Disclaimer: WtNV no es mío, pero eso tú ya lo sabías.
Permanente
Para Cecil, la vida no vale mucho. La suya, por sobre todas las cosas, está sobrevalorada por él mismo, pues es quien la está viviendo y quién puede decir frente a cualquiera que es suya y que le pertenece. Aunque todas las noches se duerma pensando que, en efecto, no le pertenece; y se aferre luego con desesperación a su supuesta propiedad antes de que el último suspiro de inseguridad se lo lleve a la ligereza de la inconsciencia.
Sólo sabe que vive durante un momento, un momento nada permanente en el tiempo.
Pareciera que su vida tiene la misma duración que una rosa sin raíz descolorándose poco a poco en la sala de la persona que la recibió. Embotellada en un jarrón feo de porcelana que se ha adecuado para matar más lentamente a las flores. Mucho más lentamente.
No obstante, justo en el momento en que Cecil se pone a comparar lo efímera que es su propia existencia —un poco antes de meterse a su cama y dormir de verdad— con la ausencia de sutileza en las marcas de carbón, se acuerda también de que ese mismo día alguien le dijo algo sobre su mejor amigo, Earl Harlan.
"Earl te sigue amando", le decía en un susurro, "en secreto", continuaba la persona en cuestión. "No le digas que te lo dije".
Cecil es incapaz de ponerle un rostro y nombre a la persona que le dijo aquello y, sin embargo, es perfectamente capaz de reconocerle como un transeúnte. Un hombre sin ningún respeto por la privacidad de su vida amorosa. Recuerda que era de noche, y que la tarde comenzaba a colorear la ciudad con sus poco vívidos y atemorizantes colores naranjas y azules, como si quisiera llevarse los rasgos del informante, pero no su voz.
Ahí, en la suave calidez de la noche inminente, la persona le había susurrado.
El hombre pelirrojo lleno de pecas lo ama. Pero, ¿por qué sería eso un secreto? Aún si el amor de Earl se hubiera convertido de besos prohibidos y apretones de hombros a sonrisas falsas y promesas esperadas no significaría mucho para él. ¡Él también lo ama! Al menos, lo ama como se puede amar a los amigos que han estado fuera por mucho tiempo y que ya no tienen mucha influencia en la vida de los demás.
¿Sería posible que…?
Y, si realmente lo amara de vuelta, como hace con Carlos, le habría sido imposible no haberse dado cuenta de que la persona que le susurraba en realidad era el mismo ayudante de chef en Tourniquet. Confesándole un secreto destructivo.
Pero el destino se burla de todos, y con Cecil no es la excepción. Se burla de él cada vez que le mira encogerse en la penumbra de su habitación. Le promete todo en forma de futuro, pero no le da nada. Le ofrece un amigo, pero no se lo pone en la puerta principal de su casa, y tampoco le devuelve al científico que ya ha dejado de ser un simple extraño para él. No le regala amor.
Es entonces que Cecil suspira con pesar, mientras se aferra a la imagen de que su amigo aún lo ama. A lo que pudo ser si se hubiera obligado a quererlo, como todavía hacen muchas parejas actuales para permanecer en relaciones que evidentemente ya no funcionan; más que para gritar, llorar y pagar las facturas ocho días más tarde.
Todo es permanente, nada cambia. O, quizás, todo cambia y por eso todo parece permanente. No lo sabe con certeza y prefiere no reflexionar al respecto. Cuando se mira al espejo se da cuenta de que Earl Harlan no es más suyo de lo que podría ser un amigo ocasional, y que, en reciprocidad, él no le pertenece a nadie excepto a los antiguos dioses que decidieron desde hace milenios lo que iba a hacer a continuación: hacerse uno con el sentimiento de pena que lo invadirá en cuanto se olvide de la suave satisfacción que le ha dado el saber que alguien, en este universo, le quiere.
