La idea de este Fanfic surgió, como no podría ser de otra forma tratándose del fandom de Hetalia, en una de mis clases de Historia de México mientras pensaba: "Esto sería demasiado gracioso sí apareciera en Hetalia... Muy bien, ¡tengo un nuevo fic sobre el cual trabajar!"

Así pues, espero que disfruten leyendo este fic tanto como yo lo hice escribiendo esta bizarra versión de un hecho histórico bastante curioso.

Todos los personajes, y el concepto de México como personaje aunque no sea cannon, pertenecen a Hidekaz Himaruya.


La Guerra de los Pasteles.

Corría el año de 1836 y México paseaba sola, por las calles de Tacubaya, en una carreta. Antes de doblar una esquina ella baja del vehículo asegurándose de no pisar la falda blanca del vestido y dobla hacia la derecha de la intersección, a una calle con numerosos restaurantes a los que de vez en cuando hecha algunas miradas, pero es el escaparate de una pastelería amarilla la que llama su atención.

Sin duda los postres detrás del cristal lucían realmente apetitosos y había unos impresionantes pasteles de fiesta, pero nada de eso fue lo que la hizo entrar a la tienda. Dentro del local un grupo de hombres, ─ a los que México reconoció por ser algunos de los oficiales de Santa Anna─, discutían airadamente con el pastelero, quién no dejaba de amenazar con vetarlos del local.

Los oficiales eran cuatro hombres vestidos con sus ropas de civiles pero cada uno con sus condecoraciones de oficial sobre el saco, soltaban carcajadas sonoras y tomaban lo que se les apetecía de los escaparates de la pastelería o de los carritos que sacaban el pan recién hecho de la cocina. Nadie del personal se atrevía a pedirles que se calmaran hasta que llegó el chef, un hombre extranjero de mediana estatura, corpulento y con un bigotito bastante cómico en su cara redonda.

─ ¡Les he dicho que ustedes no son bienvenidos aquí hasta que no me paguen todo lo que han consumido!

─Ja este hombre obviamente no sabe con quién está hablando.─ Dice uno de los hombres de Santa Anna, otros dos se ríen con el comentario. ─Vamos Don, no se enoje ya le pagaremos después…

El oficial toma una fresa de un pastel de dos pisos, mandado a hacer para una fiesta por lo que se podía ver en la inscripción de este, y se relame los dedos con descaro; el chef lo mira indignado, por no decir exasperado, e incluso puede notarse una vena palpitante en su frente. Justo cuando otro de los hombres iba a tomar un pastelillo del carro, el chef lo aparta de su alcance con un gesto brusco.

─ ¡Oh mon dieu, eso han dicho desde hace un mes! ¿Acaso saben cuántas ganancias he perdido solo con lo que ustedes consumen?

México se acerca a los hombres, el que hablaba con el pastelero la reconoce inmediatamente y le ofrece su mano en señal de saludo, ella en cambio mira con displicencia al oficial y a sus compañeros.

─ ¿Podría decirme a que se debe este escándalo, oficial? Están ahuyentando a la clientela del señor con todo esto.

─ Sucede que estos hombres vienen cada semana aquí y comen todo lo que les apetece, ¡pero siguen sin pagarme nada de lo que se han llevado!─ Replica el enfadado chef, cuyo rostro está hirviendo. México deja escapar un suspiro, seguro que el hombre no está exagerando nada de lo que dice pues conoce bien las malas costumbres de los oficiales de querer pasarse de listos con todo aquel que se cruce en su camino.

─Bueno, no deberíamos hacer de esto un asunto más grande, ellos pagaran la deuda y ya está. Problema solucionado…

─Ojalá fuera tan fácil como eso. ─ Dice una voz detrás de ella. Al local acaba de entrar un hombre rubio de cabello largo y barba rala, muy bien vestido, tiene un fuerte acento francés, más marcado que el del chef, pero aun así no tiene mala pronunciación en español.

México lo reconoce rápidamente, le había visto muchas veces en la casa de España.

─ ¿Francia?, ¿Qué haces aquí?

Salut le Mexique. ─Se acerca galantemente a ella y le besa el dorso de la mano. Él sonríe un poco de lado, ella aparta la vista un momento y acierta a devolverle la sonrisa amablemente. ─Vengo a resolver algunos asuntos, el embajador ha hecho una llamada a París recientemente así que pensé que sería mejor venir yo mismo.

─ ¿Y esos asuntos tienen algo que ver con este pequeño conflicto?

─ ¡Este no es un pequeño asunto, señora! Mi negocio está a punto de quebrar à cause de ce groupe d'idiots. ─Interrumpe el pastelero, levantando más la voz.

A México le molesta el tono en que le habla el pastelero, pero respira hondo e intenta no salir de sus casillas.

─Bueno, señor, ¿Cuánto es lo que le deben estos hombres? Espero no le ofenda la pregunta, pero parece un asunto serio.

Le Monsieur Remontel está solicitando una indemnización de nada más que 60,000 pesos.─ Intervino Francia fingiendo un poco la voz como si fuera algo sin importancia, pero México casi se va de espaldas al escuchar la cifra solicitada.

Francia, se comporta como un "caballero" y le acerca una silla a la señorita para que se siente en la mesa de madera continua a la puerta de salida. Le da una indicación al pastelero en francés, el cual parece un poco mosqueado, pero ya que los hombres de Santa Anna han optado por salir de ahí en cuanto México ha amenazado con bajarles el rango a todos ellos y privarlos de sus privilegios de militares, el señor Remontel obedece al rubio y desaparece dentro de la cocina para dejar a las dos naciones charlar a solas.

─Francia… 60 000 pesos es una suma muy grande sólo por un montón de pasteles, no pueden estar hablando en serio, además la situación económica aquí es difícil desde que me volví independiente.─ Dice la castaña con la preocupación dibujada en su rostro.

Francia sonríe de lado pues México, sin querer, ha dado justo en el calvo con ese comentario. Es precisamente por el hecho de que en ese año España por fin haya reconocido su independencia que él podía ir a hacer acto de presencia en las nuevas naciones libres de América y obtener un poco de aquello que convirtió a España en la potencia mundial anteriormente. Por más que España fuese su gran amigo seguía sintiendo cierto resentimiento hacia él y el cejotas por acaparar casi todo el continente para ellos solos.

─Verás mon cher no quiero ser molesto contigo, hasta ahora creo que tenemos buenas relaciones…Diplomáticas, claro, pero el señor Remontel no es el único con exigencias, al parecer a Deffaudis le han estado mandando una serie de reclamaciones por parte de comerciantes franceses aquí. Esas noticias llegaron a París y sencillamente creo que no debería ignorarlas.

México se reclina en su asiento y se cruza de brazos, fastidiada.

─Escucha, Francis, entiendo de que tengas que atender a las exigencias de tu gente pero, ¡no le puedo cobrar al Estado 60 000 pesos por unos pasteles! A diferencia de mi vecino del norte yo aún no logro recuperarme de mi independencia. Además los texanos se han puesto un tanto insurrectos, es decir los forasteros gringos no están cumpliendo con las disposiciones que habíamos acordado, las tachan de injustas y ¡no se quieren volver al catolicismo!...─ Evidentemente México había sacado de España eso de salirse del tema principal y comenzar a hablar sobre todas las penas que los aquejan.

Francis hace un esfuerzo por reprimir la risa así que opta por tomar el asunto de otra forma, se le acerca un poco más con su silla y enrosca uno de los risos oscuros de ella entre sus dedos.

─Veo que no te convence del todo pero quizás podríamos llegar a otro tipo de acuerdo…─Susurra Francia con ese tono que a cualquiera le viene provocando un ataque al corazón. ─Tal vez si discutiéramos más sobre nuestro territorio nacional y menos de economía nos entenderíamos mejor belle.

Desde la cocina, Monsieur Remontel, escucha el sonido de una silla de madera estrellarse contra el piso y un quejido medio ahogado venir desde la parte delantera del local, su instinto francés le hace ignorar por completo el ruido y concentrarse únicamente en el suflé que prepara.

Y sí obviamente la silla que callo fue la de Francia a quien México le corto la respiración con un buen puñetazo en el estómago y no con un beso como seguro hubiera preferido el rubio.

México le lanza una mirada asesina, sus mejillas aún están rojas entre la pena y el coraje. El rubio se repone un poco y se levanta.

─Creo que ese es un no…─ Dice riéndose un poco, con cinismo aparte.

─Puedes decirle a Deffaudis y a tu jefe que no me interesa escuchar de nuevo sobre este asunto y que no pienso pagarles sus pomposos dulces a nadie.

Los ojos azules de él siguen con la vista a la mexicana hasta que ella sale del local. Suelta un suspiro de exasperación y se aprieta un poco las cienes, en un gesto muy al estilo de cierto austriaco, no está para nada contento y tengan por seguro que no va a dejar las cosas así, después de todo Napoleón le había enseñado que todo lo que quería podía ser suyo. Sólo necesitaba un poco de persuasión y, tal vez, unos cañones implicados.


Sí les ha gustado el capítulo, dejen un comentario para que a Francia se le bajen las ínfulas exapansionistas...