Uno

"Querida".

Puedo ver el retrato de mis padres sobre la mesa, mirándome, con ese feo y resquebrajado marco de madera. Cierro los ojos, intentando dormir un poco más, pero me es inútil; no podría dormir ni aunque tomara esas pastillas que están bien guardadas en un botiquín de madera bajo el rechinante colchón de mi cama. En catorce horas será la cosecha, y estoy hecha polvo. No tengo miedo, dejé de sentir miedo a los dieciséis, cuándo mi mejor amiga fue elegida. Murió al segundo día de los Juegos, por un tributo del Distrito 8. Me revuelvo en la polvorienta y rota sábana, mientras intento organizar mis pensamientos. ¿Qué estará haciendo Anna? Me levanto de golpe al oír un ruido viniendo de afuera. No me molesto en ponerme los zapatos así como camino lentamente a la puerta cerrada, también, de madera. Cuento hasta tres y abro la puerta de golpe, sorprendiendo a una pelirroja, con cazadora y botas de lana, encorvada en la oscuridad con una bolsa llena. Anna.

— ¿Qué haces despierta?—Le digo, sin poder contener mi rabia— ¿Adónde fuiste? ¿Qué es eso?

Ella parece murmurar un "diablos" antes de que se aflojen sus brazos y se siente en la silla que está a su lado, haciéndola rechinar. Parece cansada. Y también decepcionada. Me acerco rápidamente, dejando que mis pies descalzos suenen en el suelo de cemento y tomó su bolso, pesado, y lo pongo sobre la mesa, haciendo que su contenido suene como cristal. Inmediatamente sé lo que es y el corazón se me para. Sólo para asegurarme, arrugo la bolsa hacia abajo, dejando ver su contenido. Teselas.

— Anna, ¿qué hiciste?—Digo yo, en un susurro. Incrédula.

Ella arrebata una de mi mano que contiene aceite y la abraza. Ahora está enojada.

— ¿No es obvio?—Me dice ella, mirándome ceñuda.

Yo sigo observando las que están en el bolso. ¿Cuántas son?

—Anna, dime por favor que las robaste—digo yo, no por qué estuviese a favor del robo; si no por qué no podría soportar que su nombre estuviese más de seis veces en el sorteo. Ella baja la mirada, mirando el frasco con granos. Yo la miro y suspiro, sentándome en la silla de al lado, haciéndola rechinar también.

— ¿Cuántas veces?

Ella se muerde el labio y me mira, con sus ojos azules; idénticos a los míos.

— Nueve.

Yo me paso la mano por el mal arreglado cabello enredado, cerrando los ojos; sus números no se comparan a los míos, que tomé cuatro teselas a los trece años, para luego tomar más. Este año, mi último año, mi nombre estará en el sorteo veinticinco veces. No me era fácil alimentar a la boca hambrienta de Anna. Y desde que nuestros padres murieron en una explosión en las minas, fue incluso más difícil, cuándo se suponía que tendría que ser más fácil. Entonces recuerdo que solo estamos Anna y yo. Y seguramente no pidió esas teselas sólo para ella. Su gran sacrificio, disfrazado de uno pequeño. Las teselas sólo son trampas del Capitolio, para que nuestro nombre esté en el sorteo. Claro que hay personas que no necesitan de las teselas, cómo el alcalde y los comerciantes. Nosotros éramos de ese grupito "privilegiado". Hasta que nuestros padres murieron, ya que no pudimos mantener el negocio, que consistía en vender frutas de los arbustos y árboles que estaban fuera de los límites de él Distrito 12. Mi papá se iba a recolectarlas con Anna, y yo me quedaba con mi madre en la tienda, lavándolas y vendiéndolas. Pero cuándo murieron fui muy desconfiada sobre Anna yendo fuera de los límites y recogiendo en los bosques con apenas doce años, así que cerré el negocio y me pasé con Anna a una casa abandonada; ya que no iba a pedirle al alcalde una casa, siendo menores. Nadie toma en cuenta a un par de adolescentes flacuchas y pequeñas, así que nos fue fácil pasar inadvertidas; vendiendo las frutas que recolectamos cada mañana en El Quemador, el mercado negro de éste Distrito.

Siempre he admirado a Anna, su valentía, su coraje; su insistencia… Creo que nunca podría ser como ella. Ella no teme. Bueno, nada que sea la Cosecha. Lo cual es gracioso, yo le tengo temor a todo menos a la Cosecha y ella al revés.

— Es un regalo—dice ella, sacándome de mis recuerdos rotos. —Un regalo por ser tu último año en el sorteo.

Me rio por qué es tonto. ¿Un regalo por ser mi último año arriesgando mi vida? La gente no da regalos por eso.

Por otra parte, ella es Anna.

— No deberías hacerme regalos por eso—concluyo yo, terminando mi carcajada.

— ¡Claro que sí! Además, tu lo has hecho—dice ella dejando el frasco en la mesa y cruzando los brazos. ¿Yo lo he hecho?

— ¿Qué?

—Sí, ya sabes, cada año conseguiste una o más—dice ella, echándose el cabello naranja, un color extraño que heredó de mi padre, hacia un lado del cuello.—Lo he considerado un regalo desde la primera.

No puedo evitarlo, me abalanzo contra ella y la encierro en mis pálidos brazos, sintiendo su calor, que es el único que me agrada, y entierro mi cara en su cuello; con un olor a sudor, tierra y un toque de su propia esencia floral. Siento cómo ella me responde el abrazo con la misma energía, haciéndome sentir bien. Oh, mí querida hermanita.

— Estará bien, estará bien—le comienzo a decir, acariciando su cabello; que ahora le caía por la espalda. Sintiendo su suavidad extraña, con un toque de suciedad. Intento convencerme de que no la elegirán a ella—No te elegirán…

Ella solo sigue abrazándome.


Me despierto y siento el cuerpo de Anna abrazándome, como buscando escudo a lo que está a punto de pasar. No hay nada que pueda hacer para evitar la elección. Pero Anna jamás estaría segura de todos modos, viviendo en un mundo como el nuestro. Me levanto, procurando no despertarla y me dirijo, con los pasos más quedos que puedo, hacia el cuarto de baño, que en realidad solo es una habitación pequeña con una bañera de metal llena de agua fría, justo cómo a mí me gusta. Me meto y me dejo disfrutar esos dos minutos de paz, ignorando lo que me espera. Me lavo el cabello con un jabón que me costó cinco ramos de uvas y diez fresas. Fue un buen precio, la verdad. Los jabones escasean en distritos como el nuestro. Además, el jabón es aromatizado con vainilla, lo cual fue más ganancia que pérdida.

Salgo de la bañera y me envuelvo en una sábana blanca, saliendo del cuarto. Un vestido color azul oscuro con diseños en la falda y el escote. Es precioso. ¿De quién es?

—Sorpresa—escucho y volteo para ver a Anna, todavía con la ropa de ayer, mirándome con una sonrisa, se la devuelvo. —Otro regalo.

Exhalo aire sorprendida, amo a mi hermana. Lo tomo en mis manos y lo examino, es largo, sin mangas. Es perfecto.

—Originalmente, tenía mangas, pero no me alcanzó—dijo Anna a mis espaldas, y yo la miro, ¿lo compró?

—Oh, Dios mío, Anna, ¿Cuánto te costó?—pregunto yo, mirando con los ojos muy abiertos a Anna, que me sigue mirando con una sonrisa.

—Nada que no pueda pagar por mi hermana—dice ella, encogiéndose de hombros, y yo la miro incrédula; teselas, un vestido, solo por ser mi último año.

— ¿Por qué haces esto?—le pregunto y ella mira el suelo, sin perder la sonrisa.

— Quiero que, cuándo no salga tu nombre, camines con estilo, el estómago lleno y un vestido espectacular para que el Capitolio mire que no te afecta.

Esa razón es tan absurda pero tiene sentido, por lo menos para Anna. La tomó las mejillas y la beso en el cachete.

—Gracias.

Ella se ríe y se encoge de hombros, metiéndose en el baño.

Yo me visto, viendo los resultados del precioso vestido, me peino, haciéndome un difícil peinado que mi madre siempre usaba. Una trenza, arreglada como un rodete con una línea de cabello enroscado desde el centro hasta el final. Si no fuera por qué el escenario no concuerda, diría que soy una princesa. Me rio de mis propias tonterías. Soy mucho más agradable con el estómago lleno.

Voy a la cocina para sacar las frutas de un cajón y calentar la comida que tenemos, como cena, para llegar a casa limpias de elecciones y comer. Intento no pensar en cómo sería si eligieran a una de nosotras.

—Eso no va a pasar, Elsa—me susurro a mí misma, sentándome en una silla, ocupando mi mente con cosas más irrelevantes, hasta que unos toques en mi ventana me distraen. Veo una cabellera castaña y sé quién es.

Me paro de la silla y me dirijo a la puerta, abriéndola con un rechinido, viendo a un chico castaño, con una barba de chivo (como digo yo) y unos ojos color cafés, lo cuáles también son raros en la Veta. Eugene.

— ¡Elsa! ¡Wow!—dice él, con los ojos muy abiertos, viendo mi atuendo, yo ruedo los ojos. —Deberías verte así más seguido.

Yo me rio con ganas, cruzando mis manos en frente de mí, volteándome y dejando la puerta abierta para que él pase.

—Hoy es una ocasión especial, Flynn—le digo así, porque así fue cómo se presentó por primera vez, cuando éramos unos niños escuálidos. Él siempre fue de familia pobre. Huérfano. Mis amigas en ese entonces, privilegiadas por padres comerciantes, no entendían cómo podía llevarme con él. "Es un pobre, Elsa" decían. Pero Eugene siempre ha sido divertido, siempre diciendo cosas que me hacían sentir bien. Lo quiero cómo a mi segundo hermano.

—Sí… Tu último año, ¿cómo se siente eso?—dice él, apoyándose con una mano en la mesa y viéndome fijamente, su último año fue el año pasado. Y tuvo suerte. Su nombre en ese entonces ya estaba cincuenta veces. Pero Eugene no pedía teselas para él, pedía para otras familias que lo necesitaban; ya que él no tenía nada que perder en los Juegos. Sólo a mí. Pero yo lo entiendo perfectamente. Si no tuviese una hermana, haría lo mismo que Eugene. Pero no, no podría dejar a Anna sola.

— ¿Cómo se supone que va a ir?—le pregunto a Eugene, tomándome ambos codos, cómo abrazándome.

— Se siente como una mierda, lo sé. —Me dice él, con una mueca de compasión en su boca. Él siempre fue mal hablado, pero eso no lo imité. No me va.

—No tan así, es sólo que… Woah, estuve soportando las Cosechas por ocho años, Flynn—digo, tomándome la cara—Es raro el hecho de que ya no soportaré más, ¿sabes? Raro y genial.

Él me abraza, encerrándome en sus bronceados brazos, dándome otro calor que me gusta mucho. Ahí me siento segura.

— Woah, no toques a mi hermana, chaval—dice una voz atrás de nosotros y yo me separo riéndome. Anna siempre ha sido celosa conmigo. Pero al verla, la respiración se me corta. Ella tiene un bonito vestido color verde aceituna con el torso negro. Le queda tan lindo que quiero llorar. A veces siento que sigue siendo la misma bebé pelirroja y pequeña de hace dieciséis años. Tiene, también, el cabello recogido.

—Chicas, en serio, parecen las hijas del alcalde con esos vestidos—dice Eugene y ambas reímos. Yo me alejo para mirar la comida caliente, y el reloj. Cuarto para las dos.

Respiro con ansiedad apretándome el estómago y anuncio:

—Es hora.


Salimos de la casa, pasando por otras casas similares donde se pueden escuchar llantos, susurros; se ven personas alistándose y se respira una atmósfera de miedo. Minutos después estamos con todas las personas en las filas que hacemos conforme a las edades para que nos identifiquen con un pinchazo de nuestra sangre. No me quiero separar de Eugene ni de Anna, pero no tengo más opción. Así que cuándo Anna tiene que hacer fila, le digo:

—Nos vemos en dos minutos en el bullicio de allá, te amo.

Ella asiente y en sus ojos puedo ver que está aterrorizada. Eugene se acerca y le digo:

—Ve con Anna, los veo allí.

Él asiente y se va con Anna, esperando fuera de la fila, sin perderla de vista. Yo voy avanzando rápidamente. Hace un silencio sepulcral, mientras puedo ver un montón de rostros con diferentes expresiones en ellas, pero las expresiones aterrorizadas ganan. Hay algunos que están llorando y lo entiendo perfectamente. Todas las tiendas de la plaza están cerradas, obviamente y hay un escenario más allá dónde después Toothiana dará su discurso sobre lo increíble y genial es el Capitolio. Toothiana es una residente del Capitolio; lo cual puedes decir ya que siempre lleva un atuendo más llamativo que cualquier cosa. Los del Capitolio siempre han sido muy raros, digo yo. Poniéndose ropa llamativa, tatuajes, maquillaje, tinturas y peinados exóticos. Si no fuera porque tienen más clase que yo, diría que parecen animales.

Hay banderines con el escudo del Capitolio dibujado en ellos, cámaras para la televisión y muchos agentes de la paz en los alrededores. Hay personas que rezan, me sorprende que hagan eso, otras que apuestan, informantes escondidos de personas residentes, familias que no quieren desmoronarse, y luego estoy yo. Con mi vestido azul atraigo miradas, me ven y me evalúan, como si fuera un tributo. Lo cual espero no ser. Intento no ver el bullicio de gente que se acerca a la plaza, así como mi fila avanza y agentes de la paz toman muestras de sangre. No saludo a nadie de m alrededor, intento concentrarme en todas mis posibles posibilidades de ser elegida o que elijan a Anna. ¿Qué haría si eso sucede?

Me toman mi sangre, me alejo, intentando buscar a Eugene y a Anna, pero no los encuentro. La multitud me va empujando hacia el grupo de mujeres que están rezando porque no les toque a ellas. Puedo ver el escenario frente al Edificio de Justicia, con tres sillas, dos ocupadas. Una por el alcalde y otra por Toothiana. Un podio, dos urnas de cristal con miles de papeletas. Una para los chicos y otra para las chicas. Nueve de ellas dicen Anna Arendelle. Veinticinco Elsa Arendelle. Me dan náuseas. Nueve veces es demasiado. Me mareo un poco antes de recuperar la compostura. Entonces llega el último ocupante de las tres sillas. Un enorme señor, robusto, con barba y cabello blanco. Es escandaloso, ya que sus saludos se escuchan hasta aquí. El es St. Nicholas. Ganó los Juegos hace veinte años, tenía dieciocho, su último año. Nadie más ha ganado en éste Distrito.

Toothiana luce un traje multicolor, con una peluca que me hace acordar a los colibrís. Éste es, sin duda, el traje más extravagante que he visto. Me distraigo de buscar a Anna. Toothiana se acerca al micrófono y comienza a dar un discurso sobre el Capitolio y el origen de Los Juegos del Hambre. Proyectan un vídeo. Pero no le presto atención, sigo mirando a mí alrededor en busca de Anna, pero no la veo por ninguna parte.

Comienzo a pasar por entre las chicas con vestidos distintos cada una, veo lunares, florales, blancos, rosas. Muchos con cuello blanco. Murmuro un "disculpe" y "con permiso" de vez en cuando, pero no la veo. No me atrevo a gritar su nombre, aunque estoy desesperada. Dejo de escuchar el sonido del video y sé que terminó, lo cual solo me dice que están a punto de anunciar a los tributos. Siento ansiedad y volteó hacia el escenario. Toothiana nos mira con una sonrisa, como si anunciara un concurso y un ganador que se llevará un gran premio. En realidad, ella intenta hacernos sentir cómo si en realidad fuera un sorteo bueno. Ya que "El tributo tiene el honor de representar a su Distrito". Pero nadie puede sentirse menos mal. No, no quiero oírlo. Si no soy yo, o Anna, será alguien más. Alguien que tiene una familia.

— ¡Felices Juegos del Hambre!—dice con su irritante voz y agita los brazos, emocionada. — ¡Y que la suerte esté siempre de vuestra parte!

"Suerte" dice, ¿hablará de la suerte de representar a tu distrito en los Juegos? ¿O de no ser elegido? Algún día debería preguntarle.

— Cómo siempre—continua ella, torciendo su cuerpo a la derecha, dónde está la urna de la chicas— ¡Las damas primero!

Camina, mete la mano a la urna y el aire absorbe todos los sonidos. Cómo una inhalación colectiva. Mi corazón se acelera, así como ella toma un papel al azar y vuelve al podio.

Lo desenvuelve con una lentitud abrumadora. Mi corazón late tan rápido que temo que se salga de mi pecho.

Lo desenvuelve.

Cinco latidos.

Lo alisa.

Diez latidos.

Lo lee mentalmente.

Quince latidos.

Abre la boca.

Veinte latidos.

— Anna Arendelle.


NO SEAN MALOS Y LEAN ESTA NOTA DE LA GUAPA AUTORA

Sí, elegí el Distrito 12 como hogar de Elsa y Anna, porque creí que era el que más concordaba con ellas; ya saben con la muerte de sus padres, y además, porque es el Distrito del que más tengo información.

JELSA, ¿ME LEYERON? ESTO ES DE JELSA. También Mericcup, Flynnpunzel, Kristanna.

QUIERO REVIEWS, SI NO, LA BORRO. A MI TAMBIÉN ME DUELE CABRONES.

Resulta que Jack será del Distrito 7, por si tenían el pendiente.