Luego de unos años, decidí emprender la tarea de reeditar algunos fics. Me parece que éstos de Toy Story son ideales para comenzar, ya que son especiales y significaron cosas muy lindas para mí. Además de que son cortitos. Espero que disfruten el fic en su forma "mejorada" jaja

Dedicado a todos los fans de esta loca, pero adorable pareja, y a todos los que amamos las tres películas, pero sobre todo a aquellos que como yo, lloramos con el hermoso y emocionante final de Toy Story 3.

Disclaimer: Toy Story no es de mi propiedad. Pertenece a Disney y Pixar.


Sábados Soleados

Bonnie miraba por la ventana de su habitación suspirando con cierta nostalgia. Ese día era un sábado hermoso. Y como cada sábado así, desde que Andy había terminado la universidad, venía a visitarla a su casa.

Cuando Andy cumplió los veinte y aún seguía en la universidad, Bonnie, de ocho años, le envió una linda postal, diciéndole que al terminar sus estudios, podía pasar a su casa todos los sábados soleados como ése a visitarla y a ver a los juguetes que él tanto amaba y que ella tanto cuidó. Andy le respondió con una postal floreada prometiéndole ir todos los sábados no era un promesa de verdad, sólo era una forma linda de contestarle un mensaje a una niña que lo admiraba mucho. O eso pensó él en su momento.

Años más tarde, el sábado soleado que tanto había obnubilado a Bonnie los encontró cuando ella ya contaba con diecisiete años, y él con veintiocho. No sabía porque estaba cumpliendo con eso, pero simplemente lo hacía. Se sentiría en falta si no cumpliera con su palabra, por más de que esa promesa fuera dicha a una niña de ocho años, hacía unos nueve.

Era una promesa infantil, los dos lo sabían. No había razón para cumplirla, y sin embargo el Andy de veintiocho años se hacía un tiempo para verla a ella y a sus antiguos amigos, sus juguetes que siempre formaron parte de su vida. Quizá ésa era la excusa. Sus juguetes. Un poco porque era cierta y otro poco porque los tenía ella y eso le daba cierto acceso a su vida. Algo que negaba en su cabeza cuando se preguntaba a sí mismo por qué seguía yendo a visitarla.

Bonnie estaba sentada en su escritorio, haciendo un poco de tarea para el colegio. Era un chica muy aplicada e inteligente, por eso también llamaba la atención de gente más grande y podía tener buenas conversaciones con todo tipo de personas. Sin embargo, había algo que la mantenía atada a su infancia, algo de lo que no podía deshacerse y que de alguna manera la unía a Andy.

Sí. Los juguetes. No podía evitar divagar sobre los muñecos que yacían en una estantería arriba suyo. Solía perderse en un mundo donde esos personajes que vivían inmóviles con ella, tenían vida. Y que detrás de esa fachada estéticamente perfecta, había sentimientos e historias. Ese pensamiento lo mantenía guardado dentro de su cabeza y no permitía que saliera a la luz porque pensaba que si alguien supiera de eso, la llamaría infantil. Los diecisiete eran una edad cruel en la adolescencia donde importaba mucho lo que otros pensaran o cómo te veían. Bonnie no era precisamente una joven que se dejara llevar por esas cosas, pero le preocupaba lo que una persona específica pensara de ella.

Sin embargo, había cuidado los juguetes como se lo prometió a Andy hace once años atrás. Estaba orgullosa de ello. Sabía que ambos habían crecido, Bonnie ya era era toda una adolescente y él todo un hombre, al que probablemente no le interesaría esos tontos juguetes. Quiso aferrarse a que eso no fuera verdad.

Suspiró. A ella sin embargo, le seguían importando. Aún cuando era época de maquillajes y novios, seguía pensando en las vidas secretas de sus juguetes de la repisa, seguía creyendo que eran un vínculo con su increíble niñez y un contacto con el hombre que admiraba y quería.

Probablemente piensa que soy una niña. Y tiene razón...

El sonido de la madera la alertó. Reconocía esos golpes, siempre de la misma forma, siempre la misma frecuencia. Andy no cambiaba con el tiempo tampoco. Igual que ella.

—¿Quién es? —preguntó con las pulsaciones aceleradas.

—¿Quién más vendría en un sábado soleado como hoy?

—¡Andy! —exclamó parándose para abrir la puerta y abrazarlo—. ¿Cómo has estado? Llovió mucho durante estos últimos sábados.

—Lo se… —comentó despeinándole el cabello, en un gesto cariñoso y fraternal.

Fraternal puntualizó Bonnie. Ella trataba de que no se notara mucho su entusiasmo, su nerviosismo y su admiración. Todos sentimientos que causaban sólo él, un hombre, doce años mayor que ella.

Doce

Ese número la atormenta desde que cayó en cuenta que estaba enamorada de Andy. Era tan abismal y eterno que parecía nunca tener fin. A fin de cuentas, ¿qué podría ver en ella un hombre doce años mayor?

Solo es un enamoramiento adolescente

Eso se había repetido hasta el hartazgo cuando tenía catorce, cuando cumplió quince y cuando ya contaba con dieciséis, pero ya no podía negarlo más. Esa atracción que una vez creyó fraternal y adolescente se había convertido en un amor grande por ese joven muchacho.

—Cuidas tanto de tus cosas que no me sorprende el estado de esos juguetes —mencionó Andy vislumbrando la repisa—. Nadie creería los años que tienen. Parecen nuevos.

—Prometí que los cuidaría. —respondió dándole la espalda para sentarse en su cama.

Lo bueno de su relación era que podían hablar horas y no agotar el tema de conversación. No tenía que recurrir siempre a los juguetes que le dio. Y no es que sólo los considerara especiales porque la unían a Andy de alguna forma. Eran importantes por ser el primer regalo especial que tuvo de alguien a sus seis añitos.

—¿Sabes? —empezó ella sacando de sus cavilaciones al joven castaño que miraba sus antiguos juguetes—. Quizás te parezca infantil, pero… suelo imaginar que tienen vida. –Andy dio un respingo al sentir en esas palabras un sentimiento que él conocía bien—. No lo se, es como si me observaran y me dijeran "todo va a estar bien" —Sonrió con amabilidad y casi como si se disculpara. Estaba revelándole algo que por años escondió en su mundo interno y que era la llave para esa niña interior que guardaba—. Me gusta pensar que tienen una historia detrás de su apariencia de juguetes. Imaginar que viven increíbles aventuras sin que me entere, o incluso sin que te hayas enterado tú mismo cuando eran tuyos. —Andy la miró sorprendido, pero con una sonrisa en sus labios.

—Muchas veces me pregunté si en verdad me estaban observando y cuidado de mi. Parece una fantasía pero de alguna manera siempre conseguían darme la impresión de que tenían vida propia. —rió afable sentándose en la cama junto a Bonnie. Su mirada era de una ternura y nostalgia apacibles—. No pensé que le pasara a todo el mundo.

—No se si a todo el mundo, pero al menos a mi sí.

Bonnie los observó un momento. Estaban tan perfectamente ordenados que nada alteraría la calma de sus juguetes. Paseó la vista por cada uno de ellos hasta reparar en Buzz. Estaba mal acomodado y parecía a punto de caerse de la repisa, por lo que se adelantó a tomarlo antes. No supo cómo sucedió, pero al levantarse y acercar sus pasos hacia ellos, pisó a Rex de forma accidental y se resbaló. Estuvo a punto de ver las estrellas y estamparse contra el suelo cuando unos brazos la atraparon antes.

—Cuidado. —mencionó Andy en voz baja, dándose el tiempo de observarla e ignorar esos sentimientos entrometidos que le causaban conflictos internos en su corazón.

—Gracias... —respondió ella acomodándose con cierto nerviosismo—. Por estas razones pienso que tiene vida. —Se acercó a Rex y lo recogió del suelo otorgándole un suave beso en el proceso—. Siento haberte pisado.

Andy tuvo que morderse el labio para evitar abrazarla de nuevo. Bonnie, con su vestido juvenil, su cabello largo y su espíritu alegre, era una persona increíblemente atrayente, más allá de su belleza física. La vio colocar en su lugar a Buzz, y Rex, y guiñarles un ojo con cariño. Cuando se volvió hacia él le ofreció una sonrisa cálida y llena de sentimiento. Los ojos azules de él la observaba con curiosidad.

—¿Quieres un café?

—De acuerdo —contestó aceptando con gentileza

Siguió con la vista a Bonnie hasta que cerró la puerta y sus pasos se alejaron de la habitación. Solo en ese momento se dedicó a recorrer con la mirada a sus juguetes.

—No me lo explico… —comenzó colocando una mano en su mentón con gesto pensativo. Por un instante le pareció que sonrieron más de la cuenta, como si sus rostros felices se convirtieran en muecas de complicidad—. Lo supuse —susurró bajito aún cuando estaba solo—. Cuando llegué Rex estaba en la repisa… interesante.

Los juguetes sonrieron aún más. Ya no podía pasar inadvertido ese acto. Andy parpadeó.

—¡Chicos!, ¡tengo doce años más! Es loco lo que estoy haciendo —expresó dejando que la culpa lo abrazara. Todo eso que quiso negar salió a flote como una represa de agua luego de tiempo de ser contenida—, o lo que estoy sintiendo…

Cuando su mirada cayó sobre Woody, presenció un acto que le dejó perplejo. Le pareció que le guiño un ojo. Simple como un parpadeo pero que conllevaba un mensaje mucho más profundo. Él rió.

—Siempre lo sospeché. —comentó pensando en que las historias sobre la vida de los juguetes siempre habían sido ciertas—. Ah y gracias por lo de recién... —agregó con cierta inseguridad.

—¡Andy! ¡ya está el café! —gritó Bonnie desde el piso de abajo sobresaltando al joven.

Andy le dio una última mirada a sus juguetes, esos tan especiales para ellos dos y que tantas aventuras les regalaron. Sonrió dándose confianza.

—Deseenme suerte, entonces.


Feliz año para todos los que lean de nuevo esta nueva edición, casi cinco años después de que lo publicara. Un abrazo.

Annie