Lo admito, soy débil, estuve resistiéndome a escribir esto desde que vi la película hace como un mes, pero ya no puedo más. Espero que por lo menos les guste.
Título: Piezas de Rompecabezas
Resumen: [Slash] Gracias al idiota de Jay, los cuatro tendrían que quedarse en la preparatoria de Auradon y buscar otra manera de robar la varita. Ninguno esperaba encontrar otra cosa, quizá más importante que la orden de sus padres.
Pareja: [Jay/Carlos]
Categoría: Descendientes
Género: Romance
Advertencias: Contenido sexual explícito
Clasificación: No menores de 16 años
Disclaimer: Los personajes y el universo de la historia no me pertenecen, y escribo esto sin fines de lucro.
[Capítulo 1 ─ Por una estupidez]
El plan en primera estancia era bastante simple; entrar al museo sin ser detectados, robar la varita del Hada Madrina y de alguna manera llevársela a sus padres como se los habían ordenado. Suena sencillo, ¿no? Así parecía, hasta que al idiota de Jay se le ocurrió activar la alarma y entonces todos tuvieron que salir corriendo antes de que los atraparan y los mandaran de regreso a la Isla. Fue una verdadera estupidez porque, ¿no se suponía que él era el ladrón experto? Ahora gracias a eso, tendrían que quedarse en la condenada preparatoria llena de princesas, príncipes y chicos buenos. Iugh.
Los chicos lograron llegar a su habitación sin que nadie los notara, y nada más entrar Jay comenzó a lanzar improperios casi como si estuviera gruñendo. Carlos cerró la puerta tras de sí y se dirigió a su cama, haciendo una mueca al ver que el otro daba una furiosa patada contra la base de su propia cama. Eso debió haberle dolido bastante, aunque en realidad Jay no mostraba ningún signo de ello.
—Jay, estoy cansado y quiero dormir, ¿podrías dejar de hacer tanto ruido? —pidió al momento en que tomaba una camiseta y un short simple del interior de su mochila. Ni siquiera habían desempacado porque no tenían planeado quedarse en ese lugar.
El chico árabe no le prestó atención y siguió despotricando, dando vueltas por toda la habitación y pateando cualquier cosa que encontrara en su camino. Carlos rodó los ojos y tan sólo se encargó de cambiarse de ropa, dejando las prendas sucias en un montoncito junto a la cama.
Cuando estuvo listo para dormir, Jay seguía haciendo su rabieta—. Maldita sea, fue tan estúpido —mascullaba una y otra vez.
Él se mordió el interior de la mejilla, comprensivo—. Jay, pudo haberle pasado a cualquiera de nosotros, ¿sabes? No fue la gran cosa.
—Pero no a mí, Carlos, no debió haberme pasado a mí —replicó el de cabello negro, enojado. Pero no estaba enojado con el chico De Vil, sino consigo mismo, el pobre sólo sería el que se llevara el mal rato por ello.
—Fue un accidente, no te diste cuenta del campo de fuerza y activaste la alarma, ¿y qué? Lo peor que puede pasarnos ahora es quedarnos aquí por un poco más de tiempo.
—No quiero quedarme en éste lugar.
—No sabías que…
—Mejor ya cierra la boca Carlos. —Jay tomó su mochila con brusquedad y fue a encerrarse en el baño de la habitación, cerrando de un portazo. Al parecer, no le importaba si llegaba a despertar a alguien más.
Carlos bufó, molesto. ¿Qué diablos le pasaba a ese chico? Él sólo había querido ayudarle a que dejara de sentirse culpable, pero Jay lo único que hizo fue gruñirle en respuesta, como si él tuviera la culpa de todo. Siempre trataba de ayudarlo, pero el otro nunca lo apreciaba, ni una sola vez. Soltó un sonido de indignación, aunque lo más probable era que su compañero no lo escuchara desde donde se encontraba, y se dejó caer en su cama.
Tuvo que contener un suspiro de satisfacción al sentir la mullida superficie hundirse bajo su cuerpo. No estaba acostumbrado a tener una cama tan cómoda, así que en ése momento se sentía casi como si estuviera acurrucándose en medio de un gigantesco algodón. Además, estaba agotado gracias al muy largo día que había tenido, así que eso sólo hacía que se sintiera aún mejor.
Se acomodó con la espalda hacia el techo y los brazos bajo la almohada, dedicándose por un rato tan sólo a mirar la noche a través de la ventana, con la luna iluminando desde lo más alto del cielo. Le gustaba la noche, o, al menos, esta noche, que era silenciosa y tranquila, con una bonita vista, relajante. En la Isla siempre había mucho ruido, gritos por todos lados y a todas horas, y en realidad uno nunca podía estar tranquilo, porque no sabías lo que podía pasar si bajabas la guardia. Esto era todo lo contrario. No quiso pensar en el hecho de que, quizá, era por eso mismo que le gustaba tanto.
Sin darse cuenta comenzó a quedarse dormido ahí, arrullado también por el suave y lejano sonido del agua cayendo contra el suelo. Jay debía estar tomando una ducha, apenas en ese momento a pesar de que llevaba un buen rato dentro del baño. Carlos bostezó, y mientras cerraba los ojos se preguntó por un segundo si algún día Jay aceptaría alguno de sus intentos por ayudarlo. Si algún día el chico notaría que, en realidad, sí había alguien que se preocupaba por él.
o~o
En cuanto la puerta del baño azotó al cerrarse, Jay dejó caer la mochila en el suelo bajo el lavamanos y se sentó sobre la tapa del retrete, enterrando el rostro en sus manos.
Sí, sabía que Carlos sólo había estado intentando levantarle un poco el ánimo y que él, en cambio, había sido todo un imbécil con el chico. Pero no podía ser de otra forma. No debía ser de otra forma. Era un villano, maldita sea, no necesitaba de la amabilidad ni compasión de otras personas, especialmente del chico De Vil. Y por eso mismo era que le molestaba tanto. Porque Carlos siempre estaba intentando cosas para ayudarle, para hacerle sentir bien cuando estaba enojado o decaído. Jay casi estaba seguro de que, en cualquier momento de cualquier día, si volteara a ver a su lado o detrás de él, Carlos estaría ahí. Y eso no era lo peor, en realidad, sino cómo era que eso le hacía sentir. La manera en que su estómago se revolvía, sus manos sudaban, e incluso en ocasiones sus labios tiraban queriendo formar una sonrisa cuando el de cabello blanco estaba cerca, cuando le sonreía o hablaba, y aquellas veces en que el mismo Jay lo acorralaba en rincones alejados y…
Bien, este era el momento para dejar de pensar. Sí, eso era lo que necesitaba, dejar de pensar en absoluto. Con un suspiro de cansancio se puso de pie, se quitó la ropa arrojándola en una esquina y se metió a la regadera. Una ducha con agua fría no le vendría mal.
Se quedó bastante tiempo ahí dentro, por lo que una vez que salió del baño, ya vestido con ropa para dormir y una toalla en la cabeza con la que secaba su cabello, Carlos ya estaba más que profundamente dormido. Se quedó a tan sólo unos pasos de la puerta que acababa de cruzar, observándolo.
La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba un poco el cuarto, lo que le permitía ver el lugar sin mucho problema y apreciar la manera en que el pecho del de cabello blanco se movía con ligereza acompañando su respiración, la manera en que sus piernas, flexionadas una sobre otra, se movían hasta enlazarse y la cabeza del chico se restregaba contra la almohada en busca de una mejor posición. Incluso podía ver su rostro, tan tranquilo como no creía que fuera posible. Entonces Carlos emitió un pequeño sonidito adormilado que debía ser resultado de su comodidad, y él tuvo el repentino impulso de acercarse a donde se encontraba. ¿Para qué? No lo supo, pues en ese momento sacudió su cabeza y tomó la decisión de que era demasiado tarde y ya debía irse a dormir.
Después de secarse lo mejor que pudo su largo cabello, dejó la toalla colgada en la silla del escritorio y se recostó en su cama, con los brazos cruzados bajo su cabeza y la mirada en el techo. Al día siguiente comenzaban las clases, y él de verdad que no quería ir a meterse a un lugar lleno de principitos y princesitas mimados y caprichosos que no debían tener ni siquiera una vaga idea del significado de las palabras «esfuerzo» o «problema», quienes tenían vidas destinadas a ser un condenado cuento de hadas con un hermoso final feliz, todo lo contrario a las suyas. Los chicos buenos ganaban, los malos perdían, siempre. Bueno, ellos estaban ahí para cambiar eso.
Dio vueltas por toda la cama hasta que decidió que dormiría de costado, sin percatarse de la manera en que sus ojos se quedaron observando el pacífico y adormilado rostro de Carlos, hasta que se quedó dormido también.
Continuará...
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