. El tema de Bankotsu es una entrada, se despejara en el próximo cap.
**Este fic forma parte de una trilogía de Fics de capítulos cortos (FCC) Vegas, baby está incluido junto con otro fic que no he publicado y que lo daré a conocer en algunos meses.
Disfruten mis bobadas!
cp.
Las muñecas de la mafia
―Señorita, por favor, ha tomado suficiente ―dijo el cantinero bigotón.
Kagome se quedó muda. Borracha y todo, sabía que el señor tenía razón; ya había bebido demasiado. ¿Y por qué? Por un maldito desgraciado, rata inmunda. ¡Maldita escoria!
― ¿Sabe? Todos los hombres son iguales ―dijo arrastrando la voz a más no poder.
El cantinero suspiró.
―Permítame que le diga, señorita ―empezó a hablar―, es usted una jovencita muy joven y guapa, andar llorando por los bares por algún hombre ingrato no vale su tiempo.
No habla en doble sentido. No me mira como a un pedazo de carne. No siento que tenga dobles intenciones.
―Gracias. Ya no tomare más, ¿me puede llamar un taxi? ―preguntó.
El cantinero sonrió aliviado por haberle hecho entrar en razón.
―Claro que sí, en un momento se lo pido.
Kagome Higurashi era una chica hermosa; veintitrés años, piernas torneadas, cabello largo y un rostro precioso. Lo tenía todo: fama, dinero, poder, autos…y los hombres le sobraban. Pero ella había elegido a uno de los peores, se había enamorado de un idiota, de un hombre infiel, mentiroso, embustero. ¿Qué le quedaba si tenía todo y escogía nada? Nada, le quedaba nada. Con ese asunto de los hombres y de los noviazgos, vivía en un mundo lleno de fantasías y de colores en rosas. No sabía lo que era el amor, en realidad no lo sabía. Y ese hombre solo le había dado el visto malo del romance. Su amiga y su hermana le habían advertido que ese hombre no podía ser bueno, ¿pero a ella qué le importo? Nadie experimentaba en cabeza ajena, y Kagome Higurashi no era la excepción. Así que se dejó llevar por el pequeño experimento que ese hombre pretendió ser en un principio. Se vio envuelta en un mundo de muchas mentiras y de muchos te amo a montón. Mentiras, viles y estúpidas mentiras.
Pero era tan guapo, alto, de cabello negro, con unos ojos azules hermosos, era precioso, era Bankotsu. Bankotsu noseqe; hijo de nosequien, dueño de nosecuanto y un grandísimo hijo de puta. ¡De puta, les digo!
―Me pregunto… ¿qué hará en estos momentos? ―susurró muy bajito.
Suspiró.
Seguramente se estaba revolcando con alguna zorra. Sí, seguro era eso. ¿Qué más si no? Era hombre, de acuerdo, lo entendía a la perfección, ¿pero qué no se podía tocar el mismo? ¿Enserio tenía que tenerlo enterrado siempre? ¡Por el Karma! Que malgaste de su tiempo. Mientras podría estar aprendiendo algo, un idioma, a pintar, a tocar algún instrumento, andaba por ahí enterrando su verga en diferentes hoyos. Esperaba que alguno le tocara podrido y que el hedor se le pegara. Sí, eso le enseñaría.
Qué bueno que él no me arrebató mi florecita.
―Señorita, su taxi le espera.
El cantinero le sonrió.
―Gracias.
Dejó un billete que sobrepasaba por mucho lo que ella debía.
―Lo que sobra es de usted ―le indicó, tomando su pequeño bolso y poniéndose de pie con cuidado.
Tenía puestos unos tacones mortales, su regla era: Nueve centímetros o más, o no salgo. Caminaba perfectamente en ellos; unos Louboutin negros preciosos de suela roja y con pequeños diamantes incrustados a los lados. ¿Caros? Claro, más que su vida, pero esa ya se la había vendido al diablo hacía muchos años. Kagome no era una niña buena, estaba lejos de ser eso; fumaba mucho, bebía en exceso y estaba segura que hacía unos años había participado en una orgía, no lo recordaba muy bien, la marihuana solía causar esos efectos, aunque si recordaba habérsela pasado muy bien. Al amanecer se había tomado la pastilla del día siguiente y siguió con su vida. Era mala, Kagome era problemas. Le gustaba manejar armas, le gustaba hacer sufrir a la gente; era una sádica. Disfrutaba de la sangre, le gustaba el sufrimiento ajeno, ¿y porque no? No estaba loca, ella lo sabía. Solo se interesaba en cosas que otras chicas no.
Kagome Higurashi era hija de Kato Higurashi; un hombre de la mafia japonesa, ¡un yakuza! De los grandes, respetables y los que mandaban en casi todo el Japón. Solo déjame fuera de ese mundo, le había dicho Kagome a su padre. Solo por ahora, mientras encuentro lo que en realidad me gusta, eso había dicho ella. Pero al sentir el poder de un arma entre sus manos…la textura y la suavidad del mango de una pistola, de una espada, de un simple cuchillo, y lo que venía después, dolor, sangre…era sadismo. De acuerdo, ¿por qué ocultarlo? No estaba del todo orgullosa de ello, pero no la hacía menos humana.
A demás, la mafia japonesa no se metía con nadie que fuese inocente, nada ahí dentro era un juego. Había respeto y orgullo, mucho respeto a quien se le debía y a quien era inocente. Pero también estaba lleno de escoria, maleantes, criminales, gente mala, en realidad mala. Gente peligrosa y bárbara; asesinos, violadores, psicópatas. Ese era el tipo de gente que había ahí dentro. Pero a ella le gustaba, se había acostumbrado a tal. Siempre había tenido clases de todo, defensa personal, judo, karate, tae-kwan-do, y otras cosillas ilegales, tenía buenos sentidos y buenísimos reflejos.
Era Kagome Higurashi; una chica que aparentaba lindura y sensibilidad, pero que escondía un monstruo rabioso dentro. Esa chica tenía mucha rabia acumulada. Se había hecho novia de Bankotsu porque quería probar un poco de la vida real, fuera de la sangre, de los asesinos y alejada del mundo loco de su padre. Bankotsu no era nadie, era solo un niño mimado, era alguien real. No estaba envuelto en toda esa maraña de crimen, por eso había elegido estar con él, ¡y carajo! lo había amado. O al menos eso se quiso hacer creer cuando él la llenaba de regalos innecesarios y de besos calientes. Sus manos, su boca, su rostro, su altura. Era Bankotsu, el chico al que su padre odiaba tanto. ¡Él no es uno de ellos! Debes de darte cuenta que no encaja en nuestro mundo, su padre le había dicho.
Y el señor Kato tenía razón; Bankotsu no era uno de ellos, probablemente quedaría atrapado dentro de todo el rollo y saldría muerto o algo peor, ella lo sabía. Y ahora que tenía la oportunidad de poner en práctica todos sus años de enseñanzas acumuladas, haría sufrir a Bankotsu hasta que rogara por su muerte.
