Este fanfic consta de varios capítulos. Éstos no tienen que ver entre sí, sino que cada uno cuenta un momento entre Edward y Bella diferente, o pensamientos de uno de ellos acerca del otro. Mi cometido es que imaginéis cómo es la vida de nuestros personajes favoritos, ahora que al fin están juntos y para siempre. Espero que los disfrutéis :)

Paseo en barco

[Bella]:

No me resultó difícil comprender que nos encontrábamos en la playa. Pude notarlo por el peculiar ruido que los pies de Edward provocaban al besar levemente la pálida arena, por el familiar olor que emanaba el océano, por el leve susurro de las aves silvestres, que se escuchaba más claro fuera de la casa, y por varias razones más.

Me habría gustado quitarme la venda y verlo todo, especialmente su rostro, pues nos encontrábamos en un lugar tan idílico casi como el mismo Edward. Pero él me había tapado los ojos con su blanca camisa.

Sus cálidos y suaves brazos me apretaban levemente contra su pecho, de una forma tan tierna como siempre. Apoyaba mi cabeza sobre su cuello, donde coincidía plenamente.

Suspiré. Éramos tan iguales. Estábamos hechos el uno para el otro, habíamos nacido para amarnos como nadie más amó alguna vez en la historia del universo. Yo le pertenecía completa e inquebrantablemente y él era todo mío. Todo.

Me di cuenta de que Edward había avanzado hasta llegar al agua. Sus pies provocaron un breve murmullo entre el agua. Se inclinó hacia delante y, por un momento, pensé que me iba a tirar al agua. Pero me depositó en algo sólido. Por mi ágil tacto, pude notar que era de madera. Antes de que pudiese preguntar, Edward se había alejado de mí, había vuelto a la orilla y ahora empujaba la pequeña embarcación en la que me encontraba. Cuando hubo depositado completamente la barca en el agua, él ya me había envuelto en sus perfectos brazos de nuevo.

-Con que una barca… -musité-¿Vamos de paseo?

-Hmmm –dudó Edward, mientras me rozaba levemente mi pelo con sus labios- supongo que podría llamarse así.

La barca se movía al compás del frágil zarandeo del agua. Alcé las manos para desprenderme al fin de la camisa que me impedía ver, mas sus brazos bajaron los míos y él fue quien deshizo el nudo en mi nuca.

Cuando la luz embargó mis ojos, busqué instintivamente su rostro. La curiosidad que sentía por saber qué maravilloso lugar había encontrado Edward para nosotros no era tan urgente y empedernida como mi constante deseo de verle.

Él tenía el rostro perfecto, como siempre, relajado y sonriente. Me sumergí en sus dorados ojos, y su miel me distrajo completamente, olvidando que deseaba observar el paisaje. Su sonrisa se ensanchó cuando vio mi cara de distracción. Posó su mirada en el frente con la intención de guiar mis ojos, pues el comprendía que no me apetecía hacer otra cosa más que observarle.

Me impactó tanto la belleza y singularidad del lugar en el que nos encontrábamos. Un ardiente sol crepuscular comenzaba a meterse bajo las profundidades del mar, que se extendía hasta el infinito, dando la sensación de que ahí era donde el sol se iba a esconder durante la noche. Un humano no habría soportado mantener la vista fija en el sol brillante, eléctrico. El cielo era de un naranja peculiar, con pequeñas franjas rosadas distribuidas desordenadamente sobre él. Se podía encontrar en el océano una réplica exacta del mar, salvo que los colores eran menos llamativos, más apagados que los originales del firmamento. Mi hábil visión distinguía claramente el mar del cielo, pero estaba segura que un humano tampoco habría notado esa pequeña diferencia. Le habría costado bastante distinguir dónde comenzaba el océano, pues todo estaba perfectamente entretejido, formando un cuadro perfecto. El mar parecía que absorbía nuestro estado de ánimo, pues estaba calmado, feliz. La barca en la que nos encontrábamos era pequeña y del color del tronco de los árboles. Parecía una de aquellas barcas que siempre estaban aparcadas en la orilla de La Push.

Mis manos apretaron firmemente el brazo de Edward, mientras que en mi mente debatía fervientemente un modo en el que explicar mis sentimientos. Pero no había palabras. Todo era demasiado superior.

La risa musical de Edward se entremezcló con el suave cantar de los pájaros, que nos observaban desde las ramas de los árboles.

-Te gusta –no me lo estaba preguntando.

-Algo más que eso, amor. ¡Es tan maravilloso! Sigo sin comprender qué haces para encontrar estos lugares.

Volvió a reír suavemente, y me rodeó la cintura con un brazo para luego depositarme entre sus piernas y cogió los dos remos que descansaban a ambos lados de la barca. Comenzó a remar suavemente, provocando otro murmullo en el mar más potente que el de sus pies cuando tocaron el agua.

Cuando hubo remado lo suficiente como para haber dejado la playa atrás, con todos los verdes árboles que rodeaban ésta, giré sobre mí misma para poder encararle. Creí que seguiría sonriendo, pero ahora estaba serio. La intensidad de su mirada, que escudriñaba mi rostro, intentando impregnar mi rostro en el suyo, me abstrajo. Alzó una de sus blancas manos, que descansaban en mi cintura, y me acarició la mejilla. Una corriente eléctrica pasó entre nosotros, a tal velocidad e intensidad, que habría acabado con cualquier cosa débil. Sus dedos recorrieron mi piel, desde los pómulos hasta la barbilla, quemándome tras su paso, cual bosque ante el fuego abrasador de un incendio.

No pude resistirlo más, estábamos demasiado separados a pesar de que nuestros cuerpos estaban pegados. Trabé mi boca con la suya, y sus finos labios aplastaron los míos con fiereza, lo que provocó en mí una respuesta más intensa todavía.

Cuando Edward me tocaba, podía sentir a todas mis células peleando entre sí para acercarse al punto en el que mi piel y la suya estaban en contacto. Si su mano acariciaba fuertemente mi cuello, todas mis células, mis emociones, se concentraban en ese punto. Si después me cogía de la mano, apretaba mis pálidos dedos entre los suyos, exactamente del mismo color y textura, la constitución de mis células bajaban hacia mi mano.

Aunque, en ese momento, nuestros cuerpos estaban conectados completamente. Y así fue cómo dimos por concluido nuestro pequeño paseo en ese magnífico paraje.