¡Al fin!
Este ha sido un viaje increíble. Concordarán conmigo al presenciar justo hoy el final de Bleach. ¿Será este el final final? Habrá que ver eso luego.
Pero el final, con todos los contras que trae consigo me ha permitido retomar esta historia, para mí ambiciosa y por satisfacción personal. Donde... Bueno... igual que la primera y la segunda vez, el objetivo está oculto y revelado al mismo tiempo. Lo que sí sabrán es que esta es una historia multiverso, donde cantidad de verses verán sus mundos chocar y coexistir. Siempre, repito, siempre, respetando lo más posible las leyes de sus respectivos lugares. O eso espero yo también.
Capítulo 00
Inmortal en el Infierno
Fuego. Sensación incandescente recorría su ser, en lugar de la ya acostumbrada sensación de supresión que lo aprisionaba eternamente, y eso era decir poco, sumado a lo que presenciaba frente a él. Tenía ante sí una vasta extensión de terreno, tan grande, que se perdía a la vista en un cielo que no podía ser llamado como tal, cubierto de humo y todo iluminado por la luz del fuego que surgía de todas partes y que consumía el suelo. ¿Qué lugar era este?
A lo lejos, entre las llamas que iluminaban el humo que salía de ellas y las nubes que cubrían lo poco de negro en el cielo arriba, también podía distinguir claramente gritos. Oh sí. Gritos llegaban hasta sus oídos, desgarradores y suplicantes. No de una ni dos, ni de tres personas. Ni siquiera una decena o veintena. Cientos. Quizá hasta más, muchos más, porque provenían de todas partes en aquél infierno. Sin saber cómo lo hacía, como si no lo notara al hacerlo, comenzó a moverse en medio del rumor de las llamas, los gritos de angustia en dantesco espectáculo, y el olor terrible a carne quemada y pobre del desgraciado que se aventurara a saber qué más.
Desde su posición, favorecida por la lejanía al más cercano de los pozos de fuego, de donde claramente podía oír cómo en su interior se achicharraban un montón de desgraciados, siguió moviéndose. ¿Qué clase de lugar tan horripilante a la vista o al pensamiento podía ser este? Ni en el Infierno, que él tan bien conocía, se recreaban tales tormentos. La maldad en ese sitio era incalculable, tamañamente enorme sin exagerar, porque no distinguía de grandes o pequeños, ni jóvenes o viejos, ni mujeres u hombres, al administrar tal pena.
Mejorando la visión a su alrededor, entre el humo, gritos y pestilencia, pudo mirar más hacia donde debería estar el horizonte, pero no lo distinguía. Indescriptible panorama que ya de por sí era inimaginable. Sin embargo distinguió senderos en el suelo negro, flanqueados por llamas que se elevaban tan alto que hasta incluso podrían alcanzarlo si se aventuraba a caminar entre esos senderos. Pero en su existencia jamás se había acobardado antes y no comenzaría ahora, intrigado ante el lugar y deseoso por conocer al autor, o los autores, de semejante sitio.
Se dirigió resueltamente hacia los senderos en el suelo, donde no ardían los huecos en el terreno, algunos tan grandes que contenían hacinadas a muchísimas personas por los gritos que surgían de ellos, y otros más pequeños, de los que surgían simples brazos ardientes de una sola persona entre las llamas. Los tenía tan cerca ahora que podía apreciar la gravedad de la tortura y maravillarse también, que a pesar de estar ya buen rato en el lugar, no notaba que alguna de las voces en el interior de las llamas cesara en su frenético quejido. Esas personas ardientes en el suelo no se morían. El terrible tormento debía ser peor si no se les concedía la muerte ante tal suplicio. Eso lo convenció que el sitio en el que estaba no podía ser del Mundo Humano, y posiblemente ni Hueco Mundo o la Sociedad de Almas. Era un sitio en que los seres no morían, ni su cuerpo ni su alma, y no se descomponían o degradaban a un grado de destrucción.
Luego de caminar un rato junto a las fosas por donde salían gritos espeluznantes, creyó no haber oído bien cuando una de ellas lo reconoció y le habló.
—Sorprendente… —pronunció el dueño de la voz, en medio del rumor de las llamas que lo cubrían en la fosa en la que estaba—. No pensé jamás que iba a verlo en este lugar.
—Más sorprendente aún encontrarte aquí —reconoció él a quien le hablaba, con tanto respeto y casi ignorando semejante tormento al que estaba expuesto. Supo entonces que este debía… tenía que ser el Infierno. Pero un infierno que no conocía y del que no tenía conocimiento, pues el dueño de la voz sólo podía estar en este lugar al haber muerto hacía tiempo—. Ulquiorra.
—Es un honor que me recuerde… —reconoció Ulquiorra desde las profundidades del suelo ardiente—. ¿Acaso también está muerto?
—No —le respondió, seguro de ese hecho y más consciente que nunca del lugar en el que estaba. Apartó la mirada de la fosa de la que Ulquiorra le hablaba y le dedicó una mejor vista alrededor. Una vez más comprobaba que ante sí se extendía el terreno más grande que había visto en su existencia, incluso parecía más vasto que los que había contemplado estando a gran altura. Aguzando la vista a lo mejor que podía distinguió al fondo un muro enorme, también el más grande que vio jamás, que se extendía hasta más allá de donde llegaba su vista, perdiéndose a los lados.
—Dentro de los muros de la Ciudad de Dite se encuentra el Sexto Círculo —le explicó Ulquiorra con calma—. Este lugar está reservado para…
—Epicúreos… —reconoció su visitante de inmediato. Claro. No se esperaba esa revelación en su cultura y educación. Definitivamente no conocía esta parte del Infierno, pero conocía casi al dedillo la leyenda, la historia en la que estaba basada. Pero lo más correcto sería afirmar que el lugar real había originado la historia y la posterior leyenda. Con un vistazo a su alrededor recordó lo que había leído hacía siglos ya, con la obra clásica de la literatura humana: La Divina Comedia.
Eso significaba que, dependiendo de la dirección que tomara, se adentraría más y más en la Ciudad de Dite, la ciudad del mal. Y también en el mismísimo Infierno, hacia el séptimo círculo, que debía estar en alguna parte abajo. Recién notaba la sensación de inclinación en el terreno, como si esta se hubiera encendido mágicamente al notar la revelación...
Entonces, ¿qué demonios era lo que conocían él y el resto de los Shinigami respecto al Infierno? ¿Qué clase de engaño era el que les había privado de conocer los círculos infernales más allá del primero? Todo lo que sabía de ese lugar estaba siendo sacudido desde sus cimientos al ver que casi nada era cierto. Y en cierta forma tenía sentido.
—No puedo decir que esperaba otra cosa —reconoció al fin, luego de una larga pausa que Ulquiorra respetó sin hablar—. De todos los sitios a los que te mandarían al morir, este es el que más te sienta.
—Negar la existencia de algo superior, a pesar de existir aplastantes pruebas de lo contrario —concordó la voz de Ulquiorra, con voz queda—. Sí. Ése fue mi pecado en vida. Como humano y luego como Hollow. Y conmigo todos los que yacen ardiendo a mi alrededor en este lugar, en este círculo.
—Así que…
Ataba cabos. Su aparición, del tipo que fuera, en el Circulo Sexto del Infierno de entre todos los lugares, debía responder al interés de alguien poderosísimo. Tan poderoso, que fue capaz de sacarlo de su prisión en el Muken, donde estaba atrapado. Con una última mirada a la fosa en la que el leal Ulquiorra ardía, comenzó a caminar de nuevo.
—Ha sido bueno verte de nuevo, Ulquiorra.
No oyó ninguna respuesta. No la quería tampoco. El rumor del fuego y el olor eran cada vez más espeluznantes, incluso hasta para él, a medida que se adentraba más y más por el lugar.
Sin saber cómo, al ser tan enorme el terreno, se encontró de pronto cerca del ascendiente muro. No podía estar cerca realmente, a pesar de llevar caminando tanto que no podía saber cuánto había sido ya. ¿Días? ¿Meses? ¿Acaso más? Así lo sentía. Pero él siempre había pecado de ser paciente como ninguno y por eso no dio señales de desesperarse por llegar hasta quien lo hubiera llevado a ese lugar. Y las revelaciones y epifanías a las que llegó en conclusión en ese tiempo, eran invaluables.
Luego de otro interminable montón de tiempo, al fin se acercó lo suficiente a uno de los bordes del muro, tan alto que se perdía en la negra altura, y las llamas de los condenados ya no podían iluminar su cúspide. ¿Estaría quien lo llamó a ese lugar cerca? Sólo se había movido desde donde apareció, movido por su casi impecable instinto como siempre. Nunca le fallaba, pero dadas las circunstancias a lo mejor debía considerarlo. Se dio vuelta para mirar hacia atrás, hacia el humo iluminado por las fosas ardientes y meditó sobre moverse de regreso, o quizá caminar junto al muro que nunca terminaría de circular. Estaba a punto de moverse, cuando comprobó con placer que alguien lo llamaba desde una de las fosas.
Se acercó, pues, a la fosa entre las otras, al borde de uno de los muros, distinguiendo la voz que lo llamaba en medio de los gritos de dolor de otros. Al llegar hasta la fosa indicada se quedó observándola altivamente, sabiéndose con ventaja al no estar atrapado por las leyes de aquél lugar.
—¿Y bien? —le preguntó el dueño de la voz en el suelo, condenado por sus acciones como todos los demás, condenado por negar la inmortalidad del alma, del que lo creó todo—. ¿Es así como te imaginabas el Infierno?
—Si he de ser franco, no —respondió el visitante, sin reconocer la voz que le hablaba desde el suelo, oyendolá quizá por primera vez en su existencia—. Esta visión ha destruido todo lo que creí conocer del lugar. ¿Fuiste tú quien me trajo hasta aquí?
—No exactamente —le respondió el dueño de la voz entre las llamas—. Pero a petición mía te han traído, específicamente para hablar conmigo.
—¿Ah sí? Estoy tentado a terminar tus sufrimientos por traerme a este lugar sin avisar ni consultarme —comentó el otro casualmente, pero la amenaza en su profunda voz era implícita. Si ciertamente lo habían llevado hasta ese lugar, al menos debían conocer la magnitud de sus habilidades. Lo terrorífico de su poder, liberado en el mismísimo Infierno.
—Tienes fama de ser inteligente. Más inteligente que nadie —le reconoció la voz quemada del suelo—. Pero me demuestras lo contrario con tu afirmación. ¿Terminar mi sufrimiento? ¿En serio? Eso sería negar la inmortalidad de mi alma condenada aquí, y por ende te granjearías tu lugar, en este suelo con nosotros.
Sin inmutarse, quien observaba las llamas desde arriba siguió hablando.
—Cuestión de perspectivas —afirmó con convicción—. Habla. Con qué propósito me has traído hasta aquí.
—He oído de ti —explicó la voz en las llamas—. Desde aquí. Desde esta eterna prisión. He oído tus hazañas. Tu poder es legendario, incluso entre los que nunca más veremos las estrellas del mundo de los vivos, ni lo que añoramos.
—¿Sólo por eso? —quiso saber el otro, aburrido por la palabrería—. Supuse algo mejor, para ser capaz de lograr traerme hasta aquí, siendo que no puedo…
Calló. No por írsele la lengua, cosa que nunca pasaba. Sino por lo paradójico de su situación. Inmortalidad del alma. Él sabía muy bien de eso.
—Claro que no —respondió con llameante vehemencia quien yacía abajo—. Quise ver cómo era quien había desafiado el orden de su mundo. Quise ver qué tan capaz era el que casi derriba las bases de la mentira que conocen como la Sociedad de Almas —el tono en su voz cambió cuando notó la oscuridad en el iluminado rostro de su interlocutor arriba sobre él—. Del que casi crea las condiciones para que la joya capaz de transformar las realidades a su antojo y voluntad exista una vez más.
—El Hougyoku nunca funcionó de esa manera —reconoció el otro, casi con desgano—. Era capaz de imbuir mayores habilidades, pero nunca funcionó como se suponía. Nunca funcionó como…
—¿La Shikon no Tama?
Sus ojos se abrieron para mirar sin mirar a las incandescentes llamas que salían del suelo y que habían pronunciado el motivo por el que el Hougyoku ejerció tal fascinación en él en su momento. La Shikon no Tama era la joya que cumplía con los requisitos que él siempre había buscado para cumplir su meta. Pero de esa época hacían siglos ya.
—Así es —reconoció reservadamente—. Las características de la Shikon no Tama fueron imposibles de replicar.
—Sí —le concordó desde dentro la voz—. Me estremezco al pensar qué hubieras hecho en su momento con semejante poder. Todo en tus manos, con la visión para utilizarlo que nadie nunca poseyó.
—Por lo que sé, sí. Nunca le dieron buenos usos a tal joya.
Eso era cierto. Era consciente que las leyendas entre los Youkai rezaban sobre la Perla, y los usos que él consideraba como inútiles. Risible le era el deseo del demonio que añoraba a la sacerdotisa que la custodiaba. Tonterías… pensaba.
—Y si… Te dijera que puedes ponerle las manos encima a la Perla... Tu cara de seriedad es espeluznante —se rió la voz dentro del pozo luego de pronunciar esas específicas palabras, al notar la letal oscuridad en el iluminado rostro de su visitante. Sin embargo su único ojo, el izquierdo, pues el derecho lo cubría un negro manto, refulgía.
—No me provoques, alma atormentada —le advirtió el alma libre que ahora flotaba algunos centímetros sobre la caliente tierra—. Me aseguraré que esas llamas sean la menor de tus preocupaciones.
—No te miento —respondió la voz desde el suelo, con seriedad—. Puedes tener esa joya en tus manos. En esta época y en el mundo exterior, allá, donde brilla el sol.
Pero el otro sólo se rió.
—¿De veras? Emprendí una exhaustiva investigación, allá "donde brilla el sol" —se burló—. Jamás quedaron mayores indicios que tontas leyendas Youkai sobre esa perla. Por eso decidí intentar replicarla. Pero el poder de mi imitación nunca la igualó. ¿Ahora me dices que luego de siglos, puedo tener ese gran artefacto al fin? No intentes tentar más tu sino.
—No tengo ningún interés en mentirte —le respondió desde el fuego la voz—. No gano nada con ello. Como te dije, el hecho de hacerte llegar hasta aquí, comprobar tus agallas, y luego contarte de la forma para obtener la Shikon no Tama ha sido todo orquestado por mí. Sólo para divertirme.
—¿Y crees que yo, de entre todos los que pudiste elegir, puedo ser tu burla?
El ambiente en el mismísimo infierno se hizo tan pesado, que el humo y las llamas de las fosas ardientes alrededor del visitante dejaron de ascender, suprimidos hacia abajo por su ira.
—¡Eso! ¡Así! ¡Sigue! ¡Facilítale las cosas a los que custodian las puertas de la ciudad! —se regodeó el alma en la fosa, y en su voz se notaba la presión que el Reiatsu de su visitante ejercía sobre él—. Te atraparán y no saldrás jamás de este lugar, ni podrás cumplir tu ambición.
—¿¡Qué sabes tú de mi ambición!? ¿¡Qué crees que sabes tú!? —gritó con rabia el hombre de arriba.
—¡Sé que sueñas con derribar la mentira del orden en el que estamos! —le respondió el todavía ardiente condenado, ante el poder espiritual de su visitante—. ¿Rey Espiritual? ¿Llave del Rey? Esos fueron patéticos sueños y patéticos objetivos. ¡Ahora sabes la verdad de tu Sociedad de Almas y su patético gobernante! ¿Qué es lo que quieres hacer…?
»¿Aizen Sousuke?
Aizen respiraba agitadamente, furioso con el atrevimiento y las palabras del condenado a sus pies, que no dejaba de arder, ni siquiera con semejante despliegue de poder que había demostrado sobre él. Ni aún entonces se apagaban las llamas del Infierno. Lentamente aplacó su rabia, permitiéndose un ligero atisbo de fantasía e incredulidad, tan solo de existir la mínima posibilidad que fueran ciertas las palabras del burlesco personaje debajo de él.
—¿Cómo te llamas, condenado?
Entre las llamas, claramente podía sentir la mirada muerta de ojos derretidos. Mirada sin ver. Silenciosa satisfacción.
—Onigumo. Ése es mi nombre.
El mar se agitaba sin cesar, aterrado quizá por el negro presagio que antecedía a lo que vendría. En medio de la nada, en medio del abismo de aguas sobre el que ningún alma navegaba ni sobrevolaba, e incluso en sus profundidades agitadas, donde no nadaba ninguna criatura acuática, desde el fondo surgió un torbellino y ascendió hasta la superficie, vomitando a un simple individuo en medio de fuego y humo que explotaron en el mar, como fuegos artificiales. Ningún ojo que lo presenciara se podría creer nada del espectáculo ante sí.
Y la persona que arrojó el abismo cayó al agua de nuevo, mientras a su alrededor el mar se calmaba. Una sonrisa complacida iluminaba las facciones de Aizen Sousuke ahora, flotando plácidamente en medio del mar…
También esta vez cuenta con prólogo o capítulo cero. Un punto entre el final de la batalla de Ichigo y la Sociedad de Almas contra Juhabach, el final de Inuyasha, y el saltazo temporal de diez años. Quería que esto sea lo más apegado al canon posible. ¿Nos aventuramos?
