Advertencias: el eje principal de la trama es de carácter violento e implica muertes, posible lime. Los personajes no me pertenecen.
Capítulo 1: Él. Ella.
Recordaba.
Sonó un disparo. Cerró la mano sobre su vaso y bebió un trago del ardiente líquido. Poco después aquella diosa de pelo rosa salió de la habitación y se dirigió a él. Se sentó en su regazo y le quitó el vaso de las manos. Mientras apuraba el resto del contenido, él subió su mano a su mejilla y limpió una de las pequeñas motas de sangre que la habían ensuciado.
Tras tragárselo, dejó el cristal caer y bajó sus labios carnosos sobre los de él empezando una ansiada danza que terminaría en algún cuarto de pensión barata.
Justo dónde se encontraba ahora mismo. Entre las sábanas calientes estaba el cuerpo desnudo de aquella mujer de ojos verdes. Él ya estaba vestido y preparado para marcharse, aunque se mantenía sentado en la orilla de la cama.
—No te vayas todavía... —Escuchó su voz trémula.
—Me desobedeciste.
Se levantó impasible.
—¡No te vayas! —Cogió su mano en gesto desesperado—. Además gané.
—Pero me desobedeciste. —Un segundo en el que sus ojos se cruzaron con los de ella y comenzó a temblar.
Dejó la mano caer rígida.
—¡No puedes dejarme sin más!
—Sakura deja de hacer esto a tu marido.—Ahora le daba la espalda—. Olvídate de seguir jugando. Al menos no para mí.
Sin más cruzó la habitación en dos pasos y salió al ruido infernal de la ciudad. Una ciudad cruda y sucia como cualquier otra, pero a la par diferente de la que era por las noches. Cuando era su ciudad.
Se puso las gafas de sol y paró el primer taxi que se cruzó. Un trayecto largo hasta su casa en las afueras, un lugar tranquilo en el que poder pasar desapercibido. Pagó la cuenta y entró. Necesitaba una ducha. Y descansar. Ser un empresario de la noche le estaba empezando a consumir ahora que se acercaba lentamente a la treintena.
Entró en el baño y abrió el grifo de la bañera. Mientra escuchaba caer el agua relajante se miró en el espejo del lavabo. Aquellos ojos verdes que le devolvían la mirada eran mucho más inocentes que la persona que se escondía tras ellos. Un tatuaje oculto entre una mata de cabello rojo indomable. Sólo las bolsas de sus ojos denotaban que esa persona no era tan joven como en un principio se podía pensar. Pasó su mano por su rostro intentando esconder algún pesar que todavía le perseguía, pero no tenía sentido. Comenzó a quitarse el traje chaqueta de la noche anterior y se metió en la bañera notando como el agua hirviendo le eliminaba todos los parásitos que se le habían pegado a la piel, y al alma.
Sakura había sido una de sus mejores jugadoras, pero no podía seguir así tras casarse. Lo había sentido. Había perdido esa inmunidad que tenía ante la muerte. La echaría de menos entre sus filas. Y entre sus sábanas. Luego tendría que llamar para buscar algún sustituto, esa misma noche de viernes había un botín suculento que quería obtener a toda costa.
Sonrió.
A costa de la vida de quien sea.
Hundió la cabeza en el agua. Notaba como los segundos pasaban, su pulso bajaba, escuchaba el latir de su supuesto corazón martillearle las sienes, casi podía sentir como el dióxido de carbono se acumulaba en los pulmones pidiendo salir. Emergió buscando una gran bocanada de aire. Buscando la vida. ¿Sería esa la misma sensación que tenían ellas al salir de la habitación?
Lo dudaba.
Había estado en situaciones que pusieron en peligro su vida con anterioridad, ¿pero sería lo mismo?
¿Por qué alguien querría exponerse a la muerte sin recibir nada a cambio?
Volvió a pasar una mano por su rostro, luego el cabello, hasta navegar por el aire buscando su teléfono móvil.
—Necesito alguien para esta noche —dijo a la voz del otro lado—. Necesito una apuesta segura.
Escuchó carcajadas de la otra persona, pero algo podrían hacer. Estaría sentada en el asiento de atrás del coche que tenía que pasar a recogerle dentro de varias horas.
Salió del baño y se envolvió en un albornoz. Una comida ligera, y se escondió entre las sábanas de seda de su cama. Vacías y frías. Como él, como su vida.
Estaba sentada sobre la cama, encogida sobre sus propias piernas, abrazándose a sí misma. No quería ver nada, no quería saber nada.
Tenía que levantarse, pero no tenía fuerzas. No le quedaban fuerzas para nada. Sin embargo, debía hacerlo. No quería salir de su habitación, no quería escuchar a nadie. No quería abrazarse de esa hipocresía que siempre la había perseguido. Ahora, solo quería una cosa, y cuando la obtuviera sería feliz.
Un sobre entró por debajo de la puerta, no necesitaba abrirlo para saber qué ponía. Tenía otro juego pendiente, seguramente esa noche. Se estiró sobre el colchón y suspiró. Se levantó con dificultad y llegó hasta él. Lo cogió y lo leyó. Nada nuevo para ella. Sólo cambiaría el escenario. Se preguntó qué le había pasado a Sakura-san. Ella era quien solía ir con el jefe, Sabaku no Gaara. Pero esa pregunta en su mundo sobraba porque la respuesta era obvia.
—Afortunada. —Se permitió susurrar cuando soltó el papel en su tocador.
Dejó que sus ojos subieran hasta el espejo y aquella otra persona la mirara con esos ojos blancos y limpios. Haciéndola sentir sucia. El cabello oscuro como la noche, liso enmarcaba su cara redonda e infantil, sus ojos grandes y sus labios. Era menuda, y en la camiseta todavía podía apreciar las manchas de sangre de su último juego en la noche anterior.
Tenía tres horas para prepararse, seguramente luego contaría con otro par de horas antes de jugar. Notaba como un calor invadía su cuerpo impulsándola. Sus mejillas se sonrojaron inconscientemente. ¿Por qué la habría elegido a ella para esa noche? La suerte tenía un límite, aunque la suya parecía no responder a esa máxima. Claro, que lo que a ella le haría sonreír, quizá enfureciera a los dioses.
Salió de la habitación con la cabeza gacha hasta el baño común. Se quitó las ropas y se dirigió a la ducha. Aquella agua fría contra su piel mortecina la amorataba, la hacía tiritar, pero también hacia que su pulso aumentara para evitar que el calor corporal se fuera haciéndola sentir viva. Adoraba el frío.
Cerró el grifo y se secó con una de las toallas del toallero. Todavía estaba temblando, sus labios ya no estaba sonrosados, sino en un bello tono lavanda muerte, pero su corazón latía tan rápido.
Volvió con un paso lento a su habitación, por los murmullos que flotaban en los pasillos parecía que la noticia de su próximo juego ya había recorrido la planta. Al entrar dejó caer la toalla sobre el suelo. La vestimenta que tendría que ponerse estaba lista sobre la cama. Cogió la ropa interior de seda y luego el vestido, largo, elegante en un tono oscuro que resaltaba su piel. Y que escondería las manchas inoportunas. Nunca antes había tenido la oportunidad de vestir uno así, dejó que el espejo la agasajara con la imagen que le devolvía.
Era un buen vestido para morir.
Rezaba a los dioses por desatar su ira.
Y así ella pudiera sonreír.
N/A: Esto es un pequeño experimento de tres capítulos.
Espero que les haya gustado!
PL.
