=Capitulo I=

-Te he visto mas entusiasmado con la perspectiva de ser devorado por un rancor que con la misión que te ha encomendado el Consejo, mi joven padawan…, ¿acaso estas insatisfecho con ella?-comentó la voz pausada y profunda del maestro jedi, con evidente ironía.

Qui-Gon Jinn, con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplaba apaciblemente la puesta de sol sobre el horizonte de Coruscant, al tiempo que se dirigía así a su interlocutor, un joven de unos veintidós años, que era su tercer aprendiz.

-¿Insatisfecho? ¿Y cómo no?-le contestó el otro en tono burlonamente quejumbroso - ¡Se trata de mi primera misión independiente, por todos los exaltados bendus! ¡Y al Consejo solo se le ocurre enviarme a hacer una investigación bibliográfica!. Supongo que quieren enterrarme en las polvorientas bóvedas de la Universidad Planetaria de Rhak para que medite en lo inapropiado que es para un joven jedi buscar la excitación y la aventura...

-Bueno, yo suponía que esa parte erudita de tu personalidad, que con frecuencia exhibes en los momentos más inadecuados, disfrutaría sumergiéndose en estudios históricos. Reconocerás que el hallazgo de un enorme artefacto desconocido y de inconmensurable antigüedad en la órbita de una estrella moribunda del núcleo galáctico es intrigante, cuando menos…

Obi-wan Kenobi miró con expresión herida a Qui-Gon Jinn y después suspiró.

-Es cierto que parece interesante. No hay información alguna en la Biblioteca del Templo acerca de la existencia de una civilización capaz de construir algo parecido en épocas tan remotas…pero maestro, ¡no me parece justo que tú hayas sido enviado simultáneamente a una misión de riesgo, sin ningún tipo de apoyo!

El vínculo psíquico que unía a los dos jedis en su condición de maestro y aprendiz, reverberó con la ansiedad y la frustración del padawan. Qui-Gon le dirigió una intensa mirada azul y continuó la conversación directamente en su mente, mediante esa forma de comunicación de la que pocos son capaces, incluso entre los jedi, y que obvia cualquier error de entendimiento.

-Así pues, padawan, ¿está tu descontento motivado por el miedo por mi seguridad, mas que por las características de tu propia misión? preguntó.

El tono emocional del aprendiz se tiñó de una cierta vergüenza, pero no podía ni debía ocultar sus sentimientos:

-Maestro, hace diez años que estoy a tu lado, y creo haber contribuido más de una vez a nuestra supervivencia cuando las situaciones se complicaban…Sí, es cierto que tengo miedo por ti, sabiendo que no habrá nadie que te cubra la espalda, si lo necesitas. Lo siento, sé que no es propio de un jedi este temor, y que debo dejarlo ir…Meditaré sobre ello, te lo prometo.

-Hazlo, Obi-Wan, recordando que estamos en manos de la Fuerza y que, en último extremo, juntos o separados, es Ella la dueña de nuestro destino.

La convicción del pensamiento de Qui-Gon cortaba como el filo de un diamante, brillante e inmensamente duro, pero su voz mental expresaba a la vez afecto y compasión, y su brazo estrechó cálidamente los hombros del joven en un gesto cotidiano. Luego, añadió, con suave humor:

-Debo haber envejecido más de lo que creía, padawan mío, para que sientas que necesito tu protección. Lo creas o no, y aunque mi pelo esté canoso, todavía no se me han caído los dientes y guardo algún truco que otro en mis largas mangas.

Tras unos segundos de silenciosa reflexión, siguió, con más ironía:

-Pero quizás te preocupen también otras cosas: ¿será que no confías del todo en mi buen comportamiento a la hora de cumplir con las reglas?

Obi-Wan se envaró un poco ante esta pregunta de su Maestro. En los últimos años, y a medida que se había convertido en un adulto, el aprendiz se había visto mas de una vez en la posición de tener que contradecir las opiniones o los planes de Qui-Gon, si quería actuar en conciencia.

Era algo bien conocido en el Templo que el Maestro Jinn no se distinguía por su ortodoxia respecto a la ideología oficial del Consejo Jedi. Y, tras una década de aprendizaje, en la que Obi-Wan había absorbido aplicadamente sus enseñanzas, la influencia del maestro en todo lo que era como hombre y como jedi apenas tenia limites. Sin embargo, existía una amplia parcela en su mente para el pensamiento independiente, lo que era, de hecho, alentado y estimulado. Y, por sensibilidad y carácter, esa independencia llevaba al joven jedi a encontrarse con frecuencia más cercano a las opiniones del Consejo que a las de su propio mentor.

Qui-Gon hubiera rechazado cualquier tipo de sumisión incondicional en un alumno suyo, excepto en situaciones de combate o de alto riesgo, en que la obediencia era una exigencia absoluta. Sin embargo, con cierta frecuencia tenía que esforzarse en dejar pasar ciertos aguijonazos dolorosos a su corazón, cuando Obi-Wan parecía asumir el criterio del Consejo, que tendía a considerarle poco fiable en sus impulsos, a pesar de una larga carrera cuajada de misiones improbablemente exitosas. Y este era un claro punto de fricción entre ambos.

-No digas eso, Maestro. No hay nadie en quien confíe y a quien respete más que a ti…aunque no esté siempre de acuerdo contigo.-dijo, girando la cabeza para poder dirigir la mirada hacia el rostro de Qui-Gon, ya casi en penumbra. Después sonrió repentinamente, y añadió: -Pero tienes razón en cuanto al envejecimiento, mi anciano maestro. Ya te ha llegado la hora de recurrir a un sólido bastón, como el del Maestro Yoda.

-Que tiene la inmensa utilidad de dar contundentes golpes a los aprendices impertinentes, no lo olvides.-remató el corpulento jedi, con una breve carcajada.

Durante un tiempo se hizo un confortable silencio, pero cuando la noche hubo establecido definitivamente su reino en el transitado cielo de Coruscant, la voz mental de Obi-wan susurró:

-¿Querrías meditar ahora conmigo, maestro.

-Será un placer, padawan…y una conveniente despedida.

A la mañana siguiente, tras acompañar a su joven aprendiz al trasporte que le llevaría a Rhak, Qui-Gon empezó a preparase para su propia misión. El Senado Galáctico había solicitado la cooperación de un jedi, a propuesta de una de las grandes compañías multiplanetarias productoras de medicamentos, para resolver una situación conflictiva que les afectaba.

Un año antes, se había promulgado una ley senatorial que daba vía libre para el aprovechamiento de los recursos naturales de aquellos planetas con población autóctona semi-sentiente o cuasi-inteligente –anteriormente protegidos de ingerencias extrañas- siempre y cuando se demostrara que lo que se trataba de explotar era de valor extraordinariamente elevado para el bien de los ciudadanos de la galaxia.

La farmacéutica Forkran había sabido entonces de la existencia de una planta de la que se podía destilar la sustancia anti-envejecimiento más prometedora y potente hasta entonces conocida. Tras la correspondiente investigación, que corroboró la eficacia de la sustancia, recibió permiso para fabricar masivamente el producto.

Pero, por desgracia, la planta solo crecía en las selvas de un pequeño planeta del Borde Exterior, Balter4, habitado por una raza reptiloide, catalogada dentro del grupo de semi-sentientes. Tras unos meses de explotación industrial de la planta, los balterianos habían comenzado a destruir la valiosa maquinaria de Forkran y a los droides que la controlaban, negándose aparentemente a cualquier comunicación o acuerdo con la compañía farmacéutica.

Los gestores de la poderosa empresa, con importantes influencias en el Senado, habían solicitado la intervención de los jedis, para pacificar y controlar a las tribus balterianas, y conseguir que la actividad recolectora e industrial se desarrollara sin incidencias, aludiendo a la Ley de Explotación de Recursos por el Bien Común.

Cuando Qui-Gon había recibido, unos días antes, ante el Consejo Jedi, los datos e instrucciones pertinentes acerca de su nueva misión, lo había hecho con su habitual expresión impasible. Sin embargo, los miembros del Consejo eran los más poderosos maestros de la orden, y no habían dejado de percibir los minúsculos signos de tensión alrededor de los ojos, ni la llamarada de frustración que ardió en el jedi y fue inmediatamente vertida en la Fuerza, al escucharlos.

-Maestros, con todo respeto, he de decir que tengo severas dudas acerca de la justicia de esta misión.-anunció en tono contenido.

-Se trata de hacer respetar una ley aprobada por la Asamblea Galáctica, utilizando las habilidades diplomáticas que has demostrado innumerables veces poseer, Qui-Gon, y de proteger lo mejor posible a todas las partes implicadas. Es más, tu intensa sensibilidad a la Fuerza viviente te hace especialmente indicado en el trato con razas semi-sentientes. Pero esto no tiene nada que ver con tus opiniones personales ni con tus gustos…-contestó con severidad y una más que implícita reprobación Windu, inclinándose hacia delante para enfatizar sus palabras.

Qui-Gon Jinn cerró un momento los ojos, pidiendo paciencia en silencio y asintió levemente. Sabía que estaba siendo puesto a prueba una vez más, y contempló durante unos instantes su propio sentimiento de rabia, antes de dejarlo ir, de disiparlo como el humo en un cielo inmenso.

Todo el Consejo conocía su conexión con la Fuerza Viviente, cuya voluntad, que los demás consideraban que confundía a veces con su propio instinto, escuchaba por encima de todo, y el Consejo conocía también la empatía que esta conexión implicaba con todos los seres vivos y con la Naturaleza en todas sus formas…

Aún así le pedían –más bien le ordenaban- llevar a cabo una misión en la que sus inclinaciones más íntimas entrarían seguramente en conflicto con la obligación impuesta.

Sin embargo, y con un disciplinado esfuerzo, el Maestro jedi recordó el respeto que debía a la sabiduría de los jedis del Consejo, y doblegó su voluntad.

-¿Cuándo debo marchar?- preguntó finalmente.

-En dos días, una vez hayas despedido a tu padawan, Maestro Jinn.-contestó esta vez Depa Bilaba.

-Así sea. Que la Fuerza os acompañe, Maestros.

Una semana después, el trasporte adjudicado por el Senado al jedi tomaba tierra en Balter4, en el espaciopuerto construido junto al gran complejo industrial que centralizaba las actividades de Forkran en el planeta.

El lugar estaba mecanizado casi en su totalidad. Tan solo un escaso centenar de sentientes de diferentes razas, que realizaban tareas de investigación y control, vivían allí.

Cuando Qui-Gon descendió de la nave, se dejó asaltar por la multiplicidad de impactos que, sobre sus sentidos físicos, le proporcionaba el entorno del planeta, y que complementaba lo que su sensibilidad a través de la Fuerza le había transmitido desde que entraran en su atmósfera. Era como una canción compleja y abigarrada de notas y sonidos diversos, que, sin embargo, quedaba enturbiada por una disonancia casi dolorosa.

El paisaje estaba conformado por colinas suaves cubiertas de una vegetación lujuriante, bajo el cielo del más puro cobalto que nunca hubiera visto. A lo lejos se divisaban altos conos volcánicos aislados, algunos cubiertos de nieve. Entrecruzándose como una malla irregular por toda la extensión que abarcaba la vista, lentas corrientes de agua reflejaban el azul del cielo y los variados verdes de la selva.

Tras él se levantaban los edificios de la planta de recogida y elaboración farmacéutica que estaban construidos para mimetizarse lo más posible con el entorno: estructuras bajas, que no superaban la altura de los árboles, en colores similares. Los olores, en cambio, eran inconfundibles. La dulzura penetrante de los aromas de las flores, de la humedad, de las hojas de las plantas, estaba inevitablemente pervertida por la pestilencia ácida de los vapores emanados por la fábrica.

Qui-Gon frunció un poco el ceño, sorprendido: por muy desagradable que fuera aquella alteración del orden natural, no justificaba en absoluto la disonancia percibida a través de la Fuerza. Pero no era el momento de analizar a fondo sus percepciones, así que las apartó a un lado temporalmente y, tras los saludos pertinentes, siguió al humano y a los dos twi-leks que formaban el comité de recepción hacia la sala de juntas del complejo de Forkram.

El director Breannt, un corelliano de edad media y aspecto distinguido, que parecía considerar su estancia en Balter4 una desgraciada pero aprovechable etapa en su carrera profesional, inclinó educadamente la cabeza ante el jedi.

-Maestro Jinn, es un honor tenerle aquí.

-Gracias, director Breannt. Le agradecería que me pusiera al corriente de la situación lo antes posible.-respondió Qui-Gon en tono neutro.

-¿No desea un refrigerio, o descansar un poco antes de que nos metamos de lleno en el trabajo?

-Gracias, no.-repuso con una leve sonrisa el jedi.

El corelliano se envaro ligeramente. Había oído que los caballeros jedi solían ser fríos y distantes, pero el que le había caído en suerte parecía especialmente intratable. Así pues, sin más dilación, inició un exhaustivo relato de todo lo acaecido en el planeta durante las últimas semanas. Proyectó mapas y esquemas del avance de las máquinas recolectoras, que eran las que habían sufrido principalmente los "actos de vandalismo" de las "lagartijas", así como de los asentamientos principales de los balterianos.

Los informes xenobiológicos, más detallados que los que ya Qui-Gon había estudiado en Coruscant, mostraban unas criaturas de escasa envergadura (1 metro de longitud y 30 cm. de altura), longilíneas, de cabeza alargada, diez extremidades digitadas y cola prensil, cubiertas de una hermosa piel arcoirisada. Vivían en grandes clanes familiares sin aparente estructuración jerárquica, utilizaban un lenguaje muy sencillo a base de chasquidos bucales y su inteligencia apenas parecía desarrollada por encima de la primera etapa instrumental. Ninguno de los ejemplares que habían sido investigados inicialmente había sido capaz de aprender básico.

En todo caso, y aunque los balterianos no habían demostrado agresividad previamente y, de hecho, no eran una raza predadora, sí habían conseguido destruir con eficacia varios cientos de cosechadoras en poco tiempo. Ningún intento de comunicación con ellos había sido útil, pero Forkram había querido recurrir a las habilidades jedi antes de emplear métodos más contundentes para proteger sus derechos, según explicó finalmente el director al silencioso e imponente maestro jedi.

-Mañana me dirigiré a uno de los asentamientos nativos, y veré qué puedo hacer para resolver el conflicto. Si no hay nada más que deba saber, agradecería que se me indicara un lugar para descansar…-dijo entonces Qui-Gon Jinn, en un tono cortés y seco, que desanimó cualquier intención de ulterior socialización.

Aquella noche Qui-Gon meditó, extendiendo su conciencia progresivamente en círculos cada vez más amplios de la superficie del planeta. La Fuerza resonaba con una especie de melodía inhabitualmente potente y fascinante, como si fuese el eco de múltiples instrumentos en fase, modulando su invisible e intangible luz hasta alcanzar una intensidad estremecedora…

Y, sin embargo, el jedi percibía simultáneamente terribles disonancias que enturbiaban continuamente el flujo de la Fuerza Viviente, entremezclándose dolorosamente con ella, en un contraste que resultaría abrumador para cualquier ser sensible a la Fuerza, pero que para Qui-Gon, con su especial conexión al aspecto Viviente de la misma, resultaba torturante. No recordaba haber sentido nada parecido en ningún otro lugar, y finalmente tuvo que levantar escudos que filtrasen las disonancias para poder alcanzar su centro de serenidad, y escuchar lo que la Fuerza quisiera hacerle saber o intuir.

El amanecer le encontró inmerso en la densa selva húmeda, avanzando silenciosa y eficazmente en dirección noroeste, a varios kilómetros ya del complejo industrial. Se dirigía hacia las faldas de un volcán extinto, que sobresalía unos dos mil metros sobre la ondulada extensión arbolada, donde se sabía de la existencia de un gran asentamiento balteriano.

Tras un día de marcha rápida, pero más esforzada de lo que hubiera sido esperable, debido a la continua necesidad de filtrar con escudos sus percepciones, Qui-Gon detectó signos de estar entrando en territorio habitado. Su mente se expandió en la Fuerza, para confirmar tal extremo

No sabía realmente cómo iba a ser recibido por los nativos, pero no trató de ocultarse en absoluto, así pues, cuando vio a un grupo de balterianos, evidentemente ocupados en recoger provisiones, ya que portaban sobre sus lomos canastas de semillas y frutas, se adelantó hacia ellos y se inclinó cortésmente, emitiendo de todas las maneras posibles señales de paz y buena voluntad...

(Continuará)