Hola chicos/as les dio la bienvenida a mi fic navideño, cortesía de los cuentos de Sheresade y la talentosa Rumiko Takahashi, será un fic muy cortito pero siempre quise escribir un tema arábico y creo que este es un buen ensayo, les deseo felices fiestas, que lo pasen con sus seres queridos, y por favor, como regalo de navidad a su servidora un pequeño review si no es molestia.
Inuyasha y los 40 ladrones
Un medio demonio llamado Inuyasha…
Hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo de la lejana y misteriosa Persia, viva un joven medio demonio llamado Inuyasha, había sido el segundo hijo de un poderoso demonio perro que sirvió en el ejército del sultán. Pero al ser hijo de una de sus concubinas, al morir el general, toda la herencia de su padre paso a manos de su hermano mayor, dejándolo solo con una pequeña casa y un asno, y no tuvo más remedio que ganarse la vida vendiendo leña para quemar que recogía del bosque.
Un día como todos, se paseaba por las calles del mercado de la ciudad con un montón de leña en las alforjas de su burro anunciando a los transeúntes su mercancía, aquel día había conseguido mucha leña, pero su pobre asno apenas y podía dar un paso tras otro. Finalmente se detuvo a descansar en una esquina, cuando pasaron dos criados de un palacio y al ver el montón de leña que cargaba se acercaron a comprarle toda.
-que bien, hoy si podre cenar- sonrio contento mientras guardaba las monedas en su bolcillo.
-¡eh tú, hibrido! ¿Tienes leña parta quemar?- pregunto un tercer criado de tez verdosa y ojos saltones, que no le llegaba ni a las rodillas, uno que Inuyasha conocía desde pequeño.
-ya se me ha terminado Jaken, ven mañana-le gruño al demonio sapo mientras aflojaba las alforjas para que su burro descansara un poco.
-¡hanyou inútil! ¡¿Ahora donde la voy a comprar?!- gruño molesto el criado dando botes de rabia.
-¡feh! Ese es muy tu problema, si Sesshomaru me hubiese dado otro asno como estipulaba el testamento podría vender más- gruño el sin prestarle atención.
-¡MESTIZO INSOLENTE! ¡No eres más que un irresponsable! ¡Un fanfarrón! ¡Un…! ¡AAAHHHH!- comenzó a gritarle Jaken hasta que lo mando a volar de una patada.
-sapo fastidioso- gruño mientras lo veía desaparecer en la distancia.
-pero es verdad… si tuviese otro asno podría ganar un poco más- suspiro y siguió caminando, hasta que en una esquina un burro de pelaje rojo comenzó a golpear su brazo para que le rascara las orejas.
-hey hola- lo saludo acariciándole la cabeza.
-eres un burrito muy lindo… y te vez fuerte-sonrió después de examinarlo con la vista.
-si tuviese más dinero me gustaría poder comprar un asno como tú- en eso una joven que lloraba a lagrima viva en la otra pared de la esquina salió a su encuentro.
-¿Qué? ¿Quieres comprar mi burro?- le pregunto con ojos chocolate inundados de lágrimas.
-lo siento, no sabía que era tuyo- se disculpó el muchacho.
-¡es igual!, si puedes comprarlo yo…- sollozo antes de caer hecho un mar de lágrimas.
-oye, ya tranquila ¿Qué te pasa?- intento calmarla ligeramente nervioso, las mujeres lloronas lo ponían muy nervioso.
La triste muchacha se llamaba Kagome, había quedado huérfana hacia un par de semanas, y con el asno como única herencia, había viajado de ciudad en ciudad con la esperanza de venderlo ya que no tenía para mantenerlo y conseguir un empleo como criada en alguna casa. Y así se lo explico Inuyasha una vez que este logro tranquilizarla.
-tu burro me gusta mucho, pero apenas y tengo para comer, no podría comprártelo y aún menos permitirme una criada- le explico el muchacho después de oír atentamente su dilema.
-no quiero dinero, me bastaría con tener un lugar para dormir y poder comer- suplico la muchacha.
Inuyasha la detallo mejor, lo cierto es que era muy hermosa, su cabello era largo y caía como una cascada de ébano, enmarcando sus ojos color chocolate brillaban como las estrellas, y su piel era como la leche recién ordeñada, cualquier sultán o noble pagaría mares de oro por tenerla en su harem o como criada en su casa. Kagome también lo observo a él, nunca había tenido mucho contacto con los hombres, pero aquel medio demonio era en definitiva el hombre más guapo que hubiese vito, con su cabello largo plateado, su cuerpo bien formado por el trabajo, sus ojos dorados como soles matutinos, y lo que a ella más le encantaba, sus dos tiernas orejitas triangulares y peluditas sobre su cabeza.
-pues no sé dónde…- se rasco la nuca pensativo.
-¿Por qué no tomas a mi burro? Con el podrías cargar más leña, venderla en la ciudad y ganarías más. Y cuando tengas más dinero podrás pagarme, te lo ruego ayudame-le imploro Kagome de rodillas.
Y así fue como en un solo día, Inuyasha se vio a si mismo con dos asnos para su trabajo y una bella criada dispuesta a cuidarlo a él y que atendiera su casa. Al caer el atardecer, y después de haber gastado sus únicas ganancias del día en alimentos, se detuvieron frente a una casa pequeña de dos habitaciones, un pequeño patio y un jardín que hacia tan solo 30 años que la habían dado la última mano de pintura o limpieza.
-pues bien, esta es mi casa-le señale el edificio.
-es preciosa- sonrió Kagome, sus padres habían sido muy pobres y para ella esa casa chica y destartalada era prácticamente un palacio.
-me la heredo mi madre- sonrió Inuyasha contento porque a Kagome le gustara.
-cómo puedes ver no es mucho, soy solo otro de los muchos pobres de la ciudad-Kagome al parecer no lo escucho pues estaba más entretenida detallando los detalles de la fachada.
-bien, mi amo, con tu permiso voy corriendo a la cocina para hacer la cena- se inclinó respetuosamente ante él y tomando al pie de la letra sus palabras salió disparada a la cocina.
-me ha llamado amo- murmuro el hanyou sonrojado hasta las orejas.
Cerca de ahí el famoso demonio renegado Naraku, junto con su horda de ladrones corrían abrigados por el manto nocturno llevando a sus espaladas enormes sacos repletos de tesoros hurtados de los más grandes y lujosos palacios. Y a pesar de que ninguno lo sabía, el destino de él y los jovenes estaba a punto de entrelazarse.
A la mañana siguiente Inuyasha se levantó como en un sueño, no solo había comido su mejor cena en muchos años, sino que además al levantarse se encontró con toda su casa aseada, la poca ropa que tenía hasta brillaba de limpia por no mencionar el jardín. "¿esa niña habrá dormido tan siquiera?" se preguntó consiente de que todo ese resultado no era por menos que el producto de varias horas de trabajo. Su respuesta llego en forma de un leve ronquido proveniente de la cocina, Kagome se había quedado dormida al lado del fogón, a su lado una bandeja de dátiles frescos y un jarro de leche reposaban junto a un pan de aceitunas recién salido del horno. Sonriendo ante la tierna escena la tomo entre sus brazos, la acomodo entre los pocos almohadones de su habitación y la cubrió con una manta para que descansara.
Procurando hacer el menor ruido posible comió un poco de lo que había en la bandeja, procurando dejar una buena cantidad para que ella comiera, tomo los burros y salió rumbo al bosque para recoger la mayor cantidad de leña posible.
-tengo que trabajar mucho, así podre pagarle sus servicios a Kagome- sonrió Inuyasha serruchando una rama de un olivar seco, ese día no había encontrado muchas ramas tiradas que pudieran servir para quemar, así que tenía que cortarlas el mismo.
-mmm… esta hoja no está cortando- murmuro viendo que por más que movía su cierra de mano no avanzaba casi nada.
-lo mejor será que la afile un poco o no terminare nunca- decidió tomando de una de las alforjas una piedra para afilar. Pero no pasaron ni tres segundos cuando el sonido de varios caballos al galope llamo su atención, ya que esa zona era muy poco transitada.
Picado por la curiosidad se trepo a uno de los arboles más altos, y oculto entre el follaje se puso a observar. Ante sus ojos una considerable nube de polvo provocada por decenas de caballos se detenía frente a una montaña cercana.
-¿y esos quiénes son?- se preguntó en voz baja, gracias a su trabajo de vendedor conocía a casi todos los habitantes de la ciudad, pero jamás había visto hombres como esos.
Los hombres bajaron de sus caballos, y uno de ellos, un demonio de largos cabellos negros y ojos color sangre se posiciono frente a la montaña, extendió los brazos ante dos focas y muy seriamente pronuncio don palabras.
-ábrete sésamo- ante la orden las dos piedras se separado dejando ver la entrada de una enorme cueva. Inuyasha miro boquiabierto la acción, jamás había visto algo similar en su vida.
-vamos, a dentro, tenemos que guardar bien el botín- ordeno el demonio de ojos rojos.
-si señor- asintieron los otros hombres y cargando grandes sacos a sus espaldas para enfilarse de uno en uno al interior de la cueva bajo la estricta mirada del jefe.
-y mucho cuidado con pasarse de listos- gruño amenazante viéndolos de uno en uno muy a detalle.
-36, 37, 38, 39 y… 40…- los conto Inuyasha desde el olivar.
-pero claro, debe ser ese famoso bandido Naraku y sus 40 ladrones- susurro al r3ecordar todas las ordenes de captura por sus cabezas.
Cuando finalmente los 39 hombres salieron de la cueva Naraku volvió a posicionarse frente a la entrada con los brazos extendidos.
-ciérrate sésamo- ordeno, y las dos rocas se cerraron. Nuevamente Inuyasha estaba sin palabras, "¿eso es todo? ¿Basta decir dos palabras y las rocas se abren y se cierran?" se preguntó Inuyasha guardando el máximo silencio posible, si esos bandidos lo descubrían seria su fin seguro.
-¡escuchen bien! ¡Esta noche atacaremos el castillo del otro lado de la montaña!- anuncio antes de alejarse al galope siendo rápidamente seguido por sus hombres.
Inuyasha esperó pacientemente escondido a que se alejaran, y no fue hasta que la última mota de polvo, levantada por los cascos de los caballos, callo nuevamente al suelo que se atrevió a bajar del olivar. Otra persona quizá se hubiese marchado corriendo, pero él no era cualquier persona. Brinco lejos de la rama y se paró frente a las mismas rocas.
-con que "ábrete sésamo" y "ciérrate sésamo" ¿no?- murmuro antes de soltar una carcajada.
-¡feh! si claro, es imposible que sea solo eso- se rio escéptico.
-se seguro hay algún truco, aunque nada perdería con probar- continuo sonriendo, e imitando la pose del jefe de los ladrones pronuncio la contraseña. Pero contrario a sus expectativas las dos rocas se abrieron de par en par ante su orden dejando ver una cueva grande y muy profunda.
-¡se abrió! Esto es increíble- se dijo a si mismo perplejo.
-vamos a ver que esconden esos bandidos- ingreso curioso a la cueva pero apenas había avanzado dos metros cuando las puertas se cerraron a su espalda.
-no quiero quedarme encerrado… ¡ábrete sésamo!- exclamo rápidamente con un tinte de temor en su voz, pero el peso salió de sus hombros cuando las dos piedras se volvieron a separar dejando libre la entrada.
-qué suerte, parece que también sirve desde adentro- suspiro aliviado, y continuo caminando, pero nada de lo que había visto lo preparo para lo que encontró en el fondo de la cueva.
Frente a él un enorme resplandor dorado producido por el reflejo de dos antorchas en un mar de tesoros, tan grande que cubría toda la vista y que incluso lo dejo deslumbrado por unos segundos. Fascinado por la visión se aproximó lo máximo posible, jamás había visto tantos tesoros en su vida, estaba seguro que incluso superaba las riquezas de su difunto padre.
-entonces es aquí donde esos ladrones esconden su botín- murmuro una vez que pudo digerir la imagen frente a él.
Observo con atención todos los tesoros, había de todo, jarrones antiguos, estatuas de marfil, joyas de todas las formas colores y tamaños, sin mencionar los cientos o miles de toneladas de oro. "con solo un poco de eso podría vivir cómodamente el resto de mi vida" pensó entristecido, fue entonces que tuvo una idea.
-no creo que esos ladrones se molesten si me llevo este saquito de monedas y un collar- se dijo a si mismo tomado una bolsa de cuero no muy grande pero que estaba al reventar de monedas de oro y una cadena de plata con una perla rosa.
- ellos tienen todos estos tesoros, pero con esto yo podre pagarle a Kagome por sus servicios- se apresuró a salir de Lacueva, tomo sus dos burros y corrió de regreso a su casa emocionado por darle la buena nueva a Kagome. "no puedo esperar a ver la cara que pondrá" pensó sonriente.
Y lo cierto es que no se equivocó en lo absoluto, en cuanto la pobre chica vio aquella montañita de oro a sus pies se puso más pálida que una hoja de papel, mientras que sus rosados labios formaban una "o" perfecta que hacia juego con sus ojos castaños también abiertos a más no poder y la cosa se multiplico cuando le ofreció el hermoso collar.
-¿y bien? ¿Qué te parece?- pregunto entusiasmado, pero su entusiasmo murió al ver como ella caía casi desmayada de la impresión, el corrió a atraparla justo a tiempo para evitar que se golpeara la cabeza contra el piso.
-Kagome ¿Qué te pasa?- pregunto preocupado mientras la acunaba entre sus brazos.
-¡oh, amo! ¿Pero qué has hecho?- murmuro ella con lágrimas peleando sus bellos ojos.
- yo creí que te alegrarías ¿qué he hecho para que te pongas así?- le pregunto sin entender.
-pensaba que te ganabas la vida honradamente…- sollozo pasándose una mano por la frente.
-… no puedo creer que lo hayas robado- lloro secándose las lágrimas con una mano.
-¡¿ROBAR, YO?!- repitió Inuyasha casi atragantándose con las palabras y por su orgullo herido.
-¿pero qué cosas estás pensando? No ha pasado así- negó con la cabeza mientras la ayudaba a sentarse entre los almohadones.
Como Kagome no entendía a qué se refería, Inuyasha decidió explicarle lo ocurrido con los cuarenta ladrones y como accidentalmente había descubierto su escondite en aquella extraña cueva. Después, la mando a casa de su medio hermano Sesshomaru, para que pidiera prestada una vasija de medida para contar las monedas de oro. La muchacha, aun impresionada acudió a la dirección dada, para pedírsela a la mujer del primo de su amo.
-¿la criada de Inuyasha?- pregunto la demoniza de ojos rojos y ropajes de seda.
-si señora Kagura, mi amo me mando preguntar si podría prestarnos una vasija para medir- explico bajando la cabeza respetuosamente ante la señora de la casa.
-¿para medir que?- pregunto con escrutinio.
-mi… amo solo me pidió que viniera por la vasija, no sé qué desea medir- mintió la azabache nerviosa, Inuyasha le había explicado que Sesshomaru era capitán de la guardia de los más estrictos, y que si se enteraba de las monedas de oro, con todo el gusto lo mandaría al calabozo por ladrón, y a ella la tomaría como esclava de su harem.
-está bien, espera aquí- ordeno cerrándole la puerta en la nariz.
-¿Qué querrá medir ese mestizo?- se preguntó en voz baja con la vasija entre sus brazos.
-sé que se le acabaron la harina y las semillas hace meses ¿habrá comprado provisiones con la venta de la leña?- cavilo, ella jamás había apreciado a Inuyasha, es más ella hizo varias maniobras para evitar que toda la herencia que le había designado su suegro le fuera entregada.
-creo que tengo una idea- sonrió con maldad dirigiéndose a la cocina.
Continuara…
